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martes, 14 de agosto de 2012

•"Tan solo una salida" {Capítulo 9}.


Al entrar Justin parece tenso al principio, pero tras ver que la gente pasa a nuestro lado sin prestarnos atención se relaja y vuelve a sonreír.

-¿Dónde quieres ir? –me pregunta mientras subimos las escaleras mecánicas.
-A la tienda de cinturones –sonrío.
-No, enserio.
-Lo digo en serio –río- quiero regalarte un cinturón.
-¿Tanto te molesta que no use cinturón? –pone los ojos en blanco.
-No, me gusta –me muerdo el labio- pero quiero regalarte uno, por si algún día quieres cambiar.
-Bah, como quieras –se da por vencido- pero con una condición.
-Me conozco yo tus condiciones –bufo- así que no.
-Vamos –hace un puchero- por favor.

Dudo un momento y entonces le dejo hablar.

-Déjame comprarte algo a ti también –entrelaza nuestros dedos.
-No quiero que me compres nada.
-Tú vas a hacerlo –me reprocha.
-Pero es solo un cinturón, además, no es lo mismo.
-¿Y por qué no? –pregunta.
-Porque yo no soy millonaria.
-Eso da igual.
-No –espeto.
-Déjame hacerlo –insiste.
-No.
-Si.

Tras una discusión que termina en risas, decido dejarle elegir lo que él quiera. Esa es la condición. Un cinturón a cambio de que yo le deje elegir un regalo para mí. Aunque no lo veo un buen trato, ya que un cinturón no es nada… tengo que darle la razón. Porque él es Justin.

Entramos a la tienda y elijo mi cinturón, es una de esas tiendas traídas del extranjero en las que hay miles y miles de cinturones y zapatos de piel y colores por todas partes. Me gusta esta tienda. Siempre me ha parecido divertida. Pasamos allí unos veinte minutos. Le pido al dependiente que lo envuelva en papel de regalo y volvemos a salir.

-¿Por qué le has dicho que lo envuelva? –pregunta divertido una vez fuera de la tienda.
-Siempre me ha gustado envolver cosas, cuando era pequeña incluso le pedía a la señora del quiosco que me envolviera los chicles –río al recordarlo.
-Vaya, eso es un buen dato –ríe conmigo.

Ahora es Justin el que me guía. Paseamos por todo el centro comercial y cuando creo que ya no queda nada más por ver. El se para enfrente de un escaparate.

-Justin, no –le digo al instante.

Estamos en una tienda de joyas contra mi voluntad. Miro al interior del escaparate y veo los escandalosos precios de anillos, pulseras y collares de oro y plata.

-Es mi condición, recuerda.
-¿Y no puedes comprarme unas palomitas? ¿O unos zapatos? –le reprocho.
-Quiero comprarte algo que puedas llevar siempre. Quiero que te acuerdes de mí.
-Es imposible no hacerlo –bufo.
-Lo sé, pero por si acaso –ríe.
-Pues cómprame unos chicles y los cuelgo en la pared.
-Mi condición –dice, y entramos en la tienda.

Justin sujeta mi mano mientras se para delante del mostrador y una chica joven nos atiende con traje elegante. Miro a mi alrededor y noto que todo tiene un aire muy… caro.

-Buenas tardes –sonríe Justin- estaba buscando algo para ella –la chica me mira y sonríe.
-Vaya –pone las manos sobre el mostrador- eres una chica con suerte. ¿Qué estás buscando exactamente?
-No lo sé –murmuro- algo no muy caro.
-Eso no es problema –interviene Justin dirigiéndose a la chica- enséñanos lo más bonito.

La chica asiente y desaparece tras una puerta de cristal en la tras tienda.
-Justin, todo esto no me gusta. Sabes que no soy de esas –gruño.

-Es solo un detalle –sonríe- no te enfades.
-Está bien –digo- dejaré que me compres una joya –sonrío- pero con una condición.
-¿Cuál? –me mira.

La chica vuelve a aparecer con varias cajas de cuero y piel en un pequeño carro dorado.

-Ya sé lo que quiero –le sonrío a la chica.
-¿Y bien? –deja las cajas sobre la mesa.
-Quiero algo que sea para los dos –señalo a Justin- algo que tenga dos piezas. Una para el –sonrío- y otra para mí.
-¿Te refieres a un amuleto? –Cierra la caja que antes había abierto metiendo un rolex de oro de nuevo en el carro- ¿para enamorados?
-Exacto –intento disimular el rubor que ahora corre por mis mejillas.
“Enamorados”, parece que todos lo ven excepto nosotros.

Veo como Justin me mira asombrado. Sé que eso no se le habría ocurrido a el, y me alegro. Si quiere comprarme algo, que sea también para él. Y que signifique algo también. La chica vuelve a desaparecer tras la puerta.

-Tampoco quiero que tú te olvides de mí –le susurro.
-Jamás –sonríe.

Al final acabamos comprando una especie de collar de plata, con un medio corazón en cada parte incrustado en una insignia con un diamante en el centro. Justin manda grabar nuestras iniciales en ellos y esperamos tan solo veinte minutos antes de pasar a recogerlos. Veinte minutos que aprovechamos para tomar un helado.

-Aquí tienes –la chica pone los collares sobre el mostrador dentro ya de dos cajas de piel.
-Me encanta –dice Justin mirando fijamente nuestras iniciales.
-A mi también –sonrío resignada. La verdad es que son preciosos.

Justin paga demasiado dinero por ellos y los mete en la bolsa también de aspecto caro que nos han dado.

-¿Podemos salir fuera? –me dice.
-En la planta de abajo hay unos jardines. Es donde están las cafeterías.
-Perfecto.

Salimos y Justin me arrastra hasta un pequeño jardín. Se sienta en un banco y me sienta a mí con él. Coge la bolsa y saca uno de los collares.

-Déjame ponértelo –murmura.
-Vale –contesto dándome la vuelta para que pueda abrocharlo. Aunque es largo.

Me lo pone, y después saca el suyo para hacer lo mismo.

-Sigo pensando que es demasiado –le digo mientras miro su collar.
-Es perfecto.

Ambos quedamos en silencio durante un largo rato, observándonos sin saber que más allá de nosotros dos hay más personas. Más gente que nos mira sin saber que entre esos dos jóvenes hay algo más fuerte que una amistad. Algo incluso más fuerte que un amor. Esos dos chicos se complementan de una manera tan especial y extraña, que me resulta casi insultante que pasen por nuestro lado sin percatarse de que uno no existiría sin el otro.

Pasamos el resto de la tarde en el centro comercial. Decidimos ir a dar una vuelta por la planta alta y acabamos entrando en un salón de juegos del que tardamos en salir varias horas. Justin me reta a una partida con mandos asegurando que es el mejor. La verdad es que nunca me han gustado demasiado los videojuegos, pero siento la necesidad de ganarle. De ganarle para que sepa que aunque sea una superestrella, a mi lado es un chico normal. Un chico que puede perder en un juego contra su mejor amiga, o al menos su mejor… confidente.

Recuerdo la primera vez que le demostré a Justin que no era tan diferente a él. Que a pesar de que era una chica invisible para todos podía demostrarle estar a la altura. También recuerdo que en ese mismo momento el me demostró ser un chico cualquiera. Siempre había dado por sentado que cualquier famoso, y más de su talla, sería un arrogante y una de esas personas a las que siempre había odiado de pequeña. Puede que ese fuera el detalle que me hizo enamorarme de él. Que fuera tan sencillo. Que simplemente fuera Justin. El chico canadiense con ganas de hacer amigos de verdad.

Tras ganar a Justin en la partida con los videojuegos, decidimos volver a casa, no sin que antes Justin decida salvar su ego ganándome un peluche tamaño gigante para demostrar que sigue en forma. Cuando lo hace, nos vamos en busca de su coche a los aparcamientos, y a pesar de que ya es casi de noche y queda poca gente en el centro comercial, los individuos miran al pasar a un oso rosa chillón de que nos dobla el tamaño, y a dos chicos tras el intentando transportarlo. Definitivamente hoy no hemos pasado desapercibidos.

Metemos el oso en la parte de atrás del coche de Justin a empujones y el arranca. Durante el viaje de vuelta no hablamos demasiado. Me dedico a pensar en que me queda poco tiempo para estar a su lado, y sé que él piensa lo mismo porque miro de reojo su expresión, que está seria por primera vez en todo el día, pero me niego que esta sea nuestra despedida. No así.

-Esto no es el final –le digo.
-Lo sé –aprieta más sus manos contra el volante- pero no quiero irme.
-Yo tampoco quiero que te vayas –aseguro- pero no creo que tus fans pasen por alto que desaparezcas.
-En momentos como estos es en los que odio ser quien soy –me mira un segundo, antes de volver a posar sus ojos en la carretera.
-No hagas esto –le digo seria.
-¿El qué?
-Acabar así el día. Quiero que te vayas con una sonrisa. Quiero recordar este día perfecto –fijo mi mirada en sus ojos a través del retrovisor- y hasta ahora lo ha sido.

Sin decir nada más el coche se detiene. Miro hacia mi derecha y veo que ya estamos frente a mi casa. Justin me mira y vuelve a sonreír comprendiendo mi petición.

-¿A qué hora sale tu avión?
-A las doce.

Miro el reloj, y noto que de repente vuelvo a relajarme.

-Solo son las ocho –sonrío animada- todavía nos quedan cuatro horas.

-Cuatro horas que pienso pasar a tu lado.

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