Al entrar
Justin parece tenso al principio, pero tras ver que la gente pasa a nuestro
lado sin prestarnos atención se relaja y vuelve a sonreír.
-¿Dónde
quieres ir? –me pregunta mientras subimos las escaleras mecánicas.
-A la tienda
de cinturones –sonrío.
-No, enserio.
-Lo digo en
serio –río- quiero regalarte un cinturón.
-¿Tanto te
molesta que no use cinturón? –pone los ojos en blanco.
-No, me
gusta –me muerdo el labio- pero quiero regalarte uno, por si algún día quieres
cambiar.
-Bah, como
quieras –se da por vencido- pero con una condición.
-Me conozco
yo tus condiciones –bufo- así que no.
-Vamos –hace
un puchero- por favor.
Dudo un
momento y entonces le dejo hablar.
-Déjame
comprarte algo a ti también –entrelaza nuestros dedos.
-No quiero
que me compres nada.
-Tú vas a
hacerlo –me reprocha.
-Pero es
solo un cinturón, además, no es lo mismo.
-¿Y por qué
no? –pregunta.
-Porque yo
no soy millonaria.
-Eso da
igual.
-No –espeto.
-Déjame
hacerlo –insiste.
-No.
-Si.
Tras una
discusión que termina en risas, decido dejarle elegir lo que él quiera. Esa es
la condición. Un cinturón a cambio de que yo le deje elegir un regalo para mí.
Aunque no lo veo un buen trato, ya que un cinturón no es nada… tengo que darle
la razón. Porque él es Justin.
Entramos a
la tienda y elijo mi cinturón, es una de esas tiendas traídas del extranjero en
las que hay miles y miles de cinturones y zapatos de piel y colores por todas
partes. Me gusta esta tienda. Siempre me ha parecido divertida. Pasamos allí
unos veinte minutos. Le pido al dependiente que lo envuelva en papel de regalo
y volvemos a salir.
-¿Por qué le
has dicho que lo envuelva? –pregunta divertido una vez fuera de la tienda.
-Siempre me
ha gustado envolver cosas, cuando era pequeña incluso le pedía a la señora del
quiosco que me envolviera los chicles –río al recordarlo.
-Vaya, eso
es un buen dato –ríe conmigo.
Ahora es
Justin el que me guía. Paseamos por todo el centro comercial y cuando creo que
ya no queda nada más por ver. El se para enfrente de un escaparate.
-Justin, no
–le digo al instante.
Estamos en
una tienda de joyas contra mi voluntad. Miro al interior del escaparate y veo
los escandalosos precios de anillos, pulseras y collares de oro y plata.
-Es mi
condición, recuerda.
-¿Y no
puedes comprarme unas palomitas? ¿O unos zapatos? –le reprocho.
-Quiero
comprarte algo que puedas llevar siempre. Quiero que te acuerdes de mí.
-Es
imposible no hacerlo –bufo.
-Lo sé, pero
por si acaso –ríe.
-Pues
cómprame unos chicles y los cuelgo en la pared.
-Mi
condición –dice, y entramos en la tienda.
Justin
sujeta mi mano mientras se para delante del mostrador y una chica joven nos
atiende con traje elegante. Miro a mi alrededor y noto que todo tiene un aire
muy… caro.
-Buenas
tardes –sonríe Justin- estaba buscando algo para ella –la chica me mira y
sonríe.
-Vaya –pone
las manos sobre el mostrador- eres una chica con suerte. ¿Qué estás buscando
exactamente?
-No lo sé
–murmuro- algo no muy caro.
-Eso no es
problema –interviene Justin dirigiéndose a la chica- enséñanos lo más bonito.
La chica
asiente y desaparece tras una puerta de cristal en la tras tienda.
-Justin,
todo esto no me gusta. Sabes que no soy de esas –gruño.
-Es solo un
detalle –sonríe- no te enfades.
-Está bien
–digo- dejaré que me compres una joya –sonrío- pero con una condición.
-¿Cuál? –me
mira.
La chica
vuelve a aparecer con varias cajas de cuero y piel en un pequeño carro dorado.
-Ya sé lo
que quiero –le sonrío a la chica.
-¿Y bien?
–deja las cajas sobre la mesa.
-Quiero algo
que sea para los dos –señalo a Justin- algo que tenga dos piezas. Una para el
–sonrío- y otra para mí.
-¿Te
refieres a un amuleto? –Cierra la caja que antes había abierto metiendo un
rolex de oro de nuevo en el carro- ¿para enamorados?
-Exacto
–intento disimular el rubor que ahora corre por mis mejillas.
“Enamorados”,
parece que todos lo ven excepto nosotros.
Veo como
Justin me mira asombrado. Sé que eso no se le habría ocurrido a el, y me
alegro. Si quiere comprarme algo, que sea también para él. Y que signifique
algo también. La chica vuelve a desaparecer tras la puerta.
-Tampoco
quiero que tú te olvides de mí –le susurro.
-Jamás
–sonríe.
Al final
acabamos comprando una especie de collar de plata, con un medio corazón en cada
parte incrustado en una insignia con un diamante en el centro. Justin manda
grabar nuestras iniciales en ellos y esperamos tan solo veinte minutos antes de
pasar a recogerlos. Veinte minutos que aprovechamos para tomar un helado.
-Aquí tienes
–la chica pone los collares sobre el mostrador dentro ya de dos cajas de piel.
-Me encanta
–dice Justin mirando fijamente nuestras iniciales.
-A mi
también –sonrío resignada. La verdad es que son preciosos.
Justin paga
demasiado dinero por ellos y los mete en la bolsa también de aspecto caro que
nos han dado.
-¿Podemos
salir fuera? –me dice.
-En la
planta de abajo hay unos jardines. Es donde están las cafeterías.
-Perfecto.
Salimos y
Justin me arrastra hasta un pequeño jardín. Se sienta en un banco y me sienta a
mí con él. Coge la bolsa y saca uno de los collares.
-Déjame
ponértelo –murmura.
-Vale
–contesto dándome la vuelta para que pueda abrocharlo. Aunque es largo.
Me lo pone,
y después saca el suyo para hacer lo mismo.
-Sigo
pensando que es demasiado –le digo mientras miro su collar.
-Es
perfecto.
Ambos
quedamos en silencio durante un largo rato, observándonos sin saber que más
allá de nosotros dos hay más personas. Más gente que nos mira sin saber que
entre esos dos jóvenes hay algo más fuerte que una amistad. Algo incluso más
fuerte que un amor. Esos dos chicos se complementan de una manera tan especial
y extraña, que me resulta casi insultante que pasen por nuestro lado sin
percatarse de que uno no existiría sin el otro.
Pasamos el
resto de la tarde en el centro comercial. Decidimos ir a dar una vuelta por la
planta alta y acabamos entrando en un salón de juegos del que tardamos en salir
varias horas. Justin me reta a una partida con mandos asegurando que es el
mejor. La verdad es que nunca me han gustado demasiado los videojuegos, pero
siento la necesidad de ganarle. De ganarle para que sepa que aunque sea una
superestrella, a mi lado es un chico normal. Un chico que puede perder en un
juego contra su mejor amiga, o al menos su mejor… confidente.
Recuerdo la
primera vez que le demostré a Justin que no era tan diferente a él. Que a pesar
de que era una chica invisible para todos podía demostrarle estar a la altura.
También recuerdo que en ese mismo momento el me demostró ser un chico
cualquiera. Siempre había dado por sentado que cualquier famoso, y más de su
talla, sería un arrogante y una de esas personas a las que siempre había odiado
de pequeña. Puede que ese fuera el detalle que me hizo enamorarme de él. Que
fuera tan sencillo. Que simplemente fuera Justin. El chico canadiense con ganas
de hacer amigos de verdad.
Tras ganar a
Justin en la partida con los videojuegos, decidimos volver a casa, no sin que
antes Justin decida salvar su ego ganándome un peluche tamaño gigante para
demostrar que sigue en forma. Cuando lo hace, nos vamos en busca de su coche a
los aparcamientos, y a pesar de que ya es casi de noche y queda poca gente en
el centro comercial, los individuos miran al pasar a un oso rosa chillón de que
nos dobla el tamaño, y a dos chicos tras el intentando transportarlo.
Definitivamente hoy no hemos pasado desapercibidos.
Metemos el
oso en la parte de atrás del coche de Justin a empujones y el arranca. Durante
el viaje de vuelta no hablamos demasiado. Me dedico a pensar en que me queda
poco tiempo para estar a su lado, y sé que él piensa lo mismo porque miro de
reojo su expresión, que está seria por primera vez en todo el día, pero me
niego que esta sea nuestra despedida. No así.
-Esto no es
el final –le digo.
-Lo sé
–aprieta más sus manos contra el volante- pero no quiero irme.
-Yo tampoco
quiero que te vayas –aseguro- pero no creo que tus fans pasen por alto que
desaparezcas.
-En momentos
como estos es en los que odio ser quien soy –me mira un segundo, antes de
volver a posar sus ojos en la carretera.
-No hagas
esto –le digo seria.
-¿El qué?
-Acabar así
el día. Quiero que te vayas con una sonrisa. Quiero recordar este día perfecto
–fijo mi mirada en sus ojos a través del retrovisor- y hasta ahora lo ha sido.
Sin decir
nada más el coche se detiene. Miro hacia mi derecha y veo que ya estamos frente
a mi casa. Justin me mira y vuelve a sonreír comprendiendo mi petición.
-¿A qué hora
sale tu avión?
-A las doce.
Miro el
reloj, y noto que de repente vuelvo a relajarme.
-Solo son
las ocho –sonrío animada- todavía nos quedan cuatro horas.
-Cuatro
horas que pienso pasar a tu lado.
siguientee! :) me encanta esta novela!! es perfectaa!
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