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•Relato "Para ser infinitos".



Cuando el timbre sonó y ella miró de reojo su viejo reloj, un largo y pesado suspiro inquieto salió desde lo más hondo de su garganta. Eran las doce y media, y eso solo significaba una cosa.

Tenía que ir a ver a la doctora Ellen.

Si algo había en el mundo que odiara más que el instituto, más que a todos esos niños pijos que paseaban con sus gafas de pasta y sus zapatos de marca, incluso más que seguir levantándose cada mañana para soportar ver a todas aquellas personas a las que odiaba con toda su alma, esa cosa era tener que ir al psicólogo.

“Míralo por el lado bueno, le habían dicho, te saltarás clases”. Pero en realidad eso no le importaba demasiado, ya que ella se saltaba clases diarias para ir a patinar o simplemente tirarse boca arriba en el banco del parque frente al instituto. Recordó en ese momento aquella etapa de su vida en la que saltarse una clase era algo imposible. Incluso había asistido a ellas cuando estaba enferma y también cuando en segundo curso se rompió la pierna montando en bici, y cada día subía y bajaba las escaleras con las muletas de segunda mano que su madre le había conseguido.


-¿Cómo estás hoy, Anne? –preguntó Ellen cuando ésta tiró a un lado su mochila deshilachada y la chaqueta negra que siempre llevaba puesta.
-Sigo viva –respondió ella- supongo que eso es un logro y ya se ha ganado su salario por hoy, ¿puedo irme?
-No, no puedes –contestó la mujer con paciencia- sabes que acordamos que asistirías diariamente a verme si no quieres que te expulsen.
-Ahora estoy planteándome aquella elección.
-Cuéntame, ¿hablas con tu madre sobre nuestras sesiones? –la doctora abrió su blog de notas y tomó asiento frente a la chica.
-Si.

<<En realidad llevo sin ver a mi madre más de una semana>> pensó.

-¿Y qué ha dicho ella sobre tus incidentes en el instituto?
-Ha dicho que es normal porque soy adolescente –respondió seca, mirando más allá de la ventana del despacho.

<<Y lo cierto es que dudo que ni siquiera se parara a escucharme, tal vez diría algo como “ya eres mayor, cuídate sola” o “más te vale seguir en el instituto o te patearé el culo cuando traspases la puerta”>>

La psicóloga miró fijamente a Anne, y después suspiró.

-Me contaste que ella pasa trabajando mucho tiempo –prosiguió, ajena a sus mentiras- ¿Cuántas horas diarias pasáis juntas?
-Tal vez dos –murmuró- puede que tres, los fines de semana.

<<Mientes>> le dijo una voz dentro de su cabeza.

-¿Crees que eso es suficiente? Es decir –carraspeó- ¿no te gustaría hacer más cosas juntas?
-Supongo –musitó.

<<No. No quiero hacer nada con ella, porque todo lo que implica estar a su lado incluye también el olor a alcohol y tabaco rancio. Gritos y empujones>>

Ellen la observó durante unos minutos y tras esto pasó la hoja de su cuaderno.

-Y bien, ¿qué hay de tu visita de ayer al despacho del director, para variar?
-Creo que solo está interesado en las jovencitas y le gusta que se paseen delante de él para poder mirarles el culo –espetó.
-Anne –la cortó la mujer- podrías ponerte seria aunque solo fuera durante una hora.
-Una hora es mucho –pensó en voz alta la chica- ¿Sabe todo lo que puede hacerse en ese tiempo? ¿Sabe que en un ahora puede cruzarse la ciudad en monopatín? –una sonrisa sarcástica le cruzó la cara como un rayo- pero claro, yo no puedo hacerlo porque en su lugar estoy sentada aquí cada día enfrente de usted contándole mi vida privada, cosa que seguro le parece importante para llenar el vacío de su vida.
-¿Y no es tal vez la tuya –la señaló con el bolígrafo- la que está vacía, y por eso atacas a las personas con tu sarcasmo? –Anne sintió frías sus palabras, pero su voz era cálida.
-Puede.
-El director me ha contado que ayer llamaste zorra a una profesora –murmuró- ¿es cierto?
-Si el director te lo ha contado supongo que así será.
-¿Por qué lo hiciste?
-Porque es una zorra –respondió sin más.

Ellen suspiró pesadamente y se recostó sobre su asiento.

-Mira Anne, si no pones de tu parte…
-… esto no funcionará –la imitó- lo sé, lo dice cada día desde hace semanas.
-¿Y por qué no lo haces?
-Porque no me parece cuestión de vida o muerte.

Los ojos de la mujer se centraron ahora intensamente en los de la chica.

-¿Piensas en la muerte a menudo?

 Ésta se quedó en silencio durante unos segundos y jugó con las mangas de su sudadera.

<<Cada día. Más veces de las que lo hago en la vida>> pensó, pero en su lugar dijo:

-No demasiado.
-¿Por qué intentaste suicidarte, Anne? –la voz de la doctora ahora sonaba firme.
-Supongo que porque estaba cansada de vivir –bufó- ¿no es ese el motivo por el que la gente se mata?
-Pero tú eres joven.
-E infeliz.
-Porque tú quieres serlo.

<<Oh, sí, me encanta sentirme como una gran mierda constantemente>>

-Gran psicóloga usted –sonrió ampliamente la chica.
-¿Has vuelto a intentarlo?

<<Unas cuantas veces>>

-No, por dios –exclamó ella- eso está muy mal.

La mujer, haciendo una mueca al captar su mofa, se retorció en el sillón.

-¿Cuáles son tus planes de futuro?
-Ir a comerme un donut –dijo ella.
-Me refiero a planes a largo plazo.

<<Tener una vida corta y alejarme todo lo posible de la gente odiosa como tú>>

-Puede que ser estrella del Pop –dudó- o tal vez de Rock. Y ser política para cobrar mucho sin hacer demasiado. O puede que tire un par de botes de pintura sobre una sábana y me convierta en artista abstracta ¿cree usted que es un buen plan?
-Anne… -suspiró la doctora, lo cierto es que le producía una cierta satisfacción conseguir dejarla sin aliento cada vez que tenía cita con ella.
-No –la interrumpió- ya sé. Seré psicóloga como usted para hurgar en la mierda de los demás, eso es aún mejor.
-Creo que después de todo sigues sin ser consciente de que estoy aquí para ayudarte.
-Solo que yo no necesito ayuda.
-Eso crees tú –volvió a apuntarla con el boli- pero lo cierto es que tienes un patrón muy completo de falta de atención, rechazo, depresión crónica y tendencias suicidas –murmuró- y me gustaría saber qué te ha llevado a odiar tanto la vida.

<<Puede que el hecho de que mi hermano muriera delante de mí y yo no pudiera hacer nada, tal vez el hecho de que veo a mi madre tal vez una o dos veces a la semana y ambas está borracha y apesta, o está demasiado ocupada follándose  tíos en su habitación como para prestarme atención y preocuparse por si sigo viva, o puede que sea porque me siento jodidamente sola, o porque a mis diecisiete años siento la vida sobre mis hombros con el peso de sesenta, o simplemente sea que he nacido en el momento y lugar menos adecuado>>

-La vida en sí es odiosa –contestó en su lugar.
-¿Cuándo te diste cuenta de ello?
-Demasiado pronto, tal vez.
-¿Y crees de verdad que estarías mejor…

<<Muerta>> -pensó, pero antes de poder contestar el timbre volvió a sonar dando por finalizada la reunión y Ellen suspiró cerrando su blog de notas.

La chica se levantó del sillón y agarró sus cosas dispuesta a salir corriendo de allí cuando la psicóloga la llamó ya desde su mesa.

-Oye Anne –levantó el bolígrafo en el aire- recuerda que la directora dijo que no permitirá ni una sola falta de conducta más por tu parte o…
-… o seré expulsada definitivamente y no se me permitirá la entrada en este centro –bufó cansada, y dio un portado al salir de allí.


Era un lunes por la mañana y lo cierto es que Anne odiaba con toda su alma los lunes, aunque en realidad detestaba también los martes, y los miércoles, jueves y viernes tampoco quedaban descartados y por supuesto, los fines de semana, que eran tan apreciados por todos los demás chicos por poder estar todo el día en casa sin hacer nada, a ella le daban asco. Asco por tener que ver a su madre entrar con otro hombre, asco por ver a vieja y sucia casa vacía y muerta, asco por tener hambre y encontrarse el frigorífico vacío, o por quedarse sin agua caliente porque a su madre se le olvidó pagar los recibos o estaba demasiado drogada para llegar hasta allí.

Cruzó el pasillo esquivando a los demás estudiantes que entraban en una y otra aula en sus correspondientes clases, pasó al lado de dos adolescentes demasiado pequeños como para estar dándose el lote en el pasillo, y otros dos más metiéndose mano en la puerta de la biblioteca. Se cruzó a la zorra y matemáticas, la cual le devolvió la mirada con el mismo o más asco que el recibido. Se paró en el hueco de la escalera para sacar el horario del bolsillo exterior de su mochila y decidir si entrar en clase o saltar la valla.

“Lunes. Una y media. Música”.

Anne sonrió para sus adentros y miró una vez hacia la valla que cruzaba el instituto a lo largo y ancho del terreno antes de dirigirse hacia el aula. Al entrar vio que aún no había llegado mucha gente, por lo que caminó discretamente hasta la mesa de Jackie, una de las pocas, tal vez únicas personas que no aborrecía, sino que para su sorpresa había descubierto que era de su agrado, y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta para sacar una partitura arrugada y dejarla sobre la mesa.

Acto seguido recorrió la fila de mesas vacías y se sentó en el último pupitre de la clase. Esquina derecha, lejos de la vista de todos. Dejó a un lado, apoyado sobre la pared, su monopatín ya descolorido por el uso y se recostó sobre su mochila.

Cuando todos hubieron tomado asiento la profesora comenzó la clase tocando el piano y más tarde dibujando unos cuantos pentagramas en la pizarra. Anne se mantenía distante pero atenta a la explicación de cómo conseguir un sonido de eco en las notas más altas del piano y los movimientos necesarios del pedal. 

Distinta de todas las demás clases, Música era la hora en la que Anne ponía sus cinco sentidos e intentaba absorber la mayor práctica posible, y lo cierto era que hablaba enserio cuando le había dicho a la doctora Ellen que quería ser cantante, o puede que compositora, algo que esto último ya ejercía de forma voluntaria para la profesora Jackie, quien la había escuchado tocar una pieza en el piano de la escuela hacía dos cursos mientras todos los demás chicos jugaban en el recreo, y le había pedido más de ellas cuando se enteró de que aquello que sonaba era todo creado por la chica.

-Y entonces le dije que esta noche iría su casa y podríamos hacerlo si él quiere, aunque no sé si es pronto, empezamos a salir ayer por la tarde ¿Qué crees tú? –la voz chillona de la chica que estaba delante de ella impedía que Anne pudiera seguir el hilo de la explicación de la profesora. Le lanzó una mirada asesina, pero ésta siguió hablando indiferente- lo cierto es que con Mikel pasó el mismo día, pero…
-Eh, tú –bufó Anne, lanzándole una bola de papel a la rubia de lengua suelta- a nadie le importa con quien te acuestes. Cállate.

La aludida se giró en dirección a ella, con la mirada intensa y vacilante.

-¿Y a ti quien te ha preguntado, muñeca diabólica? –murmuró.
-Me ha preguntado tu madre, después de contarme lo avergonzada que está de tener una hija con las piernas tan abiertas a una edad tan temprana.

La chica rubia se sonrojó, Anne no supo si de rabia o vergüenza, y entonces entrecerró los ojos.

-Tal vez tu madre debería estar más avergonzada de ti –susurró- ya que su otro hijo se mató para no tener que aguantarte.

De repente la mirada de Anne se quedó congelada en los ojos de la otra, fríos y asesinos como una estaca de hielo. La rubia quedó muda e hizo amago de levantar las manos para alejar a Anne, pero ésta ya sentía el calor subir por su garganta y las manos convertirse en puños. Casi de un salto se puso en pié y tan solo un segundo después se vio lanzada hacia delante, cayendo sobre la ya no tan alegre chica, que supo, estaría maldiciéndose por dentro por haber abierto la boca.

<<Maldita hija de perra, voy a matarte>>

Todo pasó rápido y unos segundos después el murmuro general de la clase había quedado en silencio y la profesora corría hacia ellas cogiendo del brazo a Anne para separarla de la otra. Con dolos en los nudillos, Anne se alejó después de que la profesora le pidiera por favor que lo hiciera. Ella estaba segura de que si otra se lo hubiera pedido, también le habría tapado la boca con su puño, pero algo en Jackie le hacía tener un respeto que ni hacia su misma madre tenía. Anne se puso de pié aún con los ojos clavados en la rubia tirada en el suelo y con una voz calmada y gélida susurró.

-Si vuelves a nombrar a mi hermano te sacaré los ojos.



El timbre había sonado dos veces más durante las siguientes horas, anunciando el fin de la jornada lectiva para los estudiantes, pero en vez de salir junto a los demás e ir a casa, Anne se encontraba sentada sobre el fatalmente conocido banco frente al despacho del director, esperando ser llamada y juzgada otra vez. Ella había pensado tantas veces qué había pasado para que ahora se viera metida en tantos problemas que estaba olvidándose de la antigua Anne, la que visitaba el despacho solo para las reuniones de delegados o para pedir el permiso de alguna excursión. Desde hacía ya demasiado tiempo aquella chica formal y educada había sido encerrada en lo más profundo de su ser, dejando libre a la rebelde y desmotivada chica diabólica.

Así es como aquella puta la había llamado, y lo cierto es que no le molestó porque sabía que en parte tenía toda la razón del mundo. Ella tenía algo diabólico dentro. Su alma estaba oscura, consumida por los errores, las penas y las ganas de acabar con todo, y sus demonios interiores la azotaban de culpa y ansiedad cada día por no haber podido ser útil cuando de verdad era su oportunidad.

-Pasa –gritó el director desde el despacho, y Anne pensó que era tan asquerosamente vago que ni siquiera era capaz de levantar su gran culo de la silla para recibir a las personas.

Ella giró el pomo y entró en la boca del lobo. Vio al director Frank Lewis con su rechoncha figura y su corbata de horribles lunares azules mirarla seriamente desde detrás de su escritorio lleno de trofeos de futbol y baloncesto. En sus numerosas visitas al despacho Anne había llegado a la conclusión de que Lewis siempre tenía esa sonrisa seca y melancólica en la cara, además de su mal-humor-veinticuatro-horas debido a que su carrera deportiva se vio frustrada por su gran aumento de peso, que pensaba ella, habría sido fruto de alguna fuerte depresión. Intentaba que el director no le despertara ese instinto asesino porque sabía que su vida se había roto tanto como la de ella, pero realmente era difícil conseguir que ese hombre fuera agradable.

-Siéntate, pequeña gamberra –ordenó.

Anne obedeció en silencio, consciente de que esta vez la había liado de verdad. Al hacerlo, vio entonces que la profesora Jackie estaba de pie a un lado de la habitación, mirándola con real preocupación, cosa que a Anne le revolvió el estómago. Odiaba que sintieran lástima o pena por ella, odiaba que la gente intentara ayudarla, y la profesora de Música siempre lo había hecho. La había intentado proteger todo este tiempo, pero ahora ya no importaba.

-Y bien –entrelazó los rechonchos dedos de sus manos- lo has vuelto a hacer.

Anne miró al hombre fijamente esperando que acabara rápido con todo el drama.

-Supongo que sí.
-¿No te cansas de causar problemas, niña? –Murmuró- en el tiempo que llevas aquí me has visto más veces que a cualquier profesor, y eso debería ser imposible.
-Nada es imposible, dicen –dijo seca.
-Y todavía te quedan ganas de gastar bromas.
-No es una broma en realidad –murmuró- es un comentario sarcástico –y entonces vió que la cara de Lewis se tornaba de un rojo escarlata, por lo que se guardó la siguiente frase para otro momento.
-Se te aguanta la actitud rebelde, se te dan mil y una oportunidades, se te trata como a cualquier otro alumno e incluso se te proporciona una hora diaria con la psicóloga del centro, todo a cambio de que dejes de comportarte como un animal –bufa- pero no eres capaz de hacerlo.
-¿Por qué no iban a tratarme como cualquier otro alumno? –Espeta- no sufro ningún tipo de retraso.
-Tal vez si sufrieras un retraso tendrías excusa para portarte así, pero no gozas de ello.
-Ahora la discapacidad es un gozo –musitó- vaya.

El director la fulminó con la mirada, haciendo que esta volviera a quedar muda.

-Quedas expulsada de forma permanente de este centro de estudios –anunció triunfante- por lo que de ahora en adelante tu presencia aquí no será tolerada. Tus padres serán informados y tu expediente quedará marcado.

En ese momento, todo rastro de humor o sarcasmo en Anne quedó paralizado. Entonces se dio cuenta de hasta qué punto la había cagado.

-Pero yo no tuve la culpa –espetó- ella me provocó.

El director la miró indiferente.

-Como también todos te provocaron las otras veces –bufó- claro.

Y lo cierto es que así había sido. A pesar de la vida y los problemas que Anne cargaba a sus espaldas, a pesar de su conducta y sus respuestas astutas e hirientes jamás había sentido la necesidad de meterse con otros por diversión. Su comportamiento era simplemente una forma de protegerse contra todo después de que el universo intentara aplastarla una vez tras otra. Es cierto que había tenido problemas en el instituto, peleas y discusiones. Nadie podía negarlo, pero tampoco podían negar que ella no hubiera comenzado ninguna de ellas.

-No voy a quedarme quieta si se meten conmigo o con mi familia –murmuró.
-¿Qué familia? –susurró Lewis, y Anne sintió como esas dos palabras se clavaban en lo más hondo de su pecho ahogándola.

Era cierto. Ella ya no tenía familia. Los ojos le brillaron durante un segundo, antes de volver a ponerse fríos y distantes.

-Es usted un hijo de…
-Director Lewis –la cortó entonces Jackie, quien se había mostrado alejada de la conversación hasta ese momento- creo que podríamos hacer algo.

El director no le dedicó una mirada a la profesora, sino que siguió clavada en los ojos de la chica.

-Ya me has oído –espetó él- fuera de aquí.

El pecho comenzó a dolerle a Anne, tal vez por el ataque del amargado director o tal vez porque realmente no quería quedarse fuera del instituto, no quería ser expulsada a pesar de haber repetido varios cursos y saltarse clases. Anne no quería verse sola y tirada en la calle, no quería ser como su madre.

-Frank –la voz de Jackie sonó ahora más cálida y Lewis se giró hacia ella.
-¿Qué?
-Dije que tal vez haya una solución.
-Las soluciones son para los problemas y esto ya no es uno de ellos.
-Escucha –le pidió la joven profesora, y como si ejerciera un hechizo sobre él, quedó mirándola fijamente- dentro de cuatro semanas es el campeonato estatal de música. Sabes que nuestro instituto se presentará ¿no es así? –dijo.
-Así es –respondió.
-También sabrás pues, que el año pasado quedamos penúltimos por debajo de StateBoorks –prosiguió- lo que no conocías es que fue Anne quien preparó las partituras que nos elevaron tantos puestos por encima de anteriores años.
-¿Qué estás queriendo decir?
-Quiero decir que esta chica –miró rápidamente a Anne, quien la observaba confusa, pues nunca había querido tomar parte en aquel concurso- es la mejor compositora que he conocido. Hace partituras complejas de piano de cola y también sabe manejar los acordes de guitarra.

El rostro de Lewis se frunció, desconcertado.

-Y…
-Que la necesito para componer las bases de este año –finalizó- pues estoy segura de que quiere ganar usted la subvención que premia al vencedor para no perder el instituto.
-El instituto… -susurró él, y Anne recordó haber oído rumores sobre escasez de dinero y huelgas por falta de pago. Así que después de todo necesitaban ese dinero o el instituto se perdería.
Tanto Lewis como Anne comprendieron entonces a donde quería llegar Jackie.
-Creía que Travis, el inversor de este centro iba a encargarse de la preparación del concurso a petición suya.
-No él –musitó- su hijo. Su hijo es quien se supone, va a preparar las treinta y cinco partituras para dentro de cuatro semanas. Cosa que me parece improbable.

El director se llevó la mano a la frente para secarse el sudor.

-Pero tu…
-Yo estoy ocupada con las horas extras y las clases particulares para dirigir a los que participarán en el campeonato de música. No tengo tiempo para preparar partituras, Lewis. Y por muy grande e importante que sea el padre del chico es imposible acabarlo solo para entonces. Además Anne también fue a un conservatorio.

Y era cierto, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Todo lo que sabía lo había aprendido por ella misma, viendo tutoriales y pasando horas frente al piano que había sido un regalo para su hermano, pero que más tarde había cedido a su hermana cuando cumplió los ocho años.

Frank bufó como un caballo al que acaban de azotar y se puso en pié agobiado. Anne pasó la mirada del estresado Lewis a la casi sonriente Jackie esperando una respuesta.

-Está bien, está bien –levantó las manos en el aire- ¿Cuándo llega ese chico, el hijo de Travis? –preguntó.
-Mañana a primera hora.
-Está bien, y… -cogió aire- si mal no recuerdo ibas a pedirle a un alumno de tercero que le enseñara las instalaciones.
-Así es.

Lewis se plantó entonces frente a Anne y esta se puso en pié.

-Mañana a las ocho en punto deberás estar aquí, te presentarás ante el hijo de este señor y le enseñarás las instalaciones -<<instalaciones, las cuales eran escasas>>- y os pondréis a trabajar de inmediato. Estaré vigilándote con lupa, tanto que sentirás mi aliento en tu cogote cuando menos lo esperes –ese último comentario hizo que Anne reprimiera una sonrisa irónica, realmente había sonado mal ¿o era su cabeza? -La profesora Jackie –prosiguió-  te supervisará y si algo pasa las consecuencias caerán directamente sobre ella –señaló a la profesora, que se puso rígida de repente- además, por supuesto, de que estarás fuera de aquí en menos que tomo asiento.

<<Con tu trasero eso es un gran rato>> pensó, pero no dijo nada.

Anne meditó durante un segundo y entonces suspiró. No le quedaban demasiadas opciones, por lo que contuvo el aliento y dijo:

-Está bien.


Cuando cruzó la puerta de su casa sintió ese típico olor a ropa mojada, habitaciones vacías y polvo acumulado. Pasó la mirada recorriendo el salón, desde el cual también podían verse las demás habitaciones, y entonces se dio cuenta de que una vez más, allí no había nadie. Ella echó la vista atrás unos años y pudo sentir aún la sensación de entrar a aquella casa y ver todas las luces encendidas, el olor a comida recién preparada y la voz de su hermano recibiéndola. Pero todo aquello había desaparecido y ahora estaba sola, sola como un montón de basura.

Cruzó la habitación hasta entrar en su cuarto y arrojó la mochila hacia un lado junto a su skate. Tiró de sus botas de cuero desgastadas y se sacó la chaqueta fría por el aire de invierno que ya corría de noche por las calles. La chica se dejó caer sobre la cama y se llevó las manos a la cara, evadiéndose por un momento de todo lo que la rodeaba y haciendo un pequeño repaso al día. Pensó en la cara roja de rabia del director Lewis, en sus manos hinchadas sobre la frente y su mirada fría y burlona al decir “¿Qué familia?”. Anne había sentido en ese momento un impulso de agarrar cualquiera de sus trofeos de futbol y lanzárselo a la cabeza, pero por alguna razón no lo había hecho. Tal vez porque por una vez en su vida sabía que necesitaba quedarse en aquel instituto, o puede que fuera porque Jackie estaba allí. Entonces sus pensamientos se detuvieron en la profesora de Música y se preguntó por qué se había arriesgado tanto para conseguir que la chica no fuera expulsada. Recordó que aquella mujer la había sacado de problemas más de una vez y además siempre se había portado muy bien con ella. Demasiado bien. Y eso la inquietaba, pero a la vez la hacía sentir un poco menos prescindible en el mundo. Por otro lado, pensó entonces, estaba lo de aquel chico con el que tendría que trabajar para preparar las partituras. Esa idea la horrorizaba. Anne odiaba a la gente, odiaba a los chicos, pero aún más odiaba a los ricos y prepotentes niños de papá, y podría apostar su pierna de skater a que aquel era uno de ellos.


Anne sintió que algo mojaba su cara. Estaba frío y húmedo. En un principio pensó que estaba soñando o que simplemente serían sus propias lágrimas las que corrían por sus mejillas, como tantas veces había descubierto al despertarse, pero esa vez el contacto con su piel era más gélido, y cuando su piel se erizó supo que venía de fuera.

Abrió los ojos rápidamente y se quedó mirando fijamente la ventana de su habitación. Se había abierto por el aire y al otro lado estaba lloviendo. Eran gotas de lluvia lo que la había despertado. Esta bufó, poniéndose en pie a la vez que se frotaba los ojos y pasaba las manos por su cara para secarla, y entonces se dio cuenta de algo. A pesar de que las nubes tapaban el cielo la luz se hacía cada vez más fuerte.

Se había quedado dormida.

<<Mierda>> gruñó, y salió corriendo hacia el baño. Se abalanzó sobre la ducha y dejó que el agua fría tensara sus músculos. Frotó su pelo con rapidez y al salir pasó un peine por la larga melena sin pararse para verse reflejada en el espejo. A ella nunca le importó demasiado su aspecto, tal vez porque no necesitaba que nadie se fijara en ella, aunque de haberlo querido, con sus ropas de anchas y de rastrillo, sus botas y chaqueta de cuero y sus gorras dos tallas más grandes tampoco había tenido posibilidades de intentarlo.
Se colocó la mochila tras meter dentro un par de hojas en blanco y su skate, y salió corriendo bajo la lluvia.

Cinco minutos más tarde llegaba patinando a la salida de la calle que daba la bienvenida al centro. Echó un vistazo a su reloj y suspiró.

Eran las ocho y cuarto.

Tras llamar a la puerta del despacho que ya estaba iluminado, Anne pasó la manga de su chaqueta sobre la cara para secarla, aunque también ésta estaba mojada. Unos segundos después la puerta se abrió y reconoció de inmediato la horrible corbata de Lewis, quien en silencio, le indicó que entrara.

Al adentrarse en la habitación echó un vistazo rápido por ella, lo suficiente como para ver que un hombre alto y trajeado la observaba tras el escritorio, de pie junto al director. Frente a este y al otro lado, se percató de que un chico joven y de pelo alborotado la observaba con atención con una mueca en la cara. Apartó rápidamente la vista cuando sus ojos se encontraron y despacio, echó a un lado su skate y tiró de la manga de su chaqueta para dejarla sobre el respaldo de la silla. Después se sentó en silencio, cruzando sus ojos con los del director.

-Llegas tarde –espetó Lewis, en voz baja.
-Lo siento. Estaba lloviendo.
-Eso no es excusa –la miró insistente- si no vas a tomarte esto en serio…
-…Lo haré –le cortó ella.

Todos quedaron en silencio durante un momento y la tensión pudo notarse corriendo por la habitación. Anne estaba a punto de hablar de nuevo cuando la puerta se abrió tras ellos y Jackie entró sonriendo. Las miradas se desviaron hacia ella, lo que Anne agradeció inmensamente, aprovechando para pasarse las manos por el pelo mojado y recomponerse de su carrera al instituto.

-Buenos días –anunció ella- veo que ya estamos todos.

La mujer se colocó al otro lado del escritorio, junto con Lewis, de manera que se vio escoltado a derecha e izquierda por ambos presentes. Jackie miró ahora al chico que estaba sentado al lado de Anne, por lo que ésta giró ligeramente la cabeza para poder verlo también más detenidamente.

-Tú debes de ser Justin –dijo, amablemente. El chico se limitó a asentir- está bien. Ella es Anne –la profesora paseó la mirada hasta la chica, seguida por las de los otros tres. Volvía a ser el centro de atención, y eso no le gustaba.

Cuando los ojos del chico se posaron sobre ella, Anne pudo apreciar mejor la estructura de su cara. Había podido ver desde detrás su pelo de color miel, pero ahora apreciaba también sus ojos a juego. Bajó la mirada hasta su chaqueta negra y sus vaqueros ajustados. Como pensaba, él era un niño pijo.

-Hola –fue todo lo que se limitó a decir, secamente.
-Juntos prepararéis las partituras para el campeonato. Tu padre ha estado de acuerdo en que te asignemos una ayuda extra, pues es mucho trabajo para una sola persona –la mirada de Anne pasó ahora al hombre trajeado, que miraba a su hijo con expresión dura- espero que no tengáis problema en poneros a ello hoy mismo. Anne te llevará hasta la sala de música que hemos habilitado para que nadie os moleste.

Un calambre recorrió el estómago de la chica, y entonces recordó que no había comido nada desde el día anterior. Bajó la mirada al suelo llevándose una mano sobre la barriga y suspiró.

-Y bien –inquirió Lewis- ¿Alguna pregunta?

<<Si, algo como… ¿Por qué no te pones a dieta?>> pensó la chica, pero dijo:

-¿Cuántas horas tendré que pasar con esto? –murmuró Anne, y todos los ojos se clavaron en ella.
-Cuatro horas al día –respondió Jackie.

<<Me refería con “esto” a “ese” chico repeinado, pero el horario era mi segunda pregunta>> pensó.

-¿No iré a clase?
-Lo dices como si normalmente lo hicieras –bufó el director- no creo que tus notas varíen mucho. En cualquier caso, Jackie ha accedido a un suplemento en tu media final por ayudarnos con esto.

<<Las notas me traen sin cuidado>>

-¿Horario?
-De ocho a doce de la mañana.

Anne se rascó la nuca, intentando enlazar su nueva rutina. En ese momento el director puso delante de ellos un papel y les entregó a cada uno un bolígrafo.

-Firmad –pidió.
-¿Qué es esto? –habló ahora el chico de ojos castaños. Era la primera vez que Anne escuchaba su voz. Sonaba irritado, como si tuviera exactamente las mismas ganas que ella de estar en esa situación.
-Es un contrato –explicó Lewis- no tanto por ti como por ella –hizo un gesto hacia la chica- es para asegurarnos de que os comprometéis a realizar el trabajo y no nos dejáis tirados –los ojos fríos del director la miraron directamente- y sobre todo que os comportáis.

Anne soltó un bufido, y el chico la miró de reojo. Observó desde su asiento como se inclinaba hacia delante y escribía su nombre sobre la línea de puntos.

<<Justin Drew Bieber Mallette>>

Con un gesto seco, desplazó la hoja de papel hacia su derecha, y Anne agarró el bolígrafo con desdén. Se incorporó y garabateó sobre éste.

<<Mary Kerry-anne Clyde>>

El director le arrebató el papel y extendió la mano para recuperar sus bolígrafos. Antes de devolvérselo, el chico echó un vistazo a lo que Anne había escrito y la chica pudo ver como su boca se tornaba en una mueca y después en una risa.

-Bien pues –finalizó, levantándose de su asiento- podéis ir a la sala de música. Jackie os explicará todo lo que tenéis que hacer.

Lewis se giró entonces hacia el trajeado, tendiéndole la mano en señal de acuerdo. El hombre se despidió caminando hacia la puerta sin ni siquiera mirar a su hijo, y una vez en ella se volvió para decir:

-Compórtate, Drew.

Su voz sonó tan áspera que Anne sintió aversión hacia él. El hombre abandonó el despacho y ella vio como entonces el chico se relajaba en su asiento antes de ponerse en pié y salir también hacia el pasillo, donde Jackie los esperaba.

Anne giró sobre sí misma para seguirlo, y entonces se paró en seco recordando algo.

-Esto significa –captó la atención de Frank, que la miró aburrido- que no tendré que seguir visitando a nuestra querida Ellen.

Lewis soltó una risa y después la miró vacilante.

-Por supuesto que irás –susurró- me encargué de que tengas tiempo para ello justo después de acabar tu jornada.

La chica sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, y supo entonces que era rabia contenida. Aquel hombre disfrutaba jodiendo a los niños. Anne murmuró algún tipo de maldición para sus adentros y se volvió dándole la espalda, encargándose de cerrar con fuerza la puerta tras ella.

Al otro lado, Jackie hablaba con el chico, el cual cuando Anne se acercó clavó sus ojos en ella.

-Si acabáis al menos dos al día cada uno deberíais tener tiempo suficiente –comentaba la profesora- os iré supervisando. Podéis dejar libre vuestra imaginación siempre y cuando creáis que lo que hacéis tiene futuro en el campeonato. Anne es muy buena componiendo –le dijo entonces al chico, que la miraba aburrido- según lo que nos ha contado tu padre tú no te quedas atrás, por lo que espero que nos dejéis muy alto este año.

Anne asintió sin encontrar voz en su garganta, y la mujer volvió a entrar despidiéndose de ellos con la mano en el despacho. Ambos se quedaron entonces solos, la chica agarrando con fuerza su skate, el chico con las manos metidas en los bolsillos. El silencio se hizo durante unos largos minutos, tiempo que Anne pensó, fue el más incomodo de toda su vida. ¿Qué se supone que iba a hacer ella con este creído prepotente? Aún no habían estado juntos y ya sentía como el odio le oprimía la garganta.

-Vamos a la sala de música –murmuró Anne, y comenzó a andar dándole la espalda a éste.


No supo si él la había estado siguiendo hasta que entró en el salón, ocupado en el centro por una gran mesa de trabajo y a la derecha con un piano de cola y varias guitarras sostenidas por agarres, y la puerta se cerró detrás de ella para después oir pasos en su espalda.

-¿Se supone que aquí es donde vamos a trabajar? –murmuró él.
-Lo siento –dijo ella, dejándose caer sobre una de las sillas- se nos acabó el champagne francés y los bombones. Tampoco tenemos mayordomo.
-Yo no tengo mayordomo –espetó el chico, molesto.
-Lástima –bufó ella.

El silencio los invadió de nuevo y necesitaron diez minutos para acostumbrarse a la presencia del otro. Anne no recordaba ya el nombre del chico, que ahora jugueteaba con su i-phone recostado sobre el sillón más alejado de la sala, aunque lo cierto es que ella tampoco sentía la necesidad de intentar entablar una conversación. Solo pedía que el tiempo pasara rápido para poder desaparecer de allí. En ese momento, él alzó la mirada hacia ella e hizo otra de sus muecas.

-Oye, tú –la llamó.
-¿Qué? –dijo ella, seca y asqueada, dándole vueltas a una de las ruedas de su skate sobre su regazo.
-¿De verdad te llamas Mary Kerry-anne?

La chica se quedó callada ante la pregunta, que la pilló desprevenida.

-¿Tienes algún problema?
-No –murmuró- una vez salí con una tía que también se llamaba Kerry-anne, pero le gustaba más Kerry.
-Bien por ella –bufó Anne, sin saber por qué le contaba aquella historia.
-¿Eres escocesa? –dijo entonces. La chica levantó la vista para encontrarse con sus ojos- lo digo por el apellido. Clyde.
-Mi madre es escocesa –musitó.
-¿No llevas el apellido de tu padre? –ahora el chico se guardó el móvil en el bolsillo para prestar más atención.
-No tengo padre.
-Todos tenemos padre –espetó- un embrión, feto, bebé, como quieras llamarlo. No se forma solo por obra divina.

La chica le lanzó una mirada de cautela.

-Pues yo no conocí al que me engendró.
-Eso es otra cosa –finalizó.

La chica arrojó el monopatín a un lado y metió las manos en sus bolsillos.

-¿Haces skate? –señaló su tabla.
-No, lo llevo por moda –bufó ella- me gusta cargar con una tabla de madera con ruedas a todos lados ¿sabes? Me hace sentir cool.
-El sarcasmo es el recurso de los inseguros.
-Mira –se puso en pié entonces la chica- Jason, Jeyson, Jonson o como quiera que te llames. No quiero estar aquí y supongo que tú tampoco, así que hagamos esto rápido y larguémonos ¿vale?
-Justin.
-¿Qué? –dijo ella.
-Que mi nombre es Justin –espetó.
-Sí, muy bonito ¿algo más?
-Bueno –murmuró el chico- es mejor que el tuyo. Kerryan.
-Kerry-anne, imbécil –ladró.
-Te llamaré Clyde.
-No vas a llamarme de ninguna forma porque tú y yo no somos amigos.

El chico se quedó entonces en silencio y Anne pensó que había logrado molestarlo, pero se equivocaba. En su lugar una sonrisa burlona nació a lo largo de sus labios.

-Lo cierto es que no estoy interesado en ser tu amigo.
-Bien –bufó- porque yo tampoco quiero tener nada que ver contigo.
-No dije tampoco eso –sus ojos la atravesaron- más bien pensaba en otro tipo de relación - y por primera vez, se sintió realmente agobiada frente a aquel chico.
-Cállate.

Ella le dio la espalda entonces, dando por finalizada la conversación, y sacó de su mochila un papel en blanco y un lápiz que depositó sobre la tapa del piano, sentándose frente a él y posando los dedos sobre las teclas frías. Cerró los ojos un momento e intentó visualizar las notas en su cabeza antes de dejar que sus dedos corrieran por encima de éste, pero su concentración se vio una vez más turbada por la voz del chico que la observaba desde el fondo.

-¿De verdad tocas el piano? –preguntó, acercándose a ella.
-Realmente tienes unas preguntas estúpidas –suspiró- cierra la boca de una vez.

La chica movió ligeramente los dedos y una melodía llenó la habitación, haciendo que los ojos color miel que la observaban se intensificaran en torno a ella.


-Guau –susurró cuando hubo acabado unos minutos después.

Ella abrió de nuevo los ojos que había mantenido cerrados para sentir cada nota y memorizarla, y comenzó a escribir en el papel.

-En realidad lo haces bien –musitó él acercando una silla hasta su lado. Ella, al percatarse de su cercanía, se movió hasta el borde del banco poniendo distancia entre ellos.
-¿Y tú no? –el sarcasmo en la voz de Anne era palpable.
-Bueno, fui al conservatorio durante muchos años –meditó- pero lo cierto es que prefería estudiar a la profesora y a mis compañeras.

Anne rodó sus ojos hacia él y soltó un largo bufido de irritación.

-¿Quiere decir eso que no tienes ni idea de música?
-Sé tocar un poco el piano –respondió indiferente- pero no tengo el nivel que mi padre cree.

Anne se giró entonces quedando cara a cara con el rubio de ojos pícaros con una expresión de enfado e irritación que la recorría.

-¿Y se puede saber entonces por qué demonios has aceptado componer treinta y cinco partituras cuando no sabes ni sobreponer dos tonos? –La voz de Anne se volvió entonces seca- porque tú no sabías que pondrían a alguien a trabajar contigo.
-Los chicos como yo siempre acabamos teniendo ayuda –sonrió, pero a pesar de que esperaba alumbrar a la chica con su encanto ésta se dedicó a fruncir aún más el ceño- simplemente habría buscado a alguien que lo hiciera por mí.
-Ese es vuestro modo de vida ¿no es cierto? –Escupió ella- los ricos y prepotentes niños de papá, no movéis un dedo para ganaros nada. Simplemente estornudáis y al segundo tenéis a siete tíos peleándose por daros un pañuelo.
-Yo prefiero a las mujeres –bromeó.

Anne notó como la rabia calentaba su cara y se obligó a respirar despacio. Había prometido no cagarla esta vez. Por ella, por Jackie, por no verse tirada en la calle. Aquel chico frente a ella emanaba una seguridad de si mismo… se notaba que había crecido teniéndolo todo, y eso era algo que envenenaba a Anne como pocas cosas lo hacían. Al contrario de él, la chica tenía que luchar cada día por tener algo que llevarse a la boca. Había empezado a trabajar los fines de semana con tan solo doce años para poder tener un techo sobre su cabeza y se veía obligada a seguir peleando por cosas que a su edad no deberían tener que importarle. Y allí estaba Justin. Con ropa de marca, pelo alborotado y una sonrisa que la inquietaba de una forma irritante.

-¿Esperas entonces que yo haga todo el trabajo sola? –le lanzó una mirada envenenada de odio- porque no pienso hacerlo.
-No –dijo él- te ayudaré si es lo que deseas, pero no esperes una partitura de cinco estrellas. Siempre me las hicieron las chicas con las que salía.
-En primer lugar, no deseo nada de ti –aseguró- y en segundo, no se aprende a tocar sentándose frente a un banco y aporreando el piano, sino con práctica, así que tú vas a aprender. Y pronto.
-¿Dónde aprendiste tú?
-En el piano de mi hermano.
-¿Y por qué no lo llamas a él para que me enseñe? –se burló, pero entonces notó que la expresión de Anne se volvía gélida.
-Porque está muerto.

El chico se quedó en silencio durante un momento y después suspiró.

-Lo siento.
-No, no lo sientes.

El aire se tensó a su alrededor y él apartó la mirada para huir de los ojos fríos de Anne. Justin se volvió entonces hacia el piano e hizo un gesto a la chica para que se apartara. Tomó asiento y tras respirar unas cuantas veces empezó a tocar una sinfonía. Ella escuchó aburrida al principio, pero poco a poco fue tomando interés, hasta que finalmente se vio observando atontada al chico mientras moldeaba las teclas con sus dedos. Al acabar, éste la miro en silencio.

-¿Qué? –preguntó.
-No es tan horrible –comentó ella- aunque te falta práctica y algo de base.
-¿Y cómo has aprendido tú base? –Murmuró- eso se enseña con teoría y disciplina.
-Lo cierto es que sí que fui a un centro cuando era pequeña, pero demasiado poco tiempo <<puesto que mi madre entró en depresión cuando mi hermano murió y mi vida se fue a la mierda en todos los sentidos posibles>> -pensó esto último.

Justin abrió la boca para decir algo pero poco después la cerró y pasó la mirada por la sala hasta clavarla en el skate que descansaba sobre la silla más alejada.

-¿Y ahora qué? –espetó ella.
-No pareces la típica chica que va a los conservatorios.

Y eso era cierto. No ahora. Pero hubo una época en la que tuvo aspecto de persona y no de despojo humano. Un tiempo en el que podría haberse descrito como alguien feliz.

-Tampoco tú pareces el tipo de chico que se las lleva a todas de calle y tiene novias para cada día de la semana.

<<No es cierto, sí que lo parece>> se dijo a sí misma.

Él lanzó una carcajada.

-No las tengo, en realidad.

Anne meditó un segundo y optó por escupir sus pensamientos. Al fin y al cabo si lograba hacer que se sintiera mal la dejaría en paz. Así era su modo de huída.

-Claro –sonrió seca- solo te metes en sus bragas y después las dejas tiradas –hizo una mueca de burla- ¿así es mejor?
-¿Son eso celos? –Preguntó con sarna el chico –puedo entrar en las tuyas si quieres.

Anne se quedó quieta durante un momento, meditando si soltar ya una bofetada o esperar a coger impulso y propinarle un puñetazo en el estómago.

-Si lo intentas te daré una patada en los huevos.

El chico sonrió burlón, y entonces ella supo que se había topado de frente con la olma de su zapato. Maldito idiota.

-No hará falta porque tú me lo pedirás.

Éste último comentario hizo que los puños de la chica se cerraran sobre sus costados.

-Si hago eso tienes permiso para matarme.
-Si lo hago habré demostrado que tengo razón.
-¿Sobre qué? –espetó.
-Sobre que puedo tener a la chica que quiera.
-Das realmente un asco tremendo –escupió.

Justin se recostó sobre el banco del piano, apoyando su barbilla sobre los puños y mirándola fijamente.

-¿Odias a todos los hombres por igual o solo soy yo? –Sonrió- ¿tal vez eres lesbiana?
-Todos vosotros tratáis a las mujeres como basura –bufó- no tenéis respeto.
-Entonces sí que lo eres.
-No lo soy –se apresuró a decir- aunque tampoco estaría tan mal, viendo las opciones que hay en ese bando.
-¿Entonces qué? –Se burló- ¿tuviste un novio patético en la cama?

La ira recorría la garganta de la chica, preparada para gritarle todas las palabrotas que estaban cruzando su mente en ese momento.

-Eres imbécil –susurró ella en cambio, y se puso de pié recorriendo la habitación hasta detenerse en el otro extremo para darle la espalda.

Una vez más Justin la siguió.

-Realmente este tema me interesa –dijo, colocándose detrás de ella.
-Eres un maldito pesado –se giró, plantándole cara- déjame en paz o te daré una patada en la boca.

Ante su enfado, el chico rubio se sintió más interesado. Al parecer estaba pasándolo bien. Anne pensó que era uno más de todos aquellos que metían y metían mierda sobre alguien hasta que esa persona explotaba y acababan peleándose.

-Dime –sonrió- ¿eres virgen?

Anne estaba perdiendo la poca paciencia que la caracterizaba. En realidad, estaba sorprendida de poder retenerse durante tanto tiempo. Normalmente ya habría reaccionado.

-Dime tú –respondió en tono cortante- ¿eres retrasado?
-Lo tomaré como un sí –murmuró- aunque en realidad apostaría lo contrario.
-¿Crees que tengo pinta de ser una zorra? –siseó.
-No, para variar creo que tienes bastante personalidad –murmuró- pero que pretender llamar la atención con esas ropas –la señaló- y tu comportamiento inmaduro.
-¿Inmaduro? –Bufó- no soy yo quien está hablando de sexo.
-Hablar de sexo no es malo –su sonrisa se hizo más amplia- dime, ¿a qué edad?

En sus adentros algo estaba a punto de hacer clic. La chica contuvo el aire y entonces algo se nubló en su cabeza. No era hablar de sexo lo que la estaba haciendo sentir nauseas, sino el recuerdo de aquello para lo que jamás hubo estado preparada.

-Nueve –pensó con la mirada perdida ante el recuerdo, y entonces se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta.

<<Joder>>

El chico dejó caer la mandíbula y sus ojos se abrieron de par en par.

-¿Tenías nueve años?

Ella comenzó a ponerse nerviosa. Nerviosa de verdad. No podía creer aquel fallo cometido. ¿Cómo era posible que sin conocer de nada a este idiota estuviera contándole todo esto? Algo fallaba. Algo no estaba bien.

-No.
-Guau –murmuró- creo que acabas de batir un record.

La chica le dio la espalda y comenzó a andar hacia el otro extremo de la habitación. Las paredes estaban comenzando a volverse cada vez más estrechas, y para colmo él no dejaba de perseguirla.

-Oye Clyde –insistió- ¿no crees que fuiste algo rápida? –el chico, ajeno a las lágrimas que Anne había dejado correr por sus mejillas, observó su espalda ponerse rígida- ¿cuántos años tenía él? ¿Diez? –Espetó- incluso a esa edad yo estaba jugando con mis soldaditos de plomo.

Anne, incapaz de seguir soportándolo por más tiempo, dejó salir lo que tanto atrás había estado guardando en su interior. Aquel tema había empezado como algo inocente, pero aquel idiota no se percató de que el límite se había cruzado hace ya mucho. Sin ni siquiera pensarlo, vomitó sus pensamientos. Sus demonios interiores.

Se volvió hacia el chico con ojos vacíos y húmedos, y tras respirar una vez más dijo:

-Yo tenía nueve años. Él tenía treinta y dos –las manos le temblaron y luchó, cerrándolas en puños para no delatar su angustia- era el novio de mi madre y aquel día ella aún no había llegado –los ojos del chico se quedaron fijamente clavados en los de ella, y un suspiro entrecortado salió de sus labios- tenía la maldita costumbre de dejar entrar a aquellos hombre en casa. En nuestra casa. Y yo siempre estaba sola –susurró esto último tan bajo que ni siquiera ella misma pudo escucharlo. Como si estuviera preparado, el timbre sonó por cuarta vez dando por finalizada la jornada, y sin ni siquiera mirar a aquel que ahora la observaba inmóvil, cruzó rápidamente la habitación agarrando su mochila y salió corriendo de aquel infierno.


Era ya de noche cuando Anne volvió a mirar a través de la ventana de su habitación desde el rincón en el que solía encogerse y pensar cuando todo se le venía encima. Escuchó como pequeñas gotas chocaban contra el cristal y se mantuvo con la mirada fija en ellas mientras resbalaban. En su cabeza, solo podía pensar lo idiota que había sido al soltar aquello delante de ese chico al que ni siquiera conocía. Aquel día había salido corriendo del instituto. Sabía que Ellen la estaba esperando pero nadie, ni siquiera la psicóloga, podría ayudarla en aquel momento. Al echar mano a la mochila vio que su skate no estaba ahí y durante una fracción de segundo pensó en si volver a entrar para recuperarlo o seguir caminando con la cabeza bajo la capucha de su sudadera. Finalmente había optado por la segunda opción, pues lo último que necesitaba era volver a ver la cara de aquél idiota. Al cruzar la puerta por una vez se sintió agradecida de estar sola y se encerró en su habitación el resto del día. Ahora ella tenía los ojos hinchados y el corazón un poco más roto, pues contar aquello que más te atormenta nunca es fácil.


Cuatro y media de la mañana. Anne sintió un escalofrío recorrer su columna y se incorporó respirando con dificultad. Volvía a tener pesadillas. Fuera en el salón vio que una luz reflejaba sobre la ventana, lo que supuso era la pantalla de la televisión. Su madre estaba en casa. Salió de la cama y caminó hasta encontrarla tirada en el sofá. La mujer giró la cabeza al notar su presencia e hizo una mueca amarga.

-Kerry-anne –musitó.
-¿Dónde estabas? –espetó Anne con disgusto, reteniendo las lágrimas tras sus ojos.

Su madre se llevó una mano a la cabeza y supo por la expresión de su cara y el olor que emanaba de ella que volvía a estar borracha.

-Lo siento cariño –susurró- ven, acuéstate a mi lado.
-No quiero –bufó- dime donde estuviste.
-Kylan me llevó a su casa en la montaña –sonrió seca- pero discutimos.
-Ya –dijo seca.
-De todas formas eres lo bastante mayor como para cuidarte sola, no esperes que lo haga toda la vida.
-Es lo que llevo haciendo todo este tiempo –ladró la chica.
-Entonces vale.
-Tu anterior novio te regaló un maldito teléfono después de follar –escupió Anne, descargando la ira de todo su día sobre ella- ¿no es cierto? ¡Pues aprende a utilizarlo entonces y ten la vergüenza al menos de llamar para ver si tu hija sigue viva!

Su madre se tapó los oídos ante el tono agudo de la voz de su hija y frunció el ceño.

-No te enfades.
-No estoy enfadada –mintió- solo decepcionada por tener a alguien como tú de madre.

Anne se dio la vuelta dispuesta a volver a su habitación, cuando la mano de su madre se alzó y el sonido de ésta contra la cara de su hija emitió un golpe sordo. Tras esto, la chica se llevó la mano al lugar del impacto y miró con puro odio a la mujer que estaba tirada en el sofá.

-Ojalá desaparecieras, o ojalá lo hiciera yo. Cualquiera de las opciones me vale –susurró Anne, y tras esto se arrastró hasta la cama y se obligó a cerrar los ojos para contener las lágrimas.

Mary Kerry-anne odiaba con todo su ser llorar y sentirse frágil.



Habían pasado tres días desde que Anne se había metido en la cama rota por dentro y por fuera. Cuando había despertado a la mañana siguiente y vio que su madre seguía tirada en el sofá, decidió echar el pestillo de la puerta y desaparecer bajo las sábanas. Podría decir que había estado enferma, sus ojeras habrían estado perfectamente de su parte. Los siguientes dos días quiso arrastrarse hasta la puerta, pero tan solo tuvo fuerzas para llegar hasta la cocina y hurgar en el frigorífico un par de rebanadas de pan con queso. Se sentía abatida y no estaba segura de poder aguantar otro día como el pasado. Tras rendirse en la lucha corazón-conciencia, el corazón la arrastró de nuevo bajo las mantas.

El cuarto día era viernes, y la chica fue consciente de que ya había pasado una semana y no había hecho ni siquiera una miserable partitura. Si por ella fuera dejaría el instituto y se marcharía lejos con una maleta y un par de vaqueros limpios, pero Anne pensaba en aquel momento en la profesora de Música, quien había puesto la mano en el fuego por ella esta y otras incontables veces. <<La profesora Jackie te supervisará, y si algo pasa las consecuencias caerán directamente sobre ella>>. Además, por otro lado estaba su skate, olvidado en aquella aula del demonio. Anne no podía escapar sin su monopatín. Necesitaba ir a recuperarlo.

-Seguramente ya me habrán echado por faltar tres días seguidos –murmuró mientras se metía en las botas- pero al menos salvaré mi tabla con ruedas.


Con la primera escarcha de la mañana helándole la nuca, Anne traspasó la puerta del instituto con cautela. Esta vez no llegaba tarde, sino diez minutos antes de lo esperado. Había decidido hacerlo así para no tener que toparse con Lewis y su corbata sacada de circo. Atravesó el pasillo y para su sorpresa vio que el aula que habían preparado para componer estaba iluminada por dentro, además, una leve melodía se filtraba por el hueco entre la puerta y el suelo. Había alguien allí, y estaba tocando el piano. Anne giró el picaporte y entró con cuidado intentando no hacer ruido. Tras cerrar la puerta detrás de ella y levantar la vista hacia el piano de cola vio que quien estaba haciéndolo sonar era ni más ni menos que aquel chico rubio. Justin. Y lo cierto es que no lo hacía mal. Nada mal. ¿Le había mentido?

Anne recorrió el camino hasta la mesa de madera redonda que ocupaba el centro de la sala y se sentó en una de las sillas, sacando papel y lápiz con ella. De repente el piano dejó de sonar y el chico se giró en redondo buscando la presencia que sentía en la sala. Ella alzó la vista al notar que había parado para encontrarse con los ojos abiertos y cautelosos de Justin observándola, parecía ansioso. El chico se levantó despacio y caminó hacia ella.

-Anne –susurró, y la chica sintió una agradable vibración recorrerle la columna al escuchar su nombre por primera vez de la boca de aquel idiota.
-¿Qué? –murmuró ella volviendo la vista al papel.
-Creí… que no vendrías.
-Pues aquí estoy.

Justin guardó silencio buscando las palabras correctas, y entonces tomó asiento a su lado.

-Oye, lo siento –musitó- por lo del otro día.
-¿Qué sientes exactamente? –la voz de la chica era monótona y aburrida.
-Haber sido un imbécil contigo.
-Al fin lo reconoces –lo miró de reojo- es bueno saberlo.
-Yo no pensé que…
-Es cierto –le cortó- no pensaste. Vosotros nunca pensáis.
-Lo siento.
-Eso ya lo has dicho –espetó con voz fría, y al no obtener respuesta giró la cabeza para ver la expresión del chico. Realmente estaba arrepentido. Esperó durante un momento y entonces prosiguió- oye, no importa.
-¿Qué?
-Que da igual –murmuró- qué más da.
-No…
-¿Sabes si Lewis está al corriente de mis faltas? –interrumpió, evadiendo el tema. No quería seguir pensando en eso- si es así creo que no es necesario que vuelva a molestarme en venir.
-No lo sabe.

La respuesta del chico la desconcertó. Estaba casi segura de que…

-¿No?
-Jackie es quien ha estado viniendo, ella te cubrió frente a Frank. Le dije que te habías empezado a encontrar mal y decidiste irte a casa –el chico hizo una mueca- ella dijo que estaba bien siempre y cuando siguieras trabajando allí en las partituras.
-¿Has mentido por mi? –espetó la chica, medio irritada y medio sorprendida.
-Supongo.
-¿Por qué?
-No quería que por mi culpa te echaran de aquí.

Anne se quedó mirando fijamente al chico, y entonces llegó a una conclusión.

-¿Sabes? No eres tan idiota como pensaba.


Aquel día ambos trabajaron, Justin sobre la mesa y ella en el piano. Resultó que el chico sí que sabía componer, aunque nunca lo había intentado. Al llegar las doce, siete partituras estaban finalizadas y archivadas en la carpeta con la etiqueta “campeonato”. A pesar de que se habían mantenido en silencio, ella ya no notaba ese ambiente hostil y tenso que tiempo atrás los había acompañado. Siete partituras en un día era todo un record. Siete partituras en una semana era todo un retraso. Ambos tendrían que ponerse las pilas si querían que aquello llegara a algún sitio.


-¿Vendrás mañana? –preguntó Justin cuando el timbre anunció el final.
-No.

El chico se quedó en silencio y una mueca recorrió su cara.

-¿No?
-No, porque es sábado –bufó ella- y los sábados no hay instituto.
-Maldita sea –espetó- no lo recordaba.

Ambos coincidieron por primera vez en su risa y sus carcajadas retumbaron en la habitación. Se despidieron con la mano y Anne con su skate ya bajo el brazo observó como el chico recorría el pasillo mientras en su cabeza rondaba un pensamiento:

<<No está tan mal>>


El fin de semana Anne decidió ponerse a trabajar en las partituras, y tras romper su hucha e ir a por algo de comida china, se recostó sobre la cama con la música de su i-pod llenándole los oídos. El domingo por la noche antes de irse a dormir hizo un recuento de los papeles, haciendo un total de quince. Había pasado dos días hundida en esos folios entre notas altas y bajas, y eso los dejaba con veintidós partituras finalizadas y aún tres semanas por delante, por lo que ahora podrían relajarse e invertir más tiempo en las últimas. La chica cerró los ojos aún con las melodías recorriendo su cabeza y antes de quedarse dormida una imagen se reflejó tras los párpados. Era Justin, sentado ante el piano. Y tocaba para ella.



-Oye, ¿y por qué no incluimos una superposición de notas altas y bajas aquí? –Justin, sentado a su lado en el banco de piano que ahora solían compartir, garabateaba sobre el papel añadiendo notas y tachando otras cuantas.
-No creo que eso suene bien –respondió.
-¿Por qué?
-Son notas diferentes, no encajan –murmuró.
-También nosotros lo somos, y míranos –el chico le dedicó una amplia sonrisa.
-Cállate –espetó ella, pero ahora lo hacía con un cierto tono de amabilidad.


Doce y media. Hora de ir a visitar a Ellen. Cuando Justin y ella se despidieron en la puerta, ésta esperó a que él desapareciera por el pasillo para girar hacia el despacho de la psicóloga. Estos últimos días ambos chicos habían hablado e incluso ella se había atrevido a compartir unos cuantos fantasmas de su pasado. Por supuesto, no había nombrado a su madre y tampoco su desastrosa vida, pero sin embargo sentía que realmente podía contarle cualquier cosa a ese idiota.


-¿Cómo te sientes? –preguntó Ellen detrás de su blog de notas.
-Bien.
-¿Estás segura?
-¿Por qué no iba a estarlo? –respondió la chica.
-He escuchado por ahí que estas en un proyecto.
-Su sentido del oído es muy agudo –bufó.
-¿Por qué has estado todo este tiempo sin venir a hablar conmigo?

La chica dudó un momento.

-He estado enferma.
-No te creo –espetó la psicóloga.
-Ese es su problema.

Garabateando en su libreta, la doctora lanzaba miradas intensas a la chica. Cuando hubo acabado de escribir, se aclaró la garganta y dijo:

-Háblame de ese chico.

Anne sintió que un nudo se cogía en el estómago.

-Es idiota.
-¿Por qué crees eso?
-Simplemente lo sé –murmuró- pero no es tan idiota como otros idiotas.

Ellen asintió.

-Cuéntame cómo estás llevando ese proyecto.
-No sé qué tiene de especial. Cuatro horas al día nos encerramos a componer. Después nos despedimos y cada uno se va por su lado.
-¿Cuánto tiempo lleváis haciendo esto?
-Dos semanas –contestó seca.
-Días.
-Once días –concretó.
-¿Has hablado con él sobre tu pasado? –preguntó, y a Anne se le encogió el pecho ¿sabía ella algo?
-No –murmuró- ¿debería?
-No lo sé ¿deberías?
-No lo creo.
-Pero pasáis mucho tiempo juntos.
-También con usted y eso no significa que seamos amigas.
-Yo no te atraigo sexualmente –aseguró.
-Tampoco él –se apresuró a decir Anne.

<<Mientes>> le dijo una voz dentro de su cabeza.



El tiempo había seguido pasando y a tan solo una semana del campeonato prácticamente todo estaba acabado. Anne y el chico habían resultado ser el ying y el yang. Tan opuestos, tan distintos y a la vez tan iguales de modo que uno complementaba al otro. La complicidad con la que trabajaban y la paz que la chica sentía cuando estaba con él había comenzado a asustarla. Ella no estaba acostumbrada a sentir eso, ella simplemente… odiaba a todo el mundo. O eso solía pensar. Ahora, cada mañana se levantaba con una sonrisa en la cara deseando llegar y sentarse a su lado junto al piano. Eso era simplemente todo lo que quería hacer.

Aquel día se encontraban especialmente aburridos mientras repasaban todas las partituras que habían hecho hasta el momento para sacar nuevas ideas sobre las últimas tres restantes. Anne estaba recostada sobre una de las sillas y Justin presionaba las teclas del piano sin tocar nada en especial.

-¿Qué más podemos escribir? –dijo él.
-Es cuestión de inspiración –aseguró- no salen así porque sí.
-Todas las otras lo hicieron –susurró.
-Los finales son siempre los más complicados –respondió la chica, mirando a Justin directamente a los ojos.
Ambos se quedaron en silencio, perdidos en la mirada del otro como otras veces antes les había ocurrido, y lo peor, según Anne, era que no le resultaba incomodo sino agradable, y eso la asustaba.
-Ya sé –musitó- hazte a un lado.

La chica se sentó junto a Justin en el banco y comenzó a intercalar varias notas a la vez. Le pidió que colocara los dedos sobre unas determinadas teclas y siguiera un patrón de tiempo mientras ella hacía lo mismo al otro lado con las notas altas. Cuando ella dio la señal ambos comenzaron a recorrer el teclado. Cuatro manos bailando sobre blanco y negro. Al principio sonó como una nube alborotada, un caos, y después… una melodía compleja pero legible que hizo que Justin tuviera que parar un segundo ante la sorpresa para luego volver a retomar el ritmo. Ambos, uno pegado al otro, sentían la agitación mientras el sonido llenaba la sala. Era una melodía intensa pero alegre, llena de sentimiento. Sus manos se entrecruzaban y ella podía sentir la respiración del chico muy cerca de su cara. Cuando la canción hubo llegado a la parte más alta de su repetición, Anne probó tres teclas más arriba para intensificar el tono, de modo que las manos de ambos llegaron a rozarse por un momento. Un momento que Anne creyó congelar dentro de su mente. Era la primera vez que ambos se tocaban piel con piel, y el calor que sentía de Justin emanando junto a ella sobre su costado la hacía sentirse agitada. El chico la miró turbado cuando sus dedos volvieron a rozar los de la chica, esta vez, pensó ella, de forma deliberada. Y de repente la canción cesó y ambos se buscaron con la mirada. Girando a la vez la cara para encontrarse, los dos quedaron frente a frente en un pequeño espacio apenas perceptible. Ella pudo sentir el calor de sus labios llamándola, él bajó la mirada hasta los de la chica pareciendo sentir lo mismo. Sin poder evitarlo o si quiera siendo conscientes de ello, Justin comenzó a acercarse más a Anne de modo que menos de una tecla alta de piano los separaba. A penas unos centímetros, piel con piel aún rozándose con las manos, ambos con la mirada posada sobre los labios del contrario, ambos pidiendo lo que antes no se habían atrevido. Y entonces ella comprendió que todo ese tiempo había estado deseando que ese momento llegara. El silencio se hizo en toda la habitación y la chica sintió como su respiración se agitaba, ambas chocaban ahora ansiosas por convertirse en una y ella, al alzar la vista a los ojos del chico por un momento pudo ver la excitación en su mirada. Un segundo después Anne sintió la mano de Justin sobre su cadera y poco después la otra sobre su mejilla. El chico cerró los ojos y ella le imitó, dejando que la distancia desapareciera entre ellos para que…

Un golpe sordo sonó al otro lado de la puerta y ambos retrocedieron precipitadamente. Anne saltó, poniéndose en pié de forma casi inconsciente, y un momento después Jackie entró en la sala quedándose de pié junto a la puerta.

-¿Interrumpo? –preguntó, y al ver a Anne con las mejillas rojas y a Justin, aún sentado sobre el banco con la mirada ahora fija en el suelo, emitió un sonido que pudo relacionarse con un “ups” desde su boca.
-Pasa –susurró Anne, buscando la voz en lo más hondo de su garganta.

La profesora lo hizo, aún insegura, pues podía notar también el ambiente condensado e intenso que allí se había formado momentos antes.

-Venía a recoger las partituras de ayer, y si habéis terminado… también las de hoy.

La chica tragó pesadamente saliva y se dirigió al piano, donde descansaba una hoja de papel en la que habían estado trabajando. Pasó junto a Justin sin ni siquiera poder mirarlo y corrió hasta la mesa de trabajo, donde acabó de garabatear unas notas, las cuales habían tocado minutos antes y se las entregó junto con otro puñado de papeles.

-Genial –dijo Jackie- ¿Cuántas hay?
-Treinta y tres –murmuró la chica.
-Oh, solo dos entonces.
-En realidad una –anunció Anne, y caminó hasta su mochila para sacar otra hoja arrugada del bolsillo delantero- esta la acabé anoche.
-¡Una! –Exclamó la mujer- ¡Eso es fantástico! Y aún tenéis mucho tiempo.

Jackie buscó una expresión de alegría en la cara de los chicos, pero solo pudo reconocer vergüenza en la de Anne y una especie de irritación y desdén en la del chico. La mujer asintió al ver que no habría respuesta y abandonó entonces la sala, dejándolos solos de nuevo. Anne miró fijamente al suelo armándose de valor para encarar al chico y entonces el timbre anunció que eso no sería necesario. Ésta suspiró y agarró su mochila para dirigirse a la puerta, pero entonces Justin la llamó y dijo:

-Anne ¿te apetece salir a dar una vuelta esta noche?

La chica se quedó inmóvil durante un momento y entonces respondió.

-Claro.



Nueve en punto de la noche.

La chica se encontraba por primera vez con algo que no eran sus viejos jeans desgastados y sus botas de cuero rasgadas. En su lugar Justin había querido llevarla a ver una de las últimas películas en cartelera, y a pesar de que ella le había dicho no poder pagarlo el chico había insistido en invitarla. <<Cosas de niños ricos de papá>> le había dicho, imitando su voz. Ella había decidido ponerse unos tacones que reservaba para momentos muy especiales y que había conseguido ahorrando durante dos meses de trabajo, y unos shorts ajustados que estilizaban sus piernas. No solía arreglarse por lo que no tenía vestidos ni faldas. En su lugar optó por una camisa de tirantes y una cinta en el pelo en lugar de su habitual gorra de skater.

<<Me veo rara>> pensó frente al espejo de su cuarto, pero antes de que pudiera decidir si cambiarse o no, la puerta sonó ruidosamente y ésta se vio corriendo hacia ella. Le había dicho a Justin que prefería quedar directamente en el cine pero él había preferido ir a buscarla. Todo un caballero, había pensado. Un caballero idiota.

Al abrir la puerta se topó de lleno con un chico de vaqueros caídos y chaqueta negra de cuero. Él siempre solía vestir elegante por lo que el cambio no se notaba especialmente, aunque Anne sí pudo observar que había cambiado sus deportivas por unos zapatos y su camiseta de manga corta por una camisa blanca. Además olía a perfume, algo que siempre la había vuelto loca. Lo único que le gustaba de los hombres era su perfume. Irónico, pues ahora ya no pensaba lo mismo. Le gustaba todo de ese chico, peligrosamente todo. Sus ojos caramelo intenso se clavaron en ella observándola con interés. El chico pasó sus ojos de arriba abajo primero por sus zapatos, sus piernas, y después por su pelo. Finalmente sonrió.

-Estas preciosa, Clyde.
-Estoy… rara –musitó.
-Te sienta bien.

Ella notó como el chico se la comía con los ojos y sintió como el rubor de sus mejillas se hacía visible. Cerró la puerta detrás de ella y ambos entraron en el coche de él. Como no, Justin conducía un range rover negro platino. Malditos niños de papá.

-¿No podías elegir un coche un poco más extravagante? –se burló ella cuando tomaron asiento en el interior.
-Bueno, podría haber traído el ferrari.
-Estás de coña –murmuró, pero sabía que no lo estaba.


Tras sacar las entradas y hacerse con un par de cubos de palomitas ambos entraron a la sala y se acomodaron en uno de los sillones del fondo ella. Para su sorpresa no había demasiada gente, y antes de que las luces se apagaran Anne se acerco al chico y le susurró al oído:
-Esto no es una cita.

Justin sonrió ampliamente y la miró con los ojos brillantes.

-Por supuesto que no, solo estamos viendo una película.

La chica asintió y se acercó un poco más a él justo en el momento en el que la sala quedaba a oscuras. Cuando los títulos salieron en la pantalla Justin giró la cabeza hacia ella y le murmuró:

-A pesar de ello, si quieres que lo sea solo tienes que decirlo.

Ella volvió a sonreír, pero el chico no pudo darse cuenta. La película comenzó y el silencio se hizo en toda la sala.


Anne estaba nerviosa, no entendía el motivo pero realmente lo estaba. Sentía a ese chico pegado a su costado con el calor rozándola suavemente y solo podía pensar en cuánto tiempo quedaría para que las luces se encendieran y dejara de pensar todo lo que se le estaba pasando por la cabeza hacerle.

<<Pero yo no te atraigo sexualmente>> le había dicho la psicóloga.
<<Tampoco él>> respondió la chica.

Ahora estaba cien por cien segura de que aquella había sido una de sus mayores mentiras.

De repente una mano se posó sobre su pierna desnuda y notó la calidez quemar su piel, era la mano del chico. Se arrastró, rozando cada centímetro de su muslo hasta encontrar la mano de la chica, y entonces sus dedos se entrelazaron. En la oscuridad pudo ver el brillo de los ojos de él y estuvo casi segura de que también Justin pudo ver el reflejo de su sonrisa. Ella estaba sonriendo de verdad después de años. Después de lo que ella consideraba una eterna vida.


Las luces se encendieron y Anne sintió el impulso de zafarse del agarre del chico. Sus manos habían seguido entrelazadas, pero cuando la gente comenzó a ponerse en pié él no movió un músculo. Sus dedos seguían abrazados.

-¿Te gustó? –susurró él a su lado.

<<¿Sentir tu piel contra mi piel? Más de lo que me hubiera gustado que me gustase>>.

-¿A qué te refieres?
-A la película –sonrió pícaro, y la chica se sintió idiota.
-Ha estado bien.

El chico hizo ademán de ponerse de pié y ella se preparó para soltar su mano, pero en vez eso Justin tiró de ella alzándola a su lado y sus dedos permanecieron juntos en todo momento.

-¿Tienes hambre? –murmuró en su oído mientras salían a la calle.

<<Tengo hambre, de algo que nunca había sentido antes>> pensó.

-Mucha –respondió en cambio.


Estaban en un restaurante chino, al cual Justin la había llevado pues recordaba que una vez aquellos primeros días ella murmuró “tengo unas tremendas ganas de fideos tres delicias”. Era un idiota con buena memoria.

Sentados frente a frente en una mesa al fondo, él sonrió y un momento después negó con la cabeza como para espantar un pensamiento inoportuno.

-¿Qué pasa? –preguntó ella.
-Nada.
-Dímelo –insistió la chica.
-Estaba recordando el primer día que te ví.

Anne echó la vista atrás e hizo una mueca al recordarlo también.

-Ugh –gruñó.
-¿Qué?
-Llegué tarde, agitada, corriendo y empapada de arriba abajo. No fue uno de mis mejores días.
-No opino lo mismo.
-¿Por qué? –murmuró ella, desconcertada.
-Me dijeron que una chica me iba a ayudar con las partituras y era muy buena con el piano, así que en mi cabeza imaginé a la típica chica rica y prepotente con demasiado brillo de labios y gafas de pasta –susurró.
-Estás describiéndote –bufó ella.
-Yo no uso brillo de labios.
-Pero si eres rico y prepotente.

El chico se quedó en silencio y un minuto después prosiguió.

 -En cambio apareciste tú, con tu pelo mojado, tu monopatín bajo el brazo, una gorra y unas botas de cuero. Realmente fue una sorpresa. Jamás imaginé que tú fueras capaz de tocar una sola nota. Tenías esa imagen de chica rebelde.
-Supongo que no estás acostumbrado a chicas como yo –murmuró.
-Precisamente por eso me gustas tanto –musitó, y una sonrisa recorrió su rostro, dejando al descubierto unos dientes blancos y alineados- eres justo el tipo de chica que no se encuentra en mi mundo.

En ese preciso instante las manos de ella comenzaron a temblar y se vio obligada a juntarlas bajo las piernas para no delatarse. El rubor de sus mejillas volvía a emerger de lo más hondo de su rostro y se sintió por primera vez como una adolescente. Una verdadera adolescente.

-Tú tampoco eres lo que me esperaba –susurró.
-¿Y eso es bueno?
-Creo que si –dijo ella- esperaba a un idiota total y resulta que solo eres un medio idiota –la chica sonrió y él la miró fijamente.

El silencio se hizo entre ambos y entonces él le susurró:

-Me encanta cuando sonríes.


Una hora más tarde ambos se encontraban tomando el postre. Él, una bola de helado de chocolate, ella, una de vainilla. Hablando de uno y otro tema, ambos reían y la chica se sentía más viva de lo que había estado en toda su vida. Justin le devolvía las ganas de comerse el mundo y eso era algo que en parte la aterrorizaba, pues cuando se marchara, porque estaba segura de que lo haría, volvería a sentirse tanto o más vacía que antes.

-¿Qué crees que deberíamos hacer para esa última composición?
-Creo que debería ser especial –dijo él.
-Mañana es el último día que pasaremos trabajando en esto ¿eres consciente de ello? –Murmuró la chica- después nos volveremos a ver el día del campeonato y después…
-… y después seguiremos haciéndolo –aseguró él.

Anne miró fijamente a sus ojos y vio en ellos una sombra que antes no estaba ahí. Era melancolía. Ninguno de ellos quería dejar de componer. Ninguno de ellos quería levantarse sin tener que ir a buscar al otro. Habían encontrado su rutina perfecta.

-¿Puedo probar tu helado? –dijo ella, distraída.

Él acercó el plato hacia ella. La chica se llevó la cuchara a los labios y los mojó con el helado. Justin la observó intensamente mientras tanto.

-Puedo… ¿yo? –preguntó.

Ella asintió tendiéndole su copa. El chico llevó también su cuchara a la boca, y tras saborearla dijo:

-Hemos ido al cine y compartido un helado –su sonrisa se hizo ahora tímida- ¿es esto ya una cita?

La chica bajó un momento la mirada hasta sus manos y entonces buscó directamente sus ojos.

-Sí.



Cuando el coche de Justin aparcó frente a la casa de la chica, él se bajó rápidamente para abrir la puerta del copiloto y ayudarla a bajar. Ésta consideró el acto innecesario, pero en lo más profundo de su ser se sintió como una princesa en un cuento de hadas.

-Bueno… -murmuró él una vez frente a la puerta de la casa- supongo que… nos vemos mañana.

Ella dudó un momento y entonces suspiró armándose de valor.

-¿Quieres pasar?

Los ojos de Justin se iluminaron ante su petición y una sonrisa pícara nació en su cara.

-No puedo negarme.



-Tienes una habitación bonita –comentó el chico observando apoyado sobre el escritorio.
-No lo es –contestó ella desde el baño- pero gracias por el cumplido.

Cuando volvió a salir sus tacones habían desaparecido y el lazo ahora recogía su cabello en un moño alto sobre la cabeza.

-¿Siempre estás sola? –preguntó él.
-La mayor parte del tiempo, si.

El chico se acercó hasta donde ella estaba y entrelazó de nuevo sus dedos. Ella sintió como la sangre se calentaba bajo su cara por la cercanía que sus cuerpos habían tomado y notó la respiración de Justin sobre sus labios. Cuando él habló lo hizo en un susurro.

-No quiero que desaparezcas cuando toda esta mierda haya acabado.

Ella sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

-No voy a hacerlo si tú no lo haces.

Y así, sin más, el silencio los rodeó aislándolos de todo lo exterior. Cualquier cosa que no fueran ellos dos desapareció y tan solo podían ver sus ojos intensos y sus labios emitiendo pequeños jadeos entrecortados a medida que se acercaban. Ahora estaban solos, nadie iba a interrumpirlos. El chico pasó una mano por su pelo y la posó sobre su mejilla, mientras que con la otra ejerció presión sobre la cadera de la chica para acercarla más a su cuerpo, y así, con los ojos cerrados y su piel rozándose Justin acarició los labios de Anne con los suyos propios mientras ésta se estremecía bajo ellos. La chica subió su mano hasta el pecho de él tirando de su camisa hacia delante, por lo que las distancias quedaron reducidas a la nada y ésta se vio dentro de los labios de Justin, húmedos y cálidos, peleando por abrir paso con su lengua en busca de la de la chica. El beso en un principio lento se hizo ahora más intenso a medida que el calor los invadía y de repente ambos comenzaron a tener demasiado calor a pesar de que el frío de la noche entraba por la ventana. Anne sintió que necesitaba estar aún más cerca de él y avanzó hasta aplastarse contra su pecho. A ambos comenzaba a estorbarle la ropa, ahora necesitaban más. Más el uno del otro. Más para convertirse en uno solo. Ella lo deseaba desde hacía tiempo y él lo había hecho desde el primer momento. Ahora ellos estaban juntos y ahora quien los guiaba era el corazón.

En un movimiento ágil y fuerte Justin subió a horcajadas a la chica sobre su regazo, enredando esta las piernas sobre su cintura. El chico la abrazó con fuerza por las caderas para atraerla completamente hacia él y su beso se hizo desesperado. A tientas se dirigieron hacia la cama, donde se dejaron caer él encima de ella. La chica buscó aceleradamente los botones de la camisa blanca y lo desprendió de la tela dejando su torso al descubierto. Anne pensó entonces que ese idiota era realmente guapo. El chico le sacó rápidamente la camiseta y después comenzó a trabajar en sus shorts a la vez que ella desabrochaba el cinturón de él y lo arrojaba a un lado. En un momento ambos se vieron desnudos y pidiendo entrar dentro del otro. Justin besó duramente a la chica antes de separarse un segundo emitiendo pequeños gruñidos.

-Anne -jadeó- si no estás preparada…

Pero en los ojos del chico se podía ver la desesperación por una afirmativa, así que cuando la chica le respondió <<hazlo>> él no dudó ni un segundo en buscar a tientas un pequeño paquete plateado en uno de los bolsillos de sus vaqueros y rasgarlo con los dientes, se lo colocó rápidamente con desesperación y un segundo después entró en ella. Anne sintió como cada músculo de su cuerpo se tensaba ante la presión del chico dentro de ella. Sus labios la devoraban y sus respiraciones chocaban como dos huracanes que se encuentran en medio de un camino. Justin la miró con ojos frenéticos y volvió a entrar en ella, esta vez más fuerte, y más, hasta que el ritmo se hizo firme y Anne comenzó a mover sus caderas a la vez que las embestidas de él se hacían más fuertes. Un juego en el que ambos estaban al límite. Aquello le recordó a la chica a la última partitura creada, con los dos pasando sus dedos por el piando, caos al principio, éxtasis después. Y cuando el momento cumbre llegó y ella sintió que Justin se tensaba sobre ella y emitía un sordo gruñido giró sus caderas por última vez para permitirle la liberación, y segundos después dejarse arrastrar con él dentro de una espiral de intenso deseo.

Cuando el peso del chico la aplastó sintió que perdía el aire por un momento, pero al siguiente él ya estaba repartiendo el peso sobre sus codos permitiéndole un hueco a la chica bajo él. Justin abrió los ojos aún con las pupilas dilatadas y la respiración agitada y se inclinó hacia delante para posar un casto beso sobre los labios de la chica. Ella, en cambio, a penas pudo escuchar lo que dijo a continuación, pues todo se volvió oscuro y su respiración se hizo más pausada a medida que ella se quedaba dormida.



Cuando un rayo de sol calentó su cara Anne abrió los ojos pesadamente. La ventana seguía abierta pero al contrario que en días anteriores hoy el sol se colaba a través de los cristales. La chica sintió frío de repente y buscó a tientas lo que por la noche le había dado calor, pero allí, una vez más, ella estaba sola. En ese momento recordó lo que había ocurrido y se incorporó buscando al chico que había desaparecido. Pasó los ojos de un lado a otro de la habitación y entonces su mirada se posó en un trozo de papel sobre el escritorio. Ella se enroscó en la sábana y salió de la cama para cogerlo. Era una nota.

<<Siento no estar aquí cuando despiertes, tenía que acabar unos asuntos en el instituto. Nos vemos después. PD: Estás preciosa cuando duermes. –Justin>>

El corazón se le encogió al ver su nombre al final del papel y miles de recuerdos de la pasada noche le inundaron la mente. Todo esto era real a pesar de que al despertar creía haberlo soñado.


Tras darse una ducha y volver a colocarse sus jeans ajustados y una camisa color rosa fuxia bajo su chaqueta, agarró un donut del frigorífico y salió camino al instituto. En monopatín el trayecto se reducía a cinco minutos, por lo que le dio velocidad en la cuesta y en menos de tres se plantó frente a la puerta de la entrada. Con una sonrisa en la cara entró atravesando el pasillo hacia la sala del piano, pero al pararse frente a ella vio que dentro las luces estaban apagadas y dentro todo estaba vacío. Normalmente Justin siempre llegaba primero y la esperaba sentado sobre el banco de piano tocando alguna melodía. Esta vez, todo estaba oscuro y frío. Ella arrojó su mochila hacia un lado y encendió las luces. Decidió esperarlo tomando ideas para la última partitura y comenzó a garabatear sobre el papel en blanco. Diez minutos después decidió ir a ver qué estaba pasando. No era normal que él se retrasara.

Salió al pasillo y tomó rumbo al despacho del director, justo cuando pudo ver dos figuras al doblar la esquina. Para su sorpresa una de ellas le resultó extrañamente familiar. Ella había estado bajo esos hombros. Era Justin. Y estaba con una chica. Anne suspiró y tomó aire varias veces antes de seguir andando pensando en qué podría decirle después de aquella noche. Caminaba intentando ordenar sus ideas con la vista fija en el chico cuando de repente su mirada se nubló por un momento y acto seguido ambas siluetas estaban compartiendo algo.

Un beso.

Justin y esa chica estaban besándose frente a sus narices.

Ese estúpido idiota lo había hecho.

Ella se paró en seco cuando sus músculos se tornaron rígidos mientras veía como aquella chica tomaba lo que antes había creído suyo. Anne quería gritar. Sintió la necesidad de correr hacia ellos y gritarles que eran unos malditos perros pero en su lugar solo pudo quedarse muy quieta y con la mirada fija en él. Un segundo después el chico se separó y Anne tuvo el tiempo suficiente como para ver que él se giraba para plantarle cara y sus ojos se quedaban inmóviles en los de ella. El chico comenzó a andar hacia ésta mientras decía algo, pero ella no pudo lograr entenderlo, pues solo tuvo tiempo para salir corriendo y dejarle atrás.


Entró precipitadamente a la sala de piano y cerró la puerta detrás de ella atravesando entre el picaporte y el suelo una de las sillas ejerciendo presión para evitar que pudieran abrirla desde fuera, consciente de que Justin la seguía. Un segundo después de lograr poner la silla la puerta se movió por un golpe y ella comenzó a escucharle gritar desde fuera. La chica se apalancó de espaldas contra la pared para evitar que pudiera apartar la silla con sus empujones y llevándose las manos a la cara para contener las lágrimas que amenazaban con salir se dejó arrastrar hasta caer al suelo. Ella podía escuchar al chico al otro lado de la puerta.

-¡Anne! –Gritaba- ¡Ábreme! ¡Puedo explicarlo! –Ella tan solo podía recordar todo lo que había creído real y no era nada- ¡Anne por favor, no es lo que piensas! –en ese momento se odiaba por haberse dejado mostrar frágil -¡Por favor!- Se odiaba por estar llorando por alguien que no lo merecía -¡Anne ábreme la puerta!- Se odiaba por haber dejado que alguien entrara en su vida cuando no tenía intención de quedarse –¡Joder, déjame explicártelo!- Se odiaba por ser estúpida –Anne… -Al fin y al cabo, seguía odiándose como cada día.

Cansada de escuchar a aquel imbécil se arrastró hasta agarrar su mochila y se puso en pié. Se secó las lágrimas y suspiró para intentar mantenerse en calma, aunque nada estaba en calma en su interior. Se colocó bien su skate bajo el brazo y de una patada apartó la silla, que cayó de lado en un extremo de la sala. Cerró los ojos un momento buscando contención y entonces abrió la puerta sabiendo lo que se encontraría al otro lado.

-Anne… -Justin estaba con ambos brazos sobre la puerta, apoyando la cabeza en señal de irritación.

Ésta salió rápidamente y le ignoró, atravesando el pasillo. Un momento después el chico le pisaba los talones.

-Clyde escúchame –le pidió- Anne, por favor.

La chica, perdiendo por completo la paciencia se giró en redondo para plantarle cara. El chico se paró en seco y alzó los brazos para contenerla.

-No me hables –escupió ella- no me mires –su voz era dura- no me sigas. No quiero nada de ti. No quiero nada tuyo ¿me oyes? –Las lágrimas en sus ojos eran ahora como gotas de agua sobre un cristal- no quiero saber nada.

Él, como si alguien le hubiera golpeado con treinta kilos de hormigón armado, se quedó inmóvil bajo las palabras de ésta. Le llevó un segundo poder reaccionar.

-Anne –le suplicó.
-Deja de decir mi nombre –amenazó- no quiero escucharte.
-Solo deja que…
-No –alzó una mano al aire, poniéndola entre ambos para impedir que él se acercara- confié en ti y me jodiste. Creí que realmente podría haber algo… lo que fuera… pero tú lo dijiste. Nunca tienes novias –escupió- solo entras en sus bragas y luego las tiras a la basura.
-Eso no...
-….Si –le cortó- y sé que es culpa mía por haberte dejado entrar en mi vida. Sé que soy yo la que debería haber dicho que no, pero supongo que tú ganas. Puedes tener a la chica que quieras, ahora ve de nuevo de caza y pesca otra para tu colección –la voz de la chica se rompió y cuando volvió a hablar era casi un susurro- felicidades, imbécil.

Ésta giró de nuevo sobre sí misma y salió por la puerta del instituto tan rápido como pudo. Lanzó con fuerza el skate contra el suelo y subió a él de un salto, cogiendo impulso y alejándose de allí. A pesar de que el chico intentó seguirla ella era demasiado rápida. Toda una vida sobre ruedas no es algo que pueda agarrarse. Ella se limpió las lágrimas mientras cogía más y más impulso a pesar de que su vista estaba cada vez más nublada. Una vez en casa abrió la puerta, cerrándola con un portazo detrás de ella y lanzó le mochila contra la pared.

Mary Kerry-ann maldecía su vida en ese preciso instante. Maldecía su vida más de lo que jamás lo había hecho. Se había enfrentado a problemas de todo tipo, a situaciones que la habían hundido como la mierda y más al fondo. Lo que ella no sabía es que un corazón roto duele más que mil puñaladas en el pecho.
Tal vez nunca debería haber aceptado. Tal vez ni siquiera debería haber entrado a aquella sala con él, ni sentarse a su lado en el piano. No debería haberle dirigido la palabra y jamás, jamás debería haber aceptado aquella estúpida cita. Anne no lo sabía puesto que nunca lo había experimentado hasta ahora, pero era dueña de una de las mayores putadas que existen en esta y en cualquier vida. La putada de enamorarse intensa y rápidamente. Y se odiaba como nunca por ello, porque Mary Kerry-anne Clyde detestaba llorar, y más aún sentirse frágil.


Ella pasó el resto del día encerrada en su habitación mirando desde la cama el piano de su hermano que descansaba sobre la esquina de su cuarto. En él había tocado tantas veces, tantas melodías había compuesto… y ahora todo aquello le recordaba a algo que necesitaba olvidar desesperadamente. Sus sábanas aún olían a él y la nota que le había escrito descansaba todavía sobre el escritorio, pero sobre todo, el recuerdo de sus caricias sobre la piel de la chica seguía grabada a fuego en cada parte de ella.

<<Querías una canción especial>> pensó <<voy a darte una>>

Y es que por muy jodida y rota que volviera a estar había aprendido a volverse fría y recomponerse sin ayuda de nadie cada vez que un cachito caía al suelo. Se acercó al piano y cerrando los ojos visualizó cada momento que recordaba junto a él. Solo cuatro semanas, y tantas cosas que olvidar…

Anne cerró los ojos y suspiró pesadamente, dejando que los dedos corrieran por el teclado mientras las lágrimas mojaban las notas. Ella se sentía más vacía que nunca y ahora, además, había traicionado lo que tanto tiempo le había costado crear. Una barrera entre su corazón y el exterior.



La noche antes del día de la competición Anne no pudo dormir, sabía que tendría que verlo, pues estaba segura de que Justin iría para presentar y dirigir el orden de las partituras que debían tocar. A ellos les habían concedido el honor de representar la canción final que cerraría su presentación, la canción que decidiría quién ganaría el concurso. Y ella sabía cuál iba a elegir.

Ya metida en sus viejas botas y su sudadera ancha y descolorida Anne fue directamente hacia el estadio nacional en el que se celebraba el concurso. Tomó el metro y en diez minutos se identificó en la entrada como la chica que había compuesto las partituras para el instituto Markthow. La recepcionista que se dedicaba a cobrar entradas y repartir pases vip la miró por encima de sus gafas de pasta como si estuviera contándole algún tipo de chiste.

-Lo siento, no puedes pasar –anunció.
-¿Y por qué, exactamente?
-No sé quién eres –dijo- y no llevas identificación.
-He dicho que soy Mary Kerry-anne Clyde, compositora de las partituras el jodido instituto Markthow.

La mujer volvió a mirada, esta vez irritada.

-No puedes.

Anne estuvo a punto de soltar todo lo que estaba pensando cuando Jackie apareció desde el interior para saludarla.

-¡Anne, has venido! –la llamó.

La chica, pasando la mirada de Jackie a la recepcionista, le dedicó su más profunda mirada de mofa.

-Una VIP por favor –repitió con sarna.

La mujer imprimió su nombre y el logo del instituto en un pase y se lo entregó con desgana. La chica se lo colocó a modo de colgante en el cuello y acompañó a Jackie hasta donde todos los estudiantes que iban a representar las melodías estaban agrupados.

-Pensaba que no vendrías –murmuró la profesora.
-Tenía que entregar la última partitura –musitó ella.
-Oh…
-Me gustaría tocar esta, si no te importa –pidió Anne, y le tendió el papel que había dibujado en su habitación.

La profesora le echó un vistazo y alzó la vista sorprendida.

-Esto es… muy bueno.

La chica se quedó en silencio y asintió.

-Voy a buscar algo de beber.


Anne cruzó unos cuantos pasillos hasta llegar a la barra en la que se servía la comida y los refrescos. Sentía las miradas de todos los presentes clavadas en su nuca. Lo entendía, en realidad. No pegaba ni con cola en aquel ambiente. Todos allí llevaban uniforme y ella vestía con su vieja sudadera gris y la gorra de los yankees que su hermano le había regalado. Agarró un buen vaso de coca-cola y se sentó a un lado para dar unos cuantos sorbos. Unos minutos después sintió como alguien se sentaba a su lado. Al girarse para mirarle su corazón dio un vuelco y la coca-cola casi acabó sobre los zapatos del chico. Era Justin.

-Hola Anne –musitó- por favor… no te vayas –dijo, cuando vio que la chica iba a incorporarse- solo déjame hablar un segundo contigo y si después quieres que desaparezca pídemelo y lo haré. Te lo prometo.

Ella sintió un dolor que le oprimía la garganta, pero asintió.

-Lo que viste… bueno, no sé qué viste exactamente pero…
-Te vi a ti –dijo seca- comiéndole la boca a una tía en el pasillo horas después de haberte acostado conmigo.
-Anne –murmuró- yo no besé a aquella chica.
-Solo te caíste accidentalmente sobre ella y vuestros labios se juntaron.

El chico suspiró pesadamente por la tozudez de ella e intentó proseguir.

-Mira, sé que suena mal, raro… lo que quieras. Puede que no me creas pero es la verdad –la mirada de Justin se hizo más intensa sobre los ojos de Anne- yo no besé a aquella chica. Lo que pasó fue que salí temprano de tu casa para ir a acabar la partitura que faltaba al instituto. Quería que cuando llegaras todo estuviera terminado y te dejaran salir antes para poder llevarte a dar una vuelta –el chico suspiró- hablé con Lewis y me dijo que no había problema siempre y cuando la acabara antes de las ocho.

La chica mantuvo la mirada fija en los ojos de él, pero intento no venirse abajo.

-Muy bonito, pero te saltas la parte importante.
-Acabé la partitura y fui a decirle al director que hoy no vendrías porque el trabajo estaba acabado. Me disponía a ir a buscarte cuando me crucé a una chica. Una chica rubia –hizo una mueca- me dijo algo de que gracias a ella yo te había conocido y que no era justo –su voz sonaba calmada, pero estaba ansioso- dijo que tú eras una muñeca diabólica y que ella me lo haría pasar mejor.

En ese momento Anne supo de quien se trataba.

-Maldita zorra.
-Le dije que más vale que dejara de insinuarse a cada chico que pasara por su lado porque se ganaría una reputación horrible –prosiguió Justin- y ella se dio la vuelta para marcharse cuando de repente miró detrás de mí, y sin más… me besó –el chico intentaba realmente que Anne confiara en él- no supe por qué lo había hecho hasta que me di la vuelta y te vi.

Ahora Justin guardó silencio, sin saber que más decir en su defensa. Miraba a Anne desesperado buscando cualquier rastro en sus ojos que le indicara que de verdad le creía. Ella, sintiendo que su cabeza iba a estallar, suspiró.

-Te… creo –murmuró.

Él abrió entonces los ojos de par en par y contuvo la respiración.

-¿Sí?
-Conozco a esa chica y sé de lo que es capaz, si –espetó- pero…
-Anne –se hizo ahora hacia delante y agarró su mano libre- gracias.

Ella bajó la mirada hasta el suelo y después volvió a buscar sus ojos.

-Mira Justin, sé que no nos conocemos desde hace demasiado tiempo y sé que somos muy diferentes. Solo que… me gustabas demasiado y me dejé llevar –ella intentó ordenar las palabras dentro de su cabeza- entiendo que tengas tu vida y quieras seguir con ella. Al fin y al cabo esto solo fue un trabajo temporal.
-¿Qué quieres decir? –preguntó él.
-Que no tienes por qué sentirte obligado a estar conmigo.

El chico se quedó en silencio y sus manos cayeron sobre sus costados. Sus ojos se cerraron durante un segundo y cuando volvió a abrirlos Anne pudo ver en ellos un vacío enorme.

-No has entendido nada –musitó.
-¿Qué?
-Me importó una mierda la música todo este tiempo. Yo no quería estar aquí, el piano… no me gusta –bufó- solo venía cada día a ese maldito instituto para verte. Quería estar contigo –él metió una mano en su bolsillo para intentar conseguir concentración- mira, podría haber conseguido a mil chicas que hicieran el trabajo por mi y sin embargo quise hacerlo para pasar tiempo a tu lado –él suspiró pesadamente- salí contigo aquel día porque realmente quería hacerlo. Lo que te dije en el restaurante… era cierto. Me gustaste desde el primer momento en el que te vi. Y dios me libre de castigo por jurar que aquella noche contigo fue la mejor de toda mi jodida existencia.

Tras las palabras de Justin la chica quedó muda, dejó caer a un lado su vaso de coca-cola y solo pudo mirarle fijamente durante lo que pareció una eternidad.

-¿De verdad quieres estar conmigo? –murmuró.
-He pasado mil y un infiernos todo este tiempo al pensar que no volvería a verte –susurró- lo único que quiero es estar contigo.

Y así, sin más, ella se lanzó sobre los brazos de Justin y sus labios se encontraron en un beso apasionado y desesperado por el anhelo que antes habían sentido. Él la abrazó contra su pecho y Anne descubrió entonces que si hay algo que duele más que un corazón roto es ver a quien te lo rompió y seguir amándole hasta dar la vida.



El concurso comenzó y cada instituto representó sus partituras. Muchas, pensó Anne, eran plagios de obras maestras o melodías superpuestas a otras ya creadas. Ninguna fue exclusivamente creada para ello. Como premio, el instituto Markthow pasó a la final, por lo que llegó el turno de las canciones representativas que cada centro habría preparado en actuación para optar al premio. Aunque Anne había estado preparando la que había creado aquella noche en su habitación, decidió entonces que lo que quería presentar era la que ambos habían tocado en el aula poco antes. A pesar de que tan solo la habían tocado una vez, supo que esa debía ser la elegida.

Poco después Justin y Anne se encontraban sentados en un mismo banco frente a un piano como tantas veces lo habían hecho, solo que esta vez no estaban solos sino que todos los presentes los observaban con atención. Anne miró al chico para darle la señal y la melodía inundó de nuevo todo el recinto. Esta vez con más fuerza, esta vez con más pasión. Llegada la parte de alto tono las manos de ambos volvieron a rozarse sin dejar de sentir esa electricidad que en un primer momento habían sentido. Anne recordó entonces aquella noche en su habitación con Justin sobre ella, ambos al ritmo duro y fuerte de un ejercicio conjunto. Esta vez, la compenetración estaba en la música. Y juntos, consiguieron ser elegidos los ganadores, dando recompensa a todo el trabajo que cuatro semanas atrás habían estado preparando, aunque ambos sabían que la verdadera recompensa había llegado antes de esa actuación.

La recompensa era que ahora… ellos estaban juntos, y juntos habían conseguido comenzar una nueva vida. Para Anne eso significaba un comienzo, empezar a vivir de verdad. Para él, eso significaba encontrar y proteger lo que esperaba guardar para toda su existencia. 
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Gracias a todos por leer el relato, espero de verdad que os haya gustado y sobretodo que hayáis desfrutado leyendolo. Nos vemos en el siguiente y no olvidéis dar RT aquí para saber quien estuvo aquí. Podéis dejar un comentario aquí abajo o en mi twitter @nuriasomeday, espero que me digáis que os pareció. Gracias.

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