Cuando el
timbre sonó y ella miró de reojo su viejo reloj, un largo y pesado suspiro
inquieto salió desde lo más hondo de su garganta. Eran las doce y media, y eso
solo significaba una cosa.
Tenía que ir a ver a la doctora Ellen.
Tenía que ir a ver a la doctora Ellen.
Si algo
había en el mundo que odiara más que el instituto, más que a todos esos niños
pijos que paseaban con sus gafas de pasta y sus zapatos de marca, incluso más
que seguir levantándose cada mañana para soportar ver a todas aquellas personas
a las que odiaba con toda su alma, esa cosa era tener que ir al psicólogo.
“Míralo por
el lado bueno, le habían dicho, te saltarás clases”. Pero en realidad eso no le
importaba demasiado, ya que ella se saltaba clases diarias para ir a patinar o
simplemente tirarse boca arriba en el banco del parque frente al instituto.
Recordó en ese momento aquella etapa de su vida en la que saltarse una clase
era algo imposible. Incluso había asistido a ellas cuando estaba enferma y
también cuando en segundo curso se rompió la pierna montando en bici, y cada
día subía y bajaba las escaleras con las muletas de segunda mano que su madre
le había conseguido.
-¿Cómo estás
hoy, Anne? –preguntó Ellen cuando ésta tiró a un lado su mochila deshilachada y
la chaqueta negra que siempre llevaba puesta.
-Sigo viva
–respondió ella- supongo que eso es un logro y ya se ha ganado su salario por
hoy, ¿puedo irme?
-No, no
puedes –contestó la mujer con paciencia- sabes que acordamos que asistirías
diariamente a verme si no quieres que te expulsen.
-Ahora estoy
planteándome aquella elección.
-Cuéntame,
¿hablas con tu madre sobre nuestras sesiones? –la doctora abrió su blog de
notas y tomó asiento frente a la chica.
-Si.
<<En
realidad llevo sin ver a mi madre más de una semana>> pensó.
-¿Y qué ha
dicho ella sobre tus incidentes en el instituto?
-Ha dicho
que es normal porque soy adolescente –respondió seca, mirando más allá de la
ventana del despacho.
<<Y lo
cierto es que dudo que ni siquiera se parara a escucharme, tal vez diría algo
como “ya eres mayor, cuídate sola” o “más te vale seguir en el instituto o te
patearé el culo cuando traspases la puerta”>>
La psicóloga
miró fijamente a Anne, y después suspiró.
-Me contaste
que ella pasa trabajando mucho tiempo –prosiguió, ajena a sus mentiras-
¿Cuántas horas diarias pasáis juntas?
-Tal vez dos
–murmuró- puede que tres, los fines de semana.
<<Mientes>>
le dijo una voz dentro de su cabeza.
-¿Crees que
eso es suficiente? Es decir –carraspeó- ¿no te gustaría hacer más cosas juntas?
-Supongo
–musitó.
<<No.
No quiero hacer nada con ella, porque todo lo que implica estar a su lado
incluye también el olor a alcohol y tabaco rancio. Gritos y empujones>>
Ellen la
observó durante unos minutos y tras esto pasó la hoja de su cuaderno.
-Y bien,
¿qué hay de tu visita de ayer al despacho del director, para variar?
-Creo que
solo está interesado en las jovencitas y le gusta que se paseen delante de él
para poder mirarles el culo –espetó.
-Anne –la
cortó la mujer- podrías ponerte seria aunque solo fuera durante una hora.
-Una hora es
mucho –pensó en voz alta la chica- ¿Sabe todo lo que puede hacerse en ese
tiempo? ¿Sabe que en un ahora puede cruzarse la ciudad en monopatín? –una
sonrisa sarcástica le cruzó la cara como un rayo- pero claro, yo no puedo
hacerlo porque en su lugar estoy sentada aquí cada día enfrente de usted contándole
mi vida privada, cosa que seguro le parece importante para llenar el vacío de
su vida.
-¿Y no es
tal vez la tuya –la señaló con el bolígrafo- la que está vacía, y por eso
atacas a las personas con tu sarcasmo? –Anne sintió frías sus palabras, pero su
voz era cálida.
-Puede.
-El director
me ha contado que ayer llamaste zorra a una profesora –murmuró- ¿es cierto?
-Si el
director te lo ha contado supongo que así será.
-¿Por qué lo
hiciste?
-Porque es
una zorra –respondió sin más.
Ellen
suspiró pesadamente y se recostó sobre su asiento.
-Mira Anne,
si no pones de tu parte…
-… esto no
funcionará –la imitó- lo sé, lo dice cada día desde hace semanas.
-¿Y por qué
no lo haces?
-Porque no
me parece cuestión de vida o muerte.
Los ojos de
la mujer se centraron ahora intensamente en los de la chica.
-¿Piensas en
la muerte a menudo?
Ésta se quedó en silencio durante unos
segundos y jugó con las mangas de su sudadera.
<<Cada
día. Más veces de las que lo hago en la vida>> pensó, pero en su lugar
dijo:
-No
demasiado.
-¿Por qué
intentaste suicidarte, Anne? –la voz de la doctora ahora sonaba firme.
-Supongo que
porque estaba cansada de vivir –bufó- ¿no es ese el motivo por el que la gente
se mata?
-Pero tú
eres joven.
-E infeliz.
-Porque tú
quieres serlo.
<<Oh, sí,
me encanta sentirme como una gran mierda constantemente>>
-Gran
psicóloga usted –sonrió ampliamente la chica.
-¿Has vuelto
a intentarlo?
<<Unas
cuantas veces>>
-No, por
dios –exclamó ella- eso está muy mal.
La mujer,
haciendo una mueca al captar su mofa, se retorció en el sillón.
-¿Cuáles son
tus planes de futuro?
-Ir a
comerme un donut –dijo ella.
-Me refiero
a planes a largo plazo.
<<Tener
una vida corta y alejarme todo lo posible de la gente odiosa como tú>>
-Puede que
ser estrella del Pop –dudó- o tal vez de Rock. Y ser política para cobrar mucho
sin hacer demasiado. O puede que tire un par de botes de pintura sobre una
sábana y me convierta en artista abstracta ¿cree usted que es un buen plan?
-Anne…
-suspiró la doctora, lo cierto es que le producía una cierta satisfacción
conseguir dejarla sin aliento cada vez que tenía cita con ella.
-No –la
interrumpió- ya sé. Seré psicóloga como usted para hurgar en la mierda de los
demás, eso es aún mejor.
-Creo que
después de todo sigues sin ser consciente de que estoy aquí para ayudarte.
-Solo que yo
no necesito ayuda.
-Eso crees
tú –volvió a apuntarla con el boli- pero lo cierto es que tienes un patrón muy
completo de falta de atención, rechazo, depresión crónica y tendencias suicidas
–murmuró- y me gustaría saber qué te ha llevado a odiar tanto la vida.
<<Puede
que el hecho de que mi hermano muriera delante de mí y yo no pudiera hacer
nada, tal vez el hecho de que veo a mi madre tal vez una o dos veces a la
semana y ambas está borracha y apesta, o está demasiado ocupada follándose tíos en su habitación como para prestarme
atención y preocuparse por si sigo viva, o puede que sea porque me siento
jodidamente sola, o porque a mis diecisiete años siento la vida sobre mis
hombros con el peso de sesenta, o simplemente sea que he nacido en el momento y
lugar menos adecuado>>
-La vida en
sí es odiosa –contestó en su lugar.
-¿Cuándo te
diste cuenta de ello?
-Demasiado
pronto, tal vez.
-¿Y crees de
verdad que estarías mejor…
<<Muerta>>
-pensó, pero antes de poder contestar el timbre volvió a sonar dando por
finalizada la reunión y Ellen suspiró cerrando su blog de notas.
La chica se
levantó del sillón y agarró sus cosas dispuesta a salir corriendo de allí
cuando la psicóloga la llamó ya desde su mesa.
-Oye Anne
–levantó el bolígrafo en el aire- recuerda que la directora dijo que no
permitirá ni una sola falta de conducta más por tu parte o…
-… o seré
expulsada definitivamente y no se me permitirá la entrada en este centro –bufó
cansada, y dio un portado al salir de allí.
Era un lunes
por la mañana y lo cierto es que Anne odiaba con toda su alma los lunes, aunque
en realidad detestaba también los martes, y los miércoles, jueves y viernes
tampoco quedaban descartados y por supuesto, los fines de semana, que eran tan
apreciados por todos los demás chicos por poder estar todo el día en casa sin
hacer nada, a ella le daban asco. Asco por tener que ver a su madre entrar con
otro hombre, asco por ver a vieja y sucia casa vacía y muerta, asco por tener
hambre y encontrarse el frigorífico vacío, o por quedarse sin agua caliente
porque a su madre se le olvidó pagar los recibos o estaba demasiado drogada
para llegar hasta allí.
Cruzó el
pasillo esquivando a los demás estudiantes que entraban en una y otra aula en
sus correspondientes clases, pasó al lado de dos adolescentes demasiado
pequeños como para estar dándose el lote en el pasillo, y otros dos más metiéndose
mano en la puerta de la biblioteca. Se cruzó a la zorra y matemáticas, la cual
le devolvió la mirada con el mismo o más asco que el recibido. Se paró en el
hueco de la escalera para sacar el horario del bolsillo exterior de su mochila
y decidir si entrar en clase o saltar la valla.
“Lunes. Una
y media. Música”.
Anne sonrió
para sus adentros y miró una vez hacia la valla que cruzaba el instituto a lo
largo y ancho del terreno antes de dirigirse hacia el aula. Al entrar vio que
aún no había llegado mucha gente, por lo que caminó discretamente hasta la mesa
de Jackie, una de las pocas, tal vez únicas personas que no aborrecía, sino que
para su sorpresa había descubierto que era de su agrado, y metió la mano en el
bolsillo de su chaqueta para sacar una partitura arrugada y dejarla sobre la
mesa.
Acto seguido
recorrió la fila de mesas vacías y se sentó en el último pupitre de la clase.
Esquina derecha, lejos de la vista de todos. Dejó a un lado, apoyado sobre la
pared, su monopatín ya descolorido por el uso y se recostó sobre su mochila.
Cuando todos
hubieron tomado asiento la profesora comenzó la clase tocando el piano y más
tarde dibujando unos cuantos pentagramas en la pizarra. Anne se mantenía
distante pero atenta a la explicación de cómo conseguir un sonido de eco en las
notas más altas del piano y los movimientos necesarios del pedal.
Distinta de todas las demás clases, Música era la hora en la que Anne ponía sus cinco sentidos e intentaba absorber la mayor práctica posible, y lo cierto era que hablaba enserio cuando le había dicho a la doctora Ellen que quería ser cantante, o puede que compositora, algo que esto último ya ejercía de forma voluntaria para la profesora Jackie, quien la había escuchado tocar una pieza en el piano de la escuela hacía dos cursos mientras todos los demás chicos jugaban en el recreo, y le había pedido más de ellas cuando se enteró de que aquello que sonaba era todo creado por la chica.
Distinta de todas las demás clases, Música era la hora en la que Anne ponía sus cinco sentidos e intentaba absorber la mayor práctica posible, y lo cierto era que hablaba enserio cuando le había dicho a la doctora Ellen que quería ser cantante, o puede que compositora, algo que esto último ya ejercía de forma voluntaria para la profesora Jackie, quien la había escuchado tocar una pieza en el piano de la escuela hacía dos cursos mientras todos los demás chicos jugaban en el recreo, y le había pedido más de ellas cuando se enteró de que aquello que sonaba era todo creado por la chica.
-Y entonces
le dije que esta noche iría su casa y podríamos hacerlo si él quiere, aunque no
sé si es pronto, empezamos a salir ayer por la tarde ¿Qué crees tú? –la voz
chillona de la chica que estaba delante de ella impedía que Anne pudiera seguir
el hilo de la explicación de la profesora. Le lanzó una mirada asesina, pero
ésta siguió hablando indiferente- lo cierto es que con Mikel pasó el mismo día,
pero…
-Eh, tú –bufó
Anne, lanzándole una bola de papel a la rubia de lengua suelta- a nadie le
importa con quien te acuestes. Cállate.
La aludida
se giró en dirección a ella, con la mirada intensa y vacilante.
-¿Y a ti
quien te ha preguntado, muñeca diabólica? –murmuró.
-Me ha
preguntado tu madre, después de contarme lo avergonzada que está de tener una
hija con las piernas tan abiertas a una edad tan temprana.
La chica
rubia se sonrojó, Anne no supo si de rabia o vergüenza, y entonces entrecerró
los ojos.
-Tal vez tu
madre debería estar más avergonzada de ti –susurró- ya que su otro hijo se mató
para no tener que aguantarte.
De repente
la mirada de Anne se quedó congelada en los ojos de la otra, fríos y asesinos
como una estaca de hielo. La rubia quedó muda e hizo amago de levantar las
manos para alejar a Anne, pero ésta ya sentía el calor subir por su garganta y
las manos convertirse en puños. Casi de un salto se puso en pié y tan solo un
segundo después se vio lanzada hacia delante, cayendo sobre la ya no tan alegre
chica, que supo, estaría maldiciéndose por dentro por haber abierto la boca.
<<Maldita
hija de perra, voy a matarte>>
Todo pasó
rápido y unos segundos después el murmuro general de la clase había quedado en
silencio y la profesora corría hacia ellas cogiendo del brazo a Anne para
separarla de la otra. Con dolos en los nudillos, Anne se alejó después de que
la profesora le pidiera por favor que lo hiciera. Ella estaba segura de que si
otra se lo hubiera pedido, también le habría tapado la boca con su puño, pero
algo en Jackie le hacía tener un respeto que ni hacia su misma madre tenía.
Anne se puso de pié aún con los ojos clavados en la rubia tirada en el suelo y
con una voz calmada y gélida susurró.
-Si vuelves
a nombrar a mi hermano te sacaré los ojos.
El timbre
había sonado dos veces más durante las siguientes horas, anunciando el fin de
la jornada lectiva para los estudiantes, pero en vez de salir junto a los demás
e ir a casa, Anne se encontraba sentada sobre el fatalmente conocido banco
frente al despacho del director, esperando ser llamada y juzgada otra vez. Ella
había pensado tantas veces qué había pasado para que ahora se viera metida en
tantos problemas que estaba olvidándose de la antigua Anne, la que visitaba el
despacho solo para las reuniones de delegados o para pedir el permiso de alguna
excursión. Desde hacía ya demasiado tiempo aquella chica formal y educada había
sido encerrada en lo más profundo de su ser, dejando libre a la rebelde y
desmotivada chica diabólica.
Así es como aquella puta la había llamado, y lo cierto es que no le molestó porque sabía que en parte tenía toda la razón del mundo. Ella tenía algo diabólico dentro. Su alma estaba oscura, consumida por los errores, las penas y las ganas de acabar con todo, y sus demonios interiores la azotaban de culpa y ansiedad cada día por no haber podido ser útil cuando de verdad era su oportunidad.
Así es como aquella puta la había llamado, y lo cierto es que no le molestó porque sabía que en parte tenía toda la razón del mundo. Ella tenía algo diabólico dentro. Su alma estaba oscura, consumida por los errores, las penas y las ganas de acabar con todo, y sus demonios interiores la azotaban de culpa y ansiedad cada día por no haber podido ser útil cuando de verdad era su oportunidad.
-Pasa –gritó
el director desde el despacho, y Anne pensó que era tan asquerosamente vago que
ni siquiera era capaz de levantar su gran culo de la silla para recibir a las
personas.
Ella giró el
pomo y entró en la boca del lobo. Vio al director Frank Lewis con su rechoncha
figura y su corbata de horribles lunares azules mirarla seriamente desde detrás
de su escritorio lleno de trofeos de futbol y baloncesto. En sus numerosas
visitas al despacho Anne había llegado a la conclusión de que Lewis siempre
tenía esa sonrisa seca y melancólica en la cara, además de su
mal-humor-veinticuatro-horas debido a que su carrera deportiva se vio frustrada
por su gran aumento de peso, que pensaba ella, habría sido fruto de alguna
fuerte depresión. Intentaba que el director no le despertara ese instinto
asesino porque sabía que su vida se había roto tanto como la de ella, pero
realmente era difícil conseguir que ese hombre fuera agradable.
-Siéntate,
pequeña gamberra –ordenó.
Anne
obedeció en silencio, consciente de que esta vez la había liado de verdad. Al
hacerlo, vio entonces que la profesora Jackie estaba de pie a un lado de la
habitación, mirándola con real preocupación, cosa que a Anne le revolvió el
estómago. Odiaba que sintieran lástima o pena por ella, odiaba que la gente
intentara ayudarla, y la profesora de Música siempre lo había hecho. La había
intentado proteger todo este tiempo, pero ahora ya no importaba.
-Y bien
–entrelazó los rechonchos dedos de sus manos- lo has vuelto a hacer.
Anne miró al
hombre fijamente esperando que acabara rápido con todo el drama.
-Supongo que
sí.
-¿No te
cansas de causar problemas, niña? –Murmuró- en el tiempo que llevas aquí me has
visto más veces que a cualquier profesor, y eso debería ser imposible.
-Nada es
imposible, dicen –dijo seca.
-Y todavía
te quedan ganas de gastar bromas.
-No es una
broma en realidad –murmuró- es un comentario sarcástico –y entonces vió que la
cara de Lewis se tornaba de un rojo escarlata, por lo que se guardó la
siguiente frase para otro momento.
-Se te
aguanta la actitud rebelde, se te dan mil y una oportunidades, se te trata como
a cualquier otro alumno e incluso se te proporciona una hora diaria con la
psicóloga del centro, todo a cambio de que dejes de comportarte como un animal
–bufa- pero no eres capaz de hacerlo.
-¿Por qué no
iban a tratarme como cualquier otro alumno? –Espeta- no sufro ningún tipo de
retraso.
-Tal vez si
sufrieras un retraso tendrías excusa para portarte así, pero no gozas de ello.
-Ahora la
discapacidad es un gozo –musitó- vaya.
El director
la fulminó con la mirada, haciendo que esta volviera a quedar muda.
-Quedas
expulsada de forma permanente de este centro de estudios –anunció triunfante-
por lo que de ahora en adelante tu presencia aquí no será tolerada. Tus padres
serán informados y tu expediente quedará marcado.
En ese
momento, todo rastro de humor o sarcasmo en Anne quedó paralizado. Entonces se
dio cuenta de hasta qué punto la había cagado.
-Pero yo no
tuve la culpa –espetó- ella me provocó.
El director
la miró indiferente.
-Como
también todos te provocaron las otras veces –bufó- claro.
Y lo cierto
es que así había sido. A pesar de la vida y los problemas que Anne cargaba a
sus espaldas, a pesar de su conducta y sus respuestas astutas e hirientes jamás
había sentido la necesidad de meterse con otros por diversión. Su
comportamiento era simplemente una forma de protegerse contra todo después de
que el universo intentara aplastarla una vez tras otra. Es cierto que había
tenido problemas en el instituto, peleas y discusiones. Nadie podía negarlo,
pero tampoco podían negar que ella no hubiera comenzado ninguna de ellas.
-No voy a
quedarme quieta si se meten conmigo o con mi familia –murmuró.
-¿Qué
familia? –susurró Lewis, y Anne sintió como esas dos palabras se clavaban en lo
más hondo de su pecho ahogándola.
Era cierto.
Ella ya no tenía familia. Los ojos le brillaron durante un segundo, antes de
volver a ponerse fríos y distantes.
-Es usted un
hijo de…
-Director
Lewis –la cortó entonces Jackie, quien se había mostrado alejada de la
conversación hasta ese momento- creo que podríamos hacer algo.
El director
no le dedicó una mirada a la profesora, sino que siguió clavada en los ojos de
la chica.
-Ya me has
oído –espetó él- fuera de aquí.
El pecho
comenzó a dolerle a Anne, tal vez por el ataque del amargado director o tal vez
porque realmente no quería quedarse fuera del instituto, no quería ser
expulsada a pesar de haber repetido varios cursos y saltarse clases. Anne no
quería verse sola y tirada en la calle, no quería ser como su madre.
-Frank –la
voz de Jackie sonó ahora más cálida y Lewis se giró hacia ella.
-¿Qué?
-Dije que
tal vez haya una solución.
-Las
soluciones son para los problemas y esto ya no es uno de ellos.
-Escucha –le
pidió la joven profesora, y como si ejerciera un hechizo sobre él, quedó mirándola
fijamente- dentro de cuatro semanas es el campeonato estatal de música. Sabes
que nuestro instituto se presentará ¿no es así? –dijo.
-Así es
–respondió.
-También
sabrás pues, que el año pasado quedamos penúltimos por debajo de StateBoorks
–prosiguió- lo que no conocías es que fue Anne quien preparó las partituras que
nos elevaron tantos puestos por encima de anteriores años.
-¿Qué estás
queriendo decir?
-Quiero
decir que esta chica –miró rápidamente a Anne, quien la observaba confusa, pues
nunca había querido tomar parte en aquel concurso- es la mejor compositora que
he conocido. Hace partituras complejas de piano de cola y también sabe manejar
los acordes de guitarra.
El rostro de
Lewis se frunció, desconcertado.
-Y…
-Que la
necesito para componer las bases de este año –finalizó- pues estoy segura de
que quiere ganar usted la subvención que premia al vencedor para no perder el
instituto.
-El
instituto… -susurró él, y Anne recordó haber oído rumores sobre escasez de
dinero y huelgas por falta de pago. Así que después de todo necesitaban ese
dinero o el instituto se perdería.
Tanto Lewis
como Anne comprendieron entonces a donde quería llegar Jackie.
-Creía que
Travis, el inversor de este centro iba a encargarse de la preparación del
concurso a petición suya.
-No él
–musitó- su hijo. Su hijo es quien se supone, va a preparar las treinta y cinco
partituras para dentro de cuatro semanas. Cosa que me parece improbable.
El director
se llevó la mano a la frente para secarse el sudor.
-Pero tu…
-Yo estoy
ocupada con las horas extras y las clases particulares para dirigir a los que
participarán en el campeonato de música. No tengo tiempo para preparar
partituras, Lewis. Y por muy grande e importante que sea el padre del chico es
imposible acabarlo solo para entonces. Además Anne también fue a un
conservatorio.
Y era
cierto, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Todo lo que sabía lo había aprendido
por ella misma, viendo tutoriales y pasando horas frente al piano que había
sido un regalo para su hermano, pero que más tarde había cedido a su hermana
cuando cumplió los ocho años.
Frank bufó
como un caballo al que acaban de azotar y se puso en pié agobiado. Anne pasó la
mirada del estresado Lewis a la casi sonriente Jackie esperando una respuesta.
-Está bien,
está bien –levantó las manos en el aire- ¿Cuándo llega ese chico, el hijo de
Travis? –preguntó.
-Mañana a
primera hora.
-Está bien,
y… -cogió aire- si mal no recuerdo ibas a pedirle a un alumno de tercero que le
enseñara las instalaciones.
-Así es.
Lewis se
plantó entonces frente a Anne y esta se puso en pié.
-Mañana a
las ocho en punto deberás estar aquí, te presentarás ante el hijo de este señor
y le enseñarás las instalaciones -<<instalaciones, las cuales eran
escasas>>- y os pondréis a trabajar de inmediato. Estaré vigilándote con
lupa, tanto que sentirás mi aliento en tu cogote cuando menos lo esperes –ese
último comentario hizo que Anne reprimiera una sonrisa irónica, realmente había
sonado mal ¿o era su cabeza? -La profesora Jackie –prosiguió- te supervisará y si algo pasa las
consecuencias caerán directamente sobre ella –señaló a la profesora, que se
puso rígida de repente- además, por supuesto, de que estarás fuera de aquí en
menos que tomo asiento.
<<Con
tu trasero eso es un gran rato>> pensó, pero no dijo nada.
Anne meditó
durante un segundo y entonces suspiró. No le quedaban demasiadas opciones, por
lo que contuvo el aliento y dijo:
-Está bien.
Cuando cruzó
la puerta de su casa sintió ese típico olor a ropa mojada, habitaciones vacías
y polvo acumulado. Pasó la mirada recorriendo el salón, desde el cual también
podían verse las demás habitaciones, y entonces se dio cuenta de que una vez
más, allí no había nadie. Ella echó la vista atrás unos años y pudo sentir aún
la sensación de entrar a aquella casa y ver todas las luces encendidas, el olor
a comida recién preparada y la voz de su hermano recibiéndola. Pero todo
aquello había desaparecido y ahora estaba sola, sola como un montón de basura.
Cruzó la
habitación hasta entrar en su cuarto y arrojó la mochila hacia un lado junto a
su skate. Tiró de sus botas de cuero desgastadas y se sacó la chaqueta fría por
el aire de invierno que ya corría de noche por las calles. La chica se dejó
caer sobre la cama y se llevó las manos a la cara, evadiéndose por un momento
de todo lo que la rodeaba y haciendo un pequeño repaso al día. Pensó en la cara
roja de rabia del director Lewis, en sus manos hinchadas sobre la frente y su
mirada fría y burlona al decir “¿Qué familia?”. Anne había sentido en ese momento
un impulso de agarrar cualquiera de sus trofeos de futbol y lanzárselo a la
cabeza, pero por alguna razón no lo había hecho. Tal vez porque por una vez en
su vida sabía que necesitaba quedarse en aquel instituto, o puede que fuera
porque Jackie estaba allí. Entonces sus pensamientos se detuvieron en la
profesora de Música y se preguntó por qué se había arriesgado tanto para
conseguir que la chica no fuera expulsada. Recordó que aquella mujer la había sacado
de problemas más de una vez y además siempre se había portado muy bien con
ella. Demasiado bien. Y eso la inquietaba, pero a la vez la hacía sentir un
poco menos prescindible en el mundo. Por otro lado, pensó entonces, estaba lo
de aquel chico con el que tendría que trabajar para preparar las partituras.
Esa idea la horrorizaba. Anne odiaba a la gente, odiaba a los chicos, pero aún
más odiaba a los ricos y prepotentes niños de papá, y podría apostar su pierna
de skater a que aquel era uno de ellos.
Anne sintió
que algo mojaba su cara. Estaba frío y húmedo. En un principio pensó que estaba
soñando o que simplemente serían sus propias lágrimas las que corrían por sus
mejillas, como tantas veces había descubierto al despertarse, pero esa vez el
contacto con su piel era más gélido, y cuando su piel se erizó supo que venía
de fuera.
Abrió los
ojos rápidamente y se quedó mirando fijamente la ventana de su habitación. Se
había abierto por el aire y al otro lado estaba lloviendo. Eran gotas de lluvia
lo que la había despertado. Esta bufó, poniéndose en pie a la vez que se
frotaba los ojos y pasaba las manos por su cara para secarla, y entonces se dio
cuenta de algo. A pesar de que las nubes tapaban el cielo la luz se hacía cada
vez más fuerte.
Se había
quedado dormida.
<<Mierda>>
gruñó, y salió corriendo hacia el baño. Se abalanzó sobre la ducha y dejó que
el agua fría tensara sus músculos. Frotó su pelo con rapidez y al salir pasó un
peine por la larga melena sin pararse para verse reflejada en el espejo. A ella
nunca le importó demasiado su aspecto, tal vez porque no necesitaba que nadie
se fijara en ella, aunque de haberlo querido, con sus ropas de anchas y de
rastrillo, sus botas y chaqueta de cuero y sus gorras dos tallas más grandes
tampoco había tenido posibilidades de intentarlo.
Se colocó la
mochila tras meter dentro un par de hojas en blanco y su skate, y salió
corriendo bajo la lluvia.
Cinco minutos más tarde llegaba patinando a la salida de la calle que daba la bienvenida al centro. Echó un vistazo a su reloj y suspiró.
Cinco minutos más tarde llegaba patinando a la salida de la calle que daba la bienvenida al centro. Echó un vistazo a su reloj y suspiró.
Eran las
ocho y cuarto.
Tras llamar
a la puerta del despacho que ya estaba iluminado, Anne pasó la manga de su
chaqueta sobre la cara para secarla, aunque también ésta estaba mojada. Unos
segundos después la puerta se abrió y reconoció de inmediato la horrible
corbata de Lewis, quien en silencio, le indicó que entrara.
Al
adentrarse en la habitación echó un vistazo rápido por ella, lo suficiente como
para ver que un hombre alto y trajeado la observaba tras el escritorio, de pie
junto al director. Frente a este y al otro lado, se percató de que un chico
joven y de pelo alborotado la observaba con atención con una mueca en la cara.
Apartó rápidamente la vista cuando sus ojos se encontraron y despacio, echó a
un lado su skate y tiró de la manga de su chaqueta para dejarla sobre el
respaldo de la silla. Después se sentó en silencio, cruzando sus ojos con los
del director.
-Llegas
tarde –espetó Lewis, en voz baja.
-Lo siento.
Estaba lloviendo.
-Eso no es
excusa –la miró insistente- si no vas a tomarte esto en serio…
-…Lo haré
–le cortó ella.
Todos
quedaron en silencio durante un momento y la tensión pudo notarse corriendo por
la habitación. Anne estaba a punto de hablar de nuevo cuando la puerta se abrió
tras ellos y Jackie entró sonriendo. Las miradas se desviaron hacia ella, lo
que Anne agradeció inmensamente, aprovechando para pasarse las manos por el
pelo mojado y recomponerse de su carrera al instituto.
-Buenos días
–anunció ella- veo que ya estamos todos.
La mujer se
colocó al otro lado del escritorio, junto con Lewis, de manera que se vio
escoltado a derecha e izquierda por ambos presentes. Jackie miró ahora al chico
que estaba sentado al lado de Anne, por lo que ésta giró ligeramente la cabeza
para poder verlo también más detenidamente.
-Tú debes de
ser Justin –dijo, amablemente. El chico se limitó a asentir- está bien. Ella es
Anne –la profesora paseó la mirada hasta la chica, seguida por las de los otros
tres. Volvía a ser el centro de atención, y eso no le gustaba.
Cuando los
ojos del chico se posaron sobre ella, Anne pudo apreciar mejor la estructura de
su cara. Había podido ver desde detrás su pelo de color miel, pero ahora
apreciaba también sus ojos a juego. Bajó la mirada hasta su chaqueta negra y
sus vaqueros ajustados. Como pensaba, él era un niño pijo.
-Hola –fue
todo lo que se limitó a decir, secamente.
-Juntos
prepararéis las partituras para el campeonato. Tu padre ha estado de acuerdo en
que te asignemos una ayuda extra, pues es mucho trabajo para una sola persona
–la mirada de Anne pasó ahora al hombre trajeado, que miraba a su hijo con
expresión dura- espero que no tengáis problema en poneros a ello hoy mismo.
Anne te llevará hasta la sala de música que hemos habilitado para que nadie os
moleste.
Un calambre
recorrió el estómago de la chica, y entonces recordó que no había comido nada
desde el día anterior. Bajó la mirada al suelo llevándose una mano sobre la
barriga y suspiró.
-Y bien
–inquirió Lewis- ¿Alguna pregunta?
<<Si,
algo como… ¿Por qué no te pones a dieta?>> pensó la chica, pero dijo:
-¿Cuántas
horas tendré que pasar con esto? –murmuró Anne, y todos los ojos se clavaron en
ella.
-Cuatro
horas al día –respondió Jackie.
<<Me
refería con “esto” a “ese” chico repeinado, pero el horario era mi segunda
pregunta>> pensó.
-¿No iré a
clase?
-Lo dices
como si normalmente lo hicieras –bufó el director- no creo que tus notas varíen
mucho. En cualquier caso, Jackie ha accedido a un suplemento en tu media final
por ayudarnos con esto.
<<Las
notas me traen sin cuidado>>
-¿Horario?
-De ocho a
doce de la mañana.
Anne se
rascó la nuca, intentando enlazar su nueva rutina. En ese momento el director
puso delante de ellos un papel y les entregó a cada uno un bolígrafo.
-Firmad
–pidió.
-¿Qué es
esto? –habló ahora el chico de ojos castaños. Era la primera vez que Anne
escuchaba su voz. Sonaba irritado, como si tuviera exactamente las mismas ganas
que ella de estar en esa situación.
-Es un
contrato –explicó Lewis- no tanto por ti como por ella –hizo un gesto hacia la
chica- es para asegurarnos de que os comprometéis a realizar el trabajo y no
nos dejáis tirados –los ojos fríos del director la miraron directamente- y
sobre todo que os comportáis.
Anne soltó
un bufido, y el chico la miró de reojo. Observó desde su asiento como se
inclinaba hacia delante y escribía su nombre sobre la línea de puntos.
<<Justin
Drew Bieber Mallette>>
Con un gesto
seco, desplazó la hoja de papel hacia su derecha, y Anne agarró el bolígrafo
con desdén. Se incorporó y garabateó sobre éste.
<<Mary
Kerry-anne Clyde>>
El director
le arrebató el papel y extendió la mano para recuperar sus bolígrafos. Antes de
devolvérselo, el chico echó un vistazo a lo que Anne había escrito y la chica
pudo ver como su boca se tornaba en una mueca y después en una risa.
-Bien pues
–finalizó, levantándose de su asiento- podéis ir a la sala de música. Jackie os
explicará todo lo que tenéis que hacer.
Lewis se
giró entonces hacia el trajeado, tendiéndole la mano en señal de acuerdo. El
hombre se despidió caminando hacia la puerta sin ni siquiera mirar a su hijo, y
una vez en ella se volvió para decir:
-Compórtate,
Drew.
Su voz sonó tan
áspera que Anne sintió aversión hacia él. El hombre abandonó el despacho y ella
vio como entonces el chico se relajaba en su asiento antes de ponerse en pié y
salir también hacia el pasillo, donde Jackie los esperaba.
Anne giró
sobre sí misma para seguirlo, y entonces se paró en seco recordando algo.
-Esto
significa –captó la atención de Frank, que la miró aburrido- que no tendré que
seguir visitando a nuestra querida Ellen.
Lewis soltó
una risa y después la miró vacilante.
-Por
supuesto que irás –susurró- me encargué de que tengas tiempo para ello justo
después de acabar tu jornada.
La chica
sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, y supo entonces que era
rabia contenida. Aquel hombre disfrutaba jodiendo a los niños. Anne murmuró
algún tipo de maldición para sus adentros y se volvió dándole la espalda,
encargándose de cerrar con fuerza la puerta tras ella.
Al otro
lado, Jackie hablaba con el chico, el cual cuando Anne se acercó clavó sus ojos
en ella.
-Si acabáis
al menos dos al día cada uno deberíais tener tiempo suficiente –comentaba la
profesora- os iré supervisando. Podéis dejar libre vuestra imaginación siempre
y cuando creáis que lo que hacéis tiene futuro en el campeonato. Anne es muy
buena componiendo –le dijo entonces al chico, que la miraba aburrido- según lo
que nos ha contado tu padre tú no te quedas atrás, por lo que espero que nos
dejéis muy alto este año.
Anne asintió
sin encontrar voz en su garganta, y la mujer volvió a entrar despidiéndose de
ellos con la mano en el despacho. Ambos se quedaron entonces solos, la chica
agarrando con fuerza su skate, el chico con las manos metidas en los bolsillos.
El silencio se hizo durante unos largos minutos, tiempo que Anne pensó, fue el
más incomodo de toda su vida. ¿Qué se supone que iba a hacer ella con este
creído prepotente? Aún no habían estado juntos y ya sentía como el odio le
oprimía la garganta.
-Vamos a la
sala de música –murmuró Anne, y comenzó a andar dándole la espalda a éste.
No supo si
él la había estado siguiendo hasta que entró en el salón, ocupado en el centro
por una gran mesa de trabajo y a la derecha con un piano de cola y varias
guitarras sostenidas por agarres, y la puerta se cerró detrás de ella para
después oir pasos en su espalda.
-¿Se supone
que aquí es donde vamos a trabajar? –murmuró él.
-Lo siento
–dijo ella, dejándose caer sobre una de las sillas- se nos acabó el champagne
francés y los bombones. Tampoco tenemos mayordomo.
-Yo no tengo
mayordomo –espetó el chico, molesto.
-Lástima
–bufó ella.
El silencio
los invadió de nuevo y necesitaron diez minutos para acostumbrarse a la
presencia del otro. Anne no recordaba ya el nombre del chico, que ahora
jugueteaba con su i-phone recostado sobre el sillón más alejado de la sala,
aunque lo cierto es que ella tampoco sentía la necesidad de intentar entablar
una conversación. Solo pedía que el tiempo pasara rápido para poder desaparecer
de allí. En ese momento, él alzó la mirada hacia ella e hizo otra de sus
muecas.
-Oye, tú –la
llamó.
-¿Qué? –dijo
ella, seca y asqueada, dándole vueltas a una de las ruedas de su skate sobre su
regazo.
-¿De verdad
te llamas Mary Kerry-anne?
La chica se
quedó callada ante la pregunta, que la pilló desprevenida.
-¿Tienes
algún problema?
-No
–murmuró- una vez salí con una tía que también se llamaba Kerry-anne, pero le
gustaba más Kerry.
-Bien por
ella –bufó Anne, sin saber por qué le contaba aquella historia.
-¿Eres
escocesa? –dijo entonces. La chica levantó la vista para encontrarse con sus
ojos- lo digo por el apellido. Clyde.
-Mi madre es
escocesa –musitó.
-¿No llevas
el apellido de tu padre? –ahora el chico se guardó el móvil en el bolsillo para
prestar más atención.
-No tengo
padre.
-Todos
tenemos padre –espetó- un embrión, feto, bebé, como quieras llamarlo. No se
forma solo por obra divina.
La chica le
lanzó una mirada de cautela.
-Pues yo no
conocí al que me engendró.
-Eso es otra
cosa –finalizó.
La chica
arrojó el monopatín a un lado y metió las manos en sus bolsillos.
-¿Haces
skate? –señaló su tabla.
-No, lo
llevo por moda –bufó ella- me gusta cargar con una tabla de madera con ruedas a
todos lados ¿sabes? Me hace sentir cool.
-El sarcasmo
es el recurso de los inseguros.
-Mira –se
puso en pié entonces la chica- Jason, Jeyson, Jonson o como quiera que te
llames. No quiero estar aquí y supongo que tú tampoco, así que hagamos esto
rápido y larguémonos ¿vale?
-Justin.
-¿Qué? –dijo
ella.
-Que mi
nombre es Justin –espetó.
-Sí, muy
bonito ¿algo más?
-Bueno
–murmuró el chico- es mejor que el tuyo. Kerryan.
-Kerry-anne, imbécil –ladró.
-Te llamaré
Clyde.
-No vas a
llamarme de ninguna forma porque tú y yo no somos amigos.
El chico se
quedó entonces en silencio y Anne pensó que había logrado molestarlo, pero se
equivocaba. En su lugar una sonrisa burlona nació a lo largo de sus labios.
-Lo cierto
es que no estoy interesado en ser tu amigo.
-Bien –bufó-
porque yo tampoco quiero tener nada que ver contigo.
-No dije
tampoco eso –sus ojos la atravesaron- más bien pensaba en otro tipo de relación
- y por primera vez, se sintió realmente agobiada frente a aquel chico.
-Cállate.
Ella le dio
la espalda entonces, dando por finalizada la conversación, y sacó de su mochila
un papel en blanco y un lápiz que depositó sobre la tapa del piano, sentándose
frente a él y posando los dedos sobre las teclas frías. Cerró los ojos un
momento e intentó visualizar las notas en su cabeza antes de dejar que sus
dedos corrieran por encima de éste, pero su concentración se vio una vez más
turbada por la voz del chico que la observaba desde el fondo.
-¿De verdad
tocas el piano? –preguntó, acercándose a ella.
-Realmente
tienes unas preguntas estúpidas –suspiró- cierra la boca de una vez.
La chica
movió ligeramente los dedos y una melodía llenó la habitación, haciendo que los
ojos color miel que la observaban se intensificaran en torno a ella.
-Guau
–susurró cuando hubo acabado unos minutos después.
Ella abrió
de nuevo los ojos que había mantenido cerrados para sentir cada nota y
memorizarla, y comenzó a escribir en el papel.
-En realidad
lo haces bien –musitó él acercando una silla hasta su lado. Ella, al percatarse
de su cercanía, se movió hasta el borde del banco poniendo distancia entre
ellos.
-¿Y tú no?
–el sarcasmo en la voz de Anne era palpable.
-Bueno, fui
al conservatorio durante muchos años –meditó- pero lo cierto es que prefería
estudiar a la profesora y a mis compañeras.
Anne rodó
sus ojos hacia él y soltó un largo bufido de irritación.
-¿Quiere
decir eso que no tienes ni idea de música?
-Sé tocar un
poco el piano –respondió indiferente- pero no tengo el nivel que mi padre cree.
Anne se giró
entonces quedando cara a cara con el rubio de ojos pícaros con una expresión de
enfado e irritación que la recorría.
-¿Y se puede
saber entonces por qué demonios has aceptado componer treinta y cinco
partituras cuando no sabes ni sobreponer dos tonos? –La voz de Anne se volvió
entonces seca- porque tú no sabías que pondrían a alguien a trabajar contigo.
-Los chicos
como yo siempre acabamos teniendo ayuda –sonrió, pero a pesar de que esperaba
alumbrar a la chica con su encanto ésta se dedicó a fruncir aún más el ceño-
simplemente habría buscado a alguien que lo hiciera por mí.
-Ese es
vuestro modo de vida ¿no es cierto? –Escupió ella- los ricos y prepotentes
niños de papá, no movéis un dedo para ganaros nada. Simplemente estornudáis y
al segundo tenéis a siete tíos peleándose por daros un pañuelo.
-Yo prefiero
a las mujeres –bromeó.
Anne notó
como la rabia calentaba su cara y se obligó a respirar despacio. Había
prometido no cagarla esta vez. Por ella, por Jackie, por no verse tirada en la
calle. Aquel chico frente a ella emanaba una seguridad de si mismo… se notaba
que había crecido teniéndolo todo, y eso era algo que envenenaba a Anne como
pocas cosas lo hacían. Al contrario de él, la chica tenía que luchar cada día
por tener algo que llevarse a la boca. Había empezado a trabajar los fines de
semana con tan solo doce años para poder tener un techo sobre su cabeza y se
veía obligada a seguir peleando por cosas que a su edad no deberían tener que
importarle. Y allí estaba Justin. Con ropa de marca, pelo alborotado y una
sonrisa que la inquietaba de una forma irritante.
-¿Esperas
entonces que yo haga todo el trabajo sola? –le lanzó una mirada envenenada de
odio- porque no pienso hacerlo.
-No –dijo
él- te ayudaré si es lo que deseas, pero no esperes una partitura de cinco
estrellas. Siempre me las hicieron las chicas con las que salía.
-En primer
lugar, no deseo nada de ti –aseguró- y en segundo, no se aprende a tocar sentándose
frente a un banco y aporreando el piano, sino con práctica, así que tú vas a
aprender. Y pronto.
-¿Dónde
aprendiste tú?
-En el piano
de mi hermano.
-¿Y por qué
no lo llamas a él para que me enseñe? –se burló, pero entonces notó que la
expresión de Anne se volvía gélida.
-Porque está
muerto.
El chico se
quedó en silencio durante un momento y después suspiró.
-Lo siento.
-No, no lo
sientes.
El aire se
tensó a su alrededor y él apartó la mirada para huir de los ojos fríos de Anne.
Justin se volvió entonces hacia el piano e hizo un gesto a la chica para que se
apartara. Tomó asiento y tras respirar unas cuantas veces empezó a tocar una
sinfonía. Ella escuchó aburrida al principio, pero poco a poco fue tomando interés,
hasta que finalmente se vio observando atontada al chico mientras moldeaba las
teclas con sus dedos. Al acabar, éste la miro en silencio.
-¿Qué? –preguntó.
-No es tan
horrible –comentó ella- aunque te falta práctica y algo de base.
-¿Y cómo has
aprendido tú base? –Murmuró- eso se enseña con teoría y disciplina.
-Lo cierto
es que sí que fui a un centro cuando era pequeña, pero demasiado poco tiempo
<<puesto que mi madre entró en depresión cuando mi hermano murió y mi vida
se fue a la mierda en todos los sentidos posibles>> -pensó esto último.
Justin abrió
la boca para decir algo pero poco después la cerró y pasó la mirada por la sala
hasta clavarla en el skate que descansaba sobre la silla más alejada.
-¿Y ahora
qué? –espetó ella.
-No pareces
la típica chica que va a los conservatorios.
Y eso era
cierto. No ahora. Pero hubo una época en la que tuvo aspecto de persona y no de
despojo humano. Un tiempo en el que podría haberse descrito como alguien feliz.
-Tampoco tú
pareces el tipo de chico que se las lleva a todas de calle y tiene novias para
cada día de la semana.
<<No
es cierto, sí que lo parece>> se dijo a sí misma.
Él lanzó una
carcajada.
-No las
tengo, en realidad.
Anne meditó
un segundo y optó por escupir sus pensamientos. Al fin y al cabo si lograba
hacer que se sintiera mal la dejaría en paz. Así era su modo de huída.
-Claro –sonrió
seca- solo te metes en sus bragas y después las dejas tiradas –hizo una mueca
de burla- ¿así es mejor?
-¿Son eso
celos? –Preguntó con sarna el chico –puedo entrar en las tuyas si quieres.
Anne se quedó
quieta durante un momento, meditando si soltar ya una bofetada o esperar a
coger impulso y propinarle un puñetazo en el estómago.
-Si lo intentas
te daré una patada en los huevos.
El chico
sonrió burlón, y entonces ella supo que se había topado de frente con la olma
de su zapato. Maldito idiota.
-No hará
falta porque tú me lo pedirás.
Éste último
comentario hizo que los puños de la chica se cerraran sobre sus costados.
-Si hago eso
tienes permiso para matarme.
-Si lo hago
habré demostrado que tengo razón.
-¿Sobre qué?
–espetó.
-Sobre que
puedo tener a la chica que quiera.
-Das
realmente un asco tremendo –escupió.
Justin se
recostó sobre el banco del piano, apoyando su barbilla sobre los puños y
mirándola fijamente.
-¿Odias a
todos los hombres por igual o solo soy yo? –Sonrió- ¿tal vez eres lesbiana?
-Todos
vosotros tratáis a las mujeres como basura –bufó- no tenéis respeto.
-Entonces sí
que lo eres.
-No lo soy –se
apresuró a decir- aunque tampoco estaría tan mal, viendo las opciones que hay
en ese bando.
-¿Entonces
qué? –Se burló- ¿tuviste un novio patético en la cama?
La ira
recorría la garganta de la chica, preparada para gritarle todas las palabrotas
que estaban cruzando su mente en ese momento.
-Eres
imbécil –susurró ella en cambio, y se puso de pié recorriendo la habitación
hasta detenerse en el otro extremo para darle la espalda.
Una vez más
Justin la siguió.
-Realmente
este tema me interesa –dijo, colocándose detrás de ella.
-Eres un
maldito pesado –se giró, plantándole cara- déjame en paz o te daré una patada
en la boca.
Ante su
enfado, el chico rubio se sintió más interesado. Al parecer estaba pasándolo
bien. Anne pensó que era uno más de todos aquellos que metían y metían mierda
sobre alguien hasta que esa persona explotaba y acababan peleándose.
-Dime –sonrió-
¿eres virgen?
Anne estaba
perdiendo la poca paciencia que la caracterizaba. En realidad, estaba
sorprendida de poder retenerse durante tanto tiempo. Normalmente ya habría
reaccionado.
-Dime tú –respondió
en tono cortante- ¿eres retrasado?
-Lo tomaré
como un sí –murmuró- aunque en realidad apostaría lo contrario.
-¿Crees que
tengo pinta de ser una zorra? –siseó.
-No, para variar
creo que tienes bastante personalidad –murmuró- pero que pretender llamar la
atención con esas ropas –la señaló- y tu comportamiento inmaduro.
-¿Inmaduro? –Bufó-
no soy yo quien está hablando de sexo.
-Hablar de
sexo no es malo –su sonrisa se hizo más amplia- dime, ¿a qué edad?
En sus
adentros algo estaba a punto de hacer clic. La chica contuvo el aire y entonces
algo se nubló en su cabeza. No era hablar de sexo lo que la estaba haciendo
sentir nauseas, sino el recuerdo de aquello para lo que jamás hubo estado
preparada.
-Nueve –pensó
con la mirada perdida ante el recuerdo, y entonces se dio cuenta de que lo
había dicho en voz alta.
<<Joder>>
El chico
dejó caer la mandíbula y sus ojos se abrieron de par en par.
-¿Tenías
nueve años?
Ella comenzó
a ponerse nerviosa. Nerviosa de verdad. No podía creer aquel fallo cometido. ¿Cómo
era posible que sin conocer de nada a este idiota estuviera contándole todo
esto? Algo fallaba. Algo no estaba bien.
-No.
-Guau –murmuró-
creo que acabas de batir un record.
La chica le dio
la espalda y comenzó a andar hacia el otro extremo de la habitación. Las
paredes estaban comenzando a volverse cada vez más estrechas, y para colmo él
no dejaba de perseguirla.
-Oye Clyde –insistió-
¿no crees que fuiste algo rápida? –el chico, ajeno a las lágrimas que Anne
había dejado correr por sus mejillas, observó su espalda ponerse rígida-
¿cuántos años tenía él? ¿Diez? –Espetó- incluso a esa edad yo estaba jugando
con mis soldaditos de plomo.
Anne,
incapaz de seguir soportándolo por más tiempo, dejó salir lo que tanto atrás había
estado guardando en su interior. Aquel tema había empezado como algo inocente,
pero aquel idiota no se percató de que el límite se había cruzado hace ya
mucho. Sin ni siquiera pensarlo, vomitó sus pensamientos. Sus demonios
interiores.
Se volvió
hacia el chico con ojos vacíos y húmedos, y tras respirar una vez más dijo:
-Yo tenía
nueve años. Él tenía treinta y dos –las manos le temblaron y luchó, cerrándolas
en puños para no delatar su angustia- era el novio de mi madre y aquel día ella
aún no había llegado –los ojos del chico se quedaron fijamente clavados en los
de ella, y un suspiro entrecortado salió de sus labios- tenía la maldita
costumbre de dejar entrar a aquellos hombre en casa. En nuestra casa. Y yo
siempre estaba sola –susurró esto último tan bajo que ni siquiera ella misma
pudo escucharlo. Como si estuviera preparado, el timbre sonó por cuarta vez
dando por finalizada la jornada, y sin ni siquiera mirar a aquel que ahora la observaba
inmóvil, cruzó rápidamente la habitación agarrando su mochila y salió corriendo
de aquel infierno.
Era ya de
noche cuando Anne volvió a mirar a través de la ventana de su habitación desde
el rincón en el que solía encogerse y pensar cuando todo se le venía encima.
Escuchó como pequeñas gotas chocaban contra el cristal y se mantuvo con la
mirada fija en ellas mientras resbalaban. En su cabeza, solo podía pensar lo
idiota que había sido al soltar aquello delante de ese chico al que ni siquiera
conocía. Aquel día había salido corriendo del instituto. Sabía que Ellen la
estaba esperando pero nadie, ni siquiera la psicóloga, podría ayudarla en aquel
momento. Al echar mano a la mochila vio que su skate no estaba ahí y durante
una fracción de segundo pensó en si volver a entrar para recuperarlo o seguir
caminando con la cabeza bajo la capucha de su sudadera. Finalmente había optado
por la segunda opción, pues lo último que necesitaba era volver a ver la cara
de aquél idiota. Al cruzar la puerta por una vez se sintió agradecida de estar
sola y se encerró en su habitación el resto del día. Ahora ella tenía los ojos
hinchados y el corazón un poco más roto, pues contar aquello que más te
atormenta nunca es fácil.
Cuatro y
media de la mañana. Anne sintió un escalofrío recorrer su columna y se
incorporó respirando con dificultad. Volvía a tener pesadillas. Fuera en el
salón vio que una luz reflejaba sobre la ventana, lo que supuso era la pantalla
de la televisión. Su madre estaba en casa. Salió de la cama y caminó hasta
encontrarla tirada en el sofá. La mujer giró la cabeza al notar su presencia e
hizo una mueca amarga.
-Kerry-anne –musitó.
-¿Dónde estabas?
–espetó Anne con disgusto, reteniendo las lágrimas tras sus ojos.
Su madre se
llevó una mano a la cabeza y supo por la expresión de su cara y el olor que
emanaba de ella que volvía a estar borracha.
-Lo siento
cariño –susurró- ven, acuéstate a mi lado.
-No quiero –bufó-
dime donde estuviste.
-Kylan me
llevó a su casa en la montaña –sonrió seca- pero discutimos.
-Ya –dijo seca.
-De todas
formas eres lo bastante mayor como para cuidarte sola, no esperes que lo haga
toda la vida.
-Es lo que
llevo haciendo todo este tiempo –ladró la chica.
-Entonces
vale.
-Tu anterior
novio te regaló un maldito teléfono después de follar –escupió Anne, descargando
la ira de todo su día sobre ella- ¿no es cierto? ¡Pues aprende a utilizarlo
entonces y ten la vergüenza al menos de llamar para ver si tu hija sigue viva!
Su madre se
tapó los oídos ante el tono agudo de la voz de su hija y frunció el ceño.
-No te
enfades.
-No estoy
enfadada –mintió- solo decepcionada por tener a alguien como tú de madre.
Anne se dio la
vuelta dispuesta a volver a su habitación, cuando la mano de su madre se alzó y
el sonido de ésta contra la cara de su hija emitió un golpe sordo. Tras esto,
la chica se llevó la mano al lugar del impacto y miró con puro odio a la mujer
que estaba tirada en el sofá.
-Ojalá
desaparecieras, o ojalá lo hiciera yo. Cualquiera de las opciones me vale –susurró
Anne, y tras esto se arrastró hasta la cama y se obligó a cerrar los ojos para
contener las lágrimas.
Mary
Kerry-anne odiaba con todo su ser llorar y sentirse frágil.
Habían
pasado tres días desde que Anne se había metido en la cama rota por dentro y
por fuera. Cuando había despertado a la mañana siguiente y vio que su madre
seguía tirada en el sofá, decidió echar el pestillo de la puerta y desaparecer
bajo las sábanas. Podría decir que había estado enferma, sus ojeras habrían
estado perfectamente de su parte. Los siguientes dos días quiso arrastrarse
hasta la puerta, pero tan solo tuvo fuerzas para llegar hasta la cocina y hurgar
en el frigorífico un par de rebanadas de pan con queso. Se sentía abatida y no
estaba segura de poder aguantar otro día como el pasado. Tras rendirse en la
lucha corazón-conciencia, el corazón la arrastró de nuevo bajo las mantas.
El cuarto
día era viernes, y la chica fue consciente de que ya había pasado una semana y
no había hecho ni siquiera una miserable partitura. Si por ella fuera dejaría
el instituto y se marcharía lejos con una maleta y un par de vaqueros limpios,
pero Anne pensaba en aquel momento en la profesora de Música, quien había
puesto la mano en el fuego por ella esta y otras incontables veces. <<La
profesora Jackie te supervisará, y si algo pasa las consecuencias caerán
directamente sobre ella>>. Además, por otro lado estaba su skate,
olvidado en aquella aula del demonio. Anne no podía escapar sin su monopatín.
Necesitaba ir a recuperarlo.
-Seguramente
ya me habrán echado por faltar tres días seguidos –murmuró mientras se metía en
las botas- pero al menos salvaré mi tabla con ruedas.
Con la
primera escarcha de la mañana helándole la nuca, Anne traspasó la puerta del
instituto con cautela. Esta vez no llegaba tarde, sino diez minutos antes de lo
esperado. Había decidido hacerlo así para no tener que toparse con Lewis y su
corbata sacada de circo. Atravesó el pasillo y para su sorpresa vio que el aula
que habían preparado para componer estaba iluminada por dentro, además, una
leve melodía se filtraba por el hueco entre la puerta y el suelo. Había alguien
allí, y estaba tocando el piano. Anne giró el picaporte y entró con cuidado
intentando no hacer ruido. Tras cerrar la puerta detrás de ella y levantar la
vista hacia el piano de cola vio que quien estaba haciéndolo sonar era ni más
ni menos que aquel chico rubio. Justin. Y lo cierto es que no lo hacía mal.
Nada mal. ¿Le había mentido?
Anne recorrió
el camino hasta la mesa de madera redonda que ocupaba el centro de la sala y se
sentó en una de las sillas, sacando papel y lápiz con ella. De repente el piano
dejó de sonar y el chico se giró en redondo buscando la presencia que sentía en
la sala. Ella alzó la vista al notar que había parado para encontrarse con los
ojos abiertos y cautelosos de Justin observándola, parecía ansioso. El chico se
levantó despacio y caminó hacia ella.
-Anne –susurró,
y la chica sintió una agradable vibración recorrerle la columna al escuchar su
nombre por primera vez de la boca de aquel idiota.
-¿Qué? –murmuró
ella volviendo la vista al papel.
-Creí… que
no vendrías.
-Pues aquí
estoy.
Justin
guardó silencio buscando las palabras correctas, y entonces tomó asiento a su
lado.
-Oye, lo
siento –musitó- por lo del otro día.
-¿Qué
sientes exactamente? –la voz de la chica era monótona y aburrida.
-Haber sido
un imbécil contigo.
-Al fin lo
reconoces –lo miró de reojo- es bueno saberlo.
-Yo no pensé
que…
-Es cierto –le
cortó- no pensaste. Vosotros nunca pensáis.
-Lo siento.
-Eso ya lo
has dicho –espetó con voz fría, y al no obtener respuesta giró la cabeza para
ver la expresión del chico. Realmente estaba arrepentido. Esperó durante un
momento y entonces prosiguió- oye, no importa.
-¿Qué?
-Que da
igual –murmuró- qué más da.
-No…
-¿Sabes si
Lewis está al corriente de mis faltas? –interrumpió, evadiendo el tema. No
quería seguir pensando en eso- si es así creo que no es necesario que vuelva a
molestarme en venir.
-No lo sabe.
La respuesta
del chico la desconcertó. Estaba casi segura de que…
-¿No?
-Jackie es
quien ha estado viniendo, ella te cubrió frente a Frank. Le dije que te habías
empezado a encontrar mal y decidiste irte a casa –el chico hizo una mueca- ella
dijo que estaba bien siempre y cuando siguieras trabajando allí en las
partituras.
-¿Has
mentido por mi? –espetó la chica, medio irritada y medio sorprendida.
-Supongo.
-¿Por qué?
-No quería
que por mi culpa te echaran de aquí.
Anne se
quedó mirando fijamente al chico, y entonces llegó a una conclusión.
-¿Sabes? No eres
tan idiota como pensaba.
Aquel día
ambos trabajaron, Justin sobre la mesa y ella en el piano. Resultó que el chico
sí que sabía componer, aunque nunca lo había intentado. Al llegar las doce,
siete partituras estaban finalizadas y archivadas en la carpeta con la etiqueta
“campeonato”. A pesar de que se habían mantenido en silencio, ella ya no notaba
ese ambiente hostil y tenso que tiempo atrás los había acompañado. Siete
partituras en un día era todo un record. Siete partituras en una semana era
todo un retraso. Ambos tendrían que ponerse las pilas si querían que aquello
llegara a algún sitio.
-¿Vendrás
mañana? –preguntó Justin cuando el timbre anunció el final.
-No.
El chico se
quedó en silencio y una mueca recorrió su cara.
-¿No?
-No, porque
es sábado –bufó ella- y los sábados no hay instituto.
-Maldita sea
–espetó- no lo recordaba.
Ambos
coincidieron por primera vez en su risa y sus carcajadas retumbaron en la
habitación. Se despidieron con la mano y Anne con su skate ya bajo el brazo
observó como el chico recorría el pasillo mientras en su cabeza rondaba un
pensamiento:
<<No
está tan mal>>
El fin de
semana Anne decidió ponerse a trabajar en las partituras, y tras romper su hucha
e ir a por algo de comida china, se recostó sobre la cama con la música de su
i-pod llenándole los oídos. El domingo por la noche antes de irse a dormir hizo
un recuento de los papeles, haciendo un total de quince. Había pasado dos días
hundida en esos folios entre notas altas y bajas, y eso los dejaba con veintidós
partituras finalizadas y aún tres semanas por delante, por lo que ahora podrían
relajarse e invertir más tiempo en las últimas. La chica cerró los ojos aún con
las melodías recorriendo su cabeza y antes de quedarse dormida una imagen se
reflejó tras los párpados. Era Justin, sentado ante el piano. Y tocaba para
ella.
-Oye, ¿y por
qué no incluimos una superposición de notas altas y bajas aquí? –Justin,
sentado a su lado en el banco de piano que ahora solían compartir, garabateaba
sobre el papel añadiendo notas y tachando otras cuantas.
-No creo que
eso suene bien –respondió.
-¿Por qué?
-Son notas
diferentes, no encajan –murmuró.
-También
nosotros lo somos, y míranos –el chico le dedicó una amplia sonrisa.
-Cállate –espetó
ella, pero ahora lo hacía con un cierto tono de amabilidad.
Doce y
media. Hora de ir a visitar a Ellen. Cuando Justin y ella se despidieron en la
puerta, ésta esperó a que él desapareciera por el pasillo para girar hacia el
despacho de la psicóloga. Estos últimos días ambos chicos habían hablado e
incluso ella se había atrevido a compartir unos cuantos fantasmas de su pasado.
Por supuesto, no había nombrado a su madre y tampoco su desastrosa vida, pero
sin embargo sentía que realmente podía contarle cualquier cosa a ese idiota.
-¿Cómo te
sientes? –preguntó Ellen detrás de su blog de notas.
-Bien.
-¿Estás
segura?
-¿Por qué no
iba a estarlo? –respondió la chica.
-He escuchado
por ahí que estas en un proyecto.
-Su sentido
del oído es muy agudo –bufó.
-¿Por qué
has estado todo este tiempo sin venir a hablar conmigo?
La chica
dudó un momento.
-He estado
enferma.
-No te creo –espetó
la psicóloga.
-Ese es su
problema.
Garabateando
en su libreta, la doctora lanzaba miradas intensas a la chica. Cuando hubo
acabado de escribir, se aclaró la garganta y dijo:
-Háblame de
ese chico.
Anne sintió
que un nudo se cogía en el estómago.
-Es idiota.
-¿Por qué
crees eso?
-Simplemente
lo sé –murmuró- pero no es tan idiota como otros idiotas.
Ellen
asintió.
-Cuéntame
cómo estás llevando ese proyecto.
-No sé qué
tiene de especial. Cuatro horas al día nos encerramos a componer. Después nos
despedimos y cada uno se va por su lado.
-¿Cuánto tiempo
lleváis haciendo esto?
-Dos semanas
–contestó seca.
-Días.
-Once días –concretó.
-¿Has
hablado con él sobre tu pasado? –preguntó, y a Anne se le encogió el pecho ¿sabía
ella algo?
-No –murmuró-
¿debería?
-No lo sé
¿deberías?
-No lo creo.
-Pero pasáis
mucho tiempo juntos.
-También con
usted y eso no significa que seamos amigas.
-Yo no te
atraigo sexualmente –aseguró.
-Tampoco él –se
apresuró a decir Anne.
<<Mientes>>
le dijo una voz dentro de su cabeza.
El tiempo
había seguido pasando y a tan solo una semana del campeonato prácticamente todo
estaba acabado. Anne y el chico habían resultado ser el ying y el yang. Tan
opuestos, tan distintos y a la vez tan iguales de modo que uno complementaba al
otro. La complicidad con la que trabajaban y la paz que la chica sentía cuando
estaba con él había comenzado a asustarla. Ella no estaba acostumbrada a sentir
eso, ella simplemente… odiaba a todo el mundo. O eso solía pensar. Ahora, cada
mañana se levantaba con una sonrisa en la cara deseando llegar y sentarse a su
lado junto al piano. Eso era simplemente todo lo que quería hacer.
Aquel día se
encontraban especialmente aburridos mientras repasaban todas las partituras que
habían hecho hasta el momento para sacar nuevas ideas sobre las últimas tres
restantes. Anne estaba recostada sobre una de las sillas y Justin presionaba
las teclas del piano sin tocar nada en especial.
-¿Qué más
podemos escribir? –dijo él.
-Es cuestión
de inspiración –aseguró- no salen así porque sí.
-Todas las
otras lo hicieron –susurró.
-Los finales
son siempre los más complicados –respondió la chica, mirando a Justin
directamente a los ojos.
Ambos se
quedaron en silencio, perdidos en la mirada del otro como otras veces antes les
había ocurrido, y lo peor, según Anne, era que no le resultaba incomodo sino
agradable, y eso la asustaba.
-Ya sé –musitó-
hazte a un lado.
La chica se
sentó junto a Justin en el banco y comenzó a intercalar varias notas a la vez.
Le pidió que colocara los dedos sobre unas determinadas teclas y siguiera un
patrón de tiempo mientras ella hacía lo mismo al otro lado con las notas altas.
Cuando ella dio la señal ambos comenzaron a recorrer el teclado. Cuatro manos
bailando sobre blanco y negro. Al principio sonó como una nube alborotada, un
caos, y después… una melodía compleja pero legible que hizo que Justin tuviera
que parar un segundo ante la sorpresa para luego volver a retomar el ritmo.
Ambos, uno pegado al otro, sentían la agitación mientras el sonido llenaba la
sala. Era una melodía intensa pero alegre, llena de sentimiento. Sus manos se
entrecruzaban y ella podía sentir la respiración del chico muy cerca de su
cara. Cuando la canción hubo llegado a la parte más alta de su repetición, Anne
probó tres teclas más arriba para intensificar el tono, de modo que las manos
de ambos llegaron a rozarse por un momento. Un momento que Anne creyó congelar
dentro de su mente. Era la primera vez que ambos se tocaban piel con piel, y el
calor que sentía de Justin emanando junto a ella sobre su costado la hacía
sentirse agitada. El chico la miró turbado cuando sus dedos volvieron a rozar
los de la chica, esta vez, pensó ella, de forma deliberada. Y de repente la
canción cesó y ambos se buscaron con la mirada. Girando a la vez la cara para
encontrarse, los dos quedaron frente a frente en un pequeño espacio apenas
perceptible. Ella pudo sentir el calor de sus labios llamándola, él bajó la
mirada hasta los de la chica pareciendo sentir lo mismo. Sin poder evitarlo o
si quiera siendo conscientes de ello, Justin comenzó a acercarse más a Anne de
modo que menos de una tecla alta de piano los separaba. A penas unos
centímetros, piel con piel aún rozándose con las manos, ambos con la mirada
posada sobre los labios del contrario, ambos pidiendo lo que antes no se habían
atrevido. Y entonces ella comprendió que todo ese tiempo había estado deseando
que ese momento llegara. El silencio se hizo en toda la habitación y la chica
sintió como su respiración se agitaba, ambas chocaban ahora ansiosas por
convertirse en una y ella, al alzar la vista a los ojos del chico por un
momento pudo ver la excitación en su mirada. Un segundo después Anne sintió la
mano de Justin sobre su cadera y poco después la otra sobre su mejilla. El
chico cerró los ojos y ella le imitó, dejando que la distancia desapareciera
entre ellos para que…
Un golpe
sordo sonó al otro lado de la puerta y ambos retrocedieron precipitadamente.
Anne saltó, poniéndose en pié de forma casi inconsciente, y un momento después
Jackie entró en la sala quedándose de pié junto a la puerta.
-¿Interrumpo?
–preguntó, y al ver a Anne con las mejillas rojas y a Justin, aún sentado sobre
el banco con la mirada ahora fija en el suelo, emitió un sonido que pudo
relacionarse con un “ups” desde su boca.
-Pasa –susurró
Anne, buscando la voz en lo más hondo de su garganta.
La profesora
lo hizo, aún insegura, pues podía notar también el ambiente condensado e
intenso que allí se había formado momentos antes.
-Venía a
recoger las partituras de ayer, y si habéis terminado… también las de hoy.
La chica
tragó pesadamente saliva y se dirigió al piano, donde descansaba una hoja de
papel en la que habían estado trabajando. Pasó junto a Justin sin ni siquiera
poder mirarlo y corrió hasta la mesa de trabajo, donde acabó de garabatear unas
notas, las cuales habían tocado minutos antes y se las entregó junto con otro
puñado de papeles.
-Genial –dijo
Jackie- ¿Cuántas hay?
-Treinta y
tres –murmuró la chica.
-Oh, solo
dos entonces.
-En realidad
una –anunció Anne, y caminó hasta su mochila para sacar otra hoja arrugada del
bolsillo delantero- esta la acabé anoche.
-¡Una! –Exclamó
la mujer- ¡Eso es fantástico! Y aún tenéis mucho tiempo.
Jackie buscó
una expresión de alegría en la cara de los chicos, pero solo pudo reconocer
vergüenza en la de Anne y una especie de irritación y desdén en la del chico.
La mujer asintió al ver que no habría respuesta y abandonó entonces la sala,
dejándolos solos de nuevo. Anne miró fijamente al suelo armándose de valor para
encarar al chico y entonces el timbre anunció que eso no sería necesario. Ésta
suspiró y agarró su mochila para dirigirse a la puerta, pero entonces Justin la
llamó y dijo:
-Anne ¿te
apetece salir a dar una vuelta esta noche?
La chica se
quedó inmóvil durante un momento y entonces respondió.
-Claro.
Nueve en
punto de la noche.
La chica se
encontraba por primera vez con algo que no eran sus viejos jeans desgastados y
sus botas de cuero rasgadas. En su lugar Justin había querido llevarla a ver
una de las últimas películas en cartelera, y a pesar de que ella le había dicho
no poder pagarlo el chico había insistido en invitarla. <<Cosas de niños
ricos de papá>> le había dicho, imitando su voz. Ella había decidido
ponerse unos tacones que reservaba para momentos muy especiales y que había
conseguido ahorrando durante dos meses de trabajo, y unos shorts ajustados que
estilizaban sus piernas. No solía arreglarse por lo que no tenía vestidos ni
faldas. En su lugar optó por una camisa de tirantes y una cinta en el pelo en
lugar de su habitual gorra de skater.
<<Me
veo rara>> pensó frente al espejo de su cuarto, pero antes de que pudiera
decidir si cambiarse o no, la puerta sonó ruidosamente y ésta se vio corriendo
hacia ella. Le había dicho a Justin que prefería quedar directamente en el cine
pero él había preferido ir a buscarla. Todo un caballero, había pensado. Un
caballero idiota.
Al abrir la
puerta se topó de lleno con un chico de vaqueros caídos y chaqueta negra de
cuero. Él siempre solía vestir elegante por lo que el cambio no se notaba
especialmente, aunque Anne sí pudo observar que había cambiado sus deportivas
por unos zapatos y su camiseta de manga corta por una camisa blanca. Además
olía a perfume, algo que siempre la había vuelto loca. Lo único que le gustaba
de los hombres era su perfume. Irónico, pues ahora ya no pensaba lo mismo. Le
gustaba todo de ese chico, peligrosamente todo. Sus ojos caramelo intenso se
clavaron en ella observándola con interés. El chico pasó sus ojos de arriba abajo
primero por sus zapatos, sus piernas, y después por su pelo. Finalmente sonrió.
-Estas
preciosa, Clyde.
-Estoy… rara
–musitó.
-Te sienta
bien.
Ella notó
como el chico se la comía con los ojos y sintió como el rubor de sus mejillas
se hacía visible. Cerró la puerta detrás de ella y ambos entraron en el coche
de él. Como no, Justin conducía un range
rover negro platino. Malditos niños de papá.
-¿No podías
elegir un coche un poco más extravagante? –se burló ella cuando tomaron asiento
en el interior.
-Bueno,
podría haber traído el ferrari.
-Estás de
coña –murmuró, pero sabía que no lo estaba.
Tras sacar
las entradas y hacerse con un par de cubos de palomitas ambos entraron a la
sala y se acomodaron en uno de los sillones del fondo ella. Para su sorpresa no
había demasiada gente, y antes de que las luces se apagaran Anne se acerco al
chico y le susurró al oído:
-Esto no es
una cita.
Justin
sonrió ampliamente y la miró con los ojos brillantes.
-Por
supuesto que no, solo estamos viendo una película.
La chica
asintió y se acercó un poco más a él justo en el momento en el que la sala
quedaba a oscuras. Cuando los títulos salieron en la pantalla Justin giró la
cabeza hacia ella y le murmuró:
-A pesar de
ello, si quieres que lo sea solo tienes que decirlo.
Ella volvió
a sonreír, pero el chico no pudo darse cuenta. La película comenzó y el
silencio se hizo en toda la sala.
Anne estaba
nerviosa, no entendía el motivo pero realmente lo estaba. Sentía a ese chico
pegado a su costado con el calor rozándola suavemente y solo podía pensar en
cuánto tiempo quedaría para que las luces se encendieran y dejara de pensar
todo lo que se le estaba pasando por la cabeza hacerle.
<<Pero
yo no te atraigo sexualmente>> le había dicho la psicóloga.
<<Tampoco
él>> respondió la chica.
Ahora estaba
cien por cien segura de que aquella había sido una de sus mayores mentiras.
De repente
una mano se posó sobre su pierna desnuda y notó la calidez quemar su piel, era
la mano del chico. Se arrastró, rozando cada centímetro de su muslo hasta
encontrar la mano de la chica, y entonces sus dedos se entrelazaron. En la
oscuridad pudo ver el brillo de los ojos de él y estuvo casi segura de que
también Justin pudo ver el reflejo de su sonrisa. Ella estaba sonriendo de
verdad después de años. Después de lo que ella consideraba una eterna vida.
Las luces se
encendieron y Anne sintió el impulso de zafarse del agarre del chico. Sus manos
habían seguido entrelazadas, pero cuando la gente comenzó a ponerse en pié él
no movió un músculo. Sus dedos seguían abrazados.
-¿Te gustó? –susurró
él a su lado.
<<¿Sentir
tu piel contra mi piel? Más de lo que me hubiera gustado que me
gustase>>.
-¿A qué te
refieres?
-A la
película –sonrió pícaro, y la chica se sintió idiota.
-Ha estado
bien.
El chico
hizo ademán de ponerse de pié y ella se preparó para soltar su mano, pero en
vez eso Justin tiró de ella alzándola a su lado y sus dedos permanecieron
juntos en todo momento.
-¿Tienes
hambre? –murmuró en su oído mientras salían a la calle.
<<Tengo
hambre, de algo que nunca había sentido antes>> pensó.
-Mucha –respondió
en cambio.
Estaban en
un restaurante chino, al cual Justin la había llevado pues recordaba que una
vez aquellos primeros días ella murmuró “tengo unas tremendas ganas de fideos
tres delicias”. Era un idiota con buena memoria.
Sentados
frente a frente en una mesa al fondo, él sonrió y un momento después negó con
la cabeza como para espantar un pensamiento inoportuno.
-¿Qué pasa? –preguntó
ella.
-Nada.
-Dímelo –insistió
la chica.
-Estaba
recordando el primer día que te ví.
Anne echó la
vista atrás e hizo una mueca al recordarlo también.
-Ugh –gruñó.
-¿Qué?
-Llegué
tarde, agitada, corriendo y empapada de arriba abajo. No fue uno de mis mejores
días.
-No opino lo
mismo.
-¿Por qué? –murmuró
ella, desconcertada.
-Me dijeron
que una chica me iba a ayudar con las partituras y era muy buena con el piano,
así que en mi cabeza imaginé a la típica chica rica y prepotente con demasiado
brillo de labios y gafas de pasta –susurró.
-Estás describiéndote
–bufó ella.
-Yo no uso
brillo de labios.
-Pero si
eres rico y prepotente.
El chico se
quedó en silencio y un minuto después prosiguió.
-En cambio apareciste tú, con tu pelo mojado,
tu monopatín bajo el brazo, una gorra y unas botas de cuero. Realmente fue una
sorpresa. Jamás imaginé que tú fueras capaz de tocar una sola nota. Tenías esa
imagen de chica rebelde.
-Supongo que
no estás acostumbrado a chicas como yo –murmuró.
-Precisamente
por eso me gustas tanto –musitó, y una sonrisa recorrió su rostro, dejando al
descubierto unos dientes blancos y alineados- eres justo el tipo de chica que
no se encuentra en mi mundo.
En ese
preciso instante las manos de ella comenzaron a temblar y se vio obligada a
juntarlas bajo las piernas para no delatarse. El rubor de sus mejillas volvía a
emerger de lo más hondo de su rostro y se sintió por primera vez como una
adolescente. Una verdadera adolescente.
-Tú tampoco
eres lo que me esperaba –susurró.
-¿Y eso es
bueno?
-Creo que si
–dijo ella- esperaba a un idiota total y resulta que solo eres un medio idiota –la
chica sonrió y él la miró fijamente.
El silencio
se hizo entre ambos y entonces él le susurró:
-Me encanta
cuando sonríes.
Una hora más
tarde ambos se encontraban tomando el postre. Él, una bola de helado de
chocolate, ella, una de vainilla. Hablando de uno y otro tema, ambos reían y la
chica se sentía más viva de lo que había estado en toda su vida. Justin le
devolvía las ganas de comerse el mundo y eso era algo que en parte la
aterrorizaba, pues cuando se marchara, porque estaba segura de que lo haría,
volvería a sentirse tanto o más vacía que antes.
-¿Qué crees
que deberíamos hacer para esa última composición?
-Creo que
debería ser especial –dijo él.
-Mañana es
el último día que pasaremos trabajando en esto ¿eres consciente de ello? –Murmuró
la chica- después nos volveremos a ver el día del campeonato y después…
-… y después
seguiremos haciéndolo –aseguró él.
Anne miró
fijamente a sus ojos y vio en ellos una sombra que antes no estaba ahí. Era
melancolía. Ninguno de ellos quería dejar de componer. Ninguno de ellos quería
levantarse sin tener que ir a buscar al otro. Habían encontrado su rutina
perfecta.
-¿Puedo
probar tu helado? –dijo ella, distraída.
Él acercó el
plato hacia ella. La chica se llevó la cuchara a los labios y los mojó con el
helado. Justin la observó intensamente mientras tanto.
-Puedo… ¿yo?
–preguntó.
Ella asintió
tendiéndole su copa. El chico llevó también su cuchara a la boca, y tras
saborearla dijo:
-Hemos ido
al cine y compartido un helado –su sonrisa se hizo ahora tímida- ¿es esto ya
una cita?
La chica
bajó un momento la mirada hasta sus manos y entonces buscó directamente sus
ojos.
-Sí.
Cuando el
coche de Justin aparcó frente a la casa de la chica, él se bajó rápidamente
para abrir la puerta del copiloto y ayudarla a bajar. Ésta consideró el acto
innecesario, pero en lo más profundo de su ser se sintió como una princesa en
un cuento de hadas.
-Bueno…
-murmuró él una vez frente a la puerta de la casa- supongo que… nos vemos
mañana.
Ella dudó un
momento y entonces suspiró armándose de valor.
-¿Quieres
pasar?
Los ojos de
Justin se iluminaron ante su petición y una sonrisa pícara nació en su cara.
-No puedo
negarme.
-Tienes una
habitación bonita –comentó el chico observando apoyado sobre el escritorio.
-No lo es –contestó
ella desde el baño- pero gracias por el cumplido.
Cuando
volvió a salir sus tacones habían desaparecido y el lazo ahora recogía su
cabello en un moño alto sobre la cabeza.
-¿Siempre
estás sola? –preguntó él.
-La mayor
parte del tiempo, si.
El chico se
acercó hasta donde ella estaba y entrelazó de nuevo sus dedos. Ella sintió como
la sangre se calentaba bajo su cara por la cercanía que sus cuerpos habían
tomado y notó la respiración de Justin sobre sus labios. Cuando él habló lo
hizo en un susurro.
-No quiero
que desaparezcas cuando toda esta mierda haya acabado.
Ella sintió
un escalofrío recorriendo su espalda.
-No voy a
hacerlo si tú no lo haces.
Y así, sin
más, el silencio los rodeó aislándolos de todo lo exterior. Cualquier cosa que
no fueran ellos dos desapareció y tan solo podían ver sus ojos intensos y sus labios
emitiendo pequeños jadeos entrecortados a medida que se acercaban. Ahora
estaban solos, nadie iba a interrumpirlos. El chico pasó una mano por su pelo y
la posó sobre su mejilla, mientras que con la otra ejerció presión sobre la
cadera de la chica para acercarla más a su cuerpo, y así, con los ojos cerrados
y su piel rozándose Justin acarició los labios de Anne con los suyos propios
mientras ésta se estremecía bajo ellos. La chica subió su mano hasta el pecho
de él tirando de su camisa hacia delante, por lo que las distancias quedaron
reducidas a la nada y ésta se vio dentro de los labios de Justin, húmedos y
cálidos, peleando por abrir paso con su lengua en busca de la de la chica. El
beso en un principio lento se hizo ahora más intenso a medida que el calor los
invadía y de repente ambos comenzaron a tener demasiado calor a pesar de que el
frío de la noche entraba por la ventana. Anne sintió que necesitaba estar aún
más cerca de él y avanzó hasta aplastarse contra su pecho. A ambos comenzaba a
estorbarle la ropa, ahora necesitaban más. Más el uno del otro. Más para
convertirse en uno solo. Ella lo deseaba desde hacía tiempo y él lo había hecho
desde el primer momento. Ahora ellos estaban juntos y ahora quien los guiaba
era el corazón.
En un movimiento
ágil y fuerte Justin subió a horcajadas a la chica sobre su regazo, enredando
esta las piernas sobre su cintura. El chico la abrazó con fuerza por las
caderas para atraerla completamente hacia él y su beso se hizo desesperado. A
tientas se dirigieron hacia la cama, donde se dejaron caer él encima de ella.
La chica buscó aceleradamente los botones de la camisa blanca y lo desprendió
de la tela dejando su torso al descubierto. Anne pensó entonces que ese idiota
era realmente guapo. El chico le sacó rápidamente la camiseta y después comenzó
a trabajar en sus shorts a la vez que ella desabrochaba el cinturón de él y lo
arrojaba a un lado. En un momento ambos se vieron desnudos y pidiendo entrar
dentro del otro. Justin besó duramente a la chica antes de separarse un segundo
emitiendo pequeños gruñidos.
-Anne
-jadeó- si no estás preparada…
Pero en los
ojos del chico se podía ver la desesperación por una afirmativa, así que cuando
la chica le respondió <<hazlo>> él no dudó ni un segundo en buscar
a tientas un pequeño paquete plateado en uno de los bolsillos de sus vaqueros y
rasgarlo con los dientes, se lo colocó rápidamente con desesperación y un
segundo después entró en ella. Anne sintió como cada músculo de su cuerpo se
tensaba ante la presión del chico dentro de ella. Sus labios la devoraban y sus
respiraciones chocaban como dos huracanes que se encuentran en medio de un
camino. Justin la miró con ojos frenéticos y volvió a entrar en ella, esta vez
más fuerte, y más, hasta que el ritmo se hizo firme y Anne comenzó a mover sus
caderas a la vez que las embestidas de él se hacían más fuertes. Un juego en el
que ambos estaban al límite. Aquello le recordó a la chica a la última
partitura creada, con los dos pasando sus dedos por el piando, caos al
principio, éxtasis después. Y cuando el momento cumbre llegó y ella sintió que
Justin se tensaba sobre ella y emitía un sordo gruñido giró sus caderas por
última vez para permitirle la liberación, y segundos después dejarse arrastrar
con él dentro de una espiral de intenso deseo.
Cuando el
peso del chico la aplastó sintió que perdía el aire por un momento, pero al
siguiente él ya estaba repartiendo el peso sobre sus codos permitiéndole un
hueco a la chica bajo él. Justin abrió los ojos aún con las pupilas dilatadas y
la respiración agitada y se inclinó hacia delante para posar un casto beso
sobre los labios de la chica. Ella, en cambio, a penas pudo escuchar lo que
dijo a continuación, pues todo se volvió oscuro y su respiración se hizo más
pausada a medida que ella se quedaba dormida.
Cuando un
rayo de sol calentó su cara Anne abrió los ojos pesadamente. La ventana seguía
abierta pero al contrario que en días anteriores hoy el sol se colaba a través
de los cristales. La chica sintió frío de repente y buscó a tientas lo que por
la noche le había dado calor, pero allí, una vez más, ella estaba sola. En ese
momento recordó lo que había ocurrido y se incorporó buscando al chico que
había desaparecido. Pasó los ojos de un lado a otro de la habitación y entonces
su mirada se posó en un trozo de papel sobre el escritorio. Ella se enroscó en
la sábana y salió de la cama para cogerlo. Era una nota.
<<Siento no estar aquí cuando
despiertes, tenía que acabar unos asuntos en el instituto. Nos vemos después.
PD: Estás preciosa cuando duermes. –Justin>>
El corazón
se le encogió al ver su nombre al final del papel y miles de recuerdos de la
pasada noche le inundaron la mente. Todo esto era real a pesar de que al
despertar creía haberlo soñado.
Tras darse
una ducha y volver a colocarse sus jeans ajustados y una camisa color rosa
fuxia bajo su chaqueta, agarró un donut del frigorífico y salió camino al
instituto. En monopatín el trayecto se reducía a cinco minutos, por lo que le dio
velocidad en la cuesta y en menos de tres se plantó frente a la puerta de la
entrada. Con una sonrisa en la cara entró atravesando el pasillo hacia la sala
del piano, pero al pararse frente a ella vio que dentro las luces estaban
apagadas y dentro todo estaba vacío. Normalmente Justin siempre llegaba primero
y la esperaba sentado sobre el banco de piano tocando alguna melodía. Esta vez,
todo estaba oscuro y frío. Ella arrojó su mochila hacia un lado y encendió las
luces. Decidió esperarlo tomando ideas para la última partitura y comenzó a
garabatear sobre el papel en blanco. Diez minutos después decidió ir a ver qué
estaba pasando. No era normal que él se retrasara.
Salió al
pasillo y tomó rumbo al despacho del director, justo cuando pudo ver dos
figuras al doblar la esquina. Para su sorpresa una de ellas le resultó
extrañamente familiar. Ella había estado bajo esos hombros. Era Justin. Y
estaba con una chica. Anne suspiró y tomó aire varias veces antes de seguir
andando pensando en qué podría decirle después de aquella noche. Caminaba
intentando ordenar sus ideas con la vista fija en el chico cuando de repente su
mirada se nubló por un momento y acto seguido ambas siluetas estaban
compartiendo algo.
Un beso.
Justin y esa
chica estaban besándose frente a sus narices.
Ese estúpido
idiota lo había hecho.
Ella se paró
en seco cuando sus músculos se tornaron rígidos mientras veía como aquella
chica tomaba lo que antes había creído suyo. Anne quería gritar. Sintió la
necesidad de correr hacia ellos y gritarles que eran unos malditos perros pero
en su lugar solo pudo quedarse muy quieta y con la mirada fija en él. Un
segundo después el chico se separó y Anne tuvo el tiempo suficiente como para
ver que él se giraba para plantarle cara y sus ojos se quedaban inmóviles en
los de ella. El chico comenzó a andar hacia ésta mientras decía algo, pero ella
no pudo lograr entenderlo, pues solo tuvo tiempo para salir corriendo y dejarle
atrás.
Entró
precipitadamente a la sala de piano y cerró la puerta detrás de ella
atravesando entre el picaporte y el suelo una de las sillas ejerciendo presión
para evitar que pudieran abrirla desde fuera, consciente de que Justin la
seguía. Un segundo después de lograr poner la silla la puerta se movió por un
golpe y ella comenzó a escucharle gritar desde fuera. La chica se apalancó de
espaldas contra la pared para evitar que pudiera apartar la silla con sus
empujones y llevándose las manos a la cara para contener las lágrimas que amenazaban
con salir se dejó arrastrar hasta caer al suelo. Ella podía escuchar al chico
al otro lado de la puerta.
-¡Anne! –Gritaba-
¡Ábreme! ¡Puedo explicarlo! –Ella tan solo podía recordar todo lo que había
creído real y no era nada- ¡Anne por favor, no es lo que piensas! –en ese
momento se odiaba por haberse dejado mostrar frágil -¡Por favor!- Se odiaba por
estar llorando por alguien que no lo merecía -¡Anne ábreme la puerta!- Se
odiaba por haber dejado que alguien entrara en su vida cuando no tenía intención
de quedarse –¡Joder, déjame explicártelo!- Se odiaba por ser estúpida –Anne… -Al
fin y al cabo, seguía odiándose como cada día.
Cansada de
escuchar a aquel imbécil se arrastró hasta agarrar su mochila y se puso en pié.
Se secó las lágrimas y suspiró para intentar mantenerse en calma, aunque nada
estaba en calma en su interior. Se colocó bien su skate bajo el brazo y de una patada
apartó la silla, que cayó de lado en un extremo de la sala. Cerró los ojos un
momento buscando contención y entonces abrió la puerta sabiendo lo que se
encontraría al otro lado.
-Anne… -Justin
estaba con ambos brazos sobre la puerta, apoyando la cabeza en señal de
irritación.
Ésta salió
rápidamente y le ignoró, atravesando el pasillo. Un momento después el chico le
pisaba los talones.
-Clyde
escúchame –le pidió- Anne, por favor.
La chica,
perdiendo por completo la paciencia se giró en redondo para plantarle cara. El
chico se paró en seco y alzó los brazos para contenerla.
-No me
hables –escupió ella- no me mires –su voz era dura- no me sigas. No quiero nada
de ti. No quiero nada tuyo ¿me oyes? –Las lágrimas en sus ojos eran ahora como
gotas de agua sobre un cristal- no quiero saber nada.
Él, como si
alguien le hubiera golpeado con treinta kilos de hormigón armado, se quedó
inmóvil bajo las palabras de ésta. Le llevó un segundo poder reaccionar.
-Anne –le suplicó.
-Deja de
decir mi nombre –amenazó- no quiero escucharte.
-Solo deja
que…
-No –alzó una
mano al aire, poniéndola entre ambos para impedir que él se acercara- confié en
ti y me jodiste. Creí que realmente podría haber algo… lo que fuera… pero tú lo
dijiste. Nunca tienes novias –escupió- solo entras en sus bragas y luego las
tiras a la basura.
-Eso no...
-….Si –le cortó-
y sé que es culpa mía por haberte dejado entrar en mi vida. Sé que soy yo la
que debería haber dicho que no, pero supongo que tú ganas. Puedes tener a la
chica que quieras, ahora ve de nuevo de caza y pesca otra para tu colección –la
voz de la chica se rompió y cuando volvió a hablar era casi un susurro-
felicidades, imbécil.
Ésta giró de
nuevo sobre sí misma y salió por la puerta del instituto tan rápido como pudo. Lanzó
con fuerza el skate contra el suelo y subió a él de un salto, cogiendo impulso
y alejándose de allí. A pesar de que el chico intentó seguirla ella era
demasiado rápida. Toda una vida sobre ruedas no es algo que pueda agarrarse.
Ella se limpió las lágrimas mientras cogía más y más impulso a pesar de que su
vista estaba cada vez más nublada. Una vez en casa abrió la puerta, cerrándola
con un portazo detrás de ella y lanzó le mochila contra la pared.
Mary
Kerry-ann maldecía su vida en ese preciso instante. Maldecía su vida más de lo
que jamás lo había hecho. Se había enfrentado a problemas de todo tipo, a
situaciones que la habían hundido como la mierda y más al fondo. Lo que ella no
sabía es que un corazón roto duele más que mil puñaladas en el pecho.
Tal vez
nunca debería haber aceptado. Tal vez ni siquiera debería haber entrado a
aquella sala con él, ni sentarse a su lado en el piano. No debería haberle
dirigido la palabra y jamás, jamás debería haber aceptado aquella estúpida
cita. Anne no lo sabía puesto que nunca lo había experimentado hasta ahora,
pero era dueña de una de las mayores putadas que existen en esta y en cualquier
vida. La putada de enamorarse intensa y rápidamente. Y se odiaba como nunca por
ello, porque Mary Kerry-anne Clyde detestaba llorar, y más aún sentirse frágil.
Ella pasó el
resto del día encerrada en su habitación mirando desde la cama el piano de su
hermano que descansaba sobre la esquina de su cuarto. En él había tocado tantas
veces, tantas melodías había compuesto… y ahora todo aquello le recordaba a
algo que necesitaba olvidar desesperadamente. Sus sábanas aún olían a él y la
nota que le había escrito descansaba todavía sobre el escritorio, pero sobre
todo, el recuerdo de sus caricias sobre la piel de la chica seguía grabada a
fuego en cada parte de ella.
<<Querías
una canción especial>> pensó <<voy a darte una>>
Y es que por
muy jodida y rota que volviera a estar había aprendido a volverse fría y
recomponerse sin ayuda de nadie cada vez que un cachito caía al suelo. Se
acercó al piano y cerrando los ojos visualizó cada momento que recordaba junto
a él. Solo cuatro semanas, y tantas cosas que olvidar…
Anne cerró
los ojos y suspiró pesadamente, dejando que los dedos corrieran por el teclado
mientras las lágrimas mojaban las notas. Ella se sentía más vacía que nunca y
ahora, además, había traicionado lo que tanto tiempo le había costado crear.
Una barrera entre su corazón y el exterior.
La noche
antes del día de la competición Anne no pudo dormir, sabía que tendría que
verlo, pues estaba segura de que Justin iría para presentar y dirigir el orden
de las partituras que debían tocar. A ellos les habían concedido el honor de
representar la canción final que cerraría su presentación, la canción que
decidiría quién ganaría el concurso. Y ella sabía cuál iba a elegir.
Ya metida en
sus viejas botas y su sudadera ancha y descolorida Anne fue directamente hacia
el estadio nacional en el que se celebraba el concurso. Tomó el metro y en diez
minutos se identificó en la entrada como la chica que había compuesto las
partituras para el instituto Markthow. La recepcionista que se dedicaba a
cobrar entradas y repartir pases vip la miró por encima de sus gafas de pasta
como si estuviera contándole algún tipo de chiste.
-Lo siento,
no puedes pasar –anunció.
-¿Y por qué,
exactamente?
-No sé quién
eres –dijo- y no llevas identificación.
-He dicho
que soy Mary Kerry-anne Clyde, compositora de las partituras el jodido instituto
Markthow.
La mujer
volvió a mirada, esta vez irritada.
-No puedes.
Anne estuvo
a punto de soltar todo lo que estaba pensando cuando Jackie apareció desde el
interior para saludarla.
-¡Anne, has
venido! –la llamó.
La chica,
pasando la mirada de Jackie a la recepcionista, le dedicó su más profunda
mirada de mofa.
-Una VIP por
favor –repitió con sarna.
La mujer
imprimió su nombre y el logo del instituto en un pase y se lo entregó con
desgana. La chica se lo colocó a modo de colgante en el cuello y acompañó a
Jackie hasta donde todos los estudiantes que iban a representar las melodías
estaban agrupados.
-Pensaba que
no vendrías –murmuró la profesora.
-Tenía que
entregar la última partitura –musitó ella.
-Oh…
-Me gustaría
tocar esta, si no te importa –pidió Anne, y le tendió el papel que había
dibujado en su habitación.
La profesora
le echó un vistazo y alzó la vista sorprendida.
-Esto es…
muy bueno.
La chica se
quedó en silencio y asintió.
-Voy a
buscar algo de beber.
Anne cruzó
unos cuantos pasillos hasta llegar a la barra en la que se servía la comida y
los refrescos. Sentía las miradas de todos los presentes clavadas en su nuca.
Lo entendía, en realidad. No pegaba ni con cola en aquel ambiente. Todos allí
llevaban uniforme y ella vestía con su vieja sudadera gris y la gorra de los
yankees que su hermano le había regalado. Agarró un buen vaso de coca-cola y se
sentó a un lado para dar unos cuantos sorbos. Unos minutos después sintió como
alguien se sentaba a su lado. Al girarse para mirarle su corazón dio un vuelco
y la coca-cola casi acabó sobre los zapatos del chico. Era Justin.
-Hola Anne –musitó-
por favor… no te vayas –dijo, cuando vio que la chica iba a incorporarse- solo
déjame hablar un segundo contigo y si después quieres que desaparezca pídemelo
y lo haré. Te lo prometo.
Ella sintió
un dolor que le oprimía la garganta, pero asintió.
-Lo que
viste… bueno, no sé qué viste exactamente pero…
-Te vi a ti –dijo
seca- comiéndole la boca a una tía en el pasillo horas después de haberte
acostado conmigo.
-Anne –murmuró-
yo no besé a aquella chica.
-Solo te
caíste accidentalmente sobre ella y vuestros labios se juntaron.
El chico
suspiró pesadamente por la tozudez de ella e intentó proseguir.
-Mira, sé
que suena mal, raro… lo que quieras. Puede que no me creas pero es la verdad –la
mirada de Justin se hizo más intensa sobre los ojos de Anne- yo no besé a
aquella chica. Lo que pasó fue que salí temprano de tu casa para ir a acabar la
partitura que faltaba al instituto. Quería que cuando llegaras todo estuviera
terminado y te dejaran salir antes para poder llevarte a dar una vuelta –el chico
suspiró- hablé con Lewis y me dijo que no había problema siempre y cuando la
acabara antes de las ocho.
La chica
mantuvo la mirada fija en los ojos de él, pero intento no venirse abajo.
-Muy bonito,
pero te saltas la parte importante.
-Acabé la
partitura y fui a decirle al director que hoy no vendrías porque el trabajo
estaba acabado. Me disponía a ir a buscarte cuando me crucé a una chica. Una
chica rubia –hizo una mueca- me dijo algo de que gracias a ella yo te había
conocido y que no era justo –su voz sonaba calmada, pero estaba ansioso- dijo
que tú eras una muñeca diabólica y que ella me lo haría pasar mejor.
En ese
momento Anne supo de quien se trataba.
-Maldita
zorra.
-Le dije que
más vale que dejara de insinuarse a cada chico que pasara por su lado porque se
ganaría una reputación horrible –prosiguió Justin- y ella se dio la vuelta para
marcharse cuando de repente miró detrás de mí, y sin más… me besó –el chico
intentaba realmente que Anne confiara en él- no supe por qué lo había hecho
hasta que me di la vuelta y te vi.
Ahora Justin guardó silencio, sin saber que más decir en su defensa. Miraba a
Anne desesperado buscando cualquier rastro en sus ojos que le indicara que de
verdad le creía. Ella, sintiendo que su cabeza iba a estallar, suspiró.
-Te… creo –murmuró.
Él abrió
entonces los ojos de par en par y contuvo la respiración.
-¿Sí?
-Conozco a
esa chica y sé de lo que es capaz, si –espetó- pero…
-Anne –se hizo
ahora hacia delante y agarró su mano libre- gracias.
Ella bajó la
mirada hasta el suelo y después volvió a buscar sus ojos.
-Mira
Justin, sé que no nos conocemos desde hace demasiado tiempo y sé que somos muy
diferentes. Solo que… me gustabas demasiado y me dejé llevar –ella intentó
ordenar las palabras dentro de su cabeza- entiendo que tengas tu vida y quieras
seguir con ella. Al fin y al cabo esto solo fue un trabajo temporal.
-¿Qué quieres
decir? –preguntó él.
-Que no
tienes por qué sentirte obligado a estar conmigo.
El chico se
quedó en silencio y sus manos cayeron sobre sus costados. Sus ojos se cerraron
durante un segundo y cuando volvió a abrirlos Anne pudo ver en ellos un vacío
enorme.
-No has
entendido nada –musitó.
-¿Qué?
-Me importó
una mierda la música todo este tiempo. Yo no quería estar aquí, el piano… no me
gusta –bufó- solo venía cada día a ese maldito instituto para verte. Quería
estar contigo –él metió una mano en su bolsillo para intentar conseguir
concentración- mira, podría haber conseguido a mil chicas que hicieran el
trabajo por mi y sin embargo quise hacerlo para pasar tiempo a tu lado –él suspiró
pesadamente- salí contigo aquel día porque realmente quería hacerlo. Lo que te
dije en el restaurante… era cierto. Me gustaste desde el primer momento en el
que te vi. Y dios me libre de castigo por jurar que aquella noche contigo fue
la mejor de toda mi jodida existencia.
Tras las
palabras de Justin la chica quedó muda, dejó caer a un lado su vaso de
coca-cola y solo pudo mirarle fijamente durante lo que pareció una eternidad.
-¿De verdad
quieres estar conmigo? –murmuró.
-He pasado
mil y un infiernos todo este tiempo al pensar que no volvería a verte –susurró-
lo único que quiero es estar contigo.
Y así, sin
más, ella se lanzó sobre los brazos de Justin y sus labios se encontraron en un
beso apasionado y desesperado por el anhelo que antes habían sentido. Él la
abrazó contra su pecho y Anne descubrió entonces que si hay algo que duele más
que un corazón roto es ver a quien te lo rompió y seguir amándole hasta dar la
vida.
El concurso
comenzó y cada instituto representó sus partituras. Muchas, pensó Anne, eran
plagios de obras maestras o melodías superpuestas a otras ya creadas. Ninguna
fue exclusivamente creada para ello. Como premio, el instituto Markthow pasó a
la final, por lo que llegó el turno de las canciones representativas que cada
centro habría preparado en actuación para optar al premio. Aunque Anne había
estado preparando la que había creado aquella noche en su habitación, decidió
entonces que lo que quería presentar era la que ambos habían tocado en el aula
poco antes. A pesar de que tan solo la habían tocado una vez, supo que esa
debía ser la elegida.
Poco después
Justin y Anne se encontraban sentados en un mismo banco frente a un piano como
tantas veces lo habían hecho, solo que esta vez no estaban solos sino que todos
los presentes los observaban con atención. Anne miró al chico para darle la
señal y la melodía inundó de nuevo todo el recinto. Esta vez con más fuerza,
esta vez con más pasión. Llegada la parte de alto tono las manos de ambos
volvieron a rozarse sin dejar de sentir esa electricidad que en un primer
momento habían sentido. Anne recordó entonces aquella noche en su habitación
con Justin sobre ella, ambos al ritmo duro y fuerte de un ejercicio conjunto.
Esta vez, la compenetración estaba en la música. Y juntos, consiguieron ser
elegidos los ganadores, dando recompensa a todo el trabajo que cuatro semanas
atrás habían estado preparando, aunque ambos sabían que la verdadera recompensa
había llegado antes de esa actuación.
La
recompensa era que ahora… ellos estaban juntos, y juntos habían conseguido
comenzar una nueva vida. Para Anne eso significaba un comienzo, empezar a vivir
de verdad. Para él, eso significaba encontrar y proteger lo que esperaba
guardar para toda su existencia.
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Gracias a todos por leer el relato, espero de verdad que os haya gustado y sobretodo que hayáis desfrutado leyendolo. Nos vemos en el siguiente y no olvidéis dar RT aquí para saber quien estuvo aquí. Podéis dejar un comentario aquí abajo o en mi twitter @nuriasomeday, espero que me digáis que os pareció. Gracias.
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