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miércoles, 18 de septiembre de 2013

•"Tan solo una salida" {Capítulo 30}.

-Vamos –tira de mi mano para levantarme- enseguida lo sabrás.

Me arrastra y nos dirigimos a la cafetería desde donde Scooter ha llamado. Al parecer él está con esos hombres, pero… ¿Quiénes son? Y sobretodo ¿Qué quieren de mi?  Según nos acercamos la expresión de Justin se vuelve cada vez más tensa y puedo oír rechinar sus dientes. Tiene la mandíbula apretada y los ojos clavados en el suelo mientras caminamos. Al atravesar la puerta Justin se para en seco y sujeta mi cara con ambas manos haciendo que nuestros ojos se encuentren de lleno.

-Escúchame Sweden –me pide- pase lo que pase ahí dentro no te preocupes por nada, no voy a dejar que te hagan daño.
-¿Qué? –pregunto perpleja, no entiendo de qué va todo esto.
-Solo quédate a mi lado y no te pongas nerviosa.

Justin me dedica una última mirada y nos lleva hasta una de las mesas más alejadas al fondo, en la que dos hombres vestidos con traje y corbata esperan con las manos cruzadas y en silencio frente a Pattie.
Esto me da muy mala espina.

Scooter se acerca a nosotros y se para frente a Justin.

-Escucha, tengo que irme –se disculpa- he intentado hablar con ellos pero no sirve de nada, Pattie se quedará con vosotros. Volveré a llamar después.

Justin asiente serio y sigue su camino tirando de mi mano hasta la mesa, en la que los dos hombres me piden que tome asiento. Lo hago colocándome frente a ellos, con Pattie a un lado y Justin al otro.

-Sweden Jane Hamilton –dice uno en tono serio- ¿no es así?
-S-si –murmuro aún perdida.
-Necesitamos hacerle unas preguntas.

¿Preguntas? ¿De qué va esto? Parece uno de esos episodios de C.S.I. ¿Van a interrogarme? ¿Creen que yo he matado a mi madre? ¿Qué soy una terrorista? Tal vez vayan a meterme a la cárcel por tomarme aquel bote de pastillas, o puede que sea a Justin a quien vayan a encerrar por firmar ese estúpido alta en mi nombre. Dios, esto es tan confuso…

-¿Quiénes son ustedes? –digo, y me siento repentinamente amenazada por su mirada.
-Somos trabajadores –contesta el otro- de servicios sociales.

Oh… mierda.

La mano de Justin se desplaza colocándose sobre la mía bajo la mesa y la aprieta entre sus dedos, mantiene la mirada fija en los dos hombres con semblante serio. Sé que intenta intimidarlos, pero al parecer no funciona en absoluto.

-Asistentes sociales… –me digo, ahora ya lo entiendo todo.
-Nos encargamos de mantener el orden y prestar servicio a los ciudadanos que requieran nuestra ayuda, principalmente a los niños que necesitan un trato especial o sufren cualquier tipo de maltrato o accidente.
-Yo no he sufrido maltratos –espeto.
-También tenemos la obligación de asignar un hogar de acogida a niños huérfanos –dice sin más, y sus palabras me abofetean dejándome sin respiración. Ya sé que están haciendo aquí.
-Yo… yo no…
-Sweden Hamilton –escupe mi nombre- hemos recibido el aviso de que su tutor legal ha fallecido y no tiene otro pariente cercano que pueda hacerse cargo de usted.
-Voy a cumplir dieciocho en menos de un año –escupo.
-Y hasta entonces no tiene a nadie que pueda mantenerla hasta la mayoría de edad –bufa el de la derecha- ¿es eso correcto?
-No…
-¿Está su padre vivo o en condiciones de ocuparse de usted? –Espera mi respuesta, pero no llega- ¿Sus abuelos siguen vivos? ¿Tiene tíos que sean propietarios de un lugar en el que pueda residir usted en ese tiempo?

Para encargarse de prestar ayuda a los ciudadanos estos hombres parecen salidos de una sala de tortura. Malditos imbéciles.

-Todos están muertos –murmuro seca, mis ojos queman pero por alguna razón ya no me quedan lágrimas, por lo que se mantienen secos e irritados.

Pienso en todos los nombres que estaban al lado de mi madre en aquel sitio, en todos los que alguna vez quise. Y luego recuerdo a mi padre. Ni siquiera sé si sigue vivo. Hace diecisiete años que no lo veo.

-Por lo tanto y puesto que usted es ahora cargo de servicios sociales –enarca una ceja el hombre de ojos vacíos- se le asignará un hogar de acogida en el que podrá proseguir su vida hasta que cumpla dieciocho años, periodo en el cual será libre para abandonar el lugar si así lo desea.

Las palabras se clavan en mi cerebro al mismo ritmo en el que mi cabeza las absorbe e intenta leer. Voy a explotar de un momento a otro.

-Un… orfanato –susurro- ¿está usted de broma?
-Si tiene usted algún otro sitio en el que quedarse puede decírnoslo y estaremos encantados de dejarla marchar a cargo de un adulto cualificado.
-Tengo mi propia casa –escupo- no necesito que nadie me planche la ropa interior.

En ese momento siento un impulso de levantarme y abofetear a esos dos idiotas con corbata, pero Pattie roza mi rodilla con su mano invisible a los ojos de los dos hombres pidiendo calma.

-Caballeros –interviene ella por primera vez- creo que este no es un buen momento para hablar sobre ello. Tal vez si volvieran en unos días…
-No –responde secamente- la chica debe ser trasladada a un centro de acogida hoy mismo en el que quedará a cargo del departamento social.
-Dudo que eso sea necesario –escupe Justin ahora mientras noto como su mano se endurece en torno a la mía, su puño asoma de nuevo.
-Esta conversación se da por finalizada –se pone en pie uno de los hombres- señorita, acompáñenos por favor –extiende su mano.
-No… -susurro.
-Puede hacerlo por las buenas –se incorpora el otro en tono amenazador- o por las malas.

Miro a Justin desesperada y noto como mis piernas comienzan a temblar. Pattie está rígida de repente y él vuelve a tener la mandíbula tensa. Esto no puede ser bueno.

-Pero mis cosas… -intento ganar tiempo.
-Todo lo que necesita está en su casa de acogida, no necesitará más que lo que se le proporcione.
-Están queriendo decir que la llevan presa a una jodida cárcel –bufa la voz ronca a mi lado- como un criminal. Como un asesino.
-Ustedes no pueden llegar y llevársela sin ni siquiera avisar –espeta Pattie.
-Es nuestro trabajo –dice aburrido uno de los hombres- y ahora si nos disculpan –comienza a acercarse a mí con su brazo extendido.
-¡No va a ir a ninguna parte! –grita Justin, captando la atención de toda la gente de la cafetería que ahora nos miran interesados.

Veo como su brazo comienza a temblar a mi lado y sé que no va a quedarse quieto. Necesito hacer algo, necesito tiempo, tengo que pensar.

El hombre de corbata sigue acercándose y Justin se coloca de pie para ponerse entre nosotros y así evitar que pueda tocarme. Pattie hace lo mismo y el segundo hombre se acerca también a ella. Esto es demasiado.

-Está bien –susurro.

El silencio se hace de repente cuando los cuatro paran en seco su enfrentamiento. Todos se hacen a un lado para ver mi cara y poder asegurarse de que escucharon bien.

-¿Qué? –dice Justin, medio gritando y medio sin voz por la sorpresa.
-Iré con ellos –suspiro- he tenido bastante por hoy.
-Pero Sweden… -susurra.
-Siento haberos causado tantas molestias –me deshago del agarre de Justin, que deja caer su mano abatida- siento todo esto –si mis lagrimas no hubieran abandonado mis ojos ahora mismo estaría fregando el suelo con ellas- siento cualquier clase de obstáculo que haya podido suponer para vuestras vidas. Perdonad –pido- simplemente… lo siento.

Los ojos de Justin están abiertos como platos y la expresión de su madre no es de menor sorpresa. Los hombres, cansados y aburridos con su indiferencia y falta de sentimientos asienten haciéndome una señal para que camine delante de ellos. Miro a Justin por última vez y pongo la mano sobre el hombro de la mujer en señal de disculpa antes de darle la espalda a las únicas personas que apostaron algo por mi cuando me quedé sola, aunque al parecer… eso no basta. Giro por última vez para atravesar la puerta y durante un segundo puedo ver la silueta inerte y abatida del que fue, es y será la única persona capaz de darme vida cuando todos los demás me la arrancaron.

-Te quiero, Justin –susurro, y abandono toda esperanza.



El viaje hasta mi nuevo infierno personal, para mi sorpresa, se hace demasiado corto, o tal vez simplemente sea la sensación que hay dentro de mi cabeza puesto que ya me da igual a donde me lleven, me da igual a donde vaya. He dejado de esperar que algo bueno pueda pasar. Metida de lleno en mi cabeza y lejos de toda realidad espero en la parte de atrás de un coche negro de cristales tintados. Los dos hombres hablan secos y aburridos en la parte de delante mientras yo mantengo los ojos cerrados en uno de los asientos pidiendo algún milagro que haga que todo esto acabe de una vez. Tal vez un accidente de coche, tal vez una explosión repentina en el motor, tal vez… un fallo en los frenos. He dejado de tener esperanza.
El coche se detiene en seco y la puerta a mi lado se abre, bajo arrastrándome abatida y mis ojos se encuentran con un edificio enorme delante de nosotros. Es gris y sin apenas ventanas en el exterior. Barrotes en las más bajas y tablones de madera en las de más arriba para impedir, supongo, que alguien pueda lanzarse hasta el suelo en picado, aunque visto lo visto… no es tan mala idea.  Todo tiene un aspecto extremadamente triste. ¿Qué es esto? ¿Una cárcel?

-¿Dónde estamos? –murmuro, mientras traspasamos la puerta que nos lleva a un recibidor con el mismo aspecto apagado.
-En el orfanato de Drive Point –suelta uno de mis guardaespaldas.
-Pues tiene más pinta de ser un reformatorio –bufo.

Ruedo los ojos cansada y veo por un momento lo que parece ser un amago de sonrisa en el hombre de mi derecha.

-Puede que si –susurra- quien sabe.

Malditos imbéciles.


Cuando por fin los dos gorilas con cara de yorkshire dejan de escoltarme y abandonan el edificio en busca de más niños que hacer sus rehenes y traer como presa a este antro, una mujer baja y con aspecto desgastado sale a mi encuentro para dirigirme por el largo pasillo hasta una de las habitaciones del fondo. Al entrar me paro en seco y necesito un momento para que mis ojos se acostumbren a la luz. Está oscuro y huele mal. Doy unos pasos para encontrarme en el centro del cuarto observando lo que parece ser mi nuevo hogar. Una habitación con paredes grises para variar, de cemento sin nada colgado en ellas. Una lámpara casi apagada en el techo y tan solo una ventana diminuta en la parte derecha. Un escritorio y una silla al fondo. Un pequeño armario que más bien parece una caja y una puerta que supongo da a un aseo. En mi inspección algo me llama la atención, hay dos camas. Y una de ellas está ocupada.

Una chica morena de pelo largo está tumbada boca arriba, tiene los cascos puestos y mira al techo como si realmente estuviera observando algo interesante. Está inmóvil con la única excepción de su pié, moviéndose arriba y abajo por al compás de la música. Ni siquiera se molesta en girar la cabeza para ver que alguien ha entrado. La mujer de uniforme azul claro deja sobre mi cama una caja y se vuelve para mirarme.

-En esa caja están tus pertenencias, esta será tu habitación. Desayuno a las nueve, comida a las dos y cena a las diez. No guardan raciones por lo que si llegas tarde te quedas sin comer. No está permitido abandonar el edificio a no ser que tu tutor de permiso –suspira aburrida, como si hubiera soltado el mismo royo a cada chico que ha entrado, posiblemente así sea- todos los huéspedes menores de dieciocho años deberán estar en sus respectivas habitaciones antes de las doce de la noche, si alguno es pillado fuera de la cama a dicha hora tendrá que correr con las consecuencias. No están permitidos aparatos electrónicos ya sean ordenadores, móviles, reproductores o cualquier otro tipo del exterior. Ella es tu compañera de habitación –señala a la chica, que sigue sin prestarnos la más mínima atención- si ocurre cualquier incidente o pelea entre compañeros de habitación u otro inquilino que se hospede en este lugar se llevará a cabo una sanción severa –la mujer me mira con ojos vacíos- ¿alguna pregunta?

Se me ocurren unas cuantas.

-¿Tengo un tutor? –murmuro.
-No aún, pero se te será asignado uno en breve. Hasta entonces permanecerás aquí –escupe con desprecio.
-Maravilloso –bufo.
-¿Algo más? –espeta, su voz suena dura, amenazadora.

Oh, si, por supuesto. Algo más, por ejemplo… ¿En qué tipo de prisión dejada de la mano de dios y de seres humanos me habéis metido? ¿Dónde está el “estamos aquí para ayudar a niños con cualquier tipo de problema”? ¿Qué fue de la hospitalidad? Y lo más importante… ¿Qué demonios hago yo aquí? Algo más, algo como… ¿por qué razón no está permitido ver la luz de la calle? Oh si, tal vez sea porque son conscientes de que si alguien pudiera salir jamás volvería a este agujero. ¿Quiere algo más? Hablemos de por qué hay un toque de queda para estar en la cama y por qué no se permite comunicación con el exterior, ¿no quieren que pidamos ayuda? O podemos hablar de cuáles son esas sanciones severas, ¿torturas tal vez? ¿Dónde están los fosos? ¿Y las mazmorras? ¿Tal vez tengan un juego de esposas y cadenas de mi talla. Esto es ridículo.

-Nada –escupo.

Tras esto la mujer me da la espalda y desaparece tras la puerta. Y así, sin más, me quedo parada en medio de mi cálido y pacifico hogar. Suspiro con un nudo en la garganta que no me deja respirar y me siento sobre el borde de la dura cama. Echo un vistazo al interior de la caja. Hay un pijama de color azul claro y un par de pantalones de chándal y camisas blancas. Un cepillo y una toalla. Esto es genial. Tal vez pueda cortar los barrotes con alguna lima de uñas y escapar, o puede que escavando un agujero…

-Eh, tú –bufa una voz áspera desde la otra cama.

Es ella.

Abro los ojos y deshago el agarre que mis manos ejercían contra mi cara para esconderme de todo esto. Alzo la cabeza y veo que su mirada está clavada en mí.

-¿Yo? –es todo lo que se me ocurre decir.
-Creo que no hay nadie más en esta habitación –hace una mueca- ¿eres nueva?
-Supongo que sí.

Ella me dedica una sonrisa torcida y sacude la cabeza.

-Bienvenida a Mordor.
-Oh, gracias –suelto, irónica- y supongo que esto está lleno de trasgos y orcos sedientos de sangre.
-Algo así –ríe- eso de antes era uno, acostúmbrate.

La chica alza una mano y recorre la habitación con un gesto rápido.

-Y estos son nuestros aposentos –explica- tienes suerte, te mandaron a los VIP.
-¿De verdad? –bufo, mirando a mi alrededor- mandaré una carta de agradecimiento entonces.
-Soy Treshboth –murmura, y su voz se vuelve cansada.
-¿Qué?
-Lo sé –rueda los ojos- cortesía de mi madre. Era un friki de películas de fantasía. Mi padre era un chiflado que apoyó su decisión de poner a su hija el nombre de un alienígena viscoso y verde. Es digno de aplausos.
-Diles de mi parte que hay una gran lista de nombres bonitos en internet –siseo.
-Murieron –dice seca.

Y esta soy yo haciendo amigos.

-Lo… siento.
-No me acuerdo de ellos –asegura sin más- ¿y tú?
-¿Yo?
-Que como te llamas tú –dice, con burla- estás un poco espesa.
-Tuve un día interesante –suspiro, no culpes a mi cabeza- soy Sweden.
-Sweden –repite- es bonito.

Parece que sí hay alguien simpático en este sitio.

-Gracias –mi mirada viaja hasta sus manos, que juegan con los cascos sobre su regazo. Un hilo de sonido sale de ellos, por lo que no están apagados, eso me lleva a algo- creía que “no están permitidos aparatos electrónicos ya sean ordenadores, móviles, reproductores o cualquier otro tipo del exterior” –intento imitar la voz de la agradable señora y carcelera.

Ella mira también los cascos y suelta una risita.

-Cuando llevas tanto tiempo como yo aquí pasas a ser preso de confianza. Tengo algunos contactos y las normas no son lo mío.
-Ya veo –asiento- supongo que por eso no vistes este maravilloso uniforme de presidiario.

Ella lleva unos jeans ajustados y una camiseta negra de tirantes con el logo de AC/DC en su pecho. Sobre el suelo descansan unas botas oscuras de montaña.

-Me traen ropa de fuera –dice- contactos.

Asiento cansada y me dejo caer sobre la cama sin más fuerzas para seguir haciendo preguntas. Los muelles se me clavan en la espalda y siento un pinchado en el costado. Alejo la caja de una patada, que aterriza en el suelo, y me doy la vuelta para plantarle cara a la pared.

-Estupendo –espeto.

Ella suelta un suspiro, medio risa, medio quejido y vuelve colocarse sus cascos después de murmurar un “encantada de conocerte”. Yo cierro los ojos y me abrazo, encogiéndome hasta formar una bola con mi cuerpo. Sumida en mis pensamientos vuelvo a alejarme como he aprendido a hacer durante este tiempo, y estos me llevan a una imagen clara.

Justin.

¿Qué se supone que pasará ahora con él? ¿Tengo que resignarme y pensar que todo se ha acabado definitivamente? Ahora estoy encerrada y me siento más lejos de él que nunca. Recuerdo su cara la última vez que pude verlo. Estaba realmente abatido. Lo ha dado todo por mí estos días, me ha cuidado, ha estado a mi lado. Realmente por él es por quien he podido seguir con todo esto, y ahora… nos han vuelto a poner una barrera infranqueable. Un gran muro de cemento. Ya ni siquiera tengo esa sensación de poder querer intentar hacer algo para solucionarlo, porque no hay nada que solucionar. Si quedaba alguna opción de poder estar juntos acaba de enterrarse en lo más hondo del infierno.

¿Cuándo se convirtió mi vida en esto? ¿Cuándo he llegado a caer tan bajo? Hace tan solo una semana estaba bajando las escaleras de casa mientras absorbía el aroma a bizcocho y escuchaba a mi madre tararear una canción de The Beatles desde la cocina. Aún siento el calor de su mano en mi rodilla cuando ambas veíamos una película tiradas en el sofá. La echo tanto de menos… ahora supongo que todo da igual, he llegado a este sitio, este lugar de película. Creía tener pesadillas cuando soñaba que me quedaba sola en una habitación oscura y nadie venía a ayudarme a pesar de que gritaba hasta dejarme los pulmones. Creía que era malo cuando me despertaba por un sobresalto en mi cama y todo estaba en silencio. Recuerdo las peleas con mi madre y haber deseado que todos desaparecieran y poder quedarme sola, y dios mío… juro que ahora daría lo que fuera para no haber dicho eso jamás. Estoy dentro de mi propia pesadilla y ahora no puedo despertar.



-Eh, Swed –dice una voz ronca a mi lado, noto una mano sobre mi hombro y me obligo a rodar sobre mi espalda para deshacerme de ella–despierta, es hora de desayunar.

¿Desayunar?

Mierda. Abro los ojos y me encuentro de lleno con esa chica. ¿Cómo se llamaba?

-Agh –mustio, restregándome los ojos con las manos- me he quedado dormida.
-¿Dormida? Llevas en coma desde que llegaste. Son las ocho y media de la mañana.
¿Qué?
-Joder –murmuro- ¿por qué no me despertaste?
-Lo estoy haciendo ahora, creí que querrías dormir.

Me incorporo, aun aturdida y mareada y la busco con la mirada. Su pelo está recogido en un moño alto y viste con una camiseta azul oscura y unos shorts cortos.

-Gracias –le digo.
-Supongo que querrás darte una ducha –señala el baño- tenemos que estar en el comedor en menos de media hora.

Recuerdo las palabras de aquella mujer y de repente siento una extraña urgencia por correr hacia allí. Oigo mis tripas rugir y caigo en que mi última comida fue aquella taza de café que tomé con… Justin.

Una punzada se clava en mi estómago y esta vez sé que no tiene nada que ver con el hambre. Me pongo en pie y me acerco a la caja que ahora está sobre la silla. Saco el cepillo, la toalla, y… mi ropa.
-Yo puedo prestarte algo –ríe en una mueca divertida la chica, al ver mi expresión mientras sostengo la camisa, al menos tres tallas más grandes.

-Lo cierto es que te lo agradecería mucho.

Ella asiente y corre hasta el armario, tirándome una camiseta sin mangas y unos jeans. También coge unas botas negras y las deja sobre mi cama.

-Eres muy amable... –dudo, y me doy cuenta de que no recuerdo su nombre.
-Llámame Tresh –sonríe.
-Tresh –le digo- es bonito.


Salgo de la ducha, en la que para mí no sorpresa el agua caliente es inexistente, y me cepillo intentando vencer los nudos que se han formado rebeldes en mi pelo. Tresh me espera sobre la cama leyendo un libro distraída.

-Gracias a dios Swed –exclama cuando me ve, y de repente algo me oprime el pecho muy fuerte dejándome sin respiración.

 Su recuerdo.

Él solía llamarme así.

-Tresh –le pido- si no te importa… llámame Sweden.

Ella suelta el libro y se pone en pie.

-Como quieras, vamos a comer algo –anuncia, y mi estómago ruge en respuesta.



Entramos a un comedor para mi sorpresa bastante grande. Aquí hay más gente de la que imaginaba. Nos dirigimos a una de las mesas del fondo, en la que otros dos chicos devoran un bol de cereales y tomamos asiento ante su mirada expectante clavada en mi. Soy el juguete nuevo.

-Vaya Treshby –balbucea uno aún con la boca llena- veo que traes a una amiga –su mirada sucia se clava en mí y me siento repentinamente incómoda.
-Cállate estúpido –escupe ella- no es para tu diversión.
-Vale, vale –dice, extendiendo los brazos en señal de abandono. Coge la cuchara y vuelve a llevársela a la boca.

Alzo la vista de nuevo para ver al chico que se encuentra a su lado. Nos observa en silencio mientras le da otro bocado a su tostada. Tresh le saluda con la cabeza y agarra mi mano para ir a buscar algo de comer.


-Te aconsejo que no toques nada de aquella parte –señala las bandejas del fondo- es tóxico.
-Ah… -paso la vista sobre las bandejas que se extienden con alimentos mustios y sostengo el plato vacío entre mis manos. Mis ojos se paran en una especie de puré de color verde que parece desprender cierto aroma a… ¿guisantes?
-Yo que tu no lo haría –advierte ella- mejor coge un par de tostadas y un vaso de zumo. Nada hecho aquí.

Le hago caso y vierto en una taza un poco de batido de naranja. Agarro un trozo de pan tostado y me hago a un lado para dejar pasar a otro chico con aspecto de pocos amigos que me empuja al pasar frente a mi. Un poco de zumo se derrama sobre el suelo y suspiro intentando esquivarlo.

-Interesantes los chicos de este lugar –bufo- con mucho… carácter.

Tresh se reúne a mi lado con lo que parece café y un par de magdalenas.

-No puedes culparlos, nadie está aquí por su propia voluntad –se encoje de hombros- ¿o tu si?
-No, desde luego –cojo aire y lo suelto sin ganas- ¿Qué hay de ellos? –señalo con la bandeja a los dos chicos que nos esperan en la mesa.
-Oh, Mark es un idiota, sus padres murieron cuando él era pequeño y su abuela, la única familia que le queda, está atada a un hospital psiquiátrico por intentar envenenar a su marido. Él murió de un infarto. Siempre está metiéndose con los chicos nuevos pero en realidad se dedica a defender a los más débiles, las mujeres lo vuelven loco –señala al alegre tipo que engulle sus cereales- en cuanto a Ian… -suspira- él lleva aquí mucho tiempo, pero nunca habla con nadie. Su padre lo maltrataba y cuando fue a la cárcel lo trajeron aquí. Se dedica a acompañarnos por ahí y asentir de vez en cuando a los chistes malos de Mark.
-Vaya…

Y yo que creía que era la única persona con una vida asquerosa. Me siento estúpida.

-Vamos, comamos algo –dice, y comienza a andar hacia la mesa.

Tomamos asiento de nuevo y el chico llamado Mark empieza a soltar un monologo sin permiso sobre algo que vio en la tele la pasada noche. Hace pausas para llenarse la boca y sigue hablando a pesar de que nadie le presta atención. Yo decido dejar de intentar entenderlo cuando los restos de maíz salen de su boca y las palabras no logran ser legibles. Muerdo un trozo de mi tostada y miro de reojo al chico Ian intentando que éste no me pille observándolo. Él mantiene la vista fija en la mesa de madera y puedo ver cuando gira la cabeza una cicatriz que le ocupa desde la oreja hasta la parte de abajo del cuello relucir. Vaya…

-¿Y cuál es tu historia, chica nueva? –me llama Mark.

Salgo de mi atontamiento pillando solo la última parte  y lo miro sin saber si es a mí a quien me habla.

-¿Qué?
-Que por qué estás aquí –repite.
-Pues… -doy otro sorbo a mi zumo y hurgo dentro de mi cabeza para intentar buscar algo que decir.
-Déjala, no quiere hablar de ello –interviene Tresh al ver que mis ojos se turban.

Mark baja la cabeza y su sonrisa desaparece.

-No, está bien –suspiro- supongo que por la misma razón que vosotros. Ya no tengo familia. -Un nudo en la garganta me estrangula y dejo la tostada de nuevo sobre el plato- Mi madre ha muerto, y bueno…
-Pero no eres tan joven –vuelve a replicar Mark- es decir, no debe de quedarte mucho para cumplir dieciocho, ¿tal vez dos años?
-Menos de uno en realidad, en seis meses cumpliré la mayoría.
-¿Y qué harás? –sale ahora Tresh.
-No lo sé –murmuro- no lo he pensado. Supongo que irme de aquí, a cualquier parte.
-A mi me falta un año, dos meses y diez días –exclama triunfal el chico de la sonrisa reluciente- en cambio a Tresh tan solo cuatro meses.
-Oh… -mi mirada se dirige ahora al chico silencioso y me pregunto cuánto le faltará a él para irse, en realidad parece muy mayor para estar aquí.

Mark sigue la dirección de mis ojos y asiente, como si pudiera leer mi pensamiento.

-Ian tiene diecinueve años y medio –murmura, y éste levanta la cabeza para dedicarnos una mirada pesada- se fue al cumplir los dieciocho pero poco después volvió, él dice que el mundo no es lugar para él.

¿Él dice? ¿De verdad él dice algo? En cualquier caso… cualquier lugar en el mundo, incluso el infierno debe de ser mejor que esto.

Vuelvo a coger mi tostada cuando una especie de sirena suena en el comedor y hace que salte sobre mi misma dejándola caer al suelo.

-¿Qué diablos es eso? –pregunto irritada.
-Las clases empiezan para quien aún está en educación, por otra parte los chicos de reformación deben ir al pabellón para tener clases de “control de ira” –alza Mark sus dedos en forma de comillas- aunque no sirve de nada al parecer –señala a dos tipos al fondo, uno le da un puñetazo a otro en la cara y el segundo le propina una patada. Poco después dos hombres de uniforme se acercan para separarlos.
-¿Y nosotros? –Pregunto- yo acabé el instituto.
-Pero deberías… -Mark hace una mueca.
-Me adelantaron un curso y acabé el pasado año –suelto, sin demasiado interés en seguir con la charla- ¿Qué hacemos nosotros?
-Puedes ir al patio –murmura Tresh- aunque no es demasiado increíble.
-¿Puedo ir a mi habitación? –pregunto.

Necesito estar sola.

-Puedes hacerlo –anuncia Mark- pero no tiene sentido ir si por la tarde nos vuelven a encerrar. Ven con nosotros al salir.
-Gracias, pero estoy cansada –miento, he dormido un día completo, aunque en realidad mi estado de ánimo está en el subsuelo y no tengo ganas de nada.
-¿Quieres que te acompañe? –Pregunta Tresh poniéndose en pie.

-Creo que recordaré el camino –susurro, y me despido con un asentimiento de cabeza antes de abandonar el gran y gris comedor.
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