Una vez más
caía en picado por un acantilado que parecía no tener fin. Sentía el vértigo y
mis músculos temblaban, me faltaba el aliento y el aire no podía entrar en mis
pulmones, gritaba pero al parecer nadie podía escucharme, mientras seguía descendiendo
intentaba aferrarme a algo, a algo que pudiera sujetarme para no seguir cayendo,
pero lo cierto es que ahí solo estaba yo, yo y nada más. No había nada que
pudiera ayudarme a parar, nadie estaba ahí para pararme y lo cierto es que al
parecer tampoco me importaba. Era de noche y el frío aire cortaba mi cara a
medida que iba bajando, el fondo de aquel agujero estaba oscuro y parecía no
terminar nunca. Mis gritos hacían eco y por más que rasgara mi garganta era inútil,
estaba sola. Giraba y giraba buscando una salida pero una vez más todo estaba vacío.
No sabía cómo ni por que había acabado ahí, pero notaba la muerte debajo de mis
pies. Es imposible que pudiera sobrevivir a eso, una caída tan alta… y lo
extraño es que no estaba asustada. Gritaba de excitación y lloraba porque al
fin iba a acabar con todo, y entonces ví el suelo.
Desperté con
la cara mojada por mis lágrimas y la respiración agitada. Al abrir los ojos vi
el techo de mi habitación, una pared gris y sin vida que parecía estar ahí para
recordarme cada mañana que tenía que seguir encerrada. Me incorporé frotándome
los ojos con las manos para quitar las lagrimas y noté mis ojos hinchados,
aunque para mí eso no era una novedad, ya me había acostumbrado.
Me levanté y
fui directa al aseo para enfrentarme a lo que más odiaba en este mundo. Mi
reflejo.
-Mírate, das
asco –susurré.
Mi pelo
estaba alborotado sobre mi cara, mis ojos rojos e irritados, mis labios
hinchados y la piel pálida.
Abrí el
grifo y dejé caer el agua sobre mis manos, mojé las puntas de mis dedos y
después subí hasta notar el contacto frio sobre mis muñecas. Me estremecí
cuando las gotas salpicaron las cicatrices y rápidamente retrocedí escondiéndolas.
Esas eran heridas de guerra que no me gustaba mostrar, heridas que no podían
tocarse pues nunca habían acabado de cerrarse, heridas contra mi misma y mi
lucha por sobrevivir.
Me desnudé
evitando mirar mi reflejo y me metí directamente en la ducha. Cerré los ojos e
intenté sacar de mi cabeza el pensamiento que llevaba rondándome desde hacía ya
mucho tiempo. Intenté dejar a un lado mis ganas de desaparecer.
Al salir
ignoré la báscula que me observaba a un lado de la habitación y salí en busca
de algo que ponerme. Una sudadera ancha y larga que tapara mis demonios y unos
largos jeans que no dejaran ver ni un centímetro de mi piel. Tras acabar bajé
las escaleras y me preparé para enfrentarme a mi obra de teatro diaria.
-Buenos días
Becca –dijo mi madre cuando atravesé la puerta de la cocina.
-Hola
–murmuré sentándome a un lado de la mesa.
-¿Desayunas?
-No tengo
hambre –dije, y al instante mis tripas me delataron bajo el olor a café recién
hecho.
-Tienes que
comer, ya oíste lo que dijo el médico.
-El médico
no sabe lo que dice.
-El médico
es médico por algo y no puedes arriesgarte a volver a sufrir un desmayo o tendrán
que ingresarte.
Miré a mi
madre con su dulce cara triste, y decidí hacer lo que mejor había aprendido.
-Está bien
–sonreí- dame una taza.
Su sonrisa
fue inmediata, y dos minutos después me encontraba dándole sorbos a un líquido
con demasiadas calorías que al entrar en mi estómago produjo un amago de
rechazo, pero lo mantuve dentro… al menos durante un rato.
Tras volver
al baño y repetir la rutina que estaba quitándome la vida me coloqué la mochila
y salí de casa para poner rumbo a mi infierno personal. El instituto.
Era temprano
y aún estaba amaneciendo, pero había tomado por costumbre salir un poco antes y
dar unas cuantas vueltas a la manzana. Me puse los cascos y la música retumbó
en mis oídos tan fuerte que por un momento perdí el sentido de la orientación y
tuve que parar para recobrar el equilibrio. Diez canciones y media más tarde
salí a una calle que comunicaba con el instituto al fondo y respiré hondo antes
de atravesar los últimos metros y entrar.
Caminé por
el patio delantero en el que muchos alumnos ya se encontraban en grupos
hablando sobre su loco fin de semana y sus fiestas sin control que habían
finalizado con sexo y una resaca de dos días. Solo había que ver sus ojos, dios
santo, incluso tenían peor aspecto que yo.
Subí la
rampa que atravesaba en gran patio y me dirigí a uno de los bancos que siempre
permanecía vacío. Dejé la mochila a un lado y me senté sin mirar a mi alrededor
aunque sentía las miradas de la gente clavadas en mi nuca. La canción acabó y
durante unos segundos mis sentidos volvieron a posarse en el mundo real,
demasiado tiempo. Lo suficiente como para que unos susurros penetraran por mis
cascos y se metieran en mi interior para abrirme un poco más por dentro.
-¿La has
visto? –Dijo alguien a mi derecha- esa ropa es directa del vertedero.
-Si –rió
otra- he visto vagabundos mejores vestidos.
Otra canción
comenzó en mi reproductor y los susurros cesaron. Cerré los ojos e intente
mantener mis lágrimas dentro.
-Sé fuerte
–me repetía cada día para mis adentros- no llores.
Unos minutos
después la gente comenzó a entrar por lo que supuse que el timbre había sonado.
Esperé a que todo se quedara vacío y caminé despacio hasta el aula de
matemáticas. Al abrir la puerta me maldije por haber tardado tanto, pues todos
se encontraban ya en sus respectivos sitios y ahora sus miradas se clavaban en
mi espalda mientras atravesaba el umbral.
-Llega usted
tarde –espetó el profesor haciendo amago de quitarse las gafas.
-Lo siento
–murmuré sin levantar la mirada.
Seguí
andando hasta el final de la clase y busqué la última mesa para sentarme. El
sitio en el que nadie pudiera observarme, sola, apartada de todos. Como me
había acostumbrado a estar.
El Señor
Cookther prosiguió su explicación y básicamente me dediqué a hacer lo único que
ocupaba mi mente para no tener que pensar demasiado en la triste y absurda
mañana que me esperaba.
Dibujar.
Garabateé
hasta que el timbre volvió a sonar y simplemente trasladé mi libro hasta el
aula de biología ocupando de nuevo la última mesa y pasando desapercibida otra
hora más.
Historia.
Mis pensamientos para esta hora se basaban en seguir siendo invisible, pero
parece que a alguien no le gustó la idea y decidió divertirse un poco conmigo.
Entré con la
libreta que dos horas antes había utilizado y busqué con la mirada un sitio
libre al final del aula. Caminé entre dos filas de mesas y cuando me disponía a
tomar asiento de repente una pierna salió desde algún lugar haciéndome tropezar
y caer al suelo.
-Oh, pobre
Brucce –se burló el chico unido a la pierna que me había tumbado- tan torpe
como de costumbre.
Levanté la
mirada para enfrentarme a él pero antes de poder decir nada se agachó, robándome
mi libreta y alzándola en el aire.
-¿Qué es
esto bicho raro? –Dijo divertido- ¿aquí es donde apuntas los chicos que te
gustan y que nunca te mirarán?
-¡Devuélvemela!
–grité poniéndome de pie.
-Oh Oh
–retrocedió bloqueando mi avance- Bruccilda la monstruo se pone furiosa –me
señaló- ¿Quieres tu libreta? –Sonrió malicioso- pues ven a buscarla.
Me abalancé
sobre él con rabia deseando poder matarlo cuando dos grandes brazos volvieron a
tirarme al suelo.
-Volviste a
caer, torpe –rió.
Esta vez me estremecí
al notar el golpe en mi mano. Caí sobre ella sintiendo crujir mi muñeca. El
dolor atravesó el brazo recorriendo la columna y me quedé inmóvil durante unos
segundos, tiempo suficiente para que mis ojos se comenzaran a llenar de
lagrimas.
No voy a
llorar, no aquí.
Me levanté
como pude y salí corriendo de aquella maldita clase, atravesando el pasillo
hasta entrar en los baños de chicas y encerrarme en uno de ellos. Cerré la
puerta con fuerza y dejé que mis lagrimas cayeran sobre mis mejillas mientras
mis puños golpeaban con fuerza la pared.
-¡Malditos!
–Grité entre dientes- ¡Malditos todos!
Estampé mis
puños contra la pared hasta que mis nudillos comenzaron a sangrar y no tuve
fuerzas para seguir llorando. Me senté sobre el inodoro y metí mi cabeza entre
las rodillas rezando para que todo esto acabara.
-¿Por qué? –Susurraba
escondida- ¿Por qué a mí? ¿Qué les he hecho? –Las lagrimas caían desordenadas-
no merezco esto.
Seguí con la
cara sumergida en mis pantalones, acurrucada en una esquina de aquel mugriento
baño hasta que noté un dolor punzante. Levanté la cabeza y noté la humedad en
la manga de mi sudadera. Las heridas de mi muñeca se habían abierto al caer.
-Mierda
–gruñí- joder.
Me dirigí al
lavabo y subí la manga que se había manchado de sangre, cogí papel e hice
presión sobre los cortes para evitar la salida. Unos minutos después se detuvo
y envolví mi muñeca con más papel tras lavarla y limpiar como pude la sangre de
mi camiseta. Limpié también mis nudillos abiertos por los golpes y volví a
meterme en el baño a observar mis manos, mis heridas, mis miedos.
Una hora
después ya no me quedaban lagrimas y el timbre volvió a sonar lo que
significaba que era hora del recreo. Hora de descanso y tiempo para que
pudieran volver a buscarme.
-¿Y si me
quedo aquí? –Susurré para mí misma- podría quedarme aquí todo el día hasta que
sea hora de volver a casa.
Solté un
suspiro ante la idea, pero unos segundos después recordé que durante esta hora
cerraban los aseos con llave, pues habían pillado a los alumnos manteniendo
relaciones en los baños más de una vez.
-Está bien
Brucce, prepárate.
Me limpié la
cara y miré mi reflejo esperando encontrar que mi cara no me delatara
demasiado, pero era evidente que había estado llorando, cualquiera se daría
cuenta aunque dudo que perdieran el tiempo en mirarme.
Metí las
manos en mis bolsillos y salí caminando de allí como si fuera una chica normal,
una más de esas preciosas chicas que pasan el día sonriendo y hablando de sus
novios y sus cosas con otras amigas, de esas que se ven bonitas en el espejo y
no tienen que salir corriendo de clase ni llorar cada noche porque se odian a sí
mismas. Una chica sin miedos.
Intenté
pasar desapercibida en el patio y encontré un sitio en el que no había mucha
gente, entre dos árboles junto a la valla. Dejé la mochila y me senté en el césped
echando un vistazo a mi alrededor. Parecía que todos estaban demasiado ocupados
divirtiéndose como para perder el tiempo conmigo, y eso era bueno.
Saqué mis
cascos y subí el volumen a tope dejándome llevar a otro mundo, a cualquier
sitio en el que no tuviera que ser vista por nadie. “I won’t give up” de Jason
Mraz, bonita canción, no darse por vencido era algo que me había repetido cada día
desde hacía mucho tiempo. Seguir adelante, luchar. Solía tener la esperanza de
que las cosas podrían cambiar, pero en este momento cualquier ilusión había
desaparecido. Una más, “Just the way you are” Bruno Mars, preciosa pero
complicada, nadie podría quererme como soy. Me había acostumbrado a pensar que
nunca encontraría novio ni amigos, no era como las demás chicas y eso lo tenía
claro. Nunca había dado mi primer beso y por supuesto tampoco había tenido
novio, ni siquiera tenía amigos. Nadie me quería tal y como soy. Cambio de
canción y con ello cambio de rumbo, “Die Young” de Ke$ha. Morir joven, oh sí.
Ese pensamiento inundó de repente mi mente y recordé el sueño que esa noche
había tenido. No era la primera vez, lo
cierto es que se había ido repitiendo desde hacía semanas, meses… y siempre
despertaba llorando aunque no sabía exactamente por qué. El lado más racional
de mi quería creer que lloraba por el hecho de soñar que caía por un acantilado
e iba a morir, pero la verdad es que en lo más hondo de mí sentía que la
verdadera razón por la que lloraba era porque nunca llegaba a encontrar el
suelo.
De repente
mis pensamientos se interrumpieron cuando sentí que alguien se sentaba a mi
lado. Miré a mi derecha y vi a un chico mirándome atentamente.
-Hola –dijo,
y de repente saltaron mis alarmas.
Lo miré
esperando que soltara algún comentario sobre mi cara, mi ropa, sobre cualquier
cosa que me hiciera daño, pero se quedó en silencio sonriendo, con los ojos
clavados en los míos esperando una respuesta.
-¿Qué
quieres? –dije al fin.
-Soy Justin
–su sonrisa se hizo más amplia y extendió su mano.
Lo mire sin
saber muy bien que hacer durante un momento y finalmente decidí averiguar que pretendía,
aunque posiblemente yo acabaría de nuevo llorando en el baño.
-Brucce.
-Encantado
–retiro la mano al ver que no habría un apretón por mi parte, más que nada
porque aún escondía sangre en mi sudadera.
-¿Qué
buscas? –dije seca.
-Solo venía
a saber si estás bien –su mirada parecía sincera.
Ese
comentario me dejó desorientada.
-¿Qué?
-Quiero
saber como estas.
-¿Por qué?
-Vi lo que
pasó en clase –contestó- fue horrible.
Entonces caí
en la cuenta.
-¿Te
conozco?
-No, soy
nuevo en la ciudad –su voz sonaba suave, como si no quisiera espantarme- he
venido con mi padre y parece que acabaré aquí el curso.
Al no
obtener respuesta decidió seguir.
-Estoy en tu
clase de Historia y vi lo que ese capullo te hizo –ahora su expresión cambió-
realmente me dio asco ver eso –su nariz se arrugó haciendo que sus cejas se
juntaran un poco más, lo cierto es que era muy guapo- siento lo que pasó.
-No te
disculpes –espeté- tu no tuviste nada que ver.
-Lo sé, pero
debería haber intervenido antes.
-¿Antes?
–ahora quien frunció el ceño fui yo.
-Cuando te
fuiste corriendo quise ir detrás de ti pero el profesor llego en ese momento y
no me dejaron salir, antes de comenzar la clase tuve una conversación con ese
tal Mark y le quité la libreta.
Oh mierda,
mi libreta.
-No deberías
haberte metido, no te pedí ayuda.
-Bueno –se
giró para alcanzar su mochila y sacó la libreta- pero aquí la tienes –sonrió sosteniéndola.
No entendía
por que ese chico había plantado cara a Mark para quitarle lo que era mío, ni
siquiera me conocía. ¿Por qué era tan simpático? ¿Por qué se acercaba a mí?
¿Por qué estaba hablándome? Jamás le había visto y lo cierto es que ni siquiera
me había dado cuenta de que estaba hoy en clase de Historia, aunque realmente
solo estuve allí cinco minutos.
-Gracias
–murmuré.
El silencio
se hizo durante unos minutos, y de nuevo busco con sus ojos mi mirada.
-Oye –sonrió
de nuevo- dibujas muy bien.
-¿Qué? –me
giré rápidamente hacia el- ¿has visto mi libreta? –Grité- ¿la has abierto?
-S-si
–tartamudeó desconcertado- lo siento, yo…
-Nadie dijo
que pudieras hacerlo. Son cosas privadas –balbuceé.
-Lo siento
Brucce, enserio, solo…
-Déjalo –le
corté- ¿querías algo más?
El chico me
miró buscando un poco de agradecimiento en mis ojos.
-No…
-extendió la libreta en mi dirección.
-Bien –dije
seca, y alcé mi mano para recuperarla.
Él bajó sus
ojos hasta mis manos y vio la sangre en mi sudadera y los nudillos rasguñados.
Mierda. Lo había olvidado.
-Brucce
–soltó el libro dejándolo caer al césped y sujetando ahora mi mano -¿Qué has
hecho? –su expresión era de alarma.
-Nada
–espeté- no te importa.
-Dios santo,
estás llena de sangre.
-Eso no es
de tu incumbencia –repetí.
-¿Qué…
-No le he
pegado a nadie –le interrumpí- si eso es lo que quieres saber. Nunca pago mis
problemas con nadie, solo conmigo.
El chico
agarró mi mano con más fuerza y me miró buscando ahora una explicación.
-Como ya he
dicho mi vida no es de tu incumbencia, agradezco que me hayas devuelto mi
libreta –me zafé de su agarre- y ahora si no te importa…
Pero él se
quedó inmóvil.
-No
contestaste a mi pregunta.
-¿Qué
pregunta?
-Te pregunté
si estás bien –suspiró.
-Estoy bien
–retrocedí mi mano y la introduje en mi bolsillo de nuevo.
-Mentira
–espetó- no lo estas.
Inspiré y
expiré varias veces antes de responder intentando encontrar una respuesta
interior a por qué ese desconocido se interesaba tanto por mí.
-¿Por qué te
importa tanto?
-Por varias
razones –respondió.
De nuevo
supo que no habría respuesta, por lo que siguió hablando.
-En primer
lugar siento curiosidad por saber qué es lo que ha hecho que tus nudillos
acaben así –señaló mis manos escondidas en los bolsillos de mi sudadera-
tampoco sé por qué estás aquí sola y con los ojos rojos, has llorado, pero no
deberías hacerlo porque no vale la pena. –Su mirada se hizo más intensa- y sigo
sin entender por qué un hombre puede hacerle eso a una mujer –frunció el ceño
de nuevo- si es que a eso se le puede llamar hombre. Tu eres una chica bonita y
pareces… frágil ¿me equivoco?
-Totalmente
–susurré- no soy bonita, y tampoco frágil.
-Vale, no
eres frágil –dijo- pero si bonita.
-No es
cierto.
-Claro que
lo es.
-No seas
idiota –bufé.
-Oye Brucce
–se acercó más a mí- ¿Por qué te odias?
De nuevo me
pilló desprevenida.
-No… no me
odio.
-Claro que sí,
pero no entiendo por qué motivo.
-¿Esto es
una especie de broma? –Retrocedí unos centímetros, ya que él había acortado las
distancias entre nosotros- ¿eres algún amigo de esos chicos y habéis apostado
sobre mi?
-¿Qué? –Sus
ojos se abrieron como dos platos- ¿Por qué dices eso?
-Contesta.
-¿No puede
un chico preocuparse por una chica?
-No me
conoces de nada y vienes aquí a hacerme preguntas sin sentido, me defiendes y
te peleas con Mark para quitarle algo que no es tuyo.
-Odio las
injusticias.
-No me
conoces, joder –alcé la voz- ¿por qué haces esto?
-Ya te lo
dije.
-No me
–suspiré- conoces.
-Pues déjame
hacerlo –susurró. Y de repente volví a perder el sentido de la orientación.
Sentí temblar mis manos y noté un escalofrió.
-¿Por qué?
-Quiero
saber más cosas sobre ti –murmuró- quiero ganarme tu confianza porque odio que
las chicas guapas se menosprecien –sonrió- déjame demostrarte que vales mucho
más de lo que piensas.
Lo miré sin
comprender por qué hacia todo esto y sus ojos me encontraron. No había perdido
el rastro de su sonrisa y sus ojos miel parecían realmente interesados… en mi.
-Déjame en
paz ¿quieres? –recobré el sentido después de un momento- ya te di las gracias,
no quiero nada más.
Él se quedó
ahí parado, sin decir nada. El silencio se hizo de nuevo y entonces el timbre
anunció el final del recreo.
-Brucce…
-Olvídate de
mí –me levanté- será mejor que sigas con tu vida.
Y dándole la
espalda comencé a caminar y me alejé del único chico que había mostrado interés
en mí desde… siempre.
Las
siguientes tres horas pasaron rápido puesto que mi cabeza no estaba acompañando
a mi cuerpo, me senté al final como solía hacer y gracias a dios nadie se fijó
en mi, por lo que al acabar la última clase era libre para volver a casa y no
ver a nadie más en todo el día.
Hice el
recorrido que había hecho por la mañana pero esta vez fui directa a casa,
puesto que no tenía ganas de dar vueltas por la manzana. Cerré la puerta detrás
de mí y me dispuse a subir las escaleras.
-Cariño –la
voz de mi madre salió de la cocina.
-Hola
–murmuré.
-No tardes
¿vale? La comida estará enseguida.
Mis tripas
comenzaron a sonar de nuevo, no había comido nada en todo el día.
-Vale mamá.
Subí deprisa
las escaleras y tiré la mochila a un lado. Entré directa al baño y miré mi desastrosa
imagen en el espejo. Baje la vista a mis manos y pensé en qué hacer para que mi
madre no viera que había destrozado mis nudillos contra algo duro hasta
sangrar.
Volví a
lavarme, esta vez con jabón y desinfectante y fui en busca de mis guantes, esos
que me regaló la abuela para navidad. Agarré unas tijeras y corté los dedos,
dejando la medida justa para tapar los nudillos pero mantener la movilidad en
la mano.
Vale. Espero
que funcione.
Sentada
frente a un plato de macarrones con queso mi madre me miraba buscando las
palabras exactas para intentar entablar una conversación sin que yo saliera
corriendo como hacía de costumbre.
-¿Cómo te ha
ido el día? –dijo inocente.
Comencé a hacer
un repaso de mi fantástica y maravillosa mañana, y decidí dejar de pensar y contestar
de manera automática.
-Bien, ¿y a
ti?
-Bueno,
bastante bien.
Asentí y
miré de nuevo mi plato casi lleno, sabía que tenía que comer. En parte por mi
madre, y en parte porque mi estomago lo pedía desesperadamente, aunque mi
cabeza me gritara que no lo hiciera. Pinché el tenedor y me lo llevé a la boca.
-Brucce,
¿Por qué llevas guantes?
He aquí la
pregunta.
-Últimamente
tengo frio en las manos –intente sonar convincente.
-Oh ¿sí? Déjame
ver –extendió su mano y la posó sobre mi frente- no parece que tengas fiebre ni
estés enferma.
-No, se me
pasará, tranquila.
Tras unas
cuantas respuestas astutas acabé de comer y subí a mi habitación, me acosté
sobre la cama y esperé a que mi estómago rechazara la comida. Otra lucha
interior, otra herida que no podía verse pero me estaba rompiendo por dentro.
No quería hacerlo, pero siempre acababa arrodillada en el baño llorando y
maldiciendo mi vida.
Esa noche
las pesadillas volvieron, esta vez acompañadas por gritos y temblores. No sé si
podré aguantar por mucho tiempo.
Por la
mañana decidí quedarme acostada en parte porque a penas había conseguido dormir
dos horas, y en parte porque no quería volver a ese jodido infierno repleto de
idiotas y capullos.
Pasé el día
acostada en la cama, y al llegar la noche más de lo mismo. Pesadillas. Más
pesadillas.
Por la
mañana mi madre entró para llamarme e ir al instituto.
-Mamá, sigo encontrándome
mal –tosí falsamente- debería reposar un día más.
-Pero
cariño…
-Por favor
–susurré.
-Está bien.
Y otro día
tumbada y escapando del mundo. Ojalá pudiera quedarme aquí escondida para
siempre, sola, con mi música y mis demonios interiores.
Por la tarde
me acosté sobre la cama pensando en que aunque quisiera no podría seguir
fingiendo por mucho tiempo y posiblemente el día siguiente tendría que ir al
instituto.
Esta idea me
llenó la mente y me hizo sentir un escalofrío. De nuevo sentirme expuesta, de
nuevo sola, de nuevo escapando de todos y rezando para no llamar la atención y
que así no me hagan sentirme peor de lo que ya me siento. Pero esta vez algo
nuevo cruzó mi cabeza, un nuevo pensamiento. Él.
Ese chico,
el chico que me había devuelto el libro y había estado tan interesado en mí el
otro día. ¿Por qué? Seguía sin entenderlo. Quería creer que simplemente buscaba
amigos porque era nuevo y no conocía a nadie pero la verdad es que podría tener
a quien quisiera, estoy segura. Era guapo y simpático, tenía los ojos grandes y
unos dientes blancos y brillantes, su cabello castaño claro alborotado
imperfectamente perfecto sobre su frente, y su sonrisa…
Definitivamente
no tendría problemas para encontrar nuevos amigos. Pero entonces… ¿Por qué yo?
¿La chica rara? ¿La chica que siempre está sola y viste mal? ¿La chica
invisible?
Puede que me
hubiera equivocado al echarlo así de mi lado pero la vida me había enseñado a
no confiar en nadie puesto que nadie quería estar conmigo y los que fingían que
si lo hacían acababan haciéndome daño. Había aprendido a estar sola y a
sentirme rechazada por todos, incluso conmigo misma. ¿Si ni siquiera yo me
quiero, como van a quererme otros? Supongo que me había asustado y por eso le había
tratado así. En ese momento me sentí mal, el fue muy simpático conmigo y en
cambio yo le eché a patadas, pero aunque quisiera no podríamos ser amigos, yo
no podía dejar que nadie me conociese lo suficiente como para saber cómo soy en
realidad, porque entonces sí que no se acercarían a mi nunca. Alguien
antisocial, alguien que se odia profundamente, que está obsesionada con que
todos la miran cuando lo más probable es que ni siquiera se den cuenta de que
pasó por su lado. Alguien con constantes impulsos de morir, quien tiene que
luchar para no pasarse y tocar una arteria, alguien con las muñecas y el alma
rota. Esa que paga el dolor haciéndose daño a si misma porque no es lo bastante
fuerte como para plantarle cara a la vida.
Esa soy yo.
Y a pesar de
todo… no podría evitar pensar que podría haber una mínima posibilidad de que
ese chico quisiera estar conmigo. Pero era imposible.
Esa mañana
me desperté en el suelo. Abrí los ojos y para mi sorpresa no estaban empapados
en lágrimas. Me asusté, me dirigí al baño y me miré al espejo un día más.
Estaban hinchados por lo que sí que había llorado esa noche pero no hacía poco,
lo que significaba que otro sueño, otro pensamiento, algo había reemplazado el
precipicio. ¿Pero qué? No conseguía recordarlo.
Tras
prepararme y colocarme otra de mis muchas y anchas sudaderas bajé a desayunar,
y después de mi viaje al baño decidí armarme de valor y volver al instituto.
Volver… a luchar.
Un día más.
Salí de casa
con antelación como de costumbre para dar vueltas y sacar de la cabeza a mis demonios antes de
volver a enfrentarme a la vida, y al entrar y atravesar el patio de nuevo sentí
las miradas de esos chicos clavadas en mi espalda. ¿Era obsesión o realmente
estaban mirándome cada día al pasar?
La música tan alta como el reproductor lo permitía
me ayudaba a mantenerme alejada de todo aquello hasta el instante en el que el
timbre anunciaba el comienzo de clase, era una pena no poder mantener los
cascos puestos dentro.
Los guardé
dentro de mi mochila y entré en clase pasando desapercibida. Miré a un lado al
pasar junto a ese idiota de Mark, el cual me dedicó una mirada burlona y
desafiante. No iba a darle el placer de volver a hacerme llorar de nuevo, no,
no estaba dispuesta. Hoy iba a ser un buen día. O al menos eso esperaba.
La mañana
transcurrió con normalidad, y a tercera hora el horario me reveló la siguiente
clase. Historia.
Entré al
aula echando un vistazo rápido a derecha e izquierda sin saber muy bien que
buscar, pero claro que lo sabía. Le buscaba a él.
-Idiota,
olvídalo –me dije para mis adentros, y seguí caminando.
El profesor
entró y tras unos minutos comenzó a dar su clase. Estaba concentrada en mi
libreta haciendo líneas con el lápiz sin prestar atención cuando algo llamó mi
atención. La puerta se abrió y el
silencio se hizo de repente.
-Siento
llegar tarde –dijo- tenía que hablar con el director.
Esa voz…
-Que no
vuelva a ocurrir señor Bieber, siéntese –y con esto prosiguió su explicación.
Alcé la
mirada para asegurarme que ese era el chico, y efectivamente. Recorrió las
mesas en busca de una libre y noté un escalofrió cuando se acercó
peligrosamente hasta mi sitio, nuestros ojos se encontraron y él se quedó
inmóvil durante un segundo, inmediatamente una sonrisa se posó de nuevo en su
rostro y con una mueca ocupo la mesa que se encontraba justo delante de la mía.
-Demasiado
cerca –me dije en silencio.
Intenté no
prestarle atención y no levanté la vista de mi papel en toda la clase. Mientras
dibujaba notaba el olor a perfume que me llegaba desde delante, mierda, ese
idiota olía bien.
De repente
un trozo de papel doblado calló sobre mi mesa. Levanté la cabeza y no vi a nadie
por lo que no podía saber quien había sido. Me hice unos centímetros a la
derecha para llegar a ver la libreta del chico que ocupaba el lugar de delante
para poder observar que en su hoja faltaba un trozo que había sido arrancado
misteriosamente parecido al que ahora descansaba sobre mi mesa. Desconcertada
cogí el papel y lo abrí.
“¿Qué tal están tus nudillos?”
Una pequeña
sonrisa surgió de lo más hondo sin saber por qué, ese chico estaba volviendo a
intentar hablar conmigo a pesar de cómo le había tratado el otro día, pero no
estaba segura de si debería seguirle el juego. No, tal vez no.
“Están bien, gracias”
Escribí
rápidamente una respuesta fácil y cortante esperando no volver a recibir la
nota y la tiré discretamente sobre su mesa, pero unos segundos después el papel
volvió a llegar a mí.
“Estuviste dos días sin venir, se
notó tu ausencia ¿Qué pasó?”
Oh dios, se
dio cuenta de que no estuve en clase. ¿Me había buscado? ¿Por qué demonios
seguía interesado en mí? Esto ya me estaba mosqueando.
“Asuntos personales”
Lancé la
nota irritada y él la alcanzó en el aire antes de que ni siquiera callera
encima de la mesa, al leerla vi como se removió sobre su silla y volvió a coger
el bolígrafo. ¿Estaba respondiendo? Creí que mi respuesta daría por finalizada
la conversación.
De nuevo en
mi poder.
“Intentando ser borde no vas a librarte de mí,
puede que me lo cuentes después de clase, nos vemos en el recreo”
¿En el
recreo? No, seguro que no.
El resto de
la clase pasó de forma pesada e infinita y la presencia de ese chico me
incomodaba de una manera extraña, me ponía nerviosa y no estaba segura de por
qué. Puede que fuera su insistencia o su simpatía excesiva, pero tal vez… tal
vez realmente fuera buena persona.
El timbre
finalizó la clase y antes de que alguien pudiera moverse de sus asientos agarré
mi libreta y salí corriendo de allí sin mirar atrás. Necesitaba un momento a
solas. Entré al baño y me senté en el mismo lugar en el que antes había estado
escondida. Coloqué mis cascos e intenté poner mis ideas en claro.
Mis
pensamientos giraron de nuevo en torno a él y a su extraño comportamiento.
Puede que fuera yo la que estaba exagerando las cosas y solo quisiera encontrar
una amiga como cualquier chico normal, pero el problema estaba en que yo no era
normal y por tanto no buscaba hacer las cosas que otros chicos hacían.
Rebusqué en
el bolsillo y saque la nota observándola con atención.
-¿Qué
buscas? –Murmuré- ¿Qué quieres de mi?
Escuché
entonces a un profesor agitar las llaves en el pasillo y supe que si no salía
rápido me quedaría encerrada, por lo que agarré mi mochila y me dirigí a mi
lugar apartado del recreo. El sitio que siempre estaba vacío… menos hoy.
Me acerqué
despacio y vi que había alguien sentado sobre el césped, seguí avanzando y
entonces su figura se hizo nítida, aunque yo ya sabía quién era desde el
principio.
-Hola Brucce
–sonrió dulce.
Sin decir
nada me senté a su lado aunque guardando las distancias, me giré para poder
mirarlo y al ver sus ojos todo cambió en mi cabeza. Él parecía sincero.
-Justin,
¿verdad? –contesté al fin.
Su expresión
cambió entonces ensanchando su sonrisa al ver que no había salido corriendo y
supo que ahora me tenía donde había estado buscando. Maldita sea, era
condenadamente guapo.
-¿Qué tal
estás? –bajó la mirada hasta mis nudillos, y acto seguido extendió la mano para
tocarlos.
-Ya dije que
bien –escondí las manos en el bolsillo de mi sudadera antes de que pudiera
llegar a ellas.
-Oye –hizo
una mueca- ¿Por qué eres así?
-¿Así como?
-Así de fría
–murmuró ahora haciendo desaparecer su sonrisa.
-La vida me
ha vuelto así.
-Por lo
tanto no siempre fuiste así ¿verdad?
-¿Qué?
Estaba
diciendo demasiado.
-Déjame
decirte lo que pienso y después puedes corregirme si me equivoco –me miró
intensamente- tu antes eras una chica feliz y risueña, lo noto en tus ojos,
pero ahora solo veo dolor –otra mueca- creo que eres frágil a pesar de que no
quieras verlo pero no es tu culpa, sino de aquellos que te rompieron.
-Basta –le
corté.
-Lo suponía,
no me equivoco –esta vez hizo un amago de sonrisa, pero esta no llego a sus
ojos.
-Creo que te
estás metiendo donde no te importa Justin.
-Solo quiero
comprender por qué desde que te vi por primera vez no has sonreído ni una sola
vez.
-Creo que no
ha sido buena idea –suspiré.
-¿El qué?
-Pensar que
podríamos llegar a ser amigos.
Ahora sus
ojos se abrieron como platos.
-¿Qué pasa
ahora? –le espeté.
-Lo pensaste
–su sonrisa volvió- al menos durante un momento pero lo pensaste.
-Y me
equivoqué.
-No lo creo.
-Mira
Justin, si quieres amigos puedes elegir a quien quieras en este instituto,
seguro que todos estarían encantados de estar contigo.
-Te elijo a
ti –dijo, y de repente la sangre se drenó por completo de mi cara.
-Yo… yo no
soy lo que buscas.
-Tal vez sí.
-Tú buscas
lo que todos, una chica simpática, divertida, guapa…
-Creo que ya
la he encontrado.
-¡Yo no soy
como esas chicas! –Grité desesperada- yo no soy normal.
Justin me miró
sin saber que decir durante un momento, y después el brillo de sus dientes bajo
la luz del sol me cegó.
-Me gustan
los retos.
Nuestras
miradas se encontraron directamente y ya no supe que más responder. Me había
dejado desarmada. Simplemente… me rendí.
-Como
quieras.
Tras esto
Justin me dedicó otra de sus cegadoras sonrisas y sacó un bocadillo de su
mochila ofreciéndome la mitad, la cual, por supuesto rechacé. Quité los cascos
de mi reproductor y puse la música en
alto, ambos nos acostamos sobre el césped y básicamente disfrutamos de la
compañía del otro sin decir gran cosa hasta que el timbre dio por finalizado
nuestro encuentro.
-¿Nos vemos
luego? –dijo incorporándose y tendiéndome la mano para ayudarme a levantar.
-Puede –me
puse de pie tras él sin su ayuda, por lo que volvió a meter la mano en su
bolsillo.
Comencé a
andar en dirección contraria a la suya, justo antes de atravesar la puerta miré
hacia atrás, para mi sorpresa… me estaba mirando.
¿De dónde ha
salido este chico?
Las últimas
clases se pasaron extrañamente rápido y antes de que pudiera darme cuenta el
timbre volvió a sonar por decima vez ese día anunciando que podía volver a
casa, aunque por alguna razón no quería irme, y eso me estaba preocupando.
Al salir lo
busqué con la mirada pero no había rastro de él por ninguna parte, por lo que
tras cinco minutos decidí volver a casa como todos los días, sola.
-¿Qué tal el
día? –preguntó mi madre distraída mientras echaba comida en mi plato.
Y por
primera vez en mucho tiempo respondí tal y como lo sentía.
-Bien.
Ella alzó la
mirada y sonrió satisfecha.
Tras
terminar mi plato subí a mi habitación y me senté sobre la silla frente al
inodoro que había puesto ahí permanentemente para estar más cómoda mientras mi
estómago rechazaba la comida que entraba. Esperé cinco, diez, quince minutos,
pero extrañamente me sentía bien y no había rastro de angustia por ninguna
parte. Esperé diez minutos más y decidí levantarme. Parece que por primera vez
en semanas mi comida iba a quedarse donde debía, pero… ¿por qué ahora?
Me miré al
espejo desconcertada aunque con una sensación de saciedad e incredulidad que me
gustaba. Me lavé los dientes y decidí acostarme sobre la cama para pensar sobre
todo lo que había ocurrido ese día.
Tras acabar
de leer el nuevo libro que había conseguido por internet una semana antes
busqué unos cuantos más para añadir a mi lista y decidí acostarme a pesar de
que no tenía sueño. Odiaba dormir, no me gustaba porque dormir significaba
soñar, y soñar implicaba tener pesadillas. Odiaba las pesadillas. Siempre
acababa llorando.
Un rallo de
sol rozo mi cara al mismo tiempo que el despertador sonaba con ‘Warrior’. Abrí
los ojos y miré de nuevo el techo de color gris triste que cada mañana me daba
los buenos días. Había que hacer algo con esa pared. Me incorporé y fui directa
al espejo para volver a ver mis ojos rojos e hinchados para recordar mi
pesadilla, pero esta vez mi rostro estaba limpio y no había señal de lágrimas.
-¿De verdad?
–murmuré tocando mi cara.
Mi reflejo
me miraba directamente a los ojos, los ojos color verde que parecían
descansados y un poco más vivos. Ahora sí que no entendía nada. Esto era
extraño, pero la verdad es que no recordaba haber tenido una pesadilla, no
recordaba nada.
Tras salir
de la ducha me enrollé en la toalla y me metí en el armario en busca de un
conjunto. Hoy no quería una sudadera, quería algo… bonito.
¿Por qué?
Cogí unos
jeans ajustados aunque largos que mi madre me había comprado y rebusqué hasta
encontrar una camisa blanca de manga larga. Tomé también una chaqueta de cuero
negra que había estado escondida durante mucho tiempo y hasta puse un poco de
sombra en mis ojos. Hoy me sentía bien después de mucho tiempo.
-Buenos días
mamá –me senté sujetando mi taza.
-Buenos di…
-mi madre se giro entonces para mirarme y se quedó quieta durante un momento-
oh cariño, estas preciosa.
-No digas
tonterías –dije, y di un sorbo a mi café.
Tras
terminar subí las escaleras para meterme en el baño y volví a tomar asiento en
mi odiada silla.
-Quédate
dentro, por favor –susurré.
Me quedé
inmóvil durante unos diez minutos. Nada.
Esto era un
record.
Agarré mi
mochila y salí de casa cerrando la puerta detrás de mí. Pasé la mano por mi
camisa para ponerla en su sitio y levanté la cabeza para encontrarme… con él.
Justin
estaba apoyado sobre el buzón de mi casa, con su mirada ahora clavada en mí y
sus ojos siguiéndome. Me acerqué a él despacio y le dediqué una de mis no
demasiado entrenadas sonrisas.
-Buenos días
–intenté familiarizarme con el sentimiento de volver a tener ganas de enseñar
mis dientes y estirar mis labios.
-Bu… buenos
días –susurró desconcertado, parece que la sorpresa se la llevó el.
-¿Qué haces
aquí?
-Pregunté
donde vivías y como ayer no pude verte al salir… quise venir a buscarte
–recuperó la sonrisa entonces- te veo diferente.
Echó un
vistazo de arriba abajo, lo que hizo que me ruborizara.
-Yo me veo
igual.
-Estas
preciosa –me sostuvo la mirada durante un momento- y sonríes.
-Sí, bueno,
creo que tú tienes algo que ver en eso.
-¿De verdad?
–bufó- entonces ha merecido la pena venir desde tan lejos.
Y de nuevo
comenzamos a andar. Esa mañana fuimos directos al instituto y al entrar volví a
notar las miradas de los demás clavadas en mi nuca, aunque ahora Justin
caminaba a mi lado deslumbrándolos a todos con su sonrisa. Llegamos al banco en
el que siempre esperaba pero esta vez dejé mis cascos guardados para poder
escucharle a él.
-¿Por qué
has venido hasta mi casa? –Pregunté distraída- nos habríamos visto aquí.
-Me desperté
pronto y me acordé de ti –murmuró- así que decidí ser la primera persona a la
que vieras esta mañana.
-Se te
adelantó mi madre –solté una pequeña risa.
Justin me
miró sin decir nada, el silencio se hizo durante demasiado tiempo y nuestros
ojos se encontraron de nuevo.
-¿Qué pasa?
–pregunté nerviosa.
-Me gusta
cuando sonríes.
-Bueno, pues
disfruta del momento –suspiré- porque no suelo hacerlo a menudo.
-Pues te
sacaré una cada día.
-¿Estás
dispuesto a intentarlo? –murmuré- es todo un reto.
Él
intensificó su mirada en mis ojos.
-Ya te dije
que me gustan los retos –aseguró- y no voy a intentarlo, voy a hacerlo.
El timbre
nos asustó cuando ambos estábamos distraídos mirándonos. Era extraño, al
encontrarme con sus ojos todo lo demás desaparecía.
Me despedí y
entré a clase tomando asiento en la última fila. Matemáticas, lo que significaba…
Noté que
alguien se paraba a mi lado cuando me distraía garabateando unas líneas en mi
libreta esperando a que el profesor entrara al aula, y al levantar la mirada le
vi.
-Parece que
el bicho raro ha encontrado un amigo –rió Mark.
-Déjame en
paz –le busqué con la mirada, no iba a dejar que me arruinara el día.
-¿Cuánto
tiempo vas a tardar en ahuyentarlo? ¿Dos días, tal vez tres? –Hizo una mueca-
apostemos.
-Ve a
meterte con otro, idiota.
-Será
divertido ver como sale corriendo cuando descubra que eres una corta venas
–soltó una carcajada- suicida.
Todo rastro
de mi felicidad desapareció de repente y me quedé inmóvil.
-Oh si
pequeña basura –sonrió sádico- vi tu muñeca cuando intentaste quitarme la
libreta.
-Tú no sabes
una mierda –bufé.
-Suerte
Bruccilda, disfruta de tu nuevo amigo mientras puedas.
Y con esto
se alejó, dejándome rota y hecha pedazos, y llevándose mi nueva sonrisa. Lo
había conseguido.
Las horas
pasaron conmigo escondida de nuevo como cada día, y al llegar el recreo me
encontré a Justin esperándome de nuevo sobre el césped por lo que giré y seguí
caminando sin decir nada hasta otro de los bancos más alejados.
Me puse de
nuevo los cascos y escondí la cabeza entre mis rodillas poniendo la música a
todo volumen. Poco después alguien tocó mi hombro.
-¿Qué
quieres? –levanté la cara para encontrarme con su mirada.
Dijo algo,
pero no logré escucharlo por lo que me limité a hacer lo que mejor sabía,
ignorar al mundo.
-Vete
–espeté, y volví a meter la cabeza entre mis piernas.
Pasaron los
minutos y parece que al fin se había ido, por lo que miré hacia arriba y vi que
no estaba. Suspiré pesadamente y me giré para sacar mi libreta cuando le vi
sentado justo a mi lado.
-He dicho
que te vayas –bufé quitándome los cascos.
-No hasta
que me escuches –dijo serio.
-¿Qué
quieres, Justin?
-¿Qué ha
pasado? –Murmuró- todo estaba bien, y de repente…
-Y de
repente me di cuenta de que no quiero que seamos amigos –solté, arrepintiéndome
de inmediato.
Su cara se
congeló y en sus ojos vi como algo le pinchaba por dentro, haciendo que yo me
resquebrajara un poco más en mi interior.
-¿Por qué?
–susurró.
-Porque tú y yo somos muy diferentes y no
podemos estar juntos.
-Eso es
ridículo.
-Como
quieras, pero déjame en paz ¿quieres? –suspiré.
-No.
Este chico
era realmente testarudo.
-Está bien
–dije, y me incorporé para irme de allí. Me giré para comenzar a andar, y en
ese momento noté como agarraba mi mano.
-No te
vayas, por favor.
Volví a
girarme buscándole y me encontré con sus ojos que pedían que me quedara. No
podía más.
-Justin por
favor, no lo hagas más difícil, simplemente… olvídate de mí.
-No puedo,
no quiero –movió la cabeza de un lado a otro- explícame por qué haces esto.
-Ya te lo he
dicho –solté su mano- somos demasiado diferentes.
Y sin dejar
que volviera a retenerme comencé a correr hacia ninguna y cualquier parte.
Entre en el edificio y subí las escaleras rápidamente buscando algún sitio en
el que esconderme. Encontré un pequeño hueco entre ambas plantas que utilizaban
para apilar las sillas entre las escaleras, por lo que entre, hice una de ellas
hacia un lado y me senté desapareciendo una vez más.
Esto era
ridículo. No entendía como había dado lugar a esto, era idiota por creer que
podría llegar a algo con Justin… o con cualquiera. Era todo una ilusión,
simplemente estaba ilusionándome con algo que era imposible. Si no tenía amigos
era por algo y era inútil que intentara cambiarlo. Mark era un imbécil pero
tenía razón, Justin no querría estar conmigo si se entera de cómo soy en
realidad, y después sería peor alejarme de él… ya lo estaba siendo.
De repente
sentí angustia y mi estómago amenazó con vomitar.
-Mierda –me
estremecí- aquí no.
Me incorporé
y salí corriendo en busca de un lavabo, por suerte el de la planta de abajo
estaba abierto y pude llegar a tiempo. Me arrodillé y vacié mi estomago. Odiaba
esto.
El timbre
sonó pero yo no tenía ganas de seguir aquí, por lo que aproveché que todos
entraban y me colé entre la gente hasta llegar a la puerta. Por suerte nunca
nadie se fijaba en mí así que pude salir a la calle sin que me detuvieran. Por
una vez ser invisible servía para algo.
Corrí hasta
mi casa y subí directa a mi habitación. Convencí como pude a mi madre de que me
encontraba mal y me metí en la cama tapándome la cabeza con las sábanas, y de
nuevo me dormí llorando.
Más tarde
unos golpes en la puerta me despertaron.
-Brucce
–susurró mi madre desde el umbral.
-¿Qué?
–murmuré.
-Han venido
a verte.
-¿Cómo? –me
incorporé desorientada.
-Es un chico
–sonrió- dice que se llama Justin.
De repente
me temblaron las manos y la sangre desapareció de mi cara.
-Dile que se
vaya –espeté, y volví a taparme la cabeza.
Mi madre
suspiró cerrando la puerta detrás de ella, pero unos minutos más tarde volvió a
entrar.
-Brucce, no
quiere irse –parecía emocionada- le he dicho que estas enferma pero dijo que no
se iría hasta que salieras a hablar con el.
-Dile que me
deje en paz –volví a bufar.
-Parece
preocupado…
-No tiene
por qué.
-Cariño –me
llamó mi madre- puede que ahora no te des cuenta, pero a ese chico le importas.
Lleva dos horas sentado en frente de casa y no parece tener intenciones de
irse.
-¿Qué hora
es?
-Son las
cuatro, vino al salir del instituto.
Justin
Bieber es idiota.
-Vale, vale
–me di por vencida- ahora bajo.
Mi madre
sonrió satisfecha y desapareció detrás de la puerta. Salí de la cama y me
dirigí al baño. Dios, estaba horrorosa. Me lavé la cara y recogí mi pelo en un
moño despeinado. Cogí aire unas cuantas
veces y salí a la calle para encontrarme de nuevo con él.
Al verme se
levantó y se acercó quedando parado en frente de mí. Sin decir nada se quedó
mirándome en silencio.
-¿Qué
quieres? –dije, quería acabar con esto cuanto antes.
-¿Has estado
llorando? –entrecerró los ojos.
Esa pregunta
me pilló desprevenida.
-No te
importa.
-¿Por qué te
fuiste? –de nuevo me sentí agobiada.
-No te
importa.
-¿Vas a ser siempre
así conmigo? –suspiró cansado.
-Te dije que
no querías a alguien como yo.
Él dio unos
pasos más hacia mí acortando nuestra distancia.
-Es difícil
que alguien te quiera si ni tú misma lo haces Brucce, no es fácil intentar
atravesar una pared de cemento.
-Tal vez sea
una pared de cemento porque me han herido tantas veces que el dolor se ha
convertido en algo duro.
Justin me
miró de nuevo directamente a los ojos.
-¿Y por qué
no dejas que yo intente romper esa pared?
-Porque no
puedes –susurré.
El bajó la
cabeza y suspiró varias veces en silencio antes de volver a mirarme.
-Al menos lo
intenté –murmuró.
Y tras esto
me dio la espalda y comenzó a caminar despacio, alejándose de mí.
Dios, ¿pero
qué he hecho? ¿Por qué esto es tan difícil? ¿Por qué alejo siempre de mi lado a
las personas que me importan? Tal vez sea yo la culpable de estar tan sola, tal
vez…
-¡Justin!
–grité.
Él se giró
frenando en seco. Me quedé mirándolo y unos segundos después volvió a mi lado.
-Vamos a
sentarnos –dije, y nos dirigimos al jardín de atrás, al banco que había bajo el
árbol.
El no dijo
nada, simplemente hizo lo que mejor sabía hacer. Mirarme a los ojos y hacer que
me perdiera en ellos.
-Tengo miedo
de que me hagas daño, Justin –susurré- o de que yo pueda hacértelo a ti.
-¿Por qué?
-Porque ya
me lo han hecho demasiadas veces y estoy rota por dentro.
-Pues
entonces confía en mí –me pidió.
-Quiero
hacerlo.
Él hizo una
mueca que no llegó a ser sonrisa.
-Pero no es
solo eso –seguí- es que…
-Dímelo.
-Créeme
Justin, si te lo contara saldrías corriendo.
-¿Eres un
vampiro? –se burló.
-Algo peor.
Su rostro
volvió a ser serio.
-Cuéntame lo
que sea Brucce, te he estado persiguiendo, esperándote en la puerta de casa y
sigo aquí a pesar de que me has echado unas cien veces en dos días.
-Justin…
-No me pidas
perdón –se adelantó, ¿Cómo supo lo que iba a decirle?- se que no es culpa tuya.
-Sí lo es.
-No, no es
cierto –suspiró- no sé qué te pasa pero es algo grande, tiene que serlo para
que a una chica como tú se le borre la sonrisa.
-Es muy
largo de contar –susurré.
-Pues
entonces ponte cómoda y hazlo.
Le miré a
los ojos y busqué esa luz que me transmitiera confianza, y de nuevo… la
encontré.
-Lo haré
–murmuré, y el sonrió- pero no ahora.
-Cuando
quieras Brucce, estaré aquí esperándote. No voy a ir a ninguna parte.
Su sonrisa
me hizo sentir bien de nuevo y toda la angustia y el dolor que había pasado
desapareció. ¿Cómo conseguía hacer eso?
-Gracias por
esto Justin –dije, con un susurro casi ininteligible y después le abracé.
El abrió sus
brazos al instante para recogerme y me apretó contra su pecho con fuerza. Era
un abrazo, un abrazo protector. Nunca había sentido algo así, me sentí libre en
sus brazos. Me sentí… feliz.
Unos minutos
después me separé. El se quedó mirándome sin palabras.
-Es la
primera vez que me tocas –dijo- y se que te cuesta confiar en las personas –me
dedicó una sonrisa de esas suyas, grandes- y también sé que esto significa
mucho para ti… -puso una mano sobre la mía y acarició mis nudillos- y para mí.
-Es cierto
–murmuré mirando nuestras manos ahora juntas.
Silencio.
Durante los siguientes diez minutos solo hubo silencio, pero no un silencio
incómodo, sino todo lo contrario. Me sentía a gusto a su lado y el contacto con
su piel no me molestaba a diferencia de todos los demás. Era extraño, él era
diferente.
-¿Vas a
contarme lo que te pasó hoy? –se giró buscando mi mirada.
-Sí.
El asintió.
-Hoy, por
primera vez en mucho tiempo no tuve pesadillas, me desperté… normal.
-¿Normal?
–dijo.
-Siempre me
despertaba llorando.
El hizo una
mueca, como si le doliera.
-Esta mañana
al despertarme tenía los ojos secos y no sentía lo que siento otras mañanas,
esta vez me estuve bien por primera vez en mucho tiempo, y creo… -suspiré-
estoy segura de que fue gracias a ti.
-¿A mí?
-Si Justin,
no sé por qué ni cómo pero me cambiaste en tan solo un día.
-Puede que
solo necesitaras a alguien que se preocupe por ti.
-Puede…
-murmuré- cuando salí de casa y te vi ahí esperándome sentí ganas de… sonreír.
-Y estabas
preciosa.
-Hacía
semanas, meses que no sonreía Justin… y llegas tu y en tan solo un día me sacas
una sonrisa verdadera –le miré directamente a los ojos- y me asusté.
El no dijo
nada.
-Me sentí
bien, casi… feliz –susurré.
-¿Por qué lo
dices con miedo? –estrechó mi mano.
-Porque ser
feliz dejo de entrar en mis planes hace mucho tiempo.
-Pues ahora
ha vuelto a estar en la primera posición de tu lista.
Parecía tan
seguro de sí mismo…
-El caso es
que llegué contenta a clase e incluso tenía ganas de salir por ahí. No lo sé
–hice una pausa- y entonces llegó Mark.
La expresión
de Justin cambió por completo en un segundo, su mano se volvió dura y se cerró
en un puño. Noté como su mandíbula se volvía tensa y sus ojos fríos.
-¿Es Mark el
culpable de que te fueras llorando a casa? –Dijo seco- ¿de que no quisieras hablar
conmigo?
-Si…
-Brucce, he
estado comiéndome la cabeza todo el día pensando en por qué primero me sonreías
y al momento me odiabas.
-No te odio,
Justin.
-¿Qué te
dijo ese maldito hijo de puta? –su voz sonaba rota.
Pero yo no
estaba preparada para contar detalles.
-Básicamente
que no podríamos ser amigos porque yo era basura y apostaba a que saldrías
corriendo en dos días –al acabar la frase mi voz casi no podía oírse.
-Voy a
matarlo –sus manos eran ahora dos puños.
-Eh, eh,
Justin –rocé con la palma de mi mano su mejilla- no hagas nada, no te metas en
problemas. No vale la pena.
-Es por él
por quien estas rota ¿verdad? –dijo.
-Y yo soy de
esa clase de torpes que les duele más las palabras que los golpes.
-Yo voy a
hacer que todo eso cambie para siempre. Voy a hacer que vivas como antes lo
hacías.
-Justin…
-quité la mano de su mejilla y la metí de nuevo en el bolsillo de mis jeans- yo
no vivo –suspiré- yo… sobrevivo.
-Ahora yo
estoy aquí para ti, pequeña –murmuró.
El me miró
roto, dolido, vi en sus ojos el reflejo de los míos y me partí por dentro. No
iba a permitir que ese chico pasara ni la milésima parte de la que yo había
pasado, no quería que el sufriera. Él era mi salvavidas.
-Te invito a
comer –dije, decidiendo cambiar de tema.
-¿Qué? –eso
le pilló desprevenido.
-No has
comido, ¿verdad?
-Vine
directamente hacia aquí.
-Vamos, haré
algo de comer.
Cogí su mano
y entramos en casa. Mi madre no estaba así que supuse que ya se había ido a
trabajar.
-Ahí está la
tele, puedes verla mientras preparo la comida –le indiqué donde estaba el mando
y entré a la cocina dejándole atrás.
Unos
segundos después atravesó la puerta.
-¿Qué haces?
–me giré al verle acercarse a mí.
-Quiero
ayudarte.
-¿Sabes
cocinar?
-Se hacer
muchas cosas –me miró a los ojos- y me he ganado tu sonrisa diaria.
Y entonces me
dí cuenta de que estaba sonriendo como una tonta, sin ni siquiera darme cuenta volvía
a hacerlo. Volvía a ser un record, todo gracias a él.
Tras casi
una hora, tomate sobre el suelo, dos platos rotos y la cara de Justin llena de harina
acabamos nuestra maravillosa pizza de cuatro quesos. Pusimos la mesa y nos
sentamos a comer. Al acabar miré el reloj y vi que eran casi las seis de la
tarde.
-Bueno, supongo
que esto es una merienda.
-Sí, creo
que duermes demasiado –rió.
-¿Cómo sabes
que estaba durmiendo?
-Tu madre me
lo dijo –sonrió- y además se cual es la ventana de tu habitación y la luz
estaba apagada cuando llegué.
Eso volvió a
sorprenderme.
-¿Cómo…
-Ya te había
visto antes de que me vieras en el instituto Brucce –recogió su plato y me dio
la espalda para dejarlo sobre el fregadero- te vi sentada sobre tu ventana
cuando llegué el primer día. Parecías… ausente.
-Y decidiste
acosarme.
-Oh si, eres
mi presa –rió.
Tras recoger
la mesa decidimos ver una película, y pasadas las diez Justin recibió una
llamada para volver a casa por lo que yo decidí subir a mi habitación y
descansar. Mañana sería un día largo, estaba segura.
Al entrar al
baño y mirarme al espejo por primera vez vi algo diferente en mi. Me brillaban
los ojos y no había estado llorando. Me dediqué una pequeña sonrisa y me giré
para recoger el pijama que reposaba sobre la silla de…
-Oh mierda,
ni siquiera recordé subir después de comer.
Una alegría
inmensa recorrió todo mi cuerpo. ¿Significaba eso que lo había superado? Estaba
orgullosa de mi misma. Estaba cambiando.
Puse el
despertador y me acosté por primera vez sin lágrimas y con una sonrisa. Esa
noche fue diferente. Esa noche soñé con él.
Al despertar
como acto reflejo fui a mirarme al espejo y volví a encontrarme con que tenía
la cara seca y al parecer la sonrisa seguía en mi rostro. Esta vez decidí
arriesgarme y romper mis miedos. Fui a lo más hondo de mi armario y saque unos
shorts que llevaba sin usar desde hacia al menos dos años. Siempre había odiado
usar ropa estrecha o pantalones y camisetas cortas, pero supongo que también me
había odiado a mi misma y ahora empezaba a verme un poco mejor.
Busqué unas
Vans y una blusa de manga larga, eso no podría cambiarlo tan rápido. Tenía
cosas que esconder bajo esa tela. Me puse un bonito pañuelo de color azul cielo
y esta vez junto a la sombra de ojos también puse un poco de rímel. Así mis
ojos verdes se veían más grandes.
-Buenos días
mamá –grité agitada dando saltitos alrededor de la mesa- ¿Qué tal estas?
Mi madre se
quedó muy quita observándome sin saber que decir. Esto era nuevo para ella. También
para mí. Miró muy detenidamente mi cara, por lo que pensé que tal vez le
molestaba que llevara maquillaje, pero más tarde comprendí que lo que miraba no
eran mis ojos, sino mi sonrisa.
-¿Qué te está
pasando Brucce? –Mi madre parecía desconcertada pero ansiosa- cada día estas más
guapa.
-No digas tonterías
–bufé.
Tras
desayunar subí a mi habitación y me puse la mochila, miré la puerta del baño y di
media vuelta. Ni siquiera quería entrar ahí. Ya no lo necesitaba. Bajé las
escaleras y salí a la calle esperando encontrarme con Justin, pero no estaba.
Fui directa
al instituto, no quería perder tiempo. Tenía ganas de verle. Al entrar más
miradas se clavaron en mí, pero misteriosamente ya no me importaba, me daba igual.
Eso ya no me afectaba. Puse una sonrisa en mi cara e intenté parecer segura de
mi misma, eso ya sería un paso más grande a conseguir.
Miré a un
lado y a otro, pero Justin no estaba ahí. El timbre sonó y entré en clase, la
hora pasó despacio. ¿Dónde estaba? Segunda hora. Historia. Esperé a que todos
entraran y cuando todos hubieron ocupado su lugar vi que el asiento de Justin
estaba vacío. Y el de Mark también…
60 minutos
que se pasaron desesperadamente lentos y cuando el timbre sonó salí de clase y
di diez vueltas al instituto. No había ni rastro de ellos. Una hora más tarde
salí al recreo con la esperanza de encontrar a Justin en el césped, pero seguía
sin aparecer. No sabía que estaba pasando pero no me gustaba. Y entonces le vi.
Justin se
acercó despacio y a medida que lo hacía pude ver que tenía un pequeño corte en
el labio y su ojo parecía amoratado. Rápidamente me levanté para exigirle una
explicación, pero ni siquiera le dio tiempo a llegar a mí cuando detrás de él, más al fondo, pasó
Mark. Pude reconocerlo por su mochila, puesto que su cara estaba hecha un
cromo. Miró hacia nosotros y cuando nuestras miradas se encontraron para mi
sorpresa agachó la cabeza y siguió andando. ¿Mark acaba de agacharme la mirada?
Y entonces todo encajó.
-¡¿Te has
peleado con Mark?! –grité.
Justin llegó
y se sentó en el césped por lo que le imite y me senté nerviosa a su lado. El
no dijo nada, por lo que insistí.
-¿Le has
pegado a Mark, Justin? –intenté mantener el control.
-Sí.
-¡¿Por qué?!
-Porque es
un imbécil –murmuró manteniendo la mirada fija en el césped.
Justin no me
miraba, eso era una mala señal. Un escalofrió recorrió de repente todo mi
cuerpo y atravesó mi columna vertebral. ¿Le había contado…
-¿Qué ha
pasado? –susurré.
Ahora
nuestros ojos se encontraron de lleno.
-Esta mañana
quise hablar con él y después iba a ir a recogerte –sacó la mano de su bolsillo
y pude ver entonces sus nudillos ensangrentados-empezó a decir cosas de mí, no
me importaba pero entonces comenzó a hablar sobre ti y… perdí el control.
Otro escalofrió.
-Sobre…
-cogí aire- ¿sobre mi?
-Sí.
-¿Qué te
dijo?
-No quiero
repetirlo, Brucce.
-¡Quiero
saber que te dijo! –grité.
Justin me
miro a los ojos dolido, no esperaba que le gritara después de todo.
-Dijo que
habían putas mejores que tu para pasarlo bien y que no necesitaba estar contigo
porque tú eras basura y acabarías jodiendome la vida –espetó- dijo que tienes
secretos y que debería descubrirlos antes de seguir contigo.
Y una vez
más mi corazón hecho pedazos.
-Y entonces
le partí la cara –escupió.
Miré a
Justin intentando averiguar qué pensó él de las palabras de Mark pero no hizo
falta preguntar.
-Me importa
una mierda lo que él diga Brucce, me da igual lo que todos digan de ti. Para mi
eres perfecta.
Mi mandíbula
calló abierta en ese momento y no pude decir nada más. Eso me había pillado
totalmente fuera de combate.
-Yo no voy a
pedirte que me hables de ti si te molesta hacerlo, no voy a pedir que me
cuentes nada que no quieras contar. Cuando lo hagas será porque estés preparada
para hacerlo, y yo seguiré aquí –cogió mi mano y pude ver nuestros nudillos,
los míos cerrados, los suyos aún manchados de sangre.
-Ven esta
tarde a mi casa –suspiré- te lo contaré todo.
Y un nudo
agarró mi estómago. Tenía que hacerlo, si iba a seguir con Justin merecía saber
quién era la chica con la que estaba, y si después de eso salía corriendo al
menos pude disfrutar de él durante un tiempo. Era hora de ser sincera, con él y
conmigo misma.
Él sonrió de
nuevo dulcemente y pude ver como volvía a relajarse.
-Me han
expulsado –dijo con naturalidad.
-¿Qué? –Grité
de nuevo- ¿enserio?
-Sí, pero no
importa.
-Joder
Justin, claro que importa –suspiré pesadamente- ¿Qué vas a hacer?
-Nada
–sonrió- estar contigo.
Este chico
era superior a mis fuerzas.
El resto del
día pasó y al salir vi a Justin montarse en un coche. Su padre parecía muy
cabreado, y todo era culpa mía.
Al llegar a
casa comí deprisa y subí a mi habitación, una vez más pude comprobar que mis
trastornos estaban superados. Estaba nerviosa por lo que me puse a limpiar y subí
el volumen de la música a tope. Justin dijo que vendría a las cinco.
Me tumbé
sobre la cama, me senté en la ventana, leí un libro, escuché dos discos enteros
de música. El reloj parecía estar parado.
Las cuatro.
Decidí
arreglarme el pelo.
Las cuatro y
media.
Ordene todos
mis discos.
Las cinco.
Bajé y me
senté sobre las escaleras esperando a que llamaran a la puerta, pero nadie lo
hizo.
Las seis.
Puede que se
arrepintiera o puede que en realidad supiera la verdad, seguramente se pensó
mejor eso de estar con alguien como yo.
Las siete.
Me di por
vencida. Me levanté y comencé a subir las escaleras cuando la puerta sonó y yo
paré en seco.
Bajé sin
demasiados ánimos puesto que no esperaba verle a él, pero me equivoqué.
-Justin…
-susurré.
-Lo siento.
-¿Qué?
-Mis padres
me castigaron, ya sabes… por la expulsión –hizo una mueca- y tuve que esperar a
que se fueran para poder escaparme.
-¿Te has
escapado?
-Sí.
-Pues no deberías
haberlo hecho.
-Pero estoy
aquí –susurró- eso es lo que importa.
-Pasa –me
hice a un lado y él entró.
Dios, estaba
conduciendo a este chico por el mal camino.
-¿Estás
bien? –dijo, girándose para mirarme.
-¿Estás bien
tu? –Insistí en la última palabra- eres quien le ha partido la cara a un chico
esta mañana y el que ahora se ha fugado de casa.
-Bueno, ya
sabes –sonrió- soy un malote.
Su
comentario hizo que soltara una pequeña risa y el rió conmigo.
-Y de nuevo
mi sonrisa diaria –dejó ver sus dientes ampliando la suya.
-Vamos a mi
habitación.
-¿Tan
pronto? –dijo pícaro- ¿sin cena romántica ni nada?
-Eres un
idiota –reí más fuerte.
Subí las
escaleras y Justin me siguió. Al entrar le indiqué que se sentara en la cama y
yo hice lo mismo.
-Y bien
–dijo ahora serio.
-¿Quieres
tomar algo?
-Estoy bien.
-¿Agua? –insistí.
-Brucce,
estoy bien.
-Vale
–susurré armándome de valor, miré nerviosa a un lado y a otro de mi habitación
y después de nuevo al techo gris triste- ¿por dónde empiezo?
-Por el
principio –dijo mirándome a los ojos fijamente.
-Es una
larga historia.
-Te escucho.
Respiré de
nuevo y comencé a desnudar mis secretos y dar paso a mis demonios interiores.
-Yo nunca he
sido una chica normal –murmuré, y Justin hizo una mueca- nunca me sentí bien
conmigo misma ni me acepté tal y como era. Siempre pensé que no era suficiente
y que bueno, todo el mundo era mejor que yo –hice una pausa para aclarar mis
ideas y proseguí- mi vida no ha sido fácil. Perdí a todos mis abuelos, mi única
mejor amiga murió en un accidente de coche y mi padre falleció hace ahora tres
años –las lagrimas amenazaron con salir de mis ojos, y entonces Justin agarró
mis manos- con la muerte de mi padre todo empeoró. Mi mejor amiga ya no estaba
y yo me sentía muy sola. Comencé a abandonarme, dejé de comer y de salir. Más
tarde empecé a darme asco y encontré un nuevo peor enemigo. Mi reflejo –tragué
saliva- Cada noche me acostaba llorando y tenía pesadillas. Mi estomago comenzó
a no querer la comida, vomitaba y nadie estaba ahí para ayudarme. Mi madre lo
estaba pasando mal y no quería darle más problemas –Justin apretó mas nuestras
manos y asintió- cuando volví al instituto todos se burlaban de mi, siempre me sentí
aislada, ya fuera por mi imagen o porque siempre estuviera sola comencé a
pensar que era culpa mía y nunca encontraría a nadie, pensaba que sobraba y
entonces… -mi voz se quebró.
-Brucce,
Brucce –Justin se acercó más a mi- no llores, por favor.
-Tuve
pensamientos, pensamientos malos Justin –suspiré- comencé a tener en la cabeza
ideas, cosas que me hacían sentirme mejor. Cosas como desaparecer –el pecho
comenzó a dolerme- Morir. –Pude ver como los ojos de Justin perdían su brillo-
y así pasó el tiempo. Sola, siempre sola –y entonces un amago de sonrisa asomó
por mi cara- hasta que llegaste tu y rompiste mis esquemas –miré a Justin a los
ojos y pude ver que tenia lágrimas en sus ojos- cuando te conocí pensé que eras
otro más de esos que solo querían hacerme daño, por eso te traté así, perdóname
–él sonrió- después de hablar aquel día volví a casa feliz y tras comer…
después de mucho tiempo… no lo hice –susurré- mi estomago estaba bien. Solo
volvió a pasarme cuando me fui a casa, cuando discutimos… -al recordar aquel
momento sentí un escalofrío- pero ha pasado una semana y ya ni siquiera me
acuerdo de ir al baño después de comer.
-Eso es
fantástico pequeña –Justin volvió a sonreír tierno.
-También he
dejado de tener pesadillas –dije ahora orgullosa- anoche soñé contigo.
-Yo también
–susurró, y ahora mis manos temblaron.
-Todo esto
significa que estoy cambiando, ahora sonrió, mis demonios interiores están
desapareciendo y además ya no tengo ganas de… -al recordarlo mis piernas
temblaron y de nuevo me quedé muda.
-¿De qué
Brucce? -Justin me miró intentando
encontrar una respuesta pero mi voz se había quebrado.
Había
llegado el momento.
Solté
nuestras manos y Justin abrió la boca para decir algo, pero mi mirada hizo que
guardara silencio. Clavé la mirada ahora en mis manos, que descansaban sobre
mis piernas con las palmas hacia arriba. Justin hizo lo mismo. Y entonces
destapé mis miedos.
Subí las
mangas de mi camisa dejando ver los cortes de mis muñecas. Algunos eran
sombras, otros cicatrices, muy pocos habían desaparecido.
Miré mis
manos y después las de Justin que ahora temblaban, subí hasta sus ojos e
intenté encontrar una respuesta en su mirada, pero él no apartaba la mirada de
mis heridas.
-Justin…
-susurré.
Él subió
hasta encontrarse con mis ojos, y entonces pude ver en lo más profundo de su
mirada el dolor que yo había sentido. Era mi dolor reflejado en su cara, era lo
único que no quería que ocurriese.
Tapé rápidamente
mis muñecas con las mangas de la camisa y miré al suelo esperando a que Justin
se fuera, pero una vez más…no lo hizo.
-Brucce…
-susurró.
-A esto me
refería con que no quería hacerte daño –murmuré sin quitar la vista del suelo- sé
lo que estas pensando.
-Estoy
pensando que eres demasiado increíble como para hacerte daño de esta manera, tu
deberías aplastarlos a todos con tu sonrisa y salir a comerte el mundo cada día
–dijo ahora recuperando las fuerzas perdidas- eres la persona más fuerte que he
conocido.
-¿Fuerte? –Susurré
repitiendo la palabra sin poder creerlo- si fuera fuerte no haría estas cosas.
-Has sufrido
mucho Brucce, pude verlo en tus ojos desde el primer día, pero eso no te ha
impedido seguir aquí.
-No estoy
orgullosa.
-Yo si lo
estoy –sonrió.
Tras esto
volvió a subir la manga de mi camisa y miró por última vez mis heridas antes de
depositar un beso suave sobre ellas.
-Esto son
heridas de guerra –me miró ahora a los ojos- de una guerra contra ti misma que
ya has ganado –Su mirada se hizo más intensa y poco a poco se acercó más a mi
-Y a mí también me has ganado.
Sin decir
nada más siguió acortando las distancias hasta que noté su aliento contra mis
labios. Cerró sus ojos y yo le imité, nerviosa noté como Justin entrelazaba los
dedos de nuestra mano mientras que subía la otra hasta mi mejilla y la
acariciaba suavemente. Nuestros alientos se cruzaron ahora cuando abrí mi boca
y nuestros labios se rozaron durante un segundo, un segundo que pareció
interminable, y por fin sus labios se posaron en los míos, húmedos y cálidos, y
me sentí perdida en su boca como tantas veces lo había estado en sus ojos.
Estaba perdida en él, ahora sabía mi historia y seguía aquí, estaba besándome y
eso significaba que no iba a irse. Dejé la mente en blanco y me permití llevar
a otro mundo. A un mundo en el que solo estábamos el y yo, un nosotros. A
medida que nuestra respiración se agitaba pasé mi mano por su espalda hasta
llegar a su cuello y él metió entonces su lengua, que se encontró con la mía. Y
así… tuve mi primer beso. El más mágico e increíble de todos. Simple y
sencillamente porque fue con él.
Nuestros
labios se separaron unos centímetros y entonces Justin susurró.
-He venido
para quedarme, es hora de vivir.
Y con esto
nuestros labios volvieron a juntarse, perdiéndome en su boca y él en la mía.
Comenzando una nueva vida que compartiría a su lado, porque las cosas cambian y
yo había cambiado. La Brucce llena de miedos e inseguridades se había ido para
dejar paso a una nueva chica, una chica con sus sonrisas diarias y llena de
vida. Una chica que había vuelto a nacer e iba a sonreír cada día gracias a él.
A Justin.
Mi salvavidas.
------------------------------------------------------------------------------------------
RT aquí si leíste el relato. Espero que os haya gustado.
------------------------------------------------------------------------------------------
Primero de
todo y más importante quiero dedicar este relato a todas esas chicas que alguna
vez se han sentido o sienten mal consigo mismas o con la vida, sé que esta es
una dura historia porque toca temas que son delicados, pero quería hacer algo
así para intentar hacer ver a todas aquellas que se sienten identificadas con
Brucce, la chica ficticia pero a la vez tan real que las cosas cambian, que
tarde o temprano llega esa persona y te saca la sonrisa que creías perdida, mi
objetivo con esto era intentar serviros de ayuda aunque solo haya sido durante
un momento, dejar claro que nada está perdido y que por muy mal que se pongan
las cosas hay que seguir adelante porque al final del camino te espera esa
persona para hacerte volver a vivir. Nunca perdáis la esperanza, nunca dejéis
de veros hermosas… porque todas tenemos un salvavidas que nos espera para salir
a flote. Todas y cada una de vosotras sois especiales, todas sois increíbles y
alguien lo verá algún día, es cuestión de creer.
Quiérete, porque eres única.
Hola. Quiero decir que no tengo palabras para decir lo que sentido tras leer este relato. He tenido cerca a una persona con estos problemas y admito que, mientras leía, no he podido evitar emocionarme.
ResponderEliminarSencillamente, gracias. Es admirable lo que pretendías conseguir escribiendo esto y aventuro que tienes mucho talento. Por último, quería añadir que, a veces, las cosas no salen como esperamos y quizás esa relación no llegue a buen puerto, como le pasó a un muy amiga amiga mía, pero aún así, no hay que volver al abismo. Hay que seguir luchando, siempre, por uno mismo en primer lugar, y por todos los que nos quieren y se aseguran de que estemos bien. Mi amiga aprendió que para ser feliz hay que pensar en todo lo bueno que nos queda por vivir y en todas las personas a las que queremos y nos quieren, que no siempre las relaciones salen bien y que no por ello haya que tirar la toalla, simplemente signifique que esa persona no era la definitiva y que tarde o temprano llegará nuestro ángel. En conclusión, ánimo y fuerza. Sois bellas.
Tengo las lágrimas saltadas y la piel de gallina. No sabes lo doloroso que es sentirse identificada, y que aunque no directamente, Justin también sea tu salvavidas. Me ha encantado, escribes genial, increíble manera de tocar el tema, y te lo dice una chica muy crítica, de verdad que vales para esto. No lo dejes.
ResponderEliminar