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•Relato "Sobrevive".




Una vez más caía en picado por un acantilado que parecía no tener fin. Sentía el vértigo y mis músculos temblaban, me faltaba el aliento y el aire no podía entrar en mis pulmones, gritaba pero al parecer nadie podía escucharme, mientras seguía descendiendo intentaba aferrarme a algo, a algo que pudiera sujetarme para no seguir cayendo, pero lo cierto es que ahí solo estaba yo, yo y nada más. No había nada que pudiera ayudarme a parar, nadie estaba ahí para pararme y lo cierto es que al parecer tampoco me importaba. Era de noche y el frío aire cortaba mi cara a medida que iba bajando, el fondo de aquel agujero estaba oscuro y parecía no terminar nunca. Mis gritos hacían eco y por más que rasgara mi garganta era inútil, estaba sola. Giraba y giraba buscando una salida pero una vez más todo estaba vacío. No sabía cómo ni por que había acabado ahí, pero notaba la muerte debajo de mis pies. Es imposible que pudiera sobrevivir a eso, una caída tan alta… y lo extraño es que no estaba asustada. Gritaba de excitación y lloraba porque al fin iba a acabar con todo, y entonces ví el suelo.


Desperté con la cara mojada por mis lágrimas y la respiración agitada. Al abrir los ojos vi el techo de mi habitación, una pared gris y sin vida que parecía estar ahí para recordarme cada mañana que tenía que seguir encerrada. Me incorporé frotándome los ojos con las manos para quitar las lagrimas y noté mis ojos hinchados, aunque para mí eso no era una novedad, ya me había acostumbrado.

Me levanté y fui directa al aseo para enfrentarme a lo que más odiaba en este mundo. Mi reflejo.

-Mírate, das asco –susurré.

Mi pelo estaba alborotado sobre mi cara, mis ojos rojos e irritados, mis labios hinchados y la piel pálida.
Abrí el grifo y dejé caer el agua sobre mis manos, mojé las puntas de mis dedos y después subí hasta notar el contacto frio sobre mis muñecas. Me estremecí cuando las gotas salpicaron las cicatrices y rápidamente retrocedí escondiéndolas. Esas eran heridas de guerra que no me gustaba mostrar, heridas que no podían tocarse pues nunca habían acabado de cerrarse, heridas contra mi misma y mi lucha por sobrevivir.

Me desnudé evitando mirar mi reflejo y me metí directamente en la ducha. Cerré los ojos e intenté sacar de mi cabeza el pensamiento que llevaba rondándome desde hacía ya mucho tiempo. Intenté dejar a un lado mis ganas de desaparecer.

Al salir ignoré la báscula que me observaba a un lado de la habitación y salí en busca de algo que ponerme. Una sudadera ancha y larga que tapara mis demonios y unos largos jeans que no dejaran ver ni un centímetro de mi piel. Tras acabar bajé las escaleras y me preparé para enfrentarme a mi obra de teatro diaria.

-Buenos días Becca –dijo mi madre cuando atravesé la puerta de la cocina.
-Hola –murmuré sentándome a un lado de la mesa.
-¿Desayunas?
-No tengo hambre –dije, y al instante mis tripas me delataron bajo el olor a café recién hecho.
-Tienes que comer, ya oíste lo que dijo el médico.
-El médico no sabe lo que dice.
-El médico es médico por algo y no puedes arriesgarte a volver a sufrir un desmayo o tendrán que ingresarte.

Miré a mi madre con su dulce cara triste, y decidí hacer lo que mejor había aprendido.

-Está bien –sonreí- dame una taza.

Su sonrisa fue inmediata, y dos minutos después me encontraba dándole sorbos a un líquido con demasiadas calorías que al entrar en mi estómago produjo un amago de rechazo, pero lo mantuve dentro… al menos durante un rato.


Tras volver al baño y repetir la rutina que estaba quitándome la vida me coloqué la mochila y salí de casa para poner rumbo a mi infierno personal. El instituto.

Era temprano y aún estaba amaneciendo, pero había tomado por costumbre salir un poco antes y dar unas cuantas vueltas a la manzana. Me puse los cascos y la música retumbó en mis oídos tan fuerte que por un momento perdí el sentido de la orientación y tuve que parar para recobrar el equilibrio. Diez canciones y media más tarde salí a una calle que comunicaba con el instituto al fondo y respiré hondo antes de atravesar los últimos metros y entrar.

Caminé por el patio delantero en el que muchos alumnos ya se encontraban en grupos hablando sobre su loco fin de semana y sus fiestas sin control que habían finalizado con sexo y una resaca de dos días. Solo había que ver sus ojos, dios santo, incluso tenían peor aspecto que yo.

Subí la rampa que atravesaba en gran patio y me dirigí a uno de los bancos que siempre permanecía vacío. Dejé la mochila a un lado y me senté sin mirar a mi alrededor aunque sentía las miradas de la gente clavadas en mi nuca. La canción acabó y durante unos segundos mis sentidos volvieron a posarse en el mundo real, demasiado tiempo. Lo suficiente como para que unos susurros penetraran por mis cascos y se metieran en mi interior para abrirme un poco más por dentro.

-¿La has visto? –Dijo alguien a mi derecha- esa ropa es directa del vertedero.
-Si –rió otra- he visto vagabundos mejores vestidos.

Otra canción comenzó en mi reproductor y los susurros cesaron. Cerré los ojos e intente mantener mis lágrimas dentro.

-Sé fuerte –me repetía cada día para mis adentros- no llores.

Unos minutos después la gente comenzó a entrar por lo que supuse que el timbre había sonado. Esperé a que todo se quedara vacío y caminé despacio hasta el aula de matemáticas. Al abrir la puerta me maldije por haber tardado tanto, pues todos se encontraban ya en sus respectivos sitios y ahora sus miradas se clavaban en mi espalda mientras atravesaba el umbral.

-Llega usted tarde –espetó el profesor haciendo amago de quitarse las gafas.
-Lo siento –murmuré sin levantar la mirada.

Seguí andando hasta el final de la clase y busqué la última mesa para sentarme. El sitio en el que nadie pudiera observarme, sola, apartada de todos. Como me había acostumbrado a estar.
El Señor Cookther prosiguió su explicación y básicamente me dediqué a hacer lo único que ocupaba mi mente para no tener que pensar demasiado en la triste y absurda mañana que me esperaba.

Dibujar.

Garabateé hasta que el timbre volvió a sonar y simplemente trasladé mi libro hasta el aula de biología ocupando de nuevo la última mesa y pasando desapercibida otra hora más.

Historia. Mis pensamientos para esta hora se basaban en seguir siendo invisible, pero parece que a alguien no le gustó la idea y decidió divertirse un poco conmigo.

Entré con la libreta que dos horas antes había utilizado y busqué con la mirada un sitio libre al final del aula. Caminé entre dos filas de mesas y cuando me disponía a tomar asiento de repente una pierna salió desde algún lugar haciéndome tropezar y caer al suelo.

-Oh, pobre Brucce –se burló el chico unido a la pierna que me había tumbado- tan torpe como de costumbre.

Levanté la mirada para enfrentarme a él pero antes de poder decir nada se agachó, robándome mi libreta y alzándola en el aire.

-¿Qué es esto bicho raro? –Dijo divertido- ¿aquí es donde apuntas los chicos que te gustan y que nunca te mirarán?
-¡Devuélvemela! –grité poniéndome de pie.
-Oh Oh –retrocedió bloqueando mi avance- Bruccilda la monstruo se pone furiosa –me señaló- ¿Quieres tu libreta? –Sonrió malicioso- pues ven a buscarla.

Me abalancé sobre él con rabia deseando poder matarlo cuando dos grandes brazos volvieron a tirarme al suelo.

-Volviste a caer, torpe –rió.

Esta vez me estremecí al notar el golpe en mi mano. Caí sobre ella sintiendo crujir mi muñeca. El dolor atravesó el brazo recorriendo la columna y me quedé inmóvil durante unos segundos, tiempo suficiente para que mis ojos se comenzaran a llenar de lagrimas.

No voy a llorar, no aquí.

Me levanté como pude y salí corriendo de aquella maldita clase, atravesando el pasillo hasta entrar en los baños de chicas y encerrarme en uno de ellos. Cerré la puerta con fuerza y dejé que mis lagrimas cayeran sobre mis mejillas mientras mis puños golpeaban con fuerza la pared.

-¡Malditos! –Grité entre dientes- ¡Malditos todos!

Estampé mis puños contra la pared hasta que mis nudillos comenzaron a sangrar y no tuve fuerzas para seguir llorando. Me senté sobre el inodoro y metí mi cabeza entre las rodillas rezando para que todo esto acabara.

-¿Por qué? –Susurraba escondida- ¿Por qué a mí? ¿Qué les he hecho? –Las lagrimas caían desordenadas- no merezco esto.

Seguí con la cara sumergida en mis pantalones, acurrucada en una esquina de aquel mugriento baño hasta que noté un dolor punzante. Levanté la cabeza y noté la humedad en la manga de mi sudadera. Las heridas de mi muñeca se habían abierto al caer.

-Mierda –gruñí- joder.

Me dirigí al lavabo y subí la manga que se había manchado de sangre, cogí papel e hice presión sobre los cortes para evitar la salida. Unos minutos después se detuvo y envolví mi muñeca con más papel tras lavarla y limpiar como pude la sangre de mi camiseta. Limpié también mis nudillos abiertos por los golpes y volví a meterme en el baño a observar mis manos, mis heridas, mis miedos.


Una hora después ya no me quedaban lagrimas y el timbre volvió a sonar lo que significaba que era hora del recreo. Hora de descanso y tiempo para que pudieran volver a buscarme.

-¿Y si me quedo aquí? –Susurré para mí misma- podría quedarme aquí todo el día hasta que sea hora de volver a casa.

Solté un suspiro ante la idea, pero unos segundos después recordé que durante esta hora cerraban los aseos con llave, pues habían pillado a los alumnos manteniendo relaciones en los baños más de una vez.

-Está bien Brucce, prepárate.

Me limpié la cara y miré mi reflejo esperando encontrar que mi cara no me delatara demasiado, pero era evidente que había estado llorando, cualquiera se daría cuenta aunque dudo que perdieran el tiempo en mirarme.

Metí las manos en mis bolsillos y salí caminando de allí como si fuera una chica normal, una más de esas preciosas chicas que pasan el día sonriendo y hablando de sus novios y sus cosas con otras amigas, de esas que se ven bonitas en el espejo y no tienen que salir corriendo de clase ni llorar cada noche porque se odian a sí mismas. Una chica sin miedos.

Intenté pasar desapercibida en el patio y encontré un sitio en el que no había mucha gente, entre dos árboles junto a la valla. Dejé la mochila y me senté en el césped echando un vistazo a mi alrededor. Parecía que todos estaban demasiado ocupados divirtiéndose como para perder el tiempo conmigo, y eso era bueno.

Saqué mis cascos y subí el volumen a tope dejándome llevar a otro mundo, a cualquier sitio en el que no tuviera que ser vista por nadie. “I won’t give up” de Jason Mraz, bonita canción, no darse por vencido era algo que me había repetido cada día desde hacía mucho tiempo. Seguir adelante, luchar. Solía tener la esperanza de que las cosas podrían cambiar, pero en este momento cualquier ilusión había desaparecido. Una más, “Just the way you are” Bruno Mars, preciosa pero complicada, nadie podría quererme como soy. Me había acostumbrado a pensar que nunca encontraría novio ni amigos, no era como las demás chicas y eso lo tenía claro. Nunca había dado mi primer beso y por supuesto tampoco había tenido novio, ni siquiera tenía amigos. Nadie me quería tal y como soy. Cambio de canción y con ello cambio de rumbo, “Die Young” de Ke$ha. Morir joven, oh sí. Ese pensamiento inundó de repente mi mente y recordé el sueño que esa noche había tenido. No era la  primera vez, lo cierto es que se había ido repitiendo desde hacía semanas, meses… y siempre despertaba llorando aunque no sabía exactamente por qué. El lado más racional de mi quería creer que lloraba por el hecho de soñar que caía por un acantilado e iba a morir, pero la verdad es que en lo más hondo de mí sentía que la verdadera razón por la que lloraba era porque nunca llegaba a encontrar el suelo.

De repente mis pensamientos se interrumpieron cuando sentí que alguien se sentaba a mi lado. Miré a mi derecha y vi a un chico mirándome atentamente.

-Hola –dijo, y de repente saltaron mis alarmas.

Lo miré esperando que soltara algún comentario sobre mi cara, mi ropa, sobre cualquier cosa que me hiciera daño, pero se quedó en silencio sonriendo, con los ojos clavados en los míos esperando una respuesta.

-¿Qué quieres? –dije al fin.
-Soy Justin –su sonrisa se hizo más amplia y extendió su mano.

Lo mire sin saber muy bien que hacer durante un momento y finalmente decidí averiguar que pretendía, aunque posiblemente yo acabaría de nuevo llorando en el baño.

-Brucce.
-Encantado –retiro la mano al ver que no habría un apretón por mi parte, más que nada porque aún escondía sangre en mi sudadera.
-¿Qué buscas? –dije seca.
-Solo venía a saber si estás bien –su mirada parecía sincera.

Ese comentario me dejó desorientada.

-¿Qué?
-Quiero saber como estas.
-¿Por qué?
-Vi lo que pasó en clase –contestó- fue horrible.

Entonces caí en la cuenta.

-¿Te conozco?
-No, soy nuevo en la ciudad –su voz sonaba suave, como si no quisiera espantarme- he venido con mi padre y parece que acabaré aquí el curso.

Al no obtener respuesta decidió seguir.

-Estoy en tu clase de Historia y vi lo que ese capullo te hizo –ahora su expresión cambió- realmente me dio asco ver eso –su nariz se arrugó haciendo que sus cejas se juntaran un poco más, lo cierto es que era muy guapo- siento lo que pasó.
-No te disculpes –espeté- tu no tuviste nada que ver.
-Lo sé, pero debería haber intervenido antes.
-¿Antes? –ahora quien frunció el ceño fui yo.
-Cuando te fuiste corriendo quise ir detrás de ti pero el profesor llego en ese momento y no me dejaron salir, antes de comenzar la clase tuve una conversación con ese tal Mark y le quité la libreta.

Oh mierda, mi libreta.

-No deberías haberte metido, no te pedí ayuda.
-Bueno –se giró para alcanzar su mochila y sacó la libreta- pero aquí la tienes –sonrió sosteniéndola.

No entendía por que ese chico había plantado cara a Mark para quitarle lo que era mío, ni siquiera me conocía. ¿Por qué era tan simpático? ¿Por qué se acercaba a mí? ¿Por qué estaba hablándome? Jamás le había visto y lo cierto es que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba hoy en clase de Historia, aunque realmente solo estuve allí cinco minutos.

-Gracias –murmuré.

El silencio se hizo durante unos minutos, y de nuevo busco con sus ojos mi mirada.

-Oye –sonrió de nuevo- dibujas muy bien.
-¿Qué? –me giré rápidamente hacia el- ¿has visto mi libreta? –Grité- ¿la has abierto?
-S-si –tartamudeó desconcertado- lo siento, yo…
-Nadie dijo que pudieras hacerlo. Son cosas privadas –balbuceé.
-Lo siento Brucce, enserio, solo…
-Déjalo –le corté- ¿querías algo más?

El chico me miró buscando un poco de agradecimiento en mis ojos.

-No… -extendió la libreta en mi dirección.
-Bien –dije seca, y alcé mi mano para recuperarla.

Él bajó sus ojos hasta mis manos y vio la sangre en mi sudadera y los nudillos rasguñados. Mierda. Lo había olvidado.

-Brucce –soltó el libro dejándolo caer al césped y sujetando ahora mi mano -¿Qué has hecho? –su expresión era de alarma.
-Nada –espeté- no te importa.
-Dios santo, estás llena de sangre.
-Eso no es de tu incumbencia –repetí.
-¿Qué…
-No le he pegado a nadie –le interrumpí- si eso es lo que quieres saber. Nunca pago mis problemas con nadie, solo conmigo.

El chico agarró mi mano con más fuerza y me miró buscando ahora una explicación.

-Como ya he dicho mi vida no es de tu incumbencia, agradezco que me hayas devuelto mi libreta –me zafé de su agarre- y ahora si no te importa…

Pero él se quedó inmóvil.

-No contestaste a mi pregunta.
-¿Qué pregunta?
-Te pregunté si estás bien –suspiró.
-Estoy bien –retrocedí mi mano y la introduje en mi bolsillo de nuevo.
-Mentira –espetó- no lo estas.

Inspiré y expiré varias veces antes de responder intentando encontrar una respuesta interior a por qué ese desconocido se interesaba tanto por mí.

-¿Por qué te importa tanto?
-Por varias razones –respondió.

De nuevo supo que no habría respuesta, por lo que siguió hablando.

-En primer lugar siento curiosidad por saber qué es lo que ha hecho que tus nudillos acaben así –señaló mis manos escondidas en los bolsillos de mi sudadera- tampoco sé por qué estás aquí sola y con los ojos rojos, has llorado, pero no deberías hacerlo porque no vale la pena. –Su mirada se hizo más intensa- y sigo sin entender por qué un hombre puede hacerle eso a una mujer –frunció el ceño de nuevo- si es que a eso se le puede llamar hombre. Tu eres una chica bonita y pareces… frágil ¿me equivoco?
-Totalmente –susurré- no soy bonita, y tampoco frágil.
-Vale, no eres frágil –dijo- pero si bonita.
-No es cierto.
-Claro que lo es.
-No seas idiota –bufé.
-Oye Brucce –se acercó más a mí- ¿Por qué te odias?

De nuevo me pilló desprevenida.

-No… no me odio.
-Claro que sí, pero no entiendo por qué motivo.
-¿Esto es una especie de broma? –Retrocedí unos centímetros, ya que él había acortado las distancias entre nosotros- ¿eres algún amigo de esos chicos y habéis apostado sobre mi?
-¿Qué? –Sus ojos se abrieron como dos platos- ¿Por qué dices eso?
-Contesta.
-¿No puede un chico preocuparse por una chica?
-No me conoces de nada y vienes aquí a hacerme preguntas sin sentido, me defiendes y te peleas con Mark para quitarle algo que no es tuyo.
-Odio las injusticias.
-No me conoces, joder –alcé la voz- ¿por qué haces esto?
-Ya te lo dije.
-No me –suspiré- conoces.
-Pues déjame hacerlo –susurró. Y de repente volví a perder el sentido de la orientación. Sentí temblar mis manos y noté un escalofrió.
-¿Por qué?
-Quiero saber más cosas sobre ti –murmuró- quiero ganarme tu confianza porque odio que las chicas guapas se menosprecien –sonrió- déjame demostrarte que vales mucho más de lo que piensas.
Lo miré sin comprender por qué hacia todo esto y sus ojos me encontraron. No había perdido el rastro de su sonrisa y sus ojos miel parecían realmente interesados… en mi.
-Déjame en paz ¿quieres? –recobré el sentido después de un momento- ya te di las gracias, no quiero nada más.

Él se quedó ahí parado, sin decir nada. El silencio se hizo de nuevo y entonces el timbre anunció el final del recreo.

-Brucce…
-Olvídate de mí –me levanté- será mejor que sigas con tu vida.

Y dándole la espalda comencé a caminar y me alejé del único chico que había mostrado interés en mí desde… siempre.

Las siguientes tres horas pasaron rápido puesto que mi cabeza no estaba acompañando a mi cuerpo, me senté al final como solía hacer y gracias a dios nadie se fijó en mi, por lo que al acabar la última clase era libre para volver a casa y no ver a nadie más en todo el día.


Hice el recorrido que había hecho por la mañana pero esta vez fui directa a casa, puesto que no tenía ganas de dar vueltas por la manzana. Cerré la puerta detrás de mí y me dispuse a subir las escaleras.
-Cariño –la voz de mi madre salió de la cocina.

-Hola –murmuré.
-No tardes ¿vale? La comida estará enseguida.

Mis tripas comenzaron a sonar de nuevo, no había comido nada en todo el día.

-Vale mamá.

Subí deprisa las escaleras y tiré la mochila a un lado. Entré directa al baño y miré mi desastrosa imagen en el espejo. Baje la vista a mis manos y pensé en qué hacer para que mi madre no viera que había destrozado mis nudillos contra algo duro hasta sangrar.

Volví a lavarme, esta vez con jabón y desinfectante y fui en busca de mis guantes, esos que me regaló la abuela para navidad. Agarré unas tijeras y corté los dedos, dejando la medida justa para tapar los nudillos pero mantener la movilidad en la mano.

Vale. Espero que funcione.


Sentada frente a un plato de macarrones con queso mi madre me miraba buscando las palabras exactas para intentar entablar una conversación sin que yo saliera corriendo como hacía de costumbre.

-¿Cómo te ha ido el día? –dijo inocente.

Comencé a hacer un repaso de mi fantástica y maravillosa mañana, y decidí dejar de pensar y contestar de manera automática.

-Bien, ¿y a ti?
-Bueno, bastante bien.

Asentí y miré de nuevo mi plato casi lleno, sabía que tenía que comer. En parte por mi madre, y en parte porque mi estomago lo pedía desesperadamente, aunque mi cabeza me gritara que no lo hiciera. Pinché el tenedor y me lo llevé a la boca.

-Brucce, ¿Por qué llevas guantes?

He aquí la pregunta.

-Últimamente tengo frio en las manos –intente sonar convincente.
-Oh ¿sí? Déjame ver –extendió su mano y la posó sobre mi frente- no parece que tengas fiebre ni estés enferma.
-No, se me pasará, tranquila.

Tras unas cuantas respuestas astutas acabé de comer y subí a mi habitación, me acosté sobre la cama y esperé a que mi estómago rechazara la comida. Otra lucha interior, otra herida que no podía verse pero me estaba rompiendo por dentro. No quería hacerlo, pero siempre acababa arrodillada en el baño llorando y maldiciendo mi vida.


Esa noche las pesadillas volvieron, esta vez acompañadas por gritos y temblores. No sé si podré aguantar por mucho tiempo.

Por la mañana decidí quedarme acostada en parte porque a penas había conseguido dormir dos horas, y en parte porque no quería volver a ese jodido infierno repleto de idiotas y capullos.

Pasé el día acostada en la cama, y al llegar la noche más de lo mismo. Pesadillas. Más pesadillas.

Por la mañana mi madre entró para llamarme e ir al instituto.

-Mamá, sigo encontrándome mal –tosí falsamente- debería reposar un día más.
-Pero cariño…
-Por favor –susurré.
-Está bien.

Y otro día tumbada y escapando del mundo. Ojalá pudiera quedarme aquí escondida para siempre, sola, con mi música y mis demonios interiores.

Por la tarde me acosté sobre la cama pensando en que aunque quisiera no podría seguir fingiendo por mucho tiempo y posiblemente el día siguiente tendría que ir al instituto.

Esta idea me llenó la mente y me hizo sentir un escalofrío. De nuevo sentirme expuesta, de nuevo sola, de nuevo escapando de todos y rezando para no llamar la atención y que así no me hagan sentirme peor de lo que ya me siento. Pero esta vez algo nuevo cruzó mi cabeza, un nuevo pensamiento. Él.

Ese chico, el chico que me había devuelto el libro y había estado tan interesado en mí el otro día. ¿Por qué? Seguía sin entenderlo. Quería creer que simplemente buscaba amigos porque era nuevo y no conocía a nadie pero la verdad es que podría tener a quien quisiera, estoy segura. Era guapo y simpático, tenía los ojos grandes y unos dientes blancos y brillantes, su cabello castaño claro alborotado imperfectamente perfecto sobre su frente, y su sonrisa…

Definitivamente no tendría problemas para encontrar nuevos amigos. Pero entonces… ¿Por qué yo? ¿La chica rara? ¿La chica que siempre está sola y viste mal? ¿La chica invisible?

Puede que me hubiera equivocado al echarlo así de mi lado pero la vida me había enseñado a no confiar en nadie puesto que nadie quería estar conmigo y los que fingían que si lo hacían acababan haciéndome daño. Había aprendido a estar sola y a sentirme rechazada por todos, incluso conmigo misma. ¿Si ni siquiera yo me quiero, como van a quererme otros? Supongo que me había asustado y por eso le había tratado así. En ese momento me sentí mal, el fue muy simpático conmigo y en cambio yo le eché a patadas, pero aunque quisiera no podríamos ser amigos, yo no podía dejar que nadie me conociese lo suficiente como para saber cómo soy en realidad, porque entonces sí que no se acercarían a mi nunca. Alguien antisocial, alguien que se odia profundamente, que está obsesionada con que todos la miran cuando lo más probable es que ni siquiera se den cuenta de que pasó por su lado. Alguien con constantes impulsos de morir, quien tiene que luchar para no pasarse y tocar una arteria, alguien con las muñecas y el alma rota. Esa que paga el dolor haciéndose daño a si misma porque no es lo bastante fuerte como para plantarle cara a la vida.

Esa soy yo.

Y a pesar de todo… no podría evitar pensar que podría haber una mínima posibilidad de que ese chico quisiera estar conmigo. Pero era imposible.


Esa mañana me desperté en el suelo. Abrí los ojos y para mi sorpresa no estaban empapados en lágrimas. Me asusté, me dirigí al baño y me miré al espejo un día más. Estaban hinchados por lo que sí que había llorado esa noche pero no hacía poco, lo que significaba que otro sueño, otro pensamiento, algo había reemplazado el precipicio. ¿Pero qué? No conseguía recordarlo.

Tras prepararme y colocarme otra de mis muchas y anchas sudaderas bajé a desayunar, y después de mi viaje al baño decidí armarme de valor y volver al instituto. Volver… a luchar.

Un día más.

Salí de casa con antelación como de costumbre para dar vueltas y  sacar de la cabeza a mis demonios antes de volver a enfrentarme a la vida, y al entrar y atravesar el patio de nuevo sentí las miradas de esos chicos clavadas en mi espalda. ¿Era obsesión o realmente estaban mirándome cada día al pasar?

La  música tan alta como el reproductor lo permitía me ayudaba a mantenerme alejada de todo aquello hasta el instante en el que el timbre anunciaba el comienzo de clase, era una pena no poder mantener los cascos puestos dentro.

Los guardé dentro de mi mochila y entré en clase pasando desapercibida. Miré a un lado al pasar junto a ese idiota de Mark, el cual me dedicó una mirada burlona y desafiante. No iba a darle el placer de volver a hacerme llorar de nuevo, no, no estaba dispuesta. Hoy iba a ser un buen día. O al menos eso esperaba.
La mañana transcurrió con normalidad, y a tercera hora el horario me reveló la siguiente clase. Historia.
Entré al aula echando un vistazo rápido a derecha e izquierda sin saber muy bien que buscar, pero claro que lo sabía. Le buscaba a él.

-Idiota, olvídalo –me dije para mis adentros, y seguí caminando.

El profesor entró y tras unos minutos comenzó a dar su clase. Estaba concentrada en mi libreta haciendo líneas con el lápiz sin prestar atención cuando algo llamó mi atención. La puerta se abrió  y el silencio se hizo de repente.

-Siento llegar tarde –dijo- tenía que hablar con el director.

Esa voz…

-Que no vuelva a ocurrir señor Bieber, siéntese –y con esto prosiguió su explicación.

Alcé la mirada para asegurarme que ese era el chico, y efectivamente. Recorrió las mesas en busca de una libre y noté un escalofrió cuando se acercó peligrosamente hasta mi sitio, nuestros ojos se encontraron y él se quedó inmóvil durante un segundo, inmediatamente una sonrisa se posó de nuevo en su rostro y con una mueca ocupo la mesa que se encontraba justo delante de la mía.

-Demasiado cerca –me dije en silencio.

Intenté no prestarle atención y no levanté la vista de mi papel en toda la clase. Mientras dibujaba notaba el olor a perfume que me llegaba desde delante, mierda, ese idiota olía bien.

De repente un trozo de papel doblado calló sobre mi mesa. Levanté la cabeza y no vi a nadie por lo que no podía saber quien había sido. Me hice unos centímetros a la derecha para llegar a ver la libreta del chico que ocupaba el lugar de delante para poder observar que en su hoja faltaba un trozo que había sido arrancado misteriosamente parecido al que ahora descansaba sobre mi mesa. Desconcertada cogí el papel y lo abrí.

“¿Qué tal están tus nudillos?”

Una pequeña sonrisa surgió de lo más hondo sin saber por qué, ese chico estaba volviendo a intentar hablar conmigo a pesar de cómo le había tratado el otro día, pero no estaba segura de si debería seguirle el juego. No, tal vez no.

“Están bien, gracias”

Escribí rápidamente una respuesta fácil y cortante esperando no volver a recibir la nota y la tiré discretamente sobre su mesa, pero unos segundos después el papel volvió a llegar a mí.

“Estuviste dos días sin venir, se notó tu ausencia ¿Qué pasó?”

Oh dios, se dio cuenta de que no estuve en clase. ¿Me había buscado? ¿Por qué demonios seguía interesado en mí? Esto ya me estaba mosqueando.

“Asuntos personales”

Lancé la nota irritada y él la alcanzó en el aire antes de que ni siquiera callera encima de la mesa, al leerla vi como se removió sobre su silla y volvió a coger el bolígrafo. ¿Estaba respondiendo? Creí que mi respuesta daría por finalizada la conversación.
De nuevo en mi poder.

Intentando ser borde no vas a librarte de mí, puede que me lo cuentes después de clase, nos vemos en el recreo”

¿En el recreo? No, seguro que no.

El resto de la clase pasó de forma pesada e infinita y la presencia de ese chico me incomodaba de una manera extraña, me ponía nerviosa y no estaba segura de por qué. Puede que fuera su insistencia o su simpatía excesiva, pero tal vez… tal vez realmente fuera buena persona.

El timbre finalizó la clase y antes de que alguien pudiera moverse de sus asientos agarré mi libreta y salí corriendo de allí sin mirar atrás. Necesitaba un momento a solas. Entré al baño y me senté en el mismo lugar en el que antes había estado escondida. Coloqué mis cascos e intenté poner mis ideas en claro.

Mis pensamientos giraron de nuevo en torno a él y a su extraño comportamiento. Puede que fuera yo la que estaba exagerando las cosas y solo quisiera encontrar una amiga como cualquier chico normal, pero el problema estaba en que yo no era normal y por tanto no buscaba hacer las cosas que otros chicos hacían.
Rebusqué en el bolsillo y saque la nota observándola con atención.

-¿Qué buscas? –Murmuré- ¿Qué quieres de mi?

Escuché entonces a un profesor agitar las llaves en el pasillo y supe que si no salía rápido me quedaría encerrada, por lo que agarré mi mochila y me dirigí a mi lugar apartado del recreo. El sitio que siempre estaba vacío… menos hoy.

Me acerqué despacio y vi que había alguien sentado sobre el césped, seguí avanzando y entonces su figura se hizo nítida, aunque yo ya sabía quién era desde el principio.

-Hola Brucce –sonrió dulce.

Sin decir nada me senté a su lado aunque guardando las distancias, me giré para poder mirarlo y al ver sus ojos todo cambió en mi cabeza. Él parecía sincero.

-Justin, ¿verdad? –contesté al fin.

Su expresión cambió entonces ensanchando su sonrisa al ver que no había salido corriendo y supo que ahora me tenía donde había estado buscando. Maldita sea, era condenadamente guapo.

-¿Qué tal estás? –bajó la mirada hasta mis nudillos, y acto seguido extendió la mano para tocarlos.
-Ya dije que bien –escondí las manos en el bolsillo de mi sudadera antes de que pudiera llegar a ellas.
-Oye –hizo una mueca- ¿Por qué eres así?
-¿Así como?
-Así de fría –murmuró ahora haciendo desaparecer su sonrisa.
-La vida me ha vuelto así.
-Por lo tanto no siempre fuiste así ¿verdad?
-¿Qué?

Estaba diciendo demasiado.

-Déjame decirte lo que pienso y después puedes corregirme si me equivoco –me miró intensamente- tu antes eras una chica feliz y risueña, lo noto en tus ojos, pero ahora solo veo dolor –otra mueca- creo que eres frágil a pesar de que no quieras verlo pero no es tu culpa, sino de aquellos que te rompieron.
-Basta –le corté.
-Lo suponía, no me equivoco –esta vez hizo un amago de sonrisa, pero esta no llego a sus ojos.
-Creo que te estás metiendo donde no te importa Justin.
-Solo quiero comprender por qué desde que te vi por primera vez no has sonreído ni una sola vez.
-Creo que no ha sido buena idea –suspiré.
-¿El qué?
-Pensar que podríamos llegar a ser amigos.

Ahora sus ojos se abrieron como platos.

-¿Qué pasa ahora? –le espeté.
-Lo pensaste –su sonrisa volvió- al menos durante un momento pero lo pensaste.
-Y me equivoqué.
-No lo creo.
-Mira Justin, si quieres amigos puedes elegir a quien quieras en este instituto, seguro que todos estarían encantados de estar contigo.
-Te elijo a ti –dijo, y de repente la sangre se drenó por completo de mi cara.
-Yo… yo no soy lo que buscas.
-Tal vez sí.
-Tú buscas lo que todos, una chica simpática, divertida, guapa…
-Creo que ya la he encontrado.
-¡Yo no soy como esas chicas! –Grité desesperada- yo no soy normal.

Justin me miró sin saber que decir durante un momento, y después el brillo de sus dientes bajo la luz del sol me cegó.

-Me gustan los retos.

Nuestras miradas se encontraron directamente y ya no supe que más responder. Me había dejado desarmada. Simplemente… me rendí.

-Como quieras.


Tras esto Justin me dedicó otra de sus cegadoras sonrisas y sacó un bocadillo de su mochila ofreciéndome la mitad, la cual, por supuesto rechacé. Quité los cascos de mi reproductor y  puse la música en alto, ambos nos acostamos sobre el césped y básicamente disfrutamos de la compañía del otro sin decir gran cosa hasta que el timbre dio por finalizado nuestro encuentro.

-¿Nos vemos luego? –dijo incorporándose y tendiéndome la mano para ayudarme a levantar.
-Puede –me puse de pie tras él sin su ayuda, por lo que volvió a meter la mano en su bolsillo.

Comencé a andar en dirección contraria a la suya, justo antes de atravesar la puerta miré hacia atrás, para mi sorpresa… me estaba mirando.

¿De dónde ha salido este chico?

Las últimas clases se pasaron extrañamente rápido y antes de que pudiera darme cuenta el timbre volvió a sonar por decima vez ese día anunciando que podía volver a casa, aunque por alguna razón no quería irme, y eso me estaba preocupando.

Al salir lo busqué con la mirada pero no había rastro de él por ninguna parte, por lo que tras cinco minutos decidí volver a casa como todos los días, sola.



-¿Qué tal el día? –preguntó mi madre distraída mientras echaba comida en mi plato.

Y por primera vez en mucho tiempo respondí tal y como lo sentía.

-Bien.

Ella alzó la mirada y sonrió satisfecha.

Tras terminar mi plato subí a mi habitación y me senté sobre la silla frente al inodoro que había puesto ahí permanentemente para estar más cómoda mientras mi estómago rechazaba la comida que entraba. Esperé cinco, diez, quince minutos, pero extrañamente me sentía bien y no había rastro de angustia por ninguna parte. Esperé diez minutos más y decidí levantarme. Parece que por primera vez en semanas mi comida iba a quedarse donde debía, pero… ¿por qué ahora?

Me miré al espejo desconcertada aunque con una sensación de saciedad e incredulidad que me gustaba. Me lavé los dientes y decidí acostarme sobre la cama para pensar sobre todo lo que había ocurrido ese día.
Tras acabar de leer el nuevo libro que había conseguido por internet una semana antes busqué unos cuantos más para añadir a mi lista y decidí acostarme a pesar de que no tenía sueño. Odiaba dormir, no me gustaba porque dormir significaba soñar, y soñar implicaba tener pesadillas. Odiaba las pesadillas. Siempre acababa llorando.



Un rallo de sol rozo mi cara al mismo tiempo que el despertador sonaba con ‘Warrior’. Abrí los ojos y miré de nuevo el techo de color gris triste que cada mañana me daba los buenos días. Había que hacer algo con esa pared. Me incorporé y fui directa al espejo para volver a ver mis ojos rojos e hinchados para recordar mi pesadilla, pero esta vez mi rostro estaba limpio y no había señal de lágrimas.

-¿De verdad? –murmuré tocando mi cara.

Mi reflejo me miraba directamente a los ojos, los ojos color verde que parecían descansados y un poco más vivos. Ahora sí que no entendía nada. Esto era extraño, pero la verdad es que no recordaba haber tenido una pesadilla, no recordaba nada.

Tras salir de la ducha me enrollé en la toalla y me metí en el armario en busca de un conjunto. Hoy no quería una sudadera, quería algo… bonito.

¿Por qué?

Cogí unos jeans ajustados aunque largos que mi madre me había comprado y rebusqué hasta encontrar una camisa blanca de manga larga. Tomé también una chaqueta de cuero negra que había estado escondida durante mucho tiempo y hasta puse un poco de sombra en mis ojos. Hoy me sentía bien después de mucho tiempo.

-Buenos días mamá –me senté sujetando mi taza.
-Buenos di… -mi madre se giro entonces para mirarme y se quedó quieta durante un momento- oh cariño, estas preciosa.
-No digas tonterías –dije, y di un sorbo a mi café.

Tras terminar subí las escaleras para meterme en el baño y volví a tomar asiento en mi odiada silla.

-Quédate dentro, por favor –susurré.

Me quedé inmóvil durante unos diez minutos. Nada.

Esto era un record.

Agarré mi mochila y salí de casa cerrando la puerta detrás de mí. Pasé la mano por mi camisa para ponerla en su sitio y levanté la cabeza para encontrarme… con él.

Justin estaba apoyado sobre el buzón de mi casa, con su mirada ahora clavada en mí y sus ojos siguiéndome. Me acerqué a él despacio y le dediqué una de mis no demasiado entrenadas sonrisas.

-Buenos días –intenté familiarizarme con el sentimiento de volver a tener ganas de enseñar mis dientes y estirar mis labios.
-Bu… buenos días –susurró desconcertado, parece que la sorpresa se la llevó el.
-¿Qué haces aquí?
-Pregunté donde vivías y como ayer no pude verte al salir… quise venir a buscarte –recuperó la sonrisa entonces- te veo diferente.

Echó un vistazo de arriba abajo, lo que hizo que me ruborizara.

-Yo me veo igual.
-Estas preciosa –me sostuvo la mirada durante un momento- y sonríes.
-Sí, bueno, creo que tú tienes algo que ver en eso.
-¿De verdad? –bufó- entonces ha merecido la pena venir desde tan lejos.

Y de nuevo comenzamos a andar. Esa mañana fuimos directos al instituto y al entrar volví a notar las miradas de los demás clavadas en mi nuca, aunque ahora Justin caminaba a mi lado deslumbrándolos a todos con su sonrisa. Llegamos al banco en el que siempre esperaba pero esta vez dejé mis cascos guardados para poder escucharle a él.

-¿Por qué has venido hasta mi casa? –Pregunté distraída- nos habríamos visto aquí.
-Me desperté pronto y me acordé de ti –murmuró- así que decidí ser la primera persona a la que vieras esta mañana.
-Se te adelantó mi madre –solté una pequeña risa.

Justin me miró sin decir nada, el silencio se hizo durante demasiado tiempo y nuestros ojos se encontraron de nuevo.

-¿Qué pasa? –pregunté nerviosa.
-Me gusta cuando sonríes.
-Bueno, pues disfruta del momento –suspiré- porque no suelo hacerlo a menudo.
-Pues te sacaré una cada día.
-¿Estás dispuesto a intentarlo? –murmuré- es todo un reto.

Él intensificó su mirada en mis ojos.

-Ya te dije que me gustan los retos –aseguró- y no voy a intentarlo, voy a hacerlo.


El timbre nos asustó cuando ambos estábamos distraídos mirándonos. Era extraño, al encontrarme con sus ojos todo lo demás desaparecía.

Me despedí y entré a clase tomando asiento en la última fila.  Matemáticas, lo que significaba…

Noté que alguien se paraba a mi lado cuando me distraía garabateando unas líneas en mi libreta esperando a que el profesor entrara al aula, y al levantar la mirada le vi.

-Parece que el bicho raro ha encontrado un amigo –rió Mark.
-Déjame en paz –le busqué con la mirada, no iba a dejar que me arruinara el día.
-¿Cuánto tiempo vas a tardar en ahuyentarlo? ¿Dos días, tal vez tres? –Hizo una mueca- apostemos.
-Ve a meterte con otro, idiota.
-Será divertido ver como sale corriendo cuando descubra que eres una corta venas –soltó una carcajada- suicida.

Todo rastro de mi felicidad desapareció de repente y me quedé inmóvil.

-Oh si pequeña basura –sonrió sádico- vi tu muñeca cuando intentaste quitarme la libreta.
-Tú no sabes una mierda –bufé.
-Suerte Bruccilda, disfruta de tu nuevo amigo mientras puedas.

Y con esto se alejó, dejándome rota y hecha pedazos, y llevándose mi nueva sonrisa. Lo había conseguido.
Las horas pasaron conmigo escondida de nuevo como cada día, y al llegar el recreo me encontré a Justin esperándome de nuevo sobre el césped por lo que giré y seguí caminando sin decir nada hasta otro de los bancos más alejados.

Me puse de nuevo los cascos y escondí la cabeza entre mis rodillas poniendo la música a todo volumen. Poco después alguien tocó mi hombro.

-¿Qué quieres? –levanté la cara para encontrarme con su mirada.

Dijo algo, pero no logré escucharlo por lo que me limité a hacer lo que mejor sabía, ignorar al mundo.

-Vete –espeté, y volví a meter la cabeza entre mis piernas.

Pasaron los minutos y parece que al fin se había ido, por lo que miré hacia arriba y vi que no estaba. Suspiré pesadamente y me giré para sacar mi libreta cuando le vi sentado justo a mi lado.

-He dicho que te vayas –bufé quitándome los cascos.
-No hasta que me escuches –dijo serio.
-¿Qué quieres, Justin?
-¿Qué ha pasado? –Murmuró- todo estaba bien, y de repente…
-Y de repente me di cuenta de que no quiero que seamos amigos –solté, arrepintiéndome de inmediato.

Su cara se congeló y en sus ojos vi como algo le pinchaba por dentro, haciendo que yo me resquebrajara un poco más en mi interior.

-¿Por qué? –susurró.
 -Porque tú y yo somos muy diferentes y no podemos estar juntos.
-Eso es ridículo.
-Como quieras, pero déjame en paz ¿quieres? –suspiré.
-No.

Este chico era realmente testarudo.

-Está bien –dije, y me incorporé para irme de allí. Me giré para comenzar a andar, y en ese momento noté como agarraba mi mano.
-No te vayas, por favor.

Volví a girarme buscándole y me encontré con sus ojos que pedían que me quedara. No podía más.
-Justin por favor, no lo hagas más difícil, simplemente… olvídate de mí.

-No puedo, no quiero –movió la cabeza de un lado a otro- explícame por qué haces esto.
-Ya te lo he dicho –solté su mano- somos demasiado diferentes.

Y sin dejar que volviera a retenerme comencé a correr hacia ninguna y cualquier parte. Entre en el edificio y subí las escaleras rápidamente buscando algún sitio en el que esconderme. Encontré un pequeño hueco entre ambas plantas que utilizaban para apilar las sillas entre las escaleras, por lo que entre, hice una de ellas hacia un lado y me senté desapareciendo una vez más.

Esto era ridículo. No entendía como había dado lugar a esto, era idiota por creer que podría llegar a algo con Justin… o con cualquiera. Era todo una ilusión, simplemente estaba ilusionándome con algo que era imposible. Si no tenía amigos era por algo y era inútil que intentara cambiarlo. Mark era un imbécil pero tenía razón, Justin no querría estar conmigo si se entera de cómo soy en realidad, y después sería peor alejarme de él… ya lo estaba siendo.

De repente sentí angustia y mi estómago amenazó con vomitar.

-Mierda –me estremecí- aquí no.

Me incorporé y salí corriendo en busca de un lavabo, por suerte el de la planta de abajo estaba abierto y pude llegar a tiempo. Me arrodillé y vacié mi estomago. Odiaba esto.

El timbre sonó pero yo no tenía ganas de seguir aquí, por lo que aproveché que todos entraban y me colé entre la gente hasta llegar a la puerta. Por suerte nunca nadie se fijaba en mí así que pude salir a la calle sin que me detuvieran. Por una vez ser invisible servía para algo.


Corrí hasta mi casa y subí directa a mi habitación. Convencí como pude a mi madre de que me encontraba mal y me metí en la cama tapándome la cabeza con las sábanas, y de nuevo me dormí llorando.

Más tarde unos golpes en la puerta me despertaron.

-Brucce –susurró mi madre desde el umbral.
-¿Qué? –murmuré.
-Han venido a verte.
-¿Cómo? –me incorporé desorientada.
-Es un chico –sonrió- dice que se llama Justin.

De repente me temblaron las manos y la sangre desapareció de mi cara.

-Dile que se vaya –espeté, y volví a taparme la cabeza.

Mi madre suspiró cerrando la puerta detrás de ella, pero unos minutos más tarde volvió a entrar.

-Brucce, no quiere irse –parecía emocionada- le he dicho que estas enferma pero dijo que no se iría hasta que salieras a hablar con el.
-Dile que me deje en paz –volví a bufar.
-Parece preocupado…
-No tiene por qué.
-Cariño –me llamó mi madre- puede que ahora no te des cuenta, pero a ese chico le importas. Lleva dos horas sentado en frente de casa y no parece tener intenciones de irse.
-¿Qué hora es?
-Son las cuatro, vino al salir del instituto.

Justin Bieber es idiota.

-Vale, vale –me di por vencida- ahora bajo.

Mi madre sonrió satisfecha y desapareció detrás de la puerta. Salí de la cama y me dirigí al baño. Dios, estaba horrorosa. Me lavé la cara y recogí mi pelo en un moño despeinado. Cogí aire  unas cuantas veces y salí a la calle para encontrarme de nuevo con él.

Al verme se levantó y se acercó quedando parado en frente de mí. Sin decir nada se quedó mirándome en silencio.

-¿Qué quieres? –dije, quería acabar con esto cuanto antes.
-¿Has estado llorando? –entrecerró los ojos.

Esa pregunta me pilló desprevenida.

-No te importa.
-¿Por qué te fuiste? –de nuevo me sentí agobiada.
-No te importa.
-¿Vas a ser siempre así conmigo? –suspiró cansado.
-Te dije que no querías a alguien como yo.

Él dio unos pasos más hacia mí acortando nuestra distancia.

-Es difícil que alguien te quiera si ni tú misma lo haces Brucce, no es fácil intentar atravesar una pared de cemento.
-Tal vez sea una pared de cemento porque me han herido tantas veces que el dolor se ha convertido en algo duro.

Justin me miró de nuevo directamente a los ojos.

-¿Y por qué no dejas que yo intente romper esa pared?
-Porque no puedes –susurré.

El bajó la cabeza y suspiró varias veces en silencio antes de volver a mirarme.

-Al menos lo intenté –murmuró.

Y tras esto me dio la espalda y comenzó a caminar despacio, alejándose de mí.

Dios, ¿pero qué he hecho? ¿Por qué esto es tan difícil? ¿Por qué alejo siempre de mi lado a las personas que me importan? Tal vez sea yo la culpable de estar tan sola, tal vez…

-¡Justin! –grité.

Él se giró frenando en seco. Me quedé mirándolo y unos segundos después volvió a mi lado.

-Vamos a sentarnos –dije, y nos dirigimos al jardín de atrás, al banco que había bajo el árbol.

El no dijo nada, simplemente hizo lo que mejor sabía hacer. Mirarme a los ojos y hacer que me perdiera en ellos.

-Tengo miedo de que me hagas daño, Justin –susurré- o de que yo pueda hacértelo a ti.
-¿Por qué?
-Porque ya me lo han hecho demasiadas veces y estoy rota por dentro.
-Pues entonces confía en mí –me pidió.
-Quiero hacerlo.

Él hizo una mueca que no llegó a ser sonrisa.

-Pero no es solo eso –seguí- es que…
-Dímelo.
-Créeme Justin, si te lo contara saldrías corriendo.
-¿Eres un vampiro? –se burló.
-Algo peor.

Su rostro volvió a ser serio.

-Cuéntame lo que sea Brucce, te he estado persiguiendo, esperándote en la puerta de casa y sigo aquí a pesar de que me has echado unas cien veces en dos días.
-Justin…
-No me pidas perdón –se adelantó, ¿Cómo supo lo que iba a decirle?- se que no es culpa tuya.
-Sí lo es.
-No, no es cierto –suspiró- no sé qué te pasa pero es algo grande, tiene que serlo para que a una chica como tú se le borre la sonrisa.
-Es muy largo de contar –susurré.
-Pues entonces ponte cómoda y hazlo.

Le miré a los ojos y busqué esa luz que me transmitiera confianza, y de nuevo… la encontré.

-Lo haré –murmuré, y el sonrió- pero no ahora.
-Cuando quieras Brucce, estaré aquí esperándote. No voy a ir a ninguna parte.

Su sonrisa me hizo sentir bien de nuevo y toda la angustia y el dolor que había pasado desapareció. ¿Cómo conseguía hacer eso?

-Gracias por esto Justin –dije, con un susurro casi ininteligible y después le abracé.

El abrió sus brazos al instante para recogerme y me apretó contra su pecho con fuerza. Era un abrazo, un abrazo protector. Nunca había sentido algo así, me sentí libre en sus brazos. Me sentí… feliz.

Unos minutos después me separé. El se quedó mirándome sin palabras.

-Es la primera vez que me tocas –dijo- y se que te cuesta confiar en las personas –me dedicó una sonrisa de esas suyas, grandes- y también sé que esto significa mucho para ti… -puso una mano sobre la mía y acarició mis nudillos- y para mí.
-Es cierto –murmuré mirando nuestras manos ahora juntas.

Silencio. Durante los siguientes diez minutos solo hubo silencio, pero no un silencio incómodo, sino todo lo contrario. Me sentía a gusto a su lado y el contacto con su piel no me molestaba a diferencia de todos los demás. Era extraño, él era diferente.

-¿Vas a contarme lo que te pasó hoy? –se giró buscando mi mirada.
-Sí.

El asintió.

-Hoy, por primera vez en mucho tiempo no tuve pesadillas, me desperté… normal.
-¿Normal? –dijo.
-Siempre me despertaba llorando.

El hizo una mueca, como si le doliera.

-Esta mañana al despertarme tenía los ojos secos y no sentía lo que siento otras mañanas, esta vez me estuve bien por primera vez en mucho tiempo, y creo… -suspiré- estoy segura de que fue gracias a ti.
-¿A mí?
-Si Justin, no sé por qué ni cómo pero me cambiaste en tan solo un día.
-Puede que solo necesitaras a alguien que se preocupe por ti.
-Puede… -murmuré- cuando salí de casa y te vi ahí esperándome sentí ganas de… sonreír.
-Y estabas preciosa.
-Hacía semanas, meses que no sonreía Justin… y llegas tu y en tan solo un día me sacas una sonrisa verdadera –le miré directamente a los ojos- y me asusté.

El no dijo nada.

-Me sentí bien, casi… feliz –susurré.
-¿Por qué lo dices con miedo? –estrechó mi mano.
-Porque ser feliz dejo de entrar en mis planes hace mucho tiempo.
-Pues ahora ha vuelto a estar en la primera posición de tu lista.

Parecía tan seguro de sí mismo…

-El caso es que llegué contenta a clase e incluso tenía ganas de salir por ahí. No lo sé –hice una pausa- y entonces llegó Mark.

La expresión de Justin cambió por completo en un segundo, su mano se volvió dura y se cerró en un puño. Noté como su mandíbula se volvía tensa y sus ojos fríos.

-¿Es Mark el culpable de que te fueras llorando a casa? –Dijo seco- ¿de que no quisieras hablar conmigo?
-Si…
-Brucce, he estado comiéndome la cabeza todo el día pensando en por qué primero me sonreías y al momento me odiabas.
-No te odio, Justin.
-¿Qué te dijo ese maldito hijo de puta? –su voz sonaba rota.

Pero yo no estaba preparada para contar detalles.

-Básicamente que no podríamos ser amigos porque yo era basura y apostaba a que saldrías corriendo en dos días –al acabar la frase mi voz casi no podía oírse.
-Voy a matarlo –sus manos eran ahora dos puños.
-Eh, eh, Justin –rocé con la palma de mi mano su mejilla- no hagas nada, no te metas en problemas. No vale la pena.
-Es por él por quien estas rota ¿verdad? –dijo.
-Y yo soy de esa clase de torpes que les duele más las palabras que los golpes.
-Yo voy a hacer que todo eso cambie para siempre. Voy a hacer que vivas como antes lo hacías.
-Justin… -quité la mano de su mejilla y la metí de nuevo en el bolsillo de mis jeans- yo no vivo –suspiré- yo… sobrevivo.
-Ahora yo estoy aquí para ti, pequeña –murmuró.

El me miró roto, dolido, vi en sus ojos el reflejo de los míos y me partí por dentro. No iba a permitir que ese chico pasara ni la milésima parte de la que yo había pasado, no quería que el sufriera. Él era mi salvavidas.
-Te invito a comer –dije, decidiendo cambiar de tema.

-¿Qué? –eso le pilló desprevenido.
-No has comido, ¿verdad?
-Vine directamente hacia aquí.
-Vamos, haré algo de comer.

Cogí su mano y entramos en casa. Mi madre no estaba así que supuse que ya se había ido a trabajar.

-Ahí está la tele, puedes verla mientras preparo la comida –le indiqué donde estaba el mando y entré a la cocina dejándole atrás.

Unos segundos después atravesó la puerta.

-¿Qué haces? –me giré al verle acercarse a mí.
-Quiero ayudarte.
-¿Sabes cocinar?
-Se hacer muchas cosas –me miró a los ojos- y me he ganado tu sonrisa diaria.

Y entonces me dí cuenta de que estaba sonriendo como una tonta, sin ni siquiera darme cuenta volvía a hacerlo. Volvía a ser un record, todo gracias a él.


Tras casi una hora, tomate sobre el suelo, dos platos rotos y la cara de Justin llena de harina acabamos nuestra maravillosa pizza de cuatro quesos. Pusimos la mesa y nos sentamos a comer. Al acabar miré el reloj y vi que eran casi las seis de la tarde.

-Bueno, supongo que esto es una merienda.
-Sí, creo que duermes demasiado –rió.
-¿Cómo sabes que estaba durmiendo?
-Tu madre me lo dijo –sonrió- y además se cual es la ventana de tu habitación y la luz estaba apagada cuando llegué.

Eso volvió a sorprenderme.

-¿Cómo…
-Ya te había visto antes de que me vieras en el instituto Brucce –recogió su plato y me dio la espalda para dejarlo sobre el fregadero- te vi sentada sobre tu ventana cuando llegué el primer día. Parecías… ausente.
-Y decidiste acosarme.
-Oh si, eres mi presa –rió.


Tras recoger la mesa decidimos ver una película, y pasadas las diez Justin recibió una llamada para volver a casa por lo que yo decidí subir a mi habitación y descansar. Mañana sería un día largo, estaba segura.
Al entrar al baño y mirarme al espejo por primera vez vi algo diferente en mi. Me brillaban los ojos y no había estado llorando. Me dediqué una pequeña sonrisa y me giré para recoger el pijama que reposaba sobre la silla de…

-Oh mierda, ni siquiera recordé subir después de comer.

Una alegría inmensa recorrió todo mi cuerpo. ¿Significaba eso que lo había superado? Estaba orgullosa de mi misma. Estaba cambiando.

Puse el despertador y me acosté por primera vez sin lágrimas y con una sonrisa. Esa noche fue diferente. Esa noche soñé con él.

Al despertar como acto reflejo fui a mirarme al espejo y volví a encontrarme con que tenía la cara seca y al parecer la sonrisa seguía en mi rostro. Esta vez decidí arriesgarme y romper mis miedos. Fui a lo más hondo de mi armario y saque unos shorts que llevaba sin usar desde hacia al menos dos años. Siempre había odiado usar ropa estrecha o pantalones y camisetas cortas, pero supongo que también me había odiado a mi misma y ahora empezaba a verme un poco mejor.

Busqué unas Vans y una blusa de manga larga, eso no podría cambiarlo tan rápido. Tenía cosas que esconder bajo esa tela. Me puse un bonito pañuelo de color azul cielo y esta vez junto a la sombra de ojos también puse un poco de rímel. Así mis ojos verdes se veían más grandes.

-Buenos días mamá –grité agitada dando saltitos alrededor de la mesa- ¿Qué tal estas?

Mi madre se quedó muy quita observándome sin saber que decir. Esto era nuevo para ella. También para mí. Miró muy detenidamente mi cara, por lo que pensé que tal vez le molestaba que llevara maquillaje, pero más tarde comprendí que lo que miraba no eran mis ojos, sino mi sonrisa.

-¿Qué te está pasando Brucce? –Mi madre parecía desconcertada pero ansiosa- cada día estas más guapa.
-No digas tonterías –bufé.

Tras desayunar subí a mi habitación y me puse la mochila, miré la puerta del baño y di media vuelta. Ni siquiera quería entrar ahí. Ya no lo necesitaba. Bajé las escaleras y salí a la calle esperando encontrarme con Justin, pero no estaba.

Fui directa al instituto, no quería perder tiempo. Tenía ganas de verle. Al entrar más miradas se clavaron en mí, pero misteriosamente ya no me importaba, me daba igual. Eso ya no me afectaba. Puse una sonrisa en mi cara e intenté parecer segura de mi misma, eso ya sería un paso más grande a conseguir.

Miré a un lado y a otro, pero Justin no estaba ahí. El timbre sonó y entré en clase, la hora pasó despacio. ¿Dónde estaba? Segunda hora. Historia. Esperé a que todos entraran y cuando todos hubieron ocupado su lugar vi que el asiento de Justin estaba vacío. Y el de Mark también…

60 minutos que se pasaron desesperadamente lentos y cuando el timbre sonó salí de clase y di diez vueltas al instituto. No había ni rastro de ellos. Una hora más tarde salí al recreo con la esperanza de encontrar a Justin en el césped, pero seguía sin aparecer. No sabía que estaba pasando pero no me gustaba. Y entonces le vi.

Justin se acercó despacio y a medida que lo hacía pude ver que tenía un pequeño corte en el labio y su ojo parecía amoratado. Rápidamente me levanté para exigirle una explicación, pero ni siquiera le dio tiempo a llegar  a mí cuando detrás de él, más al fondo, pasó Mark. Pude reconocerlo por su mochila, puesto que su cara estaba hecha un cromo. Miró hacia nosotros y cuando nuestras miradas se encontraron para mi sorpresa agachó la cabeza y siguió andando. ¿Mark acaba de agacharme la mirada? Y entonces todo encajó.

-¡¿Te has peleado con Mark?! –grité.

Justin llegó y se sentó en el césped por lo que le imite y me senté nerviosa a su lado. El no dijo nada, por lo que insistí.

-¿Le has pegado a Mark, Justin? –intenté mantener el control.
-Sí.
-¡¿Por qué?!
-Porque es un imbécil –murmuró manteniendo la mirada fija en el césped.

Justin no me miraba, eso era una mala señal. Un escalofrió recorrió de repente todo mi cuerpo y atravesó mi columna vertebral. ¿Le había contado…

-¿Qué ha pasado? –susurré.

Ahora nuestros ojos se encontraron de lleno.

-Esta mañana quise hablar con él y después iba a ir a recogerte –sacó la mano de su bolsillo y pude ver entonces sus nudillos ensangrentados-empezó a decir cosas de mí, no me importaba pero entonces comenzó a hablar sobre ti y… perdí el control.

Otro escalofrió.

-Sobre… -cogí aire- ¿sobre mi?
-Sí.
-¿Qué te dijo?
-No quiero repetirlo, Brucce.
-¡Quiero saber que te dijo! –grité.

Justin me miro a los ojos dolido, no esperaba que le gritara después de todo.

-Dijo que habían putas mejores que tu para pasarlo bien y que no necesitaba estar contigo porque tú eras basura y acabarías jodiendome la vida –espetó- dijo que tienes secretos y que debería descubrirlos antes de seguir contigo.

Y una vez más mi corazón hecho pedazos.

-Y entonces le partí la cara –escupió.

Miré a Justin intentando averiguar qué pensó él de las palabras de Mark pero no hizo falta preguntar.

-Me importa una mierda lo que él diga Brucce, me da igual lo que todos digan de ti. Para mi eres perfecta.

Mi mandíbula calló abierta en ese momento y no pude decir nada más. Eso me había pillado totalmente fuera de combate.

-Yo no voy a pedirte que me hables de ti si te molesta hacerlo, no voy a pedir que me cuentes nada que no quieras contar. Cuando lo hagas será porque estés preparada para hacerlo, y yo seguiré aquí –cogió mi mano y pude ver nuestros nudillos, los míos cerrados, los suyos aún manchados de sangre.
-Ven esta tarde a mi casa –suspiré- te lo contaré todo.

Y un nudo agarró mi estómago. Tenía que hacerlo, si iba a seguir con Justin merecía saber quién era la chica con la que estaba, y si después de eso salía corriendo al menos pude disfrutar de él durante un tiempo. Era hora de ser sincera, con él y conmigo misma.

Él sonrió de nuevo dulcemente y pude ver como volvía a relajarse.

-Me han expulsado –dijo con naturalidad.
-¿Qué? –Grité de nuevo- ¿enserio?
-Sí, pero no importa.
-Joder Justin, claro que importa –suspiré pesadamente- ¿Qué vas a hacer?
-Nada –sonrió- estar contigo.

Este chico era superior a mis fuerzas.



El resto del día pasó y al salir vi a Justin montarse en un coche. Su padre parecía muy cabreado, y todo era culpa mía.

Al llegar a casa comí deprisa y subí a mi habitación, una vez más pude comprobar que mis trastornos estaban superados. Estaba nerviosa por lo que me puse a limpiar y subí el volumen de la música a tope. Justin dijo que vendría a las cinco.

Me tumbé sobre la cama, me senté en la ventana, leí un libro, escuché dos discos enteros de música. El reloj parecía estar parado.

Las cuatro.

Decidí arreglarme el pelo.

Las cuatro y media.

Ordene todos mis discos.

Las cinco.

Bajé y me senté sobre las escaleras esperando a que llamaran a la puerta, pero nadie lo hizo.
Las seis.

Puede que se arrepintiera o puede que en realidad supiera la verdad, seguramente se pensó mejor eso de estar con alguien como yo.

Las siete.

Me di por vencida. Me levanté y comencé a subir las escaleras cuando la puerta sonó y yo paré en seco.
Bajé sin demasiados ánimos puesto que no esperaba verle a él, pero me equivoqué.

-Justin… -susurré.
-Lo siento.
-¿Qué?
-Mis padres me castigaron, ya sabes… por la expulsión –hizo una mueca- y tuve que esperar a que se fueran para poder escaparme.
-¿Te has escapado?
-Sí.
-Pues no deberías haberlo hecho.
-Pero estoy aquí –susurró- eso es lo que importa.
-Pasa –me hice a un lado y él entró.

Dios, estaba conduciendo a este chico por el mal camino.

-¿Estás bien? –dijo, girándose para mirarme.
-¿Estás bien tu? –Insistí en la última palabra- eres quien le ha partido la cara a un chico esta mañana y el que ahora se ha fugado de casa.
-Bueno, ya sabes –sonrió- soy un malote.

Su comentario hizo que soltara una pequeña risa y el rió conmigo.

-Y de nuevo mi sonrisa diaria –dejó ver sus dientes ampliando la suya.
-Vamos a mi habitación.
-¿Tan pronto? –dijo pícaro- ¿sin cena romántica ni nada?
-Eres un idiota –reí más fuerte.

Subí las escaleras y Justin me siguió. Al entrar le indiqué que se sentara en la cama y yo hice lo mismo.
-Y bien –dijo ahora serio.

-¿Quieres tomar algo?
-Estoy bien.
-¿Agua? –insistí.
-Brucce, estoy bien.
-Vale –susurré armándome de valor, miré nerviosa a un lado y a otro de mi habitación y después de nuevo al techo gris triste- ¿por dónde empiezo?
-Por el principio –dijo mirándome a los ojos fijamente.
-Es una larga historia.
-Te escucho.

Respiré de nuevo y comencé a desnudar mis secretos y dar paso a mis demonios interiores.

-Yo nunca he sido una chica normal –murmuré, y Justin hizo una mueca- nunca me sentí bien conmigo misma ni me acepté tal y como era. Siempre pensé que no era suficiente y que bueno, todo el mundo era mejor que yo –hice una pausa para aclarar mis ideas y proseguí- mi vida no ha sido fácil. Perdí a todos mis abuelos, mi única mejor amiga murió en un accidente de coche y mi padre falleció hace ahora tres años –las lagrimas amenazaron con salir de mis ojos, y entonces Justin agarró mis manos- con la muerte de mi padre todo empeoró. Mi mejor amiga ya no estaba y yo me sentía muy sola. Comencé a abandonarme, dejé de comer y de salir. Más tarde empecé a darme asco y encontré un nuevo peor enemigo. Mi reflejo –tragué saliva- Cada noche me acostaba llorando y tenía pesadillas. Mi estomago comenzó a no querer la comida, vomitaba y nadie estaba ahí para ayudarme. Mi madre lo estaba pasando mal y no quería darle más problemas –Justin apretó mas nuestras manos y asintió- cuando volví al instituto todos se burlaban de mi, siempre me sentí aislada, ya fuera por mi imagen o porque siempre estuviera sola comencé a pensar que era culpa mía y nunca encontraría a nadie, pensaba que sobraba y entonces… -mi voz se quebró.

-Brucce, Brucce –Justin se acercó más a mi- no llores, por favor.

-Tuve pensamientos, pensamientos malos Justin –suspiré- comencé a tener en la cabeza ideas, cosas que me hacían sentirme mejor. Cosas como desaparecer –el pecho comenzó a dolerme- Morir. –Pude ver como los ojos de Justin perdían su brillo- y así pasó el tiempo. Sola, siempre sola –y entonces un amago de sonrisa asomó por mi cara- hasta que llegaste tu y rompiste mis esquemas –miré a Justin a los ojos y pude ver que tenia lágrimas en sus ojos- cuando te conocí pensé que eras otro más de esos que solo querían hacerme daño, por eso te traté así, perdóname –él sonrió- después de hablar aquel día volví a casa feliz y tras comer… después de mucho tiempo… no lo hice –susurré- mi estomago estaba bien. Solo volvió a pasarme cuando me fui a casa, cuando discutimos… -al recordar aquel momento sentí un escalofrío- pero ha pasado una semana y ya ni siquiera me acuerdo de ir al baño después de comer.

-Eso es fantástico pequeña –Justin volvió a sonreír tierno.
-También he dejado de tener pesadillas –dije ahora orgullosa- anoche soñé contigo.
-Yo también –susurró, y ahora mis manos temblaron.
-Todo esto significa que estoy cambiando, ahora sonrió, mis demonios interiores están desapareciendo y además ya no tengo ganas de… -al recordarlo mis piernas temblaron y de nuevo me quedé muda.
-¿De qué Brucce?  -Justin me miró intentando encontrar una respuesta pero mi voz se había quebrado.
Había llegado el momento.

Solté nuestras manos y Justin abrió la boca para decir algo, pero mi mirada hizo que guardara silencio. Clavé la mirada ahora en mis manos, que descansaban sobre mis piernas con las palmas hacia arriba. Justin hizo lo mismo. Y entonces destapé mis miedos.

Subí las mangas de mi camisa dejando ver los cortes de mis muñecas. Algunos eran sombras, otros cicatrices, muy pocos habían desaparecido.

Miré mis manos y después las de Justin que ahora temblaban, subí hasta sus ojos e intenté encontrar una respuesta en su mirada, pero él no apartaba la mirada de mis heridas.

-Justin… -susurré.

Él subió hasta encontrarse con mis ojos, y entonces pude ver en lo más profundo de su mirada el dolor que yo había sentido. Era mi dolor reflejado en su cara, era lo único que no quería que ocurriese.
Tapé rápidamente mis muñecas con las mangas de la camisa y miré al suelo esperando a que Justin se fuera, pero una vez más…no lo hizo.

-Brucce… -susurró.

-A esto me refería con que no quería hacerte daño –murmuré sin quitar la vista del suelo- sé lo que estas pensando.

-Estoy pensando que eres demasiado increíble como para hacerte daño de esta manera, tu deberías aplastarlos a todos con tu sonrisa y salir a comerte el mundo cada día –dijo ahora recuperando las fuerzas perdidas- eres la persona más fuerte que he conocido.
-¿Fuerte? –Susurré repitiendo la palabra sin poder creerlo- si fuera fuerte no haría estas cosas.
-Has sufrido mucho Brucce, pude verlo en tus ojos desde el primer día, pero eso no te ha impedido seguir aquí.
-No estoy orgullosa.
-Yo si lo estoy –sonrió.

Tras esto volvió a subir la manga de mi camisa y miró por última vez mis heridas antes de depositar un beso suave sobre ellas.

-Esto son heridas de guerra –me miró ahora a los ojos- de una guerra contra ti misma que ya has ganado –Su mirada se hizo más intensa y poco a poco se acercó más a mi -Y a mí también me has ganado.

Sin decir nada más siguió acortando las distancias hasta que noté su aliento contra mis labios. Cerró sus ojos y yo le imité, nerviosa noté como Justin entrelazaba los dedos de nuestra mano mientras que subía la otra hasta mi mejilla y la acariciaba suavemente. Nuestros alientos se cruzaron ahora cuando abrí mi boca y nuestros labios se rozaron durante un segundo, un segundo que pareció interminable, y por fin sus labios se posaron en los míos, húmedos y cálidos, y me sentí perdida en su boca como tantas veces lo había estado en sus ojos. Estaba perdida en él, ahora sabía mi historia y seguía aquí, estaba besándome y eso significaba que no iba a irse. Dejé la mente en blanco y me permití llevar a otro mundo. A un mundo en el que solo estábamos el y yo, un nosotros. A medida que nuestra respiración se agitaba pasé mi mano por su espalda hasta llegar a su cuello y él metió entonces su lengua, que se encontró con la mía. Y así… tuve mi primer beso. El más mágico e increíble de todos. Simple y sencillamente porque fue con él.

Nuestros labios se separaron unos centímetros y entonces Justin susurró.

-He venido para quedarme, es hora de vivir.


Y con esto nuestros labios volvieron a juntarse, perdiéndome en su boca y él en la mía. Comenzando una nueva vida que compartiría a su lado, porque las cosas cambian y yo había cambiado. La Brucce llena de miedos e inseguridades se había ido para dejar paso a una nueva chica, una chica con sus sonrisas diarias y llena de vida. Una chica que había vuelto a nacer e iba a sonreír cada día gracias a él. 
A Justin. 
Mi salvavidas. 

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RT aquí si leíste el relato. Espero que os haya gustado.
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Primero de todo y más importante quiero dedicar este relato a todas esas chicas que alguna vez se han sentido o sienten mal consigo mismas o con la vida, sé que esta es una dura historia porque toca temas que son delicados, pero quería hacer algo así para intentar hacer ver a todas aquellas que se sienten identificadas con Brucce, la chica ficticia pero a la vez tan real que las cosas cambian, que tarde o temprano llega esa persona y te saca la sonrisa que creías perdida, mi objetivo con esto era intentar serviros de ayuda aunque solo haya sido durante un momento, dejar claro que nada está perdido y que por muy mal que se pongan las cosas hay que seguir adelante porque al final del camino te espera esa persona para hacerte volver a vivir. Nunca perdáis la esperanza, nunca dejéis de veros hermosas… porque todas tenemos un salvavidas que nos espera para salir a flote. Todas y cada una de vosotras sois especiales, todas sois increíbles y alguien lo verá algún día, es cuestión de creer. 
Quiérete, porque eres única.

2 comentarios:

  1. Hola. Quiero decir que no tengo palabras para decir lo que sentido tras leer este relato. He tenido cerca a una persona con estos problemas y admito que, mientras leía, no he podido evitar emocionarme.
    Sencillamente, gracias. Es admirable lo que pretendías conseguir escribiendo esto y aventuro que tienes mucho talento. Por último, quería añadir que, a veces, las cosas no salen como esperamos y quizás esa relación no llegue a buen puerto, como le pasó a un muy amiga amiga mía, pero aún así, no hay que volver al abismo. Hay que seguir luchando, siempre, por uno mismo en primer lugar, y por todos los que nos quieren y se aseguran de que estemos bien. Mi amiga aprendió que para ser feliz hay que pensar en todo lo bueno que nos queda por vivir y en todas las personas a las que queremos y nos quieren, que no siempre las relaciones salen bien y que no por ello haya que tirar la toalla, simplemente signifique que esa persona no era la definitiva y que tarde o temprano llegará nuestro ángel. En conclusión, ánimo y fuerza. Sois bellas.

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  2. Tengo las lágrimas saltadas y la piel de gallina. No sabes lo doloroso que es sentirse identificada, y que aunque no directamente, Justin también sea tu salvavidas. Me ha encantado, escribes genial, increíble manera de tocar el tema, y te lo dice una chica muy crítica, de verdad que vales para esto. No lo dejes.

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