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•Relato "Desde la ventana".



Aquella mañana me desperté como cualquier otra mañana de mi vida, abrí los ojos y miré el techo de mi habitación como otro día cualquiera, todo parecía igual, nada había cambiado. Me sentía igual de vacía que siempre y con las mismas insignificantes ilusiones de vivir. Dentro de mi cabeza algo me decía que ese día iba a ser distinto, pero la verdad era que nunca nada era como debería de ser. Me di la vuelta y miré hacia el fondo de mi habitación, por un momento algo llamó mi atención, unas luces de colores en el fondo, un árbol.
Era navidad.
De repente los recuerdos me llevaron varios años atrás, cerré de nuevo los ojos y cuando volví a abrirlos me encontré en medio de una habitación. Miré a mi derecha, mis padres sentados en un sofá de color crema con una gran sonrisa en la cara, a mi izquierda, mis abuelos cogidos de la mano mirándome fijamente, delante de mí un enorme árbol de navidad, debajo… regalos, muchos regalos. 
Miré mis manos que ahora parecía bastante más pequeñas de lo habitual. Desenvolví mi nuevo estuche de maquillaje y lo abrí para observar la cantidad de pinturas que contenía. Miré el pequeño espejo que había en su dorsal, primero vi mi sonrisa. Me faltaba un diente, mis ojos eran más pequeños.
Yo tenía ocho años.

-¿Qué es eso Jess? –dijo mi padre desde el sofá.
-Es un estuche para ponerme guapa –mi voz chillona y alegre inundó la habitación.
-Es precioso, ¿te gusta? –susurró mi madre.
-Me gusta mucho –Les dediqué una gran sonrisa a mis padres. Jhon pasó su brazo por la cintura de mamá y esta hizo una mueca, aunque después le correspondió.

No le di importancia a ese pequeño gesto y seguí desenvolviendo mis regalos como una niña feliz de ocho años, sonreía mientras descubría el secreto que escondía ese papel de colores. Estaba emocionada, siempre había amado la navidad. En mis pocos años de vida había decidido que ese era mi momento preferido. Mi momento para recordar y disfrutar con las personas que más quería. Recuerdo que esa noche nunca dormía porque esperaba desde mi cama, atenta a los reyes magos, les dejaba leche y galletas a cambio de que ellos fueran buenos conmigo y trajeran la muñeca que yo les había pedido. Mis padres siempre tenían algo y también mis abuelos. Ese día todo eran sonrisas y las luces iluminaban la cara de mi familia. También recuerdo haber pedido a los reyes que ese día fuera eterno y jamás acabara. Les había rogado que siempre fuera navidad, o que, al menos, nunca olvidara ese día.
Y así fue.
Aunque creo que ellos no debieron entender a lo que me refería con recordar el día como un buen momento. Creo que no debería haberles pedido un día de navidad eterno, puesto que me lo concedieron con demasiadas consecuencias.

Estaba abriendo mi último regalo, el más grande, cuando de repente giré mi cabeza hacia el sofá de la derecha buscando la mirada de mi madre para enseñarle lo que tenía entre mis manos cuando algo hizo desaparecer mi sonrisa de repente. Un instante, medio segundo. Algo demasiado insignificante pero a la vez un universo. Escuché un ruido sordo y después la ventana estalló en mil pedazos, solté de repente el paquete y me quedé paralizada. Miré su cara. La sonrisa de mi madre se había convertido en una mueca de dolor, sus ojos estaban cerrados y sus manos eran dos puños. Demasiado rápido como para que alguien pudiera hacer algo al respecto.
Mi padre se quedó inmóvil sin saber que había ocurrido y de repente mi madre calló hacia adelante, quedando tendida sobre el suelo justo a mi lado. Jhon reaccionó, no lo bastante deprisa, y se arrodillo a su lado sin saber aún que había ocurrido. Yo permanecía inmóvil. Mirándola, acostada, sus ojos me buscaban y yo me abalancé sobre ella, no lo bastante rápido como para que me apartaran. Antes de que pudiera acariciarle la cara o preguntar qué sucedía noté unas manos ancianas hacer presión sobre mi estómago y separarme de ella. Grité, pero no conseguí zafarme de ellas. Mi abuelo corrió hacia la puerta para sacarme de allí, pero lo que vi y escuché ese día sigue grabado a fuego en mi cabeza. La sangre roja cubrir la alfombra blanca y empapar los papeles de colores sobre el suelo. A mi padre gritar angustiado y a mi abuela correr hacia el teléfono. Pero sobre todo recuerdo a mi madre con una mano sobre el estómago y su mirada cálida siguiendo mis ojos. Nuestras miradas se cruzaron un instante y pude ver todo lo que ella deseaba decirme en el reflejo de sus ojos azules. Entonces un susurro salió de su boca. “Te quiero, pequeña”. Y jamás volví a verla.


Abrí de nuevo los ojos, esta vez por la presión de las lágrimas que pedían salir. Mi cabeza regresó al presente a pesar de que yo ya no quería seguir allí. Llevé las manos sobre mi cara y la froté para eliminar la hinchazón de mis ojos. Suspiré y me levanté de la cama. “Feliz Navidad Mamá”, pensé.

Me dirigí al baño y me lavé la cara para intentar que volviera a la normalidad pero la tenía hinchada y colorada. Había pasado toda la noche llorando y sabía que no podía esperar que no se notara ni un poco. Resignada, me vestí y bajé al salón para buscar a mi padre. Le encontré tirado en el sofá viendo la televisión.

-Buenos días –dijo sin ni siquiera mirarme.
-Hola –respondí seca.

Miré hacia el árbol gigante que había junto a la pared y vi que había dos paquetes dorados.

-¿Qué es eso? –pregunté.
-Regalos.
-Ya sé que son regalos, pero…
-Los abuelos trajeron el grande, el mío es el pequeño –hizo una mueca.
-Sabes que no quiero regalos.
-Es navidad –mi padre se incorporó.
-Navidad… –suspiré y me dirigí a la cocina ignorando las últimas palabras de mi padre.

Cogí una taza y la llené de café, me senté en la mesa y comencé a dar pequeños sorbos en silencio. A los pocos minutos mi padre ocupó la silla que estaba frente a mi.

-¿Qué tal has dormido?
-Bastante bien –levante la mirada.
-Tienes los ojos rojos.
-Estoy resfriada –mentí- pero estoy bien.
-Esta noche te escuché llorar.
-No estaba llorando –volví a mentir.
-Jessica…
-Hoy hace ocho años que murió mama –dije rompiendo el silencio que se había formado después de que mi padre me nombrara.
-Lo se –suspiró pesadamente- pero no es motivo para que sigas llorando. Ella no querría eso.
-Ella no está aquí así que no sabes que es lo que querría.
-Ha pasado mucho tiempo.
-Nunca el suficiente –bufé.
-¿No puedes abrir tus regalos y sonreír? Es navidad.
-Sabes que detesto la navidad –le lancé una mirada fulminante- y no comprendo por que sigues empeñado en que me guste.
-Porque antes te encantaba.
-No papá, me gustaba ver a toda la familia unida, feliz. Me encantaba enseñaros los regalos y sentir que todo era perfecto, me encantaba vuestra sonrisa al ver que yo estaba ilusionada… pero hace mucho tiempo que eso desapareció y ya no hay motivo por el que seguir con este juego.
-Mamá sonríe desde ahí arriba –sonrió cálidamente.


Le miré en silencio y volví a dar un sorbo a mi café. Sin decir nada más me levanté de la silla y me dirigí a mi habitación. Cerré la puerta y me tumbé de nuevo sobre la cama.
¿Por qué todo tenía que ser tan complicado? ¿Por qué me había tocado a mí? ¿Por qué habían estropeado lo que más quería? ¿Por qué simplemente no podía detener el tiempo y desaparecer?

Mi madre ya no estaba y me sentía sola. Por más que mi padre siguiera dándome regalos cada año no tenía sentido fingir que todo estaba bien. Me habían quitado lo que más quería de la peor forma posible y en la peor época del año. Navidad, el día eterno. El día en el que habían asesinado a mi madre. El día en el que dejé de ser una niña y me encerré en mi misma. El día en el que desaparecí para el mundo como él me conocía. El día en el que dejé de ser Jess y me convertí en Jessica.


Hace cinco años, cuando cumplí los once mi padre apareció con un paquete y me lo entregó. Lo abrí sin ganas y el, angustiado me preguntó qué podía hacer para que me sintiera bien. Yo le respondí que quería saber porque mi madre ya no estaba con nosotros y el guardo silencio durante algo más de diez minutos. Entonces me cogió de las manos y habló. Me contó por qué mi familia había dejado de ser una familia y en ese momento no lo comprendí, pero luego, cuando salí al exterior y vi el mundo en el que me encontraba supe que todo era verdad. A mi madre la habían matado el de navidad. Según me contaron un hombre acababa de asaltar una tienda cercana cuando huía con una escopeta cargada. Corría por mi jardín cuando tropezó con los juguetes que estaban enterrados bajo la nieve con la mala suerte de que la pistola se disparó al caer y la bala atravesó la ventana, el sofá… y a mi madre. Nunca me dieron detalles y tampoco el nombre de aquel asesino, pero supongo que tampoco querría saberlo puesto que si lo hiciese yo también estaría en la cárcel. Desde aquel momento me sentí culpable por haber pedido recordar siempre aquel día. Odié infinitamente la navidad y todo lo que ello conllevara. Prometí no volver a pedir nunca nada más y olvidarme de aquello, pero no es fácil olvidar cuando tu padre te lo impide cada año llenando la casa de luces y regalos, con su falsa sonrisa y su cara de “todo es perfecto”.

Sumida en mis pensamientos no escuché la puerta y cuando quise darme cuenta mi padre había entrado con los dos regalos bajo el brazo.

-Ábrelos –dijo- y los posó sobre la cama.
-No me apetece.
-Por favor.
-He dicho que ahora no.
-Jess..

De repente me incorporé y le miré a la cara -¡No me llames Jess! ¡He dicho que no quiero abrir los malditos regalos! –grité- y salí corriendo de allí.


Corrí hasta llegar a un parque lejano donde no solía haber nunca gente. Me metí entre los árboles y escalé uno hasta lo más alto. Me acurruqué en una de las ramas más gruesas y saqué el MP3 que llevaba dentro del bolsillo. Me puse los auriculares, la música, y adiós mundo.

Tres horas más tarde algo me hizo dejar atrás mis pensamientos. Una voz.

-¡Eh tu, chica! –la voz venía de algo cercano- Eh, ¿me oyes? ¿Hola?

Miré hacia abajo y vi a un chico alto, de unos 17 años, un abrigo negro y un gorro de lana rojo sobre la cabeza.

-¿Qué quieres? –dije sin prestar atención.

El chico hizo el gesto de quitarse los auriculares pero le ignoré.

-Déjame –le ordené.
-¿Puedes escucharme un momento? –insistió.
-¿Quieres irte? –me quité los cascos para enfrentarme a él.
-Solo quiero preguntarte algo.
-¿Qué quieres?
-¿Qué haces subida a un árbol sola, en medio de un parque abandonado el día de navidad? –sonrió.
-¿A ti que te importa? –ladré.
-Curiosidad –Dijo con una voz dulce, sonreía y parecía simpático.
-Será mejor que te vayas a tu casa, hace frío.
-Tú no llevas chaqueta –me señaló.
-Vete.
-¿No vas a contestarme? –se apoyó en el tronco.
-No.
-Está bien –suspiró.

El chico se dio la vuelta y comenzó a caminar. Me puse los cascos y subí el volumen de la música hasta lo más alto. Cerré los ojos y metí la cabeza entre mis rodillas evadiéndome del mundo. Creí que podría estar sola, pero al cabo de apenas dos minutos sentí la presencia de alguien a mi lado. Levanté la cabeza y vi a ese chico sentado a mi lado, con su sonrisa inquita y sus ojos color miel, mirándome fijamente. Había escalado el árbol sin que ni siquiera me diese cuenta.

-Hola –dijo feliz.
-¿No te habías ido? –suspiré volviendo a quitarme los auriculares.
-¿Qué tal? –ignoró mi pregunta.
-Bien, ya puedes irte.
-Me llamo Justin –tendió su mano sonriente e ilusionado.

Me quedé mirando fijamente sus ojos, desconcertada e inmóvil. Esperé unos segundos y tras ver que el chico no desistía en su empeño de hablar conmigo me rendí. Apagué mi reproductor de música, guardé los cascos en mi bolsillo y le estreché la mano.

-Yo soy Jessica –respondí.
-Encantado –se acercó un poco más al ver que me mostré más receptiva, colocándose a mi lado- ¿Y qué hace, Jessica, una chica como tú, en un sitio como este?
-Huir del mundo, supongo –susurré.
-¿Y qué le ha hecho el mundo a alguien tan increíble?

Le miré ahora más fijamente para intentar averiguar si ese chico de verdad se estaba interesando por mi o solo quería jugar. Su mirada parecía sincera y su sonrisa muy amplia.

-Una historia demasiado larga.
-Todos tenemos una historia que contar, a cada cual más especial. Unas buenas y otras malas, pero sobre todo emocionantes. ¿Por qué no me la cuentas?
-Estoy segura de que tienes algo mejor que hacer que escuchar mi historia –bajé la mirada- lo que sea.

Sentí un escalofrío y automáticamente me estremecía frotando mis brazos para conseguir entrar en calor sin lograrlo.

-Está bien –dijo serio el chico.

Deduje que se había dado por vencido y volví a centrar mi mirada en los auriculares que asomaban por mi bolsillo esperando a que bajara del árbol y desapareciera. Estaba a punto de sacarlos cuando una chaqueta se posó sobre mis hombros. Levanté la mirada y le vi sonriendo de nuevo. No pude evitar sonreír al ver que no estaba dispuesto a marcharse por más que se lo pidiera.

-No vas a irte, ¿verdad?
-No –sonrió ampliamente.

Entonces fui yo la que se dio por vencida. El chico había ganado.

-Así que te llamas Justin, ¿es cierto? –pregunté con un tono más amigable.
-Justin Drew –respondió victorioso al saber que había ganado.
-¿Y qué hace subido a un árbol solo, en medio de un parque abandonado el día de navidad un chico como tú? –sonreí imitando sus palabras.
-Ahora ya no estoy solo.
-Pero antes lo estabas –insistí.
-Supongo que yo también huyo del mundo.

Le miré a los ojos y por primera vez sentí que la calidez se convertía en un extraño brillo, aunque su sonrisa no desapareció.

-¿Y tú también tienes una historia que contar? –pregunté intrigada.
-Todos la tenemos.
-¿Y por qué no me la cuentas?
-Yo pregunté primero –dijo.
-Mi historia es simplemente que no me gusta la navidad, y por eso huyo del mundo en esa fecha.
-¿Por qué no te gusta?
-Familias perfectas, sonrisas completas, regalos, calor… cosas que yo no tengo.

El chico no dijo nada, simplemente continuó mirándome atento para que continuara.

-Nada más –finalicé.
-Nadie odia la navidad por que sí.
-Yo si.
-No te creo.
-Bueno, peor para ti –aseguré.
-Algo me dice que para que odies tanto este día como para esconderte de el algo ha tenido que pasarte.
-Está bien –le miré a los ojos.

El chico sonrió, pero esta vez atento a mis palabras.

-Te advierto que no es una bonita historia.
-Tal vez yo pueda hacerla un poco más interesante.

Le observé unos minutos antes de comenzar.

-Hace ocho años, un día como hoy… mataron a mi madre mientras yo abría los regalos en el salón de mi casa.

El chico hizo una mueca pero no dijo nada.

-Me encantaba la navidad, era mi día favorito de todo el año, pero ahora es una condena que estoy obligada a cumplir cada año. Es la obligación de volver a vivir aquel día una vez cada año hasta el resto de mis días. Todo igual, todo idéntico. A excepción de que todas las sonrisas son falsas desde entonces.
-Tal vez sea porque no has intentado cambiarlo –sonrió esta vez triste.
-¿Cómo?
-Es una condena porque desde entonces te has escondido y solo has visto el lado negativo. Has hecho exactamente lo mismo sin intentar cambiar la experiencia de ese día. Puede que si ocurriera algo que te hiciera recordar el día de navidad con un poco más de ilusión dejaría de ser tan horrible.
-¿A qué te refieres? –pregunté intrigada.
-Déjame hacer de tu pesadilla un sueño –sonrió- déjame hacerte recordar este día como uno de los mejores y volver a amar la navidad como antes lo hacías.

Le miré atónita sin creer lo que estaba diciendo. Creí que estaba bromeando pero su mirada era muy seria.

-No creo que puedas hacerlo.
-Pues al menos déjame intentarlo.


Unas horas después Justin y yo paseábamos por la orilla de una playa al sur de la ciudad. Me había llevado a cenar, a tomar un helado y después a un recreativo. Me había comprado algodón de azúcar y ahora me había traído a mi lugar preferido en el mundo.

-¿Y… cuál es tu historia? –pregunté.
-¿Mi historia? Es demasiado complicada.
-Todos tenemos una historia, a cual más interesante –sonreí.

El me miró y le correspondí. Supo entonces que tenía que hacerlo.

-Nunca he hablado de esto con nadie.
-Supongo que ahora es el momento.
-Yo… -susurró.
-Tranquilo –acaricié su mano- estoy aquí.

El sonrió y se armó de valor.

-Hace diez años, un día de navidad, mis padre murieron en un accidente de coche mientras volvían de camino a casa después de comprar mi regalo.
Un nudo atacó mi garganta, pero intenté sonreír y el continuó.
-Mis abuelos murieron hace tiempo y la única familia que me queda es mi tío, al cual casi nunca veo. Supongo que yo también tengo motivos para odiar la navidad porque aún no he encontrado otro más fuerte para que me haga recordar que vale la pena.

Sin decir nada le abracé fuerte, y él se desahogó como nunca antes lo había hecho.


Caminábamos bajo las estrellas, con la arena pegándose a nuestros pies y las olas rompiendo a unos centímetros de nosotros. Era increíble como en tan poco tiempo ese chico había logrado saber más de mi que toda la gente a la que conocía en una vida. Jamás me había abierto a nadie. Desde lo que ocurrió no solía contarle nada a nadie y evitaba hablar del tema cuando alguien preguntaba. Desconfiaba de todos y por lo general no había dejado a la gente conocerme desde hace ocho años. Supongo que me había vuelto lo que una vez odié y había odiado todo lo que una vez amé. Pero sin saber cómo, ese chico había conseguido acercarse a mí y conocerme, y yo le había dejado. Era increíble.

-Ven, sentémonos –me agarró de la cintura haciéndome caer a su lado sobre la arena.
-¿Qué pasa? –sonreí.
-Estoy cansado de caminar –me miró serio- quiero decirte algo.

Le miré en silencio y comencé a ponerme nerviosa.

-Te he mentido –miró al suelo inquieto.

Mi corazón dio un vuelco y mi respiración se paro por un momento. No. No quería. No podía ser cierto. Ese chico, Justin, la única persona que había logrado acercarse a mí. Hacerme sentir viva y recuperar las ganas de luchar y la ilusión por seguir. No quería otro golpe que recordar las próximas navidades.

-Verás… -continuó- la verdad es que no… -jugueteó con sus dedos antes de volver a hablar- en realidad…
-Justin, di lo que tengas que decir –intenté controlarme. Estaba tensa.

El me miró fijamente a los ojos.

-La verdad es que te mentí al decir que hoy fue la primera vez que te vi. Lo cierto es que llevo viéndote desde hace un tiempo y… comencé a seguirte.
-¿Cómo? –dije entrecortada.
-No, tranquila, escucha –puso su mano sobre la mía- no soy un acosador ni nada de eso. Lo cierto es que mi amigo es tu vecino y su ventana esta justo enfrente de la de tu habitación. Un día me asomé y te vi llorando a través de ella y le pregunté quién eras, pero él me dijo que no intentara nada puesto que eras complicada… rara… que tenías un pasado difícil y eras una loca, pero lo cierto es que cuando te vi por aquella ventana no me pareciste una loca, sino una chica sola pidiendo ayuda a gritos –el posó su otra mano sobre la mía y continuó hablando- comencé a ir más a casa de mi amigo con la excusa de robarle su pantalla plana pero mientras él estaba distraído yo pasaba el tiempo sentado en la ventana, observándote ir de un lado a otro y con una tristeza en los ojos que me dolía incluso a distancia. Mi tío era amigo de Peter, el padre de este chico, y cuando mis abuelos murieron él decidió pasar las navidades con esta familia. Comencé a venir cada año por navidad y pasaba las horas en la ventana esperando verte pero tú nunca estabas ahí. Me atreví a preguntarle a Bruce donde pasabas las navidades sin que se diera cuenta de lo que pretendía y él me dijo que nunca celebrabas esa fiesta y te escondías. Me contó que una vez incluso la policía paso la noche buscándote porque tu padre estaba muy preocupado. Al principio no comprendía por qué te comportabas así y tenia intriga por saber que te sucedía. Sentía impulsos de correr hacia tu puerta y darte un abrazo, pero tenía miedo.

Mi respiración era casi inexistente. Le miré impresionada y sonreí.

-¿Por qué?
-Supongo que porque sentía que eras demasiado buena para mí –susurró- pasó el tiempo y llegué a conocerte a distancia como si estuvieras conmigo. Soñaba contigo y no pasaba un día sin ir a verte a través de ese cristal. Averigüé cuanto pude sobre ti y llegué a llorar cuando te veía hacerlo. Entonces supe que estaba enamorado –Justin extendió su mano y acarició mi cara dulcemente.
-¿Y cómo no te vi nunca?
-No me viste porque  yo no quise que lo hicieras. Quería estar preparado y saber que cuando tu y yo nos encontráramos nunca olvidaras ese momento.  Esperé cuanto fue necesario hasta que llegó.
-Justin… yo…
-Esta mañana vine a casa de Bruce para darle mi regalo de navidad y como de costumbre me asomé a su ventana para poder verte. Vi a tu padre con un paquete y sonreí al pensar que tenías a alguien que te cuidara, pero tú lo tiraste y saliste corriendo. Sentí una punzada al verte llorar y supe que no podía dejar que siguieras viviendo sola. Había llegado el momento. Tenía que conocerte y acercarme a ti. No podía aguantar más –bajó la mirada- te seguí hasta el parque y necesité unas cuantas horas para decidirme a hablar contigo. Cuando me gritaste estuve a punto de irme porque pensé que jamás podríamos ser nada, pero entonces recordé que juré que te haría sonreír fuera como fuese, y me armé de valor.
-¿Desde cuándo me espías? –sonreí atónita.
-Puede que desde hace unos… cuatro años –me miró sonrojado.

Yo guardé silencio y seguí mirándole fijamente.  De repente el soltó mis manos y se puso en pie.

-Lo siento mucho –dijo serio- tenía que intentarlo. Espero que esto te haya servido de algo y recuerdes este día como algo bueno.

Justin comenzó a andar con la cabeza agachada y yo tardé unos minutos en reaccionar. Cuando estaba a unos metros de mi me levanté y corrí hacia él como nunca lo había hecho. Le llamé y cuando se dio la vuelta salté sobre él con todas mis fuerzas. Ambos caímos al suelo pero eso no impidió que le abrazara con mis mayores ganas. Le apreté contra mí y las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. Tras varios minutos me separé un poco sin llegar a soltarle. El sonrió y también yo lo hice.

-Es lo más bonito que han hecho por mí nunca –susurré cerca de su boca.
-¿No estás enfadada? –su mirada era intensa.
-Si –respondí.

Sus ojos se cerraron.

-Pero no por lo que hiciste –sonreí y el volvió a mirarme- sino por haber esperado tanto tiempo para venir a por mí.

Su sonrisa se hizo tan amplia que creí que iba a explotar. Sus ojos se iluminaron y ahora él se acerco a mí.

-Eres lo mejor que me ha pasado –susurró casi en mi boca.
-Eres lo único bueno que me ha pasado –mi mirada se desvió a sus labios.

Y así, sin más… Justin me regaló el mejor recuerdo que nadie podría haberme dado. El mejor regalo de navidad de toda mi vida. La mejor experiencia que jamás imaginé.

Mi primer beso.


Era ya de noche cuando decidimos volver a casa. Justin sostenía mi mano y yo me aferraba a él con la mayor fuerza posible. Me aferré al chico que me había hecho vivir, a la persona que había dado su tiempo por mí y se había arriesgado a entrar en mi vida a pesar de que conocía mi historia. Quien se había atrevido a luchar por mi confianza a pesar de que le habían contado que jamás podría ganarla. Quien había vivido enamorado en secreto años y había tenido la paciencia de esperar el momento oportuno. Quien cambió mi vida y mi forma de pensar. Y sobre todo, quien volvió a hacerme amar la navidad.

***
Esa mañana me desperté con la sensación de que iba a ser un buen día. Un día lleno de emociones y de experiencias nuevas. Sentí el calor de la luz del sol entrar por la ventana. Abrí los ojos y miré al techo como siempre solía hacer, giré la cabeza y observé el árbol de navidad que volvía a descansar sobre mi habitación. Sentí una oleada de recuerdos, sensaciones y sentimientos que me inundaron, pero esta vez una sonrisa iluminó mi cara. De repente un escalofrió recorrió mi cuerpo a sentir algo sobre mi cintura. Alguien estaba abrazándome. Miré a mi izquierda y le vi.

-Buenos días pequeña –abrió los ojos sonriente.
-Feliz navidad, cariño.

Justin se acercó a mí y me besó dulcemente.

-Hora de abrir los regalos, Jess –de un salto se incorporó y corrió hacia el árbol en el que ahora habían varios regalos.
-¡Eh! ¡Espérame! –reí siguiéndole.

Mi senté a los pies del árbol dispuesta a abrir sonriente mi paquete cuando mi padre entró por la puerta. Giré la cabeza y le miré como solía hacerlo cuando tenía ocho años.

-Buenos días papá, feliz navidad –le dediqué una cálida sonrisa.
-Buenos días princesa.
-Abre tus regalos –señalé uno de los paquetes más grandes.

El se acercó sonriente y tomó el paquete, Justin también cogió uno y me lo puso en las manos.

-Este es el mío –se sentó a mi lado.

Lo abrí con cuidado y sonreí al ver lo que era. Un bote de cristal lleno de arena de la playa, con un árbol dentro de el y una casa con una gran ventana a su lado.

-Oh Justin, me encanta.


Más tarde mis abuelos llegaron a casa con regalos para todos, Justin consiguió el coche de colección que tanto había buscado y que nunca encontró. Mi abuelo viajó a Francia para compararlo. Más tarde Justin y yo paseamos por la playa como habíamos hecho cada navidad desde que le conocí. Cenamos, compró helados, fuimos a los recreativos y después a caminar. El me sentó sobre sus piernas en la arena y sonrió.

-Jess, tengo que contarte algo –dijo serio.
-¿Qué ocurre?
-Verás, te he mentido… -susurró- lo cierto es que… mentí al decir que…

Mi respiración se agitó de nuevo.

-Dilo.
-Mentí al decir que nunca te vi en ropa interior cuando solía mirar por la ventana –una carcajada sonó por toda la playa.

De repente mi pulso bajó.

-¿Qué? –Llevé la mano a mi pecho- me asustaste idiota –reí.
-Es culpa tuya por no cerrar la ventana cuando te vistes.
-Eres tonto –le besé.
-Puede, pero soy más feliz desde que te tengo a mi lado.

Y ahí estaba yo, con el hombre que había roto mis esquemas y cambiado mis reglas. El que me había hecho cambiar completamente. El que me enseño que a veces hasta los problemas más graves pueden convertirse en un juego si tienes a alguien con quien compartirlos. A que cuando crees que todo está perdido y nada vale la pena llega la persona adecuada y te hace querer vivir eternamente para estar a su lado. El que te despierta cada mañana con un beso y se despide con una caricia. El que te jura amor incondicional y siempre tiene una solución para todo. Quien te enseña que la vida es un camino y lo importante es a quien eliges para seguirlo. Quien me enseñó a amar y a perdonar. Quien me hace seguir viviendo.

-¿Sabes Jess? –Susurró acariciándome el cuello- Puede decirse que me enamoré mirando por una ventana.

Y así, sin más, me besó demostrándome que siempre hay algo por lo que luchar. 
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Espero que os haya gustado, dad RT a esto Click si leísteis el relato. 
FELIZ NAVIDAD.

6 comentarios:

  1. increible , es perfecta , enharabuena eres la mejor

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  2. es simplemente perfecto, soy infiniteshawty y esto es DLFGKLÑFCVJKF perfecto.

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  3. Este relato es ASDFGHJKL soy @MireeMepican.

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  4. Este relato es PERFECTO!! Le amo!! Sabes por qué le amo? Porque me identifico mucho con el. Mi mejor amiga entro en coma las Navidades de 2011, asi que ya no son fechas para llamarla a las 12 en punto para felicitarle la Navidad o para llamarla la mañana siguiente para preguntarle que le han regalado. Y lo peor es pensar que yo lo hubiese podido evitar. Me siento culpable. Si ese día no hubiese quedado con otra gente y hubiese estado con ella, quizas no se callese de aquella ventana. Pero la diferencia es que no tengo a mi lado a Justin para hacerme sentir mejor, pero aun que no lo tenga cerca, lo tengo conmigo, lo se. Perdon por aburrirte. Cuando la vaya a visitar al hospital, le leere tu relato, seguro que le encanta. Tu relato genial, como todo lo escrito por ti!

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  5. Es precioso, me harté de llorar.

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  6. Increible Nuria. Por favor nunca dejes de escribir.

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